Capítulo 8

Era el malo, el traidor. El hijo de puta más grande que había conocido.

Tan alto e imponente, cualquier rastro de palabras murió en mis labios al verlo.

Cerró la puerta, caminó hacia la mesa y tomó asiento.

Mi corazón dio un vuelco en mi pecho, tan atractivo, con su porte imponente, su cuerpo moldeado a la perfección. Era un maldito, jamás podría perdonarlo, así que cuando sonrío intentando ser amigable, lejos de sentirme tranquila, quise matarlo.

—Odele, mi amor —el tono en su voz me provocó un cosquilleo que hice desaparecer—. Siéntate.

—Vete a la m****a.

Me regaló una mueca desaprobatoria. Él nunca quiso que yo fuera como la gente que frecuentaba: Mal hablada, sin educación, sarcástica, burlona. Y yo como una idiota era la esposa ejemplar abnegada a su esposo. Pero ya no más.

Lo que más odiaba de Román era que no había forma alguna de decirle que no, siempre lograba lo que se proponía.

Ahora, me miraba enojado, sus ojos ámbar reprochando que estaba actuando como una niña malcriada, aunque no lo hacía.

—Vamos a hablar como gente civilizada —dijo quedamente, su mirada recorriéndome—. Por favor, toma asiento.

No lo iba a hacer, luché con todo lo que estaba en mi interior, pero perdí. Al final tuve que apartar la mirada y caminé hacia la silla.

No lo miré, no podría soportar el brillo triunfante en su mirada, ese mismo brillo que veía cada vez que se sentía orgulloso de sí: Alguna felicitación por parte de sus jefes, algún arresto que había planeado y había salido increíblemente bien o… Cuando me hacía llegar al clímax y gritaba su nombre mientras me perdía en el placer que me provocaba.

Aún estuvimos un rato en silencio y entonces habló con esa voz de miedo. Aquella que jamás usó conmigo, la que reservaba para los criminales.

—¿Qué le hiciste a Meyer?

—¿Por qué Sabina?

Realmente no me importaba, así hubiese sido una mujer mayor o una chica de veinte años o un hombre, me habría dolido igual. Necesitaba saber por qué.

Román esperó pacientemente una respuesta por mi parte. No se la iba a dar, aunque tampoco podría quedarme callada por mucho tiempo, tanto silencio era desesperante y mi paciencia ya había llegado al límite, había sido una noche pesada y lo único que quería era comer.

—Quiero hablar con un abogado.

—No lo necesitas.

—Me acusan de homicidio —dije sarcásticamente—, yo creo que sí.

Román espiró aire pesadamente, él también perdía la paciencia.  

—Ya sé —sonreí, fue una pequeña sonrisa maliciosa, una que ni siquiera planeé—. Mejor háblale a mi padre o déjame hablarle yo, apuesto a que tendrá algo que decir.

Las palabras no surtieron el efecto que esperaba, pues Román sonrió con lástima, como si fuera una niñita el que lo estuviera amenazando.

—Fue lo primero que hice —se puso de pie y se acercó a mí—. Sus palabras textuales fueron: “Resuélvelo”. Es lo que estoy haciendo.

Lo más raro en todo ello fue que Román no habló golpeado, no me levantó la voz, incluso me arriesgaría a decir que fue gentil. Pero eso no quitó el hecho de que me causó infinidad de escalofríos y que el pavor subió por mi estómago mientras procesaba las palabras.

Y entonces me asusté, verdaderamente lo hice. Estaba perdida, desde que desperté en ese callejón lo supe, habría sido mejor seguir muerta.

—Hay fotografías, videos de él llevándote, tú fuiste la última que estuvo con él antes de su muerte.

—Estaba muerta —siseé sin verlo, mi voz flaqueaba—. La bala que eran para ti me dio a mí —un dolor agudo atravesó mi pecho—. Preferiste salvarla a ella.  

Román debía estar muerto, era un hombre sin sentimientos, pues todo lo que pude ver en él era indiferencia; irritación.

—Nada de eso habría pasado si hubieras esperado a llegar a la casa para discutir.

Y entonces ya no pude más, todo en mi explotó, mil emociones se apoderaron de mí y me sentí demasiado… Libre.

—¿¡Qué esperabas que hiciera!? —grité mientras me puse de pie—. Creí que algo había cambiado entre nosotros, creí que existía afecto porque hablando por mí, ¡yo sí te quería! ¿Para qué fingiste ser alguien que no eras? Me hiciste creer que algo bueno salió de nuestro matrimonio arreglado. Yo sí te amaba, Román —lágrimas cayeron por mis mejillas, el dolor punzando en mi interior—. Pero fue mi peor error.

Él jamás se movió, dejó que me acercara y me miró desde arriba recibiendo cada palabra que salía de mi boca. Nuestros cuerpos estaban tan cerca que pude sentir su calor irradiar hacia mí, podía oler su colonia y ver las manchas en sus iris. Tan cerca y tan lejos. A pesar de todo, su cuerpo me tentaba y es que estábamos hechos el uno para el otro, podía verse en lo bien que encajábamos.

—Tú misma lo has dicho —espetó—. Fue un arreglo, no es mi problema que te hicieras ilusiones

Román estaba tan tenso, yo tan destruida. Me alejé abrazándome a mí misma.  

—Todo apunta a ti, las imágenes, la sangre… Estás jodida —explicó—. Todos quieren enviarte a la cárcel y pedirán la pena de muerte —lo miré fijamente, pero no parecía bromear—. Pero soy benevolente y te ofrezco una solución.

—No es como que tenga opción.

—Te infiltras en “La Baraja”, atrapamos al líder y te busco inmunidad.

¿Qué? No podía ser cierto, lo que dijo fue una tontería, ¿infiltrarme? Reí una vez, luego otra y finalmente me carcajeé. Román había perdido la cabeza.

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