Era el malo, el traidor. El hijo de puta más grande que había conocido.
Tan alto e imponente, cualquier rastro de palabras murió en mis labios al verlo.
Cerró la puerta, caminó hacia la mesa y tomó asiento.
Mi corazón dio un vuelco en mi pecho, tan atractivo, con su porte imponente, su cuerpo moldeado a la perfección. Era un maldito, jamás podría perdonarlo, así que cuando sonrío intentando ser amigable, lejos de sentirme tranquila, quise matarlo.
—Odele, mi amor —el tono en su voz me provocó un cosquilleo que hice desaparecer—. Siéntate.
—Vete a la m****a.
Me regaló una mueca desaprobatoria. Él nunca quiso que yo fuera como la gente que frecuentaba: Mal hablada, sin educación, sarcástica, burlona. Y yo como una idiota era la esposa ejemplar abnegada a su esposo. Pero ya no más.
Lo que más odiaba de Román era que no había forma alguna de decirle que no, siempre lograba lo que se proponía.
Ahora, me miraba enojado, sus ojos ámbar reprochando que estaba actuando como una niña malcriada, aunque no lo hacía.
—Vamos a hablar como gente civilizada —dijo quedamente, su mirada recorriéndome—. Por favor, toma asiento.
No lo iba a hacer, luché con todo lo que estaba en mi interior, pero perdí. Al final tuve que apartar la mirada y caminé hacia la silla.
No lo miré, no podría soportar el brillo triunfante en su mirada, ese mismo brillo que veía cada vez que se sentía orgulloso de sí: Alguna felicitación por parte de sus jefes, algún arresto que había planeado y había salido increíblemente bien o… Cuando me hacía llegar al clímax y gritaba su nombre mientras me perdía en el placer que me provocaba.
Aún estuvimos un rato en silencio y entonces habló con esa voz de miedo. Aquella que jamás usó conmigo, la que reservaba para los criminales.
—¿Qué le hiciste a Meyer?
—¿Por qué Sabina?
Realmente no me importaba, así hubiese sido una mujer mayor o una chica de veinte años o un hombre, me habría dolido igual. Necesitaba saber por qué.
Román esperó pacientemente una respuesta por mi parte. No se la iba a dar, aunque tampoco podría quedarme callada por mucho tiempo, tanto silencio era desesperante y mi paciencia ya había llegado al límite, había sido una noche pesada y lo único que quería era comer.
—Quiero hablar con un abogado.
—No lo necesitas.
—Me acusan de homicidio —dije sarcásticamente—, yo creo que sí.
Román espiró aire pesadamente, él también perdía la paciencia.
—Ya sé —sonreí, fue una pequeña sonrisa maliciosa, una que ni siquiera planeé—. Mejor háblale a mi padre o déjame hablarle yo, apuesto a que tendrá algo que decir.
Las palabras no surtieron el efecto que esperaba, pues Román sonrió con lástima, como si fuera una niñita el que lo estuviera amenazando.
—Fue lo primero que hice —se puso de pie y se acercó a mí—. Sus palabras textuales fueron: “Resuélvelo”. Es lo que estoy haciendo.
Lo más raro en todo ello fue que Román no habló golpeado, no me levantó la voz, incluso me arriesgaría a decir que fue gentil. Pero eso no quitó el hecho de que me causó infinidad de escalofríos y que el pavor subió por mi estómago mientras procesaba las palabras.
Y entonces me asusté, verdaderamente lo hice. Estaba perdida, desde que desperté en ese callejón lo supe, habría sido mejor seguir muerta.
—Hay fotografías, videos de él llevándote, tú fuiste la última que estuvo con él antes de su muerte.
—Estaba muerta —siseé sin verlo, mi voz flaqueaba—. La bala que eran para ti me dio a mí —un dolor agudo atravesó mi pecho—. Preferiste salvarla a ella.
Román debía estar muerto, era un hombre sin sentimientos, pues todo lo que pude ver en él era indiferencia; irritación.
—Nada de eso habría pasado si hubieras esperado a llegar a la casa para discutir.
Y entonces ya no pude más, todo en mi explotó, mil emociones se apoderaron de mí y me sentí demasiado… Libre.
—¿¡Qué esperabas que hiciera!? —grité mientras me puse de pie—. Creí que algo había cambiado entre nosotros, creí que existía afecto porque hablando por mí, ¡yo sí te quería! ¿Para qué fingiste ser alguien que no eras? Me hiciste creer que algo bueno salió de nuestro matrimonio arreglado. Yo sí te amaba, Román —lágrimas cayeron por mis mejillas, el dolor punzando en mi interior—. Pero fue mi peor error.
Él jamás se movió, dejó que me acercara y me miró desde arriba recibiendo cada palabra que salía de mi boca. Nuestros cuerpos estaban tan cerca que pude sentir su calor irradiar hacia mí, podía oler su colonia y ver las manchas en sus iris. Tan cerca y tan lejos. A pesar de todo, su cuerpo me tentaba y es que estábamos hechos el uno para el otro, podía verse en lo bien que encajábamos.
—Tú misma lo has dicho —espetó—. Fue un arreglo, no es mi problema que te hicieras ilusiones
Román estaba tan tenso, yo tan destruida. Me alejé abrazándome a mí misma.
—Todo apunta a ti, las imágenes, la sangre… Estás jodida —explicó—. Todos quieren enviarte a la cárcel y pedirán la pena de muerte —lo miré fijamente, pero no parecía bromear—. Pero soy benevolente y te ofrezco una solución.
—No es como que tenga opción.
—Te infiltras en “La Baraja”, atrapamos al líder y te busco inmunidad.
¿Qué? No podía ser cierto, lo que dijo fue una tontería, ¿infiltrarme? Reí una vez, luego otra y finalmente me carcajeé. Román había perdido la cabeza.
Al ver el semblante serio de Román supe que no era una broma. Mis risas murieron y me sentí desfallecer.Se quedó en silencio un rato, entonces sacó de su bolsillo una carta. Sin decir palabra, la puso frente a mí.Era hermosa, los dibujos estaban perfectamente delineados, estaba impecable, esmaltada. Tenía que ser nueva. Me sentí tentada a tocarla, sin embargo, mantuve mis manos apartadas, algo me dijo que no era buena idea.La reina de corazones tenía un porte magnífico, su vestido tenía adornos tan meticulosos, que parecían hechos a mano.—Hermann tenía esto cuando lo encontramos. Una pequeña sonrisa apareció en mi rostro, por un momento sintiéndome salvada.—Fue La Baraja —señalé la carta—. Esa es la prueba.—¿Perteneces a La Baraja, Odele? —su tono fue ruin, cruel—. Nadie sabe de esto Odele, tomé la carta y la escondí. Fuiste la última que estuvo con Hermann dime ahora si perteneces a la organización.—¡No!Entonces lo entendía, de cualquier forma estaba jodida, Román podía acab
Yoav se puso de pie inmediatamente, dio dos pasos hacia nosotros, mirándome, después se detuvo y solo tomó una silla, tocándola distraídamente. Sabina se quedó sentada y me miró con expresión de total aburrimiento, después dirigió su mirada hacia Román y vi el esbozo de una pequeña, casi minúscula sonrisa. Jalea hirviendo ardió en mi interior.Cuando Román se acercó a Sabina, vi sus intenciones de lanzársele encima, no tanto como para tener relaciones ahí mismo, pero sí para darme otra puñalada en el estómago. Centré mi atención en la mesa mientras recitaba una letra de canción para niños de forma que su interacción no fuera más que un suceso lejano que podría disfrazar como una pesadilla.Ahora que los tenía de frente, me preguntaba cómo habría sido su relación. Amantes, ¿pero de qué tipo? ¿Se habrían querido? ¿Era algo únicamente físico? Lo primero que llegué a pensar cuando descubrí la infidelidad fue que ambos estaban hechos el uno para el otro. Mientras que la tonta e ingenua bai
Correr, esconderme, tratar de no morir. El tiroteo llevaba un minuto que había empezado y ya había estado a punto de morir dos veces.Tanto teatro que armó el ejército para que yo lo arruinara en los primeros cinco minutos, Román me odiaría para siempre.Una semana después de haber firmado mi pacto con el diablo, sacaron a la luz “nuevas pistas” que culminaron en el arresto de un pobre drogadicto con problemas de ira al que acusaron de robo a mano armada y homicidio.Por suerte para todos, los Meyer creyeron cuando se les dijo que Hermann me sacó del tiroteo y me dejó a mi suerte mientras escapaba a Etiale porque casualmente encontraron medio millón de pesos escondidos en una cabina en la frontera, justamente ese medio millón fue el mismo que los Meyer perdieron un día anterior.Conclusión: Hermann quiso escapar con dinero de su familia, lo asaltaron y lo mataron. El drogadicto enfrentaría juicio hasta dentro de seis meses, por lo mientras estaría en una cárcel de máxima seguridad.Y
—Ah, la que mató al hijo de los riquillos esos.—Ya tienen al responsable —aporté en tono firme.—Lo atrapó la FEM, pero ellos pusieron tu foto en los medios —la chica apareció en mi campo de visión y se posicionó tras el hombre—. ¿Por qué pensarían que tú lo mataste?Esa era una pregunta que Román juró que me iban a hacer, desde el momento en que me preparó en cuestión de interrogatorio, me obligó a aprender la respuesta al derecho y al revés.—Mi papá mandó a un tipo por mí, quería que me entregara —expliqué destilando ácido—. Dijo que tenían una fotografía de Hermann conmigo, el pobre iluso le robó a sus padres y me pidió ayuda, pero yo estaba enojada porque mi marido hijo de puta me puso el cuerno —sonreí excesivamente—. Lo último que supe fue que lo mataron y a mí me habían acusado.—¿Crees que nací ayer?—Es la verdad.El tipo hizo una señal y entre dos hombres me agarraron, me removí, pero eran fuertes. La chica, pasó su lengua por su labio superior y se acercó amenazadoramente
Caminaba hacia camerinos con el corazón desbordando felicidad, pues mi debut en la prestigiosa Compañía de Danza Aérea de Meza fue un éxito.Desde niña tuve el sueño de ser la mejor bailarina de danza aérea del país, hoy apenas tuve un solo de tres minutos, pero en algún momento sería protagonista. Además, me emocionaba saber que mi marido pudo verme en acción, cada movimiento se lo dediqué y esperaba que estuviera tan orgulloso de mí, como yo de él.Román Arreola era uno de los generales más respetados del ejército de Meza, un hombre atractivo, imponente, frío y seductor. Su mirada ámbar podía ser despiadada con sus enemigos, pero dulce con la gente que quería. Su mera presencia cautivaba a cualquiera.Era la fantasía de cualquier mujer, el terror de los criminales, la justicia de los inocentes. Se rumoreaba incluso que, entre las mafias, lo apodaban “El Cazador”.Y lo amaba, pensaba que él también me amaba, pero no siempre fue así.Nuestro matrimonio fue fruto de un arreglo al que m
El olor fétido pegó de lleno en mis fosas nasales, se mezcló con un aroma metálico que podría haberme hecho vomitar de no ser porque en ese momento no tenía fuerzas para hacerlo.Abrir los párpados fue un martirio, pues ante cualquier esfuerzo mi cabeza punzaba duramente, rebotaban de un lado a otro en mi cráneo.Me sentía exhausta, incluso respirar se me dificultaba, pero conforme más era consciente del aire entrando y saliendo de mis pulmones, más recuperaba fuerzas, el latido de mi corazón bombeaba sangre a cada parte de mi ser, escuchaba el eco de los pálpitos. ¡Sangre!Sentir mi pulso me hizo ver que estaba… Viva.Respiraba, me movía, veía, sentía. Eso fue lo peor, porque, así como me hacía consciente de la parte física, también lo hacía de mis pensamientos, mis recuerdos. La realidad de la traición y la humillación.Moví un pie, luego el otro y poco a poco, mis muñecas despertaron. Ponerme de pie fue difícil, tuve que agarrarme de la pared más cercana y poner todo mi esfuerzo en
Si se trataba de un proxeneta, era su día de suerte, me puse en bandeja de plata.— Qui es vous? —su tono era ronco y grave, no había duda de que era un hombre—. Ils ont prévenu que vous as tué quelqu'un.Algo que siempre detesté de mis años de formación, fue que mis padres solo me obligaron a aprender un idioma: Inglés. No era experta, pues dejé de practicarlo con los años, pero tenía nociones que me permitirían comunicarme en nuestro país vecino del norte: Walshe.Pudiendo aprender francés, italiano o alemán, me quedé estancada en el inglés.Para el día de hoy teníamos conexiones mucho más importantes con Gremia, Schweinzig y Etiale. Meza, mi país, era el más poderoso.Eso era, debía estar en Etiale, el país vecino del sur de Meza. Y el tipo ese debía estar hablando francés.—Sorry, I don`t speak… Your fucking language.—Who are you? What are you doing here?Ay, no sé ni por qué le hablé en inglés, después de todo, tampoco es como que hubiese poca gente que supiera español. Solo que
Sentía el estómago arder por la ira, aunque también podía deberse a que estaba famélica, no había pasado ni una hora desde que desperté, pero sentía un agujero, podría comerme una vaca. El tipo ese estacionó frente a la estación junto a las patrullas, abrió la puerta y salió exponiendo toda su anatomía. Madre santa, hombres así deberían estar prohibidos, hacen que una se desconcentre, que tenga pensamientos que solo deberían aparecer en situaciones específicas… No cuando estaba arrestada y temía por mi vida.—Tengo derechos —espeté mientras me llevaba al interior de la estación—. Quiero saber de qué se me acusa.De pronto, mis piernas flaquearon y mi cabeza dio vueltas, ya no pude mantenerme en pie.—Ya no puedo —jadeé, incluso hablar requería de mucho esfuerzo—. Me siento mal.El tipo titubeó un antes de bufar y apretar los labios, me tomó entre sus poderosos y cálidos brazos para levantarme con tanta facilidad como si fuera un peluche.Me llevó hasta una especie de recepción en l