—Dijiste que no conoces a Hermann Meyer.
—Y no lo hago.
—Pero conoces a los Meyer.
—Sé que existen.
—Ya —Yoav me miró, desconfiado—. ¿No son algo así como los contrincantes de tus padres?
—Ambos compitieron por la candidatura y eso ya tiene año y medio —respondí quedamente—. Yo nunca conocí a los Meyer, escapé de casa a los dieciocho y solo regresé para…
Yoav me miró con la ceja arqueada.
—Casarme.
Revisó una carpeta con documentos que no había visto. ¿Documentos míos? ¿Qué tanto podrían averiguar de mí? Yo no ocultaba nada, era la niña buena que parecía buena y lo era.
—El cuerpo de Hermann fue hallado en la frontera con Etiale —Yoav hablaba con tal calma, que me iba a hacer perder la paciencia—. Y tú eres la única sospechosa.
—Hermann pudo hacerse enemigos durante su campaña —expliqué, estresada—. ¿Por qué no buscan…?
—Hermann es el hijo, no el padre.
¿Qué? Oh, por dios, ni siquiera sabía que tenía hijo.
—Mira, no es invento mío que morí —dije, suplicante—. No estaba en condiciones de matar a nadie.
Yoav guardó silencio por un tiempo, mirándome fijamente esperando a que tal vez dijera algo por presión. Al final, apartó la mirada y suspiró entre cansado y derrotado, abrió el folder y sacó una fotografía en blanco y negro de mala calidad.
—Fue captado —explicó impaciente—.Eres la principal sospechosa y créeme, nadie va a parar hasta encontrar una explicación lógica. Y nadie sentirá pena por ti.
La fotografía fue ampliada, también por eso se veía de mala calidad, pero me reconocí a la perfección. Mi leotardo estaba cubierto de sangre, un hilillo corría por mi boca. Pero lo misterioso de todo era que alguien me arrastraba por la calle. El tipo en cuestión era un desconocido para mí, apenas se veía la mitad de su cara.
Sin que alguien me lo dijera, llegué a la conclusión: Ese era Hermann Meyer.
Así que por eso todos pensaban que yo lo maté.
—Jamás en mi vida lo había visto —mi voz sonaba desesperada—. Lo juro. Mi padre es quien conoce a Meyer, yo no.
—Tu padre también será interrogado —Yoav arqueó una ceja—. Resultará difícil porque es más… Poderoso.
No consideraría que mi padre era poderoso, tenía dinero porque la Hacienda era próspera y ahora era gobernador, pero de eso a poderoso había una gran brecha.
—¿Es que no lo ves? —señalé la fotografía—. Estaba muerta.
—Un muerto no revive.
—Exacto —me recargo en el respaldo de la silla—. Deberían investigar eso en lugar de acosarme.
Ahora que lo pensaba, tal vez fui inculpada. Las tensiones entre los Conde y los Meyer no eran secreto, tal vez alguien se beneficiaría con una guerra entre ambas familias y la mejor forma de crearla era haciendo creer que nos matamos entre nosotros.
—Dime qué escondes para poder ayudarte.
Bufé, enfadada y en parte burlona. Nadie me quería ayudar. Algo muy grande estaba pasando, no era del tipo paranoica, pero la teoría cobraba más fuerza.
Yoav abrió la boca como si quisiera decir algo, pero de pronto se abrió la puerta y una chica delgada, peinado con coleta de caballo, lentes redondos y una bata blanca impecable se asomó.
—Los análisis salieron —informó ecuánime—. La sangre en la playera es de Hermann Meyer.
No, eso no podía ser. Alguien me inculpó. No sé qué habrá hecho Hermann conmigo, pero yo no hice nada con él. Alguien debió matarlo y me vistió con la ropa manchada para que todo apuntara a mí.
Sí, la conspiración debía ser real. Y era una tontería porque papá no era gánster, los Meyer no lo sabía, pero los Conde perderían si de repente se les ocurría atacar de la nada.
Tal vez, al ver que ya estaba muerta, decidieron matar a Hermann, todos creen que nos matamos y al no estar presentes, no podríamos defendernos. Excepto que yo estaba viva y podía limpiar mi nombre.
Yoav salió, llevaba un buen rato en la maldita sala, la sed se volvía insoportable y el hambre voraz me carcomía por dentro. Estaba famélica, sentía que en cualquier momento me pondría… Agresiva.
Para entretenerme, me obligué a recordar lo que sabía acerca del ejército, de las familias poderosas de Meza, de “La Baraja”.
El ejército se dividía en la marina, infantería y fuerza aérea. Román era un general, un tipo que había peleado en guerras contra bandas criminales, gente verdaderamente trastornada y sin sentido de la moral, su obsesión por desmantelar a “La Baraja” se volvía enfermiza. «Ninguna mafia ha sido tan problemática», solía decir. «Me alegraré cuando caiga».
Había familias criminales tan cuidadosas, que por mucho que supiéramos que hacían cosas ilegales, no había forma de hilar crímenes hacia ellos. Se paseaban tranquilamente por el país sin obtener castigo. Los Arango, Carrillo, Schürmann, tal vez ellos mataron a Hermann, pero no se me ocurría qué beneficio tendrían.
La puerta se abrió de un tajo mientras rascaba el suelo ansiosamente.
Román me miró desde el umbral de la puerta, su mirada gélida y profunda me recorrió, analizándome. Me puse de pie y me alejé lo más que pude en un acto reflejo por protegerme.
Era el malo, el traidor. El hijo de puta más grande que había conocido.Tan alto e imponente, cualquier rastro de palabras murió en mis labios al verlo.Cerró la puerta, caminó hacia la mesa y tomó asiento.Mi corazón dio un vuelco en mi pecho, tan atractivo, con su porte imponente, su cuerpo moldeado a la perfección. Era un maldito, jamás podría perdonarlo, así que cuando sonrío intentando ser amigable, lejos de sentirme tranquila, quise matarlo.—Odele, mi amor —el tono en su voz me provocó un cosquilleo que hice desaparecer—. Siéntate.—Vete a la mierda.Me regaló una mueca desaprobatoria. Él nunca quiso que yo fuera como la gente que frecuentaba: Mal hablada, sin educación, sarcástica, burlona. Y yo como una idiota era la esposa ejemplar abnegada a su esposo. Pero ya no más.Lo que más odiaba de Román era que no había forma alguna de decirle que no, siempre lograba lo que se proponía.Ahora, me miraba enojado, sus ojos ámbar reprochando que estaba actuando como una niña malcriada,
Al ver el semblante serio de Román supe que no era una broma. Mis risas murieron y me sentí desfallecer.Se quedó en silencio un rato, entonces sacó de su bolsillo una carta. Sin decir palabra, la puso frente a mí.Era hermosa, los dibujos estaban perfectamente delineados, estaba impecable, esmaltada. Tenía que ser nueva. Me sentí tentada a tocarla, sin embargo, mantuve mis manos apartadas, algo me dijo que no era buena idea.La reina de corazones tenía un porte magnífico, su vestido tenía adornos tan meticulosos, que parecían hechos a mano.—Hermann tenía esto cuando lo encontramos. Una pequeña sonrisa apareció en mi rostro, por un momento sintiéndome salvada.—Fue La Baraja —señalé la carta—. Esa es la prueba.—¿Perteneces a La Baraja, Odele? —su tono fue ruin, cruel—. Nadie sabe de esto Odele, tomé la carta y la escondí. Fuiste la última que estuvo con Hermann dime ahora si perteneces a la organización.—¡No!Entonces lo entendía, de cualquier forma estaba jodida, Román podía aca
Caminaba hacia camerinos con el corazón desbordando felicidad, pues mi debut en la prestigiosa Compañía de Danza Aérea de Meza fue un éxito.Desde niña tuve el sueño de ser la mejor bailarina de danza aérea del país, hoy apenas tuve un solo de tres minutos, pero en algún momento sería protagonista. Además, me emocionaba saber que mi marido pudo verme en acción, cada movimiento se lo dediqué y esperaba que estuviera tan orgulloso de mí, como yo de él.Román Arreola era uno de los generales más respetados del ejército de Meza, un hombre atractivo, imponente, frío y seductor. Su mirada ámbar podía ser despiadada con sus enemigos, pero dulce con la gente que quería. Su mera presencia cautivaba a cualquiera.Era la fantasía de cualquier mujer, el terror de los criminales, la justicia de los inocentes. Se rumoreaba incluso que, entre las mafias, lo apodaban “El Cazador”.Y lo amaba, pensaba que él también me amaba, pero no siempre fue así.Nuestro matrimonio fue fruto de un arreglo al que m
El olor fétido pegó de lleno en mis fosas nasales, se mezcló con un aroma metálico que podría haberme hecho vomitar de no ser porque en ese momento no tenía fuerzas para hacerlo.Abrir los párpados fue un martirio, pues ante cualquier esfuerzo mi cabeza punzaba duramente, rebotaban de un lado a otro en mi cráneo.Me sentía exhausta, incluso respirar se me dificultaba, pero conforme más era consciente del aire entrando y saliendo de mis pulmones, más recuperaba fuerzas, el latido de mi corazón bombeaba sangre a cada parte de mi ser, escuchaba el eco de los pálpitos. ¡Sangre!Sentir mi pulso me hizo ver que estaba… Viva.Respiraba, me movía, veía, sentía. Eso fue lo peor, porque, así como me hacía consciente de la parte física, también lo hacía de mis pensamientos, mis recuerdos. La realidad de la traición y la humillación.Moví un pie, luego el otro y poco a poco, mis muñecas despertaron. Ponerme de pie fue difícil, tuve que agarrarme de la pared más cercana y poner todo mi esfuerzo en
Si se trataba de un proxeneta, era su día de suerte, me puse en bandeja de plata.— Qui es vous? —su tono era ronco y grave, no había duda de que era un hombre—. Ils ont prévenu que vous as tué quelqu'un.Algo que siempre detesté de mis años de formación, fue que mis padres solo me obligaron a aprender un idioma: Inglés. No era experta, pues dejé de practicarlo con los años, pero tenía nociones que me permitirían comunicarme en nuestro país vecino del norte: Walshe.Pudiendo aprender francés, italiano o alemán, me quedé estancada en el inglés.Para el día de hoy teníamos conexiones mucho más importantes con Gremia, Schweinzig y Etiale. Meza, mi país, era el más poderoso.Eso era, debía estar en Etiale, el país vecino del sur de Meza. Y el tipo ese debía estar hablando francés.—Sorry, I don`t speak… Your fucking language.—Who are you? What are you doing here?Ay, no sé ni por qué le hablé en inglés, después de todo, tampoco es como que hubiese poca gente que supiera español. Solo que
Sentía el estómago arder por la ira, aunque también podía deberse a que estaba famélica, no había pasado ni una hora desde que desperté, pero sentía un agujero, podría comerme una vaca. El tipo ese estacionó frente a la estación junto a las patrullas, abrió la puerta y salió exponiendo toda su anatomía. Madre santa, hombres así deberían estar prohibidos, hacen que una se desconcentre, que tenga pensamientos que solo deberían aparecer en situaciones específicas… No cuando estaba arrestada y temía por mi vida.—Tengo derechos —espeté mientras me llevaba al interior de la estación—. Quiero saber de qué se me acusa.De pronto, mis piernas flaquearon y mi cabeza dio vueltas, ya no pude mantenerme en pie.—Ya no puedo —jadeé, incluso hablar requería de mucho esfuerzo—. Me siento mal.El tipo titubeó un antes de bufar y apretar los labios, me tomó entre sus poderosos y cálidos brazos para levantarme con tanta facilidad como si fuera un peluche.Me llevó hasta una especie de recepción en l
Lo último que recordaba era a Román yéndose junto con Sabina mientras mi sangre se esparcía por el suelo y luego nada, todo era un vacío negro.La noticia me dejó tan impactada, que no pude hablar, me dejé arrastrar hasta el interior de un cuarto detrás de la recepción. Fue hasta que se cerró la puerta que pude reaccionar.—No conozco a ningún Hermann, ¿no escuchaste? —mi voz sonó más chillona de lo que planeé—. ¡Alguien me mató! ¡Me dispararon! Mi esposo me abandonó para irse con su amante. ¡Me dejó morir!El tipo apretaba con fuerza mi brazo, me estaba haciendo daño, no podía creer que, aún después de soportar el dolor de la bala atravesando mi cuerpo, pudiera verme afectada por sus dedos enterrándose en mi piel. Escocía, como si estuviera al rojo vivo y mi sangre se volviera de fuego.Una vez que me soltó, vi que estábamos en una especie de oficina, la luz de la lámpara en el escritorio era muy bajita, como si el foco estuviera librando su última batalla antes de fundirse. El tipo
Mi mirada se encontró con la azul gélida de Yoav, fue suficiente para congelarme. Pude notar un ligero cambio en él, casi como si verme le diera lástima. Entonces se dio cuenta de que estaba excesivamente cerca del escritorio y su semblante cambió radicalmente.—Deja eso —ordenó en un susurro que pareció más un gruñido—. No seas entrometida.Me aparté lo más que pude esperando que se tragara el cuento de que apenas iba a revisar y en realidad no vi nada. Percibí un retazo de culpa apareciendo en mi interior, pero lo deseché al instante, tenía todo el derecho de buscar respuestas.—Me dejaste encerrada —repuse mordaz—. No iba a quedarme sentada esperando a que vinieras por mí.—¿Cómo prendiste la luz? —cuestionó.—Magia.Me miró, incrédulo, como si no esperara esa respuesta.—Vámonos¿A dónde?Me pareció increíble que hablara español e inglés fluido. No quería menospreciar a los policías, pero la mayoría de los que conocía, solo hablaban el idioma del lugar en el que vivían. Así que e