Si se trataba de un proxeneta, era su día de suerte, me puse en bandeja de plata.
— Qui es vous? —su tono era ronco y grave, no había duda de que era un hombre—. Ils ont prévenu que vous as tué quelqu'un.
Algo que siempre detesté de mis años de formación, fue que mis padres solo me obligaron a aprender un idioma: Inglés. No era experta, pues dejé de practicarlo con los años, pero tenía nociones que me permitirían comunicarme en nuestro país vecino del norte: Walshe.
Pudiendo aprender francés, italiano o alemán, me quedé estancada en el inglés.
Para el día de hoy teníamos conexiones mucho más importantes con Gremia, Schweinzig y Etiale. Meza, mi país, era el más poderoso.
Eso era, debía estar en Etiale, el país vecino del sur de Meza. Y el tipo ese debía estar hablando francés.
—Sorry, I don`t speak… Your fucking language.
—Who are you? What are you doing here?
Ay, no sé ni por qué le hablé en inglés, después de todo, tampoco es como que hubiese poca gente que supiera español. Solo quería ir a casa.
—¿Sabes? —dije en un hilo de voz—. A la m****a. Solo hablo español, no sé qué dices.
—Estás arrestada.
Su acento me aceleró el corazón, de todo lo que dijo, solo esa frase me hizo cosquillear ¿Arrestada? ¡Alguien me mató! Deberían arrestar a mi asesino.
Intenté moverme de lugar para verle la cara, pero lo único que conseguí fue que soltara un gruñido y me tomara fuertemente del brazo jaloneándome.
—Párate recta, manos donde pueda verlas —sin entender del todo lo que estaba pasando, cumplí—. Merde ¿A quién mataste?
—Me mataron… O algo así —comuniqué en un hilo de voz—. No sé cómo llegué aquí ¿Eres un oficial? Necesito comunicarme con mi familia.
Alguien habló por radio, obviamente no entendí lo que dijeron, pero bastó para que me soltara.
—No te muevas.
Estaba de espaldas, pero pude guiarme por el oído, sus pisadas se alejaban, abrió la puerta del coche y respondió por el radio.
Tenía que aprovechar para correr, era mi oportunidad. Aunque no tenía fuerzas, el tipo seguro me alcanzaría en tres segundos y me vería más sospechosa.
Hice ademán de voltear hacia él, pero inmediatamente me congelé al escuchar el seguro de su arma. Ese tipo no estaba jugando.
De pronto sentí náuseas, mi visión se tornó borrosa y el mundo a mi alrededor giró. Un potente tirón en el estómago me hizo trastabillar y caí de rodillas.
—¿Cuál es tu maldito problema? —exclamé exasperada—. Si eres un puto policía deberías ayudarme.
El tipo insinuaba que era oficial, pero bien podría ser un enfermo que mataba jovencitas fingiendo que era un policía. De nuevo, y sin una pizca de gentileza, me jaloneó y revisó de pies a cabeza por encima de la ropa.
¿Qué se creía ese tipo? ¡No tenía ningún derecho para toquetearme así! Sin decirme una sola palabra, me juntó las manos en mi espalda, oí un sonido metálico y después colocó unas esposas en mis muñecas.
—Debiste llegar lo más lejos que pudieras —espetó—. Odele Conde, pagarás por tus crímenes.
¿Qué? Me removí, luché, pregunté qué m****a pasaba, pero el tipo solo me aventó a la parte trasera del automóvil. Mis preguntas no recibían respuesta, ¿de qué crimen hablaba?
Al final decidí callarme, más valía no decir algo que me pusiera en peor posición.
El viaje duró cerca de diez minutos, tiempo en el cual traté de entender lo que ocurría.
Etiale era el país vecino del sur, se podía llegar en auto, tren o avión, pero esas tres posibilidades incluían presentar documentos de identidad y estar vivo para cruzar.
Y eso no importaba tanto ahora, lo que necesitaba era regresar a Meza.
Me rehusaba a pronunciar el nombre de Román, era un general reconocido a nivel internacional, sacarlo a colación era un riesgo, tenía enemigos hasta debajo de las piedras y por mucho que me gustaría pensar que la policía era justa y vivían para proteger al civil, no era ingenua, sabía que muchos eran corruptos. Podrían dar el pitazo a alguna mafia o peor, a “La Baraja” y de estar arrestada, pasaría a ser prisionera.
Además, no sabía cuánto tiempo había pasado. El tiroteo pudo haber sido ayer o hace semanas. Por todos los cielos, incluso podría ser que Sabina y Román ya estuvieran comprometidos, casados incluso.
Sentía el estómago arder por la ira, aunque también podía deberse a que estaba famélica, no había pasado ni una hora desde que desperté, pero sentía un agujero, podría comerme una vaca. El tipo ese estacionó frente a la estación junto a las patrullas, abrió la puerta y salió exponiendo toda su anatomía. Madre santa, hombres así deberían estar prohibidos, hacen que una se desconcentre, que tenga pensamientos que solo deberían aparecer en situaciones específicas… No cuando estaba arrestada y temía por mi vida.—Tengo derechos —espeté mientras me llevaba al interior de la estación—. Quiero saber de qué se me acusa.De pronto, mis piernas flaquearon y mi cabeza dio vueltas, ya no pude mantenerme en pie.—Ya no puedo —jadeé, incluso hablar requería de mucho esfuerzo—. Me siento mal.El tipo titubeó un antes de bufar y apretar los labios, me tomó entre sus poderosos y cálidos brazos para levantarme con tanta facilidad como si fuera un peluche.Me llevó hasta una especie de recepción en l
Lo último que recordaba era a Román yéndose junto con Sabina mientras mi sangre se esparcía por el suelo y luego nada, todo era un vacío negro.La noticia me dejó tan impactada, que no pude hablar, me dejé arrastrar hasta el interior de un cuarto detrás de la recepción. Fue hasta que se cerró la puerta que pude reaccionar.—No conozco a ningún Hermann, ¿no escuchaste? —mi voz sonó más chillona de lo que planeé—. ¡Alguien me mató! ¡Me dispararon! Mi esposo me abandonó para irse con su amante. ¡Me dejó morir!El tipo apretaba con fuerza mi brazo, me estaba haciendo daño, no podía creer que, aún después de soportar el dolor de la bala atravesando mi cuerpo, pudiera verme afectada por sus dedos enterrándose en mi piel. Escocía, como si estuviera al rojo vivo y mi sangre se volviera de fuego.Una vez que me soltó, vi que estábamos en una especie de oficina, la luz de la lámpara en el escritorio era muy bajita, como si el foco estuviera librando su última batalla antes de fundirse. El tipo
Mi mirada se encontró con la azul gélida de Yoav, fue suficiente para congelarme. Pude notar un ligero cambio en él, casi como si verme le diera lástima. Entonces se dio cuenta de que estaba excesivamente cerca del escritorio y su semblante cambió radicalmente.—Deja eso —ordenó en un susurro que pareció más un gruñido—. No seas entrometida.Me aparté lo más que pude esperando que se tragara el cuento de que apenas iba a revisar y en realidad no vi nada. Percibí un retazo de culpa apareciendo en mi interior, pero lo deseché al instante, tenía todo el derecho de buscar respuestas.—Me dejaste encerrada —repuse mordaz—. No iba a quedarme sentada esperando a que vinieras por mí.—¿Cómo prendiste la luz? —cuestionó.—Magia.Me miró, incrédulo, como si no esperara esa respuesta.—Vámonos¿A dónde?Me pareció increíble que hablara español e inglés fluido. No quería menospreciar a los policías, pero la mayoría de los que conocía, solo hablaban el idioma del lugar en el que vivían. Así que e
La mayor parte del interrogatorio fueron gritos y ofensas.Sabina desde el principio fue a la pregunta: «¿Por qué mataste a Hermann?» Ni siquiera preguntó si era culpable o no. Ella ya había decidido que yo era la asesina.—Escúchame bien, perra asesina —Sabina golpeó la mesa que nos separaba y el sonido retumbó en la habitación—. Sabemos que fuiste tú, mientras más rápido cooperes, menor será el castigo. Yoav no hacía más que recargarse en la pared y observar detenidamente. Su ecuanimidad era admirable, sabía que, teniendo un testigo, más adelante podría demandar el pésimo trato al que estaba siendo sometida.Ella quería respuestas, yo también. No entendía por qué estaba viva, cómo llegué a Etiale y por qué tenía esa ropa. Y más que nada, ¿por qué me acusaban de matar a Hermann?Espontáneamente mi mano tocó la piel en dónde debería estar la bala, o al menos el agujero de bala. Lisa y sin imperfecciones.Sabina seguía gritando y diciendo cosas, lo sabía porque veía su boca moverse y
—Dijiste que no conoces a Hermann Meyer.—Y no lo hago.—Pero conoces a los Meyer.—Sé que existen.—Ya —Yoav me miró, desconfiado—. ¿No son algo así como los contrincantes de tus padres?—Ambos compitieron por la candidatura y eso ya tiene año y medio —respondí quedamente—. Yo nunca conocí a los Meyer, escapé de casa a los dieciocho y solo regresé para…Yoav me miró con la ceja arqueada.—Casarme.Revisó una carpeta con documentos que no había visto. ¿Documentos míos? ¿Qué tanto podrían averiguar de mí? Yo no ocultaba nada, era la niña buena que parecía buena y lo era.—El cuerpo de Hermann fue hallado en la frontera con Etiale —Yoav hablaba con tal calma, que me iba a hacer perder la paciencia—. Y tú eres la única sospechosa.—Hermann pudo hacerse enemigos durante su campaña —expliqué, estresada—. ¿Por qué no buscan…?—Hermann es el hijo, no el padre.¿Qué? Oh, por dios, ni siquiera sabía que tenía hijo. —Mira, no es invento mío que morí —dije, suplicante—. No estaba en condicione
Era el malo, el traidor. El hijo de puta más grande que había conocido.Tan alto e imponente, cualquier rastro de palabras murió en mis labios al verlo.Cerró la puerta, caminó hacia la mesa y tomó asiento.Mi corazón dio un vuelco en mi pecho, tan atractivo, con su porte imponente, su cuerpo moldeado a la perfección. Era un maldito, jamás podría perdonarlo, así que cuando sonrío intentando ser amigable, lejos de sentirme tranquila, quise matarlo.—Odele, mi amor —el tono en su voz me provocó un cosquilleo que hice desaparecer—. Siéntate.—Vete a la mierda.Me regaló una mueca desaprobatoria. Él nunca quiso que yo fuera como la gente que frecuentaba: Mal hablada, sin educación, sarcástica, burlona. Y yo como una idiota era la esposa ejemplar abnegada a su esposo. Pero ya no más.Lo que más odiaba de Román era que no había forma alguna de decirle que no, siempre lograba lo que se proponía.Ahora, me miraba enojado, sus ojos ámbar reprochando que estaba actuando como una niña malcriada,
Al ver el semblante serio de Román supe que no era una broma. Mis risas murieron y me sentí desfallecer.Se quedó en silencio un rato, entonces sacó de su bolsillo una carta. Sin decir palabra, la puso frente a mí.Era hermosa, los dibujos estaban perfectamente delineados, estaba impecable, esmaltada. Tenía que ser nueva. Me sentí tentada a tocarla, sin embargo, mantuve mis manos apartadas, algo me dijo que no era buena idea.La reina de corazones tenía un porte magnífico, su vestido tenía adornos tan meticulosos, que parecían hechos a mano.—Hermann tenía esto cuando lo encontramos. Una pequeña sonrisa apareció en mi rostro, por un momento sintiéndome salvada.—Fue La Baraja —señalé la carta—. Esa es la prueba.—¿Perteneces a La Baraja, Odele? —su tono fue ruin, cruel—. Nadie sabe de esto Odele, tomé la carta y la escondí. Fuiste la última que estuvo con Hermann dime ahora si perteneces a la organización.—¡No!Entonces lo entendía, de cualquier forma estaba jodida, Román podía aca
Caminaba hacia camerinos con el corazón desbordando felicidad, pues mi debut en la prestigiosa Compañía de Danza Aérea de Meza fue un éxito.Desde niña tuve el sueño de ser la mejor bailarina de danza aérea del país, hoy apenas tuve un solo de tres minutos, pero en algún momento sería protagonista. Además, me emocionaba saber que mi marido pudo verme en acción, cada movimiento se lo dediqué y esperaba que estuviera tan orgulloso de mí, como yo de él.Román Arreola era uno de los generales más respetados del ejército de Meza, un hombre atractivo, imponente, frío y seductor. Su mirada ámbar podía ser despiadada con sus enemigos, pero dulce con la gente que quería. Su mera presencia cautivaba a cualquiera.Era la fantasía de cualquier mujer, el terror de los criminales, la justicia de los inocentes. Se rumoreaba incluso que, entre las mafias, lo apodaban “El Cazador”.Y lo amaba, pensaba que él también me amaba, pero no siempre fue así.Nuestro matrimonio fue fruto de un arreglo al que m