Caminaba hacia camerinos con el corazón desbordando felicidad, pues mi debut en la prestigiosa Compañía de Danza Aérea de Meza fue un éxito.
Desde niña tuve el sueño de ser la mejor bailarina de danza aérea del país, hoy apenas tuve un solo de tres minutos, pero en algún momento sería protagonista. Además, me emocionaba saber que mi marido pudo verme en acción, cada movimiento se lo dediqué y esperaba que estuviera tan orgulloso de mí, como yo de él.
Román Arreola era uno de los generales más respetados del ejército de Meza, un hombre atractivo, imponente, frío y seductor. Su mirada ámbar podía ser despiadada con sus enemigos, pero dulce con la gente que quería. Su mera presencia cautivaba a cualquiera.
Era la fantasía de cualquier mujer, el terror de los criminales, la justicia de los inocentes. Se rumoreaba incluso que, entre las mafias, lo apodaban “El Cazador”.
Y lo amaba, pensaba que él también me amaba, pero no siempre fue así.
Nuestro matrimonio fue fruto de un arreglo al que mi padre, Ignacio Conde, tuvo que acceder. Papá siempre fue un buen hombre, preocupado por los suyos y trabajador, tenía un gran corazón por lo que, cuando nuestra hacienda tuvo problemas para prosperar, mi padre recurrió a Félix Carrillo para solicitar un préstamo.
Félix tenía fama de prestamista, sin embargo, los rumores sobre negocios ilegales eran lo suficientemente fuertes como para ser precavidos. Descubrimos su faceta oscura cuando papá se las vio difícil para pagar el préstamo y tuvo que hacerle varios “favores” inmorales.
Al verse descubierto por los agentes que estaban tras Félix, papá se enfrentó a dos opciones: Entregar a Félix o ser despojado de la hacienda, terminar en la cárcel y echar nuestra vida por la borda.
Al final, Félix fue arrestado, la hacienda prosperó como nunca y yo terminé casada con Román, el comandante que estuvo al mando del caso Félix Carrillo.
Nadie, excepto mi hermano menor, se opuso a tal unión, pues era una táctica para tenerme de rehén y evitar que mi padre sucumbiera de nuevo al camino del mal. Y al principio lo vi como un castigo, me sentía una prisionera, pero poco a poco encontramos el ritmo y ahora, cuatro años después, podía decir que amaba a Román.
Estaba impaciente por verlo, últimamente estaba muy inmiscuido en el caso de una organización emergente denominada “La Baraja”, nunca lo vi tan estresado, pero prometió que me vería en el debut.
—¡Oh, por dios! —gritó una de mis compañeras al abrir la puerta de su camerino—. ¿Qué carajo?
Enfadada, se alejó casi empujándome con el hombro, al echar una rápida mirada, pude ver a Román y otra mujer.
Mi corazón cayó a mis pies, un dolor agudo y profundo perforó mi pecho mientras trataba de procesarlo. ¿Qué hacían ahí? Estaba desnudos y… Se la estaba follando. Mis piernas perdieron fuerza, me tambaleé y tuve que sostenerme para evitar caer.
Mi mirada se encontró con la de Román, lo más doloroso fue que no vi culpa o vergüenza, solo una profunda irritación.
Di media vuelta y choqué con uno de mis compañeros, preguntó algo, pero mi mente estaba muy lejos de ahí. Cada respiración quemaba, mi pecho punzaba duramente mientras me alejaba como podía.
¿Por qué? ¿Qué había hecho yo? ¿Qué hice mal? Pensaba que estábamos bien, que nuestro matrimonio podía funcionar… Pero estaba follando con ella.
Su nombre era Sabina Lara, la conocía de vista. Sabía que era parte del equipo de Román, sin embargo, no era un secreto que era la envidia de las mujeres y codicia de los hombres, ¿cómo pude ser tan ciega?
Llegué al exterior, el aire fresco acuchillando mis mejillas y permitiendo aclarar mis pensamientos. No podía permitir eso, mi dignidad y mi salud emocional estaban por el suelo, estos últimos cuatro años se habían ido a la basura.
Apenas estaba reponiéndome, cuando Román apareció.
—¡Vete a la m****a, hijo de puta! —exclamé con todo el dolor que sentía—. Eres un maldito, arrogante, infiel…
—Odele, cálmate.
¿Cómo podía calmarme si acaba de apuñalarme el corazón?
—¿Por qué, Román? —cuestioné, frustrada—. ¿Qué hice mal?
—Lo nuestro es un arreglo —comentó tranquilamente—. Ya lo sabías.
—¿Todo este tiempo ha sido así? —inquirí—. Pudiste haber dicho que no me amabas, que solo eras amable, lo que estuvimos viviendo, lo que hicimos…
—Nunca dije que te amara.
Era verdad, jamás fue para decir un simple “te quiero”, fue amable, cariñoso por momentos, proveedor, me dio los mejores orgasmos de mi vida y prometió que a su lado siempre estaría segura. ¿Fui yo quien se inventó el cuento de amor? Maldita ingenua.
—¡Pues yo sí te amé!
Las lágrimas corrían por mis mejillas, quemaban como si fueran ácido, aún seguía con el leotardo y la gabardina para taparme del frío, debía ser una escena ridícula.
Su mirada tuvo un efímero brillo de lástima, pero lo demás fue fastidio. Sabina Lara apareció de repente, su cuerpo escultural y el rostro de ángel por poco mi hizo perder los estribos.
—Eres una…
Llegaron de improviso, fue una camioneta blindada de la que bajaron dos hombres y una mujer. Todo ocurrió en cuestión de segundos, pues uno de ellos apuntó con el arma y apenas pude gritar una advertencia.
Román ni siquiera volteó, simplemente se lanzó hacia Sabina protegiéndola con su poderoso cuerpo.
La bala atravesó mi abdomen provocando un latigazo de dolor que hizo eco en cada parte de mi ser, mientras el sufrimiento se apoderaba de mí, me odié a mí misma por permitirme amar al hombre que, indirectamente, había causado mi muerte.
Porque él prefirió salvarla a ella, ni siquiera dudó. Cuando de no haber sido por mi advertencia, sería él quien estuviera yaciendo en el piso desangrándose, luchando ferviente por su vida.
Aún moribunda, no podía creer que Román me hubiese traicionado de esa manera. Tenía que ser un error, debía haber una explicación. Ahora iba a morir, se libraría de mí y se iría a vivir un sueño de lujuria y excesos al lado de Sabina Lara, la teniente capaz, disciplinada y una “diosa del sexo”.
Mi marido se alzó sobre mí, su mirada analítica observando la herida de la que la sangre manaba a borbotones. Se arremangó la camisa y con su saco ejerció presión sobre la herida en un vano intento por detener la hemorragia; lo único que logró fue ocasionar más dolor, uno que se esparció sin piedad por cada fibra nerviosa de mi débil y moribundo ser. Quise gritar, pero ni siquiera tuve fuerzas para ello.
Su imagen era un deleite, quería odiarlo con todo mi ser en ese momento, pero no podía, era tal mi desesperación, que imploré que su imagen fuera lo último que viera antes de morir.
Una segunda detonación hizo que Román se pusiera en guardia. Quería morir tranquila, viéndome y engañándome con la idea de que siempre me quiso, pero en mi mente solo veía imágenes de él embistiéndola salvajemente después de probar ávidamente su centro mientras ella gritaba de placer pidiendo más.
Ni siquiera me vio bailar, él sabía lo mucho que me ilusionaba presentarme en un escenario… Pero prefirió follarse a la teniente.
—Respira, Odele —su voz, tan grave y firme, me hizo aspirar duramente—. No cierres los putos ojos.
Es que ya no podía más, pero obedecí la orden, perdiéndome en su mirada.
Sabina apareció de repente en mi campo de visión, su cabello castaño caoba perfectamente peinado y sus labios rojos carnosos me hicieron enfadar.
Los odiaba a ambos.
Le dijo algo a Román que no alcancé a escuchar, le tendió la mano y Román la tomó, ambos alejándose, corriendo sin mirar atrás.
Iba a morir en soledad.
En ese momento agradecí a cualquier ser superior o fuerza de la naturaleza que quisiera escucharme, pues la ventaja de mi inminente muerte era que no tendría que lidiar con nada más, pues después de una humillación como tal, no podría reponerme.
Mientras lo último de mi sangre abandonaba mi cuerpo y el frío anestesiaba los últimos retazos del dolor, miré fijamente al cielo. Lo único cálido en mí eran mis lágrimas, lloraba por el amor perdido, por mis sueños frustrados, por la inocente chica que alguna vez soñó con ser feliz y disfrutar de la vida. Por aquella que confió y fue traicionada.
Al dar mi último suspiro, solo sentí alivio.
El olor fétido pegó de lleno en mis fosas nasales, se mezcló con un aroma metálico que podría haberme hecho vomitar de no ser porque en ese momento no tenía fuerzas para hacerlo.Abrir los párpados fue un martirio, pues ante cualquier esfuerzo mi cabeza punzaba duramente, rebotaban de un lado a otro en mi cráneo.Me sentía exhausta, incluso respirar se me dificultaba, pero conforme más era consciente del aire entrando y saliendo de mis pulmones, más recuperaba fuerzas, el latido de mi corazón bombeaba sangre a cada parte de mi ser, escuchaba el eco de los pálpitos. ¡Sangre!Sentir mi pulso me hizo ver que estaba… Viva.Respiraba, me movía, veía, sentía. Eso fue lo peor, porque, así como me hacía consciente de la parte física, también lo hacía de mis pensamientos, mis recuerdos. La realidad de la traición y la humillación.Moví un pie, luego el otro y poco a poco, mis muñecas despertaron. Ponerme de pie fue difícil, tuve que agarrarme de la pared más cercana y poner todo mi esfuerzo en
Si se trataba de un proxeneta, era su día de suerte, me puse en bandeja de plata.— Qui es vous? —su tono era ronco y grave, no había duda de que era un hombre—. Ils ont prévenu que vous as tué quelqu'un.Algo que siempre detesté de mis años de formación, fue que mis padres solo me obligaron a aprender un idioma: Inglés. No era experta, pues dejé de practicarlo con los años, pero tenía nociones que me permitirían comunicarme en nuestro país vecino del norte: Walshe.Pudiendo aprender francés, italiano o alemán, me quedé estancada en el inglés.Para el día de hoy teníamos conexiones mucho más importantes con Gremia, Schweinzig y Etiale. Meza, mi país, era el más poderoso.Eso era, debía estar en Etiale, el país vecino del sur de Meza. Y el tipo ese debía estar hablando francés.—Sorry, I don`t speak… Your fucking language.—Who are you? What are you doing here?Ay, no sé ni por qué le hablé en inglés, después de todo, tampoco es como que hubiese poca gente que supiera español. Solo que
Sentía el estómago arder por la ira, aunque también podía deberse a que estaba famélica, no había pasado ni una hora desde que desperté, pero sentía un agujero, podría comerme una vaca. El tipo ese estacionó frente a la estación junto a las patrullas, abrió la puerta y salió exponiendo toda su anatomía. Madre santa, hombres así deberían estar prohibidos, hacen que una se desconcentre, que tenga pensamientos que solo deberían aparecer en situaciones específicas… No cuando estaba arrestada y temía por mi vida.—Tengo derechos —espeté mientras me llevaba al interior de la estación—. Quiero saber de qué se me acusa.De pronto, mis piernas flaquearon y mi cabeza dio vueltas, ya no pude mantenerme en pie.—Ya no puedo —jadeé, incluso hablar requería de mucho esfuerzo—. Me siento mal.El tipo titubeó un antes de bufar y apretar los labios, me tomó entre sus poderosos y cálidos brazos para levantarme con tanta facilidad como si fuera un peluche.Me llevó hasta una especie de recepción en l
Lo último que recordaba era a Román yéndose junto con Sabina mientras mi sangre se esparcía por el suelo y luego nada, todo era un vacío negro.La noticia me dejó tan impactada, que no pude hablar, me dejé arrastrar hasta el interior de un cuarto detrás de la recepción. Fue hasta que se cerró la puerta que pude reaccionar.—No conozco a ningún Hermann, ¿no escuchaste? —mi voz sonó más chillona de lo que planeé—. ¡Alguien me mató! ¡Me dispararon! Mi esposo me abandonó para irse con su amante. ¡Me dejó morir!El tipo apretaba con fuerza mi brazo, me estaba haciendo daño, no podía creer que, aún después de soportar el dolor de la bala atravesando mi cuerpo, pudiera verme afectada por sus dedos enterrándose en mi piel. Escocía, como si estuviera al rojo vivo y mi sangre se volviera de fuego.Una vez que me soltó, vi que estábamos en una especie de oficina, la luz de la lámpara en el escritorio era muy bajita, como si el foco estuviera librando su última batalla antes de fundirse. El tipo
Mi mirada se encontró con la azul gélida de Yoav, fue suficiente para congelarme. Pude notar un ligero cambio en él, casi como si verme le diera lástima. Entonces se dio cuenta de que estaba excesivamente cerca del escritorio y su semblante cambió radicalmente.—Deja eso —ordenó en un susurro que pareció más un gruñido—. No seas entrometida.Me aparté lo más que pude esperando que se tragara el cuento de que apenas iba a revisar y en realidad no vi nada. Percibí un retazo de culpa apareciendo en mi interior, pero lo deseché al instante, tenía todo el derecho de buscar respuestas.—Me dejaste encerrada —repuse mordaz—. No iba a quedarme sentada esperando a que vinieras por mí.—¿Cómo prendiste la luz? —cuestionó.—Magia.Me miró, incrédulo, como si no esperara esa respuesta.—Vámonos¿A dónde?Me pareció increíble que hablara español e inglés fluido. No quería menospreciar a los policías, pero la mayoría de los que conocía, solo hablaban el idioma del lugar en el que vivían. Así que e
La mayor parte del interrogatorio fueron gritos y ofensas.Sabina desde el principio fue a la pregunta: «¿Por qué mataste a Hermann?» Ni siquiera preguntó si era culpable o no. Ella ya había decidido que yo era la asesina.—Escúchame bien, perra asesina —Sabina golpeó la mesa que nos separaba y el sonido retumbó en la habitación—. Sabemos que fuiste tú, mientras más rápido cooperes, menor será el castigo. Yoav no hacía más que recargarse en la pared y observar detenidamente. Su ecuanimidad era admirable, sabía que, teniendo un testigo, más adelante podría demandar el pésimo trato al que estaba siendo sometida.Ella quería respuestas, yo también. No entendía por qué estaba viva, cómo llegué a Etiale y por qué tenía esa ropa. Y más que nada, ¿por qué me acusaban de matar a Hermann?Espontáneamente mi mano tocó la piel en dónde debería estar la bala, o al menos el agujero de bala. Lisa y sin imperfecciones.Sabina seguía gritando y diciendo cosas, lo sabía porque veía su boca moverse y
—Dijiste que no conoces a Hermann Meyer.—Y no lo hago.—Pero conoces a los Meyer.—Sé que existen.—Ya —Yoav me miró, desconfiado—. ¿No son algo así como los contrincantes de tus padres?—Ambos compitieron por la candidatura y eso ya tiene año y medio —respondí quedamente—. Yo nunca conocí a los Meyer, escapé de casa a los dieciocho y solo regresé para…Yoav me miró con la ceja arqueada.—Casarme.Revisó una carpeta con documentos que no había visto. ¿Documentos míos? ¿Qué tanto podrían averiguar de mí? Yo no ocultaba nada, era la niña buena que parecía buena y lo era.—El cuerpo de Hermann fue hallado en la frontera con Etiale —Yoav hablaba con tal calma, que me iba a hacer perder la paciencia—. Y tú eres la única sospechosa.—Hermann pudo hacerse enemigos durante su campaña —expliqué, estresada—. ¿Por qué no buscan…?—Hermann es el hijo, no el padre.¿Qué? Oh, por dios, ni siquiera sabía que tenía hijo. —Mira, no es invento mío que morí —dije, suplicante—. No estaba en condicione
Era el malo, el traidor. El hijo de puta más grande que había conocido.Tan alto e imponente, cualquier rastro de palabras murió en mis labios al verlo.Cerró la puerta, caminó hacia la mesa y tomó asiento.Mi corazón dio un vuelco en mi pecho, tan atractivo, con su porte imponente, su cuerpo moldeado a la perfección. Era un maldito, jamás podría perdonarlo, así que cuando sonrío intentando ser amigable, lejos de sentirme tranquila, quise matarlo.—Odele, mi amor —el tono en su voz me provocó un cosquilleo que hice desaparecer—. Siéntate.—Vete a la mierda.Me regaló una mueca desaprobatoria. Él nunca quiso que yo fuera como la gente que frecuentaba: Mal hablada, sin educación, sarcástica, burlona. Y yo como una idiota era la esposa ejemplar abnegada a su esposo. Pero ya no más.Lo que más odiaba de Román era que no había forma alguna de decirle que no, siempre lograba lo que se proponía.Ahora, me miraba enojado, sus ojos ámbar reprochando que estaba actuando como una niña malcriada,