Capítulo 7

—Dijiste que no conoces a Hermann Meyer.

—Y no lo hago.

—Pero conoces a los Meyer.

—Sé que existen.

—Ya —Yoav me miró, desconfiado—. ¿No son algo así como los contrincantes de tus padres?

—Ambos compitieron por la candidatura y eso ya tiene año y medio —respondí quedamente—. Yo nunca conocí a los Meyer, escapé de casa a los dieciocho y solo regresé para…

Yoav me miró con la ceja arqueada.

—Casarme.

Revisó una carpeta con documentos que no había visto. ¿Documentos míos? ¿Qué tanto podrían averiguar de mí? Yo no ocultaba nada, era la niña buena que parecía buena y lo era.

—El cuerpo de Hermann fue hallado en la frontera con Etiale —Yoav hablaba con tal calma, que me iba a hacer perder la paciencia—. Y tú eres la única sospechosa.

—Hermann pudo hacerse enemigos durante su campaña —expliqué, estresada—. ¿Por qué no buscan…?

—Hermann es el hijo, no el padre.

¿Qué? Oh, por dios, ni siquiera sabía que tenía hijo.  

—Mira, no es invento mío que morí —dije, suplicante—. No estaba en condiciones de matar a nadie.

Yoav guardó silencio por un tiempo, mirándome fijamente esperando a que tal vez dijera algo por presión. Al final, apartó la mirada y suspiró entre cansado y derrotado, abrió el folder y sacó una fotografía en blanco y negro de mala calidad.

—Fue captado —explicó impaciente—.Eres la principal sospechosa y créeme, nadie va a parar hasta encontrar una explicación lógica. Y nadie sentirá pena por ti.

La fotografía fue ampliada, también por eso se veía de mala calidad, pero me reconocí a la perfección. Mi leotardo estaba cubierto de sangre, un hilillo corría por mi boca. Pero lo misterioso de todo era que alguien me arrastraba por la calle. El tipo en cuestión era un desconocido para mí, apenas se veía la mitad de su cara.

Sin que alguien me lo dijera, llegué a la conclusión: Ese era Hermann Meyer.

Así que por eso todos pensaban que yo lo maté.

—Jamás en mi vida lo había visto —mi voz sonaba desesperada—. Lo juro. Mi padre es quien conoce a Meyer, yo no.

—Tu padre también será interrogado —Yoav arqueó una ceja—. Resultará difícil porque es más… Poderoso.

No consideraría que mi padre era poderoso, tenía dinero porque la Hacienda era próspera y ahora era gobernador, pero de eso a poderoso había una gran brecha.  

—¿Es que no lo ves? —señalé la fotografía—. Estaba muerta.

—Un muerto no revive.

—Exacto —me recargo en el respaldo de la silla—. Deberían investigar eso en lugar de acosarme.

Ahora que lo pensaba, tal vez fui inculpada. Las tensiones entre los Conde y los Meyer no eran secreto, tal vez alguien se beneficiaría con una guerra entre ambas familias y la mejor forma de crearla era haciendo creer que nos matamos entre nosotros.

—Dime qué escondes para poder ayudarte.   

Bufé, enfadada y en parte burlona. Nadie me quería ayudar. Algo muy grande estaba pasando, no era del tipo paranoica, pero la teoría cobraba más fuerza.

Yoav abrió la boca como si quisiera decir algo, pero de pronto se abrió la puerta y una chica delgada, peinado con coleta de caballo, lentes redondos y una bata blanca impecable se asomó.

—Los análisis salieron —informó ecuánime—. La sangre en la playera es de Hermann Meyer.

No, eso no podía ser. Alguien me inculpó. No sé qué habrá hecho Hermann conmigo, pero yo no hice nada con él. Alguien debió matarlo y me vistió con la ropa manchada para que todo apuntara a mí.

Sí, la conspiración debía ser real. Y era una tontería porque papá no era gánster, los Meyer no lo sabía, pero los Conde perderían si de repente se les ocurría atacar de la nada.

Tal vez, al ver que ya estaba muerta, decidieron matar a Hermann, todos creen que nos matamos y al no estar presentes, no podríamos defendernos. Excepto que yo estaba viva y podía limpiar mi nombre.

Yoav salió, llevaba un buen rato en la maldita sala, la sed se volvía insoportable y el hambre voraz me carcomía por dentro. Estaba famélica, sentía que en cualquier momento me pondría… Agresiva.

Para entretenerme, me obligué a recordar lo que sabía acerca del ejército, de las familias poderosas de Meza, de “La Baraja”.

El ejército se dividía en la marina, infantería y fuerza aérea. Román era un general, un tipo que había peleado en guerras contra bandas criminales, gente verdaderamente trastornada y sin sentido de la moral, su obsesión por desmantelar a “La Baraja” se volvía enfermiza. «Ninguna mafia ha sido tan problemática», solía decir. «Me alegraré cuando caiga».

Había familias criminales tan cuidadosas, que por mucho que supiéramos que hacían cosas ilegales, no había forma de hilar crímenes hacia ellos. Se paseaban tranquilamente por el país sin obtener castigo. Los Arango, Carrillo, Schürmann, tal vez ellos mataron a Hermann, pero no se me ocurría qué beneficio tendrían.  

La puerta se abrió de un tajo mientras rascaba el suelo ansiosamente.

Román me miró desde el umbral de la puerta, su mirada gélida y profunda me recorrió, analizándome. Me puse de pie y me alejé lo más que pude en un acto reflejo por protegerme.

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