Capítulo 10

Yoav se puso de pie inmediatamente, dio dos pasos hacia nosotros, mirándome, después se detuvo y solo tomó una silla, tocándola distraídamente. Sabina se quedó sentada y me miró con expresión de total aburrimiento, después dirigió su mirada hacia Román y vi el esbozo de una pequeña, casi minúscula sonrisa. Jalea hirviendo ardió en mi interior.

Cuando Román se acercó a Sabina, vi sus intenciones de lanzársele encima, no tanto como para tener relaciones ahí mismo, pero sí para darme otra puñalada en el estómago. Centré mi atención en la mesa mientras recitaba una letra de canción para niños de forma que su interacción no fuera más que un suceso lejano que podría disfrazar como una pesadilla.

Ahora que los tenía de frente, me preguntaba cómo habría sido su relación. Amantes, ¿pero de qué tipo? ¿Se habrían querido? ¿Era algo únicamente físico? Lo primero que llegué a pensar cuando descubrí la infidelidad fue que ambos estaban hechos el uno para el otro. Mientras que la tonta e ingenua bailarina esperaba en casa, Sabina estaría metida hasta el cuello de misiones que requerían acción y adrenalina. Ella era el fuego ardiente; yo, una aburrida nube blanca.

Sin darme cuenta estaba rascando fuertemente la mesa, descarapelando la descuidada pintura seca y enterrándome astillas bajo las uñas. El dolor en mi estómago acrecentó, necesitaba comer algo ya.

Yoav me miraba, el azul gélido de sus ojos acariciándome. El tipo ya estaba enterado del chisme completo, si alguien había visto la peor versión de mí misma, era él. No creía que un agente de Etiale tuviera voz y voto en Meza, pero quería ilusionarme con la idea de que, si él no estaba de acuerdo, la misión no se llevaría a cabo.

—Odele ha aceptado los términos…

—No, alto —interrumpí a Román—. Dije que sí, pero quiero que me expliques cual va a ser mi papel. ¿Qué diré? ¿Qué haré?

Sabina rodó los ojos y se cruzó de brazos.

—Esta idiota va a arruinar todo.

—Es lo único en lo que creo que podríamos estar de acuerdo…

—Y que tu marido es un semental en la cama.

Me tomó tan desprevenida y debido al hambre voraz, no pensé en las consecuencias de lanzarme contra ella. El punto a mi favor fue que ella tampoco lo esperó, así que pude propinarle dos golpes antes de que me contuviera. Maldita zorra, no dejaría que me humillara.

Su brazo en mi cuello apenas me permitía respirar, me removía bajo ella, pero era más fuerte y tenía más entrenamiento. Pero tenía tanta hambre, el agujero en mi estómago clamaba algo, lo que fuera… Lo que fuera. En un rápido movimiento mordí su brazo fuertemente.

—¡Hija de perra!

Aproveché su distracción para lanzarme de nuevo hacia ella, esta vez, pude morder su hombro. Estaba consciente de que mis acciones eran maníacas, pero lo único en lo que podía pensar era que moría de hambre y necesitaba comer.

Román me atrapó en un segundo, sus poderosos brazos inmovilizándome, luchaba con todas las fuerzas que tenía, pero su fuerza no se comparaba con la mía.

—Tengo hambre —lloriqueé, mi frustración externándose sin miramientos—. Solo un mordisco, ya no puedo más —jadeé—. Por favor, solo un poco.

Tanto Yoav como Sabina me miraron, conmocionados.

—Está loca.

Sabina me lanzó una mirada asqueada y se alejó de mí. Ahora que veía todo con más claridad, me di cuenta de que acababa de implorar por un trozo de carne… Humana. ¿Qué me pasaba? No tenía sentido, el hambre me controlaba.

—Te voy a soltar, Odele —susurró Román en mi oído—. Y te vas a comportar.

—No, por favor —imploré—. No sé de qué sea capaz, pero tengo mucha hambre.

Todos, incluyéndome, estábamos perplejos, nadie entendía qué pasaba, pero me aterraba pensar qué era lo que podía hacer si me soltaba.

Mis jadeos desesperados y quejidos frustrados eran lo único que resonaba en la habitación. Estaba a punto de perder la cabeza, era mi única certeza.

Yoav Lablé se acercó lentamente a mí, su mirada jamás dejando la mía, sus movimientos finos y calculados me calmaban, pero no lo suficiente. Lentamente, sacó del bolsillo de su gabardina una ciruela, al verla, mi estómago gruñó.

Estando a escasos metros de mí, Román me soltó, tomé la ciruela que me ofreció y la devoré en tres bocados. Eso solo avivó mi apetito.

—Necesito más.

—Tendrás más cuando aceptes —estaba a punto de replicar, pero me di por vencida y solo asentí—. Tenemos a un agente, Francisco, lleva cuatro meses, no hay mucho avance —explicó lentamente, como si fuera una niña—. Sigue al pie de la letra mis instrucciones y todo saldrá bien.  

—¿Cuánto tiempo estaré? —inquirí—. Si tu infiltrado lleva cuatro meses y cero avances, yo podría tardar años —mi estómago gruñó de nuevo—. Debí quedarme muerta.

—No moriste.

—¿Cómo sabes?

—Porque la gente muerta se queda muerta, Odele y yo te veo viva —gruñó—. Tal vez jamás te dispararon y todo fue un cuento tuyo —su mirada era un cuchillo—. Ha pasado una semana, muéstrame la herida.

Pero no había, ese era el problema. Lentamente, me levanté la playera para dejar al descubierto mi abdomen liso, sin relieves. El calor inundó mi rostro, la herida sería la única prueba de lo que pasó, pero no existía.

—No me lo explico.

—El juego que estás jugando es peligroso —murmuró Román—. Verdaderamente creí que estabas muriendo.

Ya ni siquiera repliqué.

Lo siguiente fue firmar mil documentos, escribir que estaba de acuerdo, aceptar las cláusulas y entregarme al diablo. Jugaría a ser la detective infiltrada, solo esperaba que mi bienvenida a “La Baraja” no fuera un tiro en la cabeza.

Cumplieron con su promesa, pues una vez que firmé el último papel, me dieron comida en cantidad exorbitante, lo más sorprendente fue que me comí hasta la última migaja. Y bebí como tres litros de agua.

Al final de la comida, Román y Sabina entraron, no se veían muy contentos el uno con el otro, bien.

—Debido a tu relación conmigo, se ha decidido que no puedes informarme directamente a mí —masculló—. Será a Sabina.

No, no aceptaría eso, preferiría morir.

—No, a ella no le dirigiré la palabra.

—Es eso o morir, perra.

—Que me torturen y maten, no hay problema.

—No lo aguantarías —amenazó Román.

—Ponme a prueba.

Nos miramos duramente, esta vez me obligué a aguantarle la mirada hasta el final. No supe cuánto tiempo estuvimos, pero fue Yoav quien rompió el silencio.

—Puede informarme a mí —dijo seriamente—. Cooperaré con lo necesario.

Convencer a Román fue difícil, pero al final el trato estaba cerrado.

Me infiltraría en “La Baraja” y Yoav sería mi única ancla con la realidad.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP

Capítulos relacionados

Último capítulo

Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP