Capítulo 2

Si se trataba de un proxeneta, era su día de suerte, me puse en bandeja de plata.

— Qui es vous? —su tono era ronco y grave, no había duda de que era un hombre—. Ils ont prévenu que vous as tué quelqu'un.

Algo que siempre detesté de mis años de formación, fue que mis padres solo me obligaron a aprender un idioma: Inglés. No era experta, pues dejé de practicarlo con los años, pero tenía nociones que me permitirían comunicarme en nuestro país vecino del norte: Walshe.

Pudiendo aprender francés, italiano o alemán, me quedé estancada en el inglés.

Para el día de hoy teníamos conexiones mucho más importantes con Gremia, Schweinzig y Etiale. Meza, mi país, era el más poderoso.

Eso era, debía estar en Etiale, el país vecino del sur de Meza. Y el tipo ese debía estar hablando francés.

—Sorry, I don`t speak… Your fucking language.

—Who are you? What are you doing here?

Ay, no sé ni por qué le hablé en inglés, después de todo, tampoco es como que hubiese poca gente que supiera español. Solo quería ir a casa.

—¿Sabes? —dije en un hilo de voz—. A la m****a. Solo hablo español, no sé qué dices.

—Estás arrestada.

Su acento me aceleró el corazón, de todo lo que dijo, solo esa frase me hizo cosquillear ¿Arrestada? ¡Alguien me mató! Deberían arrestar a mi asesino.

Intenté moverme de lugar para verle la cara, pero lo único que conseguí fue que soltara un gruñido y me tomara fuertemente del brazo jaloneándome.

—Párate recta, manos donde pueda verlas —sin entender del todo lo que estaba pasando, cumplí—. Merde ¿A quién mataste?

—Me mataron… O algo así —comuniqué en un hilo de voz—. No sé cómo llegué aquí ¿Eres un oficial? Necesito comunicarme con mi familia.

Alguien habló por radio, obviamente no entendí lo que dijeron, pero bastó para que me soltara.

—No te muevas.

Estaba de espaldas, pero pude guiarme por el oído, sus pisadas se alejaban, abrió la puerta del coche y respondió por el radio.

Tenía que aprovechar para correr, era mi oportunidad. Aunque no tenía fuerzas, el tipo seguro me alcanzaría en tres segundos y me vería más sospechosa.

Hice ademán de voltear hacia él, pero inmediatamente me congelé al escuchar el seguro de su arma. Ese tipo no estaba jugando.

De pronto sentí náuseas, mi visión se tornó borrosa y el mundo a mi alrededor giró. Un potente tirón en el estómago me hizo trastabillar y caí de rodillas.

—¿Cuál es tu maldito problema? —exclamé exasperada—. Si eres un puto policía deberías ayudarme.

El tipo insinuaba que era oficial, pero bien podría ser un enfermo que mataba jovencitas fingiendo que era un policía. De nuevo, y sin una pizca de gentileza, me jaloneó y revisó de pies a cabeza por encima de la ropa.

¿Qué se creía ese tipo? ¡No tenía ningún derecho para toquetearme así! Sin decirme una sola palabra, me juntó las manos en mi espalda, oí un sonido metálico y después colocó unas esposas en mis muñecas.

—Debiste llegar lo más lejos que pudieras —espetó—. Odele Conde, pagarás por tus crímenes. 

¿Qué? Me removí, luché, pregunté qué m****a pasaba, pero el tipo solo me aventó a la parte trasera del automóvil. Mis preguntas no recibían respuesta, ¿de qué crimen hablaba?

Al final decidí callarme, más valía no decir algo que me pusiera en peor posición.

El viaje duró cerca de diez minutos, tiempo en el cual traté de entender lo que ocurría.

Etiale era el país vecino del sur, se podía llegar en auto, tren o avión, pero esas tres posibilidades incluían presentar documentos de identidad y estar vivo para cruzar.

Y eso no importaba tanto ahora, lo que necesitaba era regresar a Meza.

Me rehusaba a pronunciar el nombre de Román, era un general reconocido a nivel internacional, sacarlo a colación era un riesgo, tenía enemigos hasta debajo de las piedras y por mucho que me gustaría pensar que la policía era justa y vivían para proteger al civil, no era ingenua, sabía que muchos eran corruptos. Podrían dar el pitazo a alguna mafia o peor, a “La Baraja” y de estar arrestada, pasaría a ser prisionera.  

Además, no sabía cuánto tiempo había pasado. El tiroteo pudo haber sido ayer o hace semanas. Por todos los cielos, incluso podría ser que Sabina y Román ya estuvieran comprometidos, casados incluso.

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