Mi mirada se encontró con la azul gélida de Yoav, fue suficiente para congelarme. Pude notar un ligero cambio en él, casi como si verme le diera lástima. Entonces se dio cuenta de que estaba excesivamente cerca del escritorio y su semblante cambió radicalmente.
—Deja eso —ordenó en un susurro que pareció más un gruñido—. No seas entrometida.
Me aparté lo más que pude esperando que se tragara el cuento de que apenas iba a revisar y en realidad no vi nada. Percibí un retazo de culpa apareciendo en mi interior, pero lo deseché al instante, tenía todo el derecho de buscar respuestas.
—Me dejaste encerrada —repuse mordaz—. No iba a quedarme sentada esperando a que vinieras por mí.
—¿Cómo prendiste la luz? —cuestionó.
—Magia.
Me miró, incrédulo, como si no esperara esa respuesta.
—Vámonos
¿A dónde?
Me pareció increíble que hablara español e inglés fluido. No quería menospreciar a los policías, pero la mayoría de los que conocía, solo hablaban el idioma del lugar en el que vivían. Así que existían dos opciones o tenía un rango elevado o tal vez aquí tenían una educación superior.
No me moví, así que alzó las esposas en señal de que podía llevarme por las buenas o por las malas.
Solo quería que eso terminara pronto.
Una parte de mí esperaba ver a la prensa lista para comerme viva, así que mi alivio fue inmenso al que todo estaba igual de tranquilo.
Salimos por una puerta lateral, ya había una camioneta custodiada por dos soldados esperándonos. Sus armas eran tan grandes y se veían tan poderosas, que un sentimiento de angustia escaló por mi interior. ¿Qué ameritaba tanta seguridad?
Me metieron bruscamente a la camioneta, sin nadie como testigo, el miedo subió por mi garganta, me iban a desaparecer, no había de otra . Yoav se subió junto a mí, cerraron la puerta y arrancamos como si el mismo diablo nos estuviera persiguiendo.
Después de hora y media de viaje, llegamos a una zona alejada en la que esperamos pacientemente.
Supe que algo andaba mal cuando un zumbido rompió el silencia anunciando la llegada de un helicóptero.
Todo ocurrió tan rápido, de repente ya estaban ayudando a subirme a la mole y Yoav Lablé se despedía de los soldados.
Tardamos cerca de dos horas en llegar a nuestro destino. En cuánto vi el edificio, lo reconocí: El edificio central del Ejército de Meza. Nunca había entrado, tenía un sistema de seguridad infalible, solo personal autorizado tenía acceso.
Hora y media en coche y dos horas en helicóptero, estaba cerca de la frontera con Etiale. ¿Cómo llegué hasta allá?
Con nula delicadeza me bajaron del helicóptero, tuve que entrecerrar los ojos porque una luz blanca y dura me pegó de lleno. Bueno, nos pegó de lleno, pues Yoav también se cubrió los ojos. Noté a lo lejos a tres personas que caminaban directo hacia a nosotros, pero no distinguí sus rostros.
Por el rabillo del ojo noté los movimientos nerviosos de Yoav. Un movimiento repetitivo y rápido de su mano me indicó que no estaba ni de lejos tan tranquilo como quería aparentar.
Cuando las luces duras se apagaron y solo quedaba la iluminación básica, casi me desmayé al reconocer a la mujer que nos recibió: Sabina Lara.
Casi tan alta como Yoav, me miró con desagrado desde arriba, sentí su mirada desaprobadora recorrerme de arriba abajo. El traje ajustado no dejaba nada a la imaginación y vi al agente que estaba junto a ella mirarla de reojo. Mi único consuelo fue que Yoav la miraba directo al rostro.
—Agente especial Yoav Lablé, teniente coronel…
—Sé quién es —interrumpió cortante Sabina.
Lo que más me hizo ruido fue el título: teniente coronel. ¿Qué m****a hacía un teniente coronel en una pulgosa estación de policía en la frontera de Etiale con Meza ?
—Desde aquí nos encargamos, gracias por su servicio.
—Es un caso de Etiale —declaró Yoav—. El trato fue, que compartiríamos el caso.
—Ella es de Meza, Hermann tenía nacionalidad de Meza —ronroneó Sabina casi como un coqueteo, tuve que evitar vomitar—. Nos encargamos nosotros.
—No tengo problemas con llevarla de regreso.
Imaginaba que la caída de pestañas, la sonrisa seductora y la voz apasionada le habían servido de mucho a Sabina, pero al parecer, Yoav no era de los que caían fácilmente. Ambos se miraron durante varios segundos que parecieron horas, la tensión entre ambos fue palpable, incluso uno de los agentes que acompañaban a Sabina se removió incómodo.
Por mi parte, la ira hirviente solo incrementaba por momentos. El agujero en mi estómago era cada vez mayor.
—Avisen a Etiale que su agente llegó —dijo Sabina al aire—. Y contacten inmediatamente al general Arreola, es de máxima urgencia.
Escuchar su apellido fue como recibir una cubeta de agua helada. No estaba preparada para verlo, nunca más podría. ¿Verlos interactuar? Sería más de lo que podría soportar.
Cuando avanzábamos, tomé en un acto reflejo el brazo de Yoav como si así pudiera evitarme el sufrimiento. Mi mirada era un ruego, él me miró sin odio o reproche durante un momento, como si entendiera mi sentir, pero entonces hizo una mueca, se soltó de mi agarre y me hizo una seña para continuar.
Tuve la certeza de que lo que viniera, solo sería un tormento y que lejos de generarme respuestas, solo me crearía más dudas.
La mayor parte del interrogatorio fueron gritos y ofensas.Sabina desde el principio fue a la pregunta: «¿Por qué mataste a Hermann?» Ni siquiera preguntó si era culpable o no. Ella ya había decidido que yo era la asesina.—Escúchame bien, perra asesina —Sabina golpeó la mesa que nos separaba y el sonido retumbó en la habitación—. Sabemos que fuiste tú, mientras más rápido cooperes, menor será el castigo. Yoav no hacía más que recargarse en la pared y observar detenidamente. Su ecuanimidad era admirable, sabía que, teniendo un testigo, más adelante podría demandar el pésimo trato al que estaba siendo sometida.Ella quería respuestas, yo también. No entendía por qué estaba viva, cómo llegué a Etiale y por qué tenía esa ropa. Y más que nada, ¿por qué me acusaban de matar a Hermann?Espontáneamente mi mano tocó la piel en dónde debería estar la bala, o al menos el agujero de bala. Lisa y sin imperfecciones.Sabina seguía gritando y diciendo cosas, lo sabía porque veía su boca moverse y
—Dijiste que no conoces a Hermann Meyer.—Y no lo hago.—Pero conoces a los Meyer.—Sé que existen.—Ya —Yoav me miró, desconfiado—. ¿No son algo así como los contrincantes de tus padres?—Ambos compitieron por la candidatura y eso ya tiene año y medio —respondí quedamente—. Yo nunca conocí a los Meyer, escapé de casa a los dieciocho y solo regresé para…Yoav me miró con la ceja arqueada.—Casarme.Revisó una carpeta con documentos que no había visto. ¿Documentos míos? ¿Qué tanto podrían averiguar de mí? Yo no ocultaba nada, era la niña buena que parecía buena y lo era.—El cuerpo de Hermann fue hallado en la frontera con Etiale —Yoav hablaba con tal calma, que me iba a hacer perder la paciencia—. Y tú eres la única sospechosa.—Hermann pudo hacerse enemigos durante su campaña —expliqué, estresada—. ¿Por qué no buscan…?—Hermann es el hijo, no el padre.¿Qué? Oh, por dios, ni siquiera sabía que tenía hijo. —Mira, no es invento mío que morí —dije, suplicante—. No estaba en condicione
Era el malo, el traidor. El hijo de puta más grande que había conocido.Tan alto e imponente, cualquier rastro de palabras murió en mis labios al verlo.Cerró la puerta, caminó hacia la mesa y tomó asiento.Mi corazón dio un vuelco en mi pecho, tan atractivo, con su porte imponente, su cuerpo moldeado a la perfección. Era un maldito, jamás podría perdonarlo, así que cuando sonrío intentando ser amigable, lejos de sentirme tranquila, quise matarlo.—Odele, mi amor —el tono en su voz me provocó un cosquilleo que hice desaparecer—. Siéntate.—Vete a la mierda.Me regaló una mueca desaprobatoria. Él nunca quiso que yo fuera como la gente que frecuentaba: Mal hablada, sin educación, sarcástica, burlona. Y yo como una idiota era la esposa ejemplar abnegada a su esposo. Pero ya no más.Lo que más odiaba de Román era que no había forma alguna de decirle que no, siempre lograba lo que se proponía.Ahora, me miraba enojado, sus ojos ámbar reprochando que estaba actuando como una niña malcriada,
Al ver el semblante serio de Román supe que no era una broma. Mis risas murieron y me sentí desfallecer.Se quedó en silencio un rato, entonces sacó de su bolsillo una carta. Sin decir palabra, la puso frente a mí.Era hermosa, los dibujos estaban perfectamente delineados, estaba impecable, esmaltada. Tenía que ser nueva. Me sentí tentada a tocarla, sin embargo, mantuve mis manos apartadas, algo me dijo que no era buena idea.La reina de corazones tenía un porte magnífico, su vestido tenía adornos tan meticulosos, que parecían hechos a mano.—Hermann tenía esto cuando lo encontramos. Una pequeña sonrisa apareció en mi rostro, por un momento sintiéndome salvada.—Fue La Baraja —señalé la carta—. Esa es la prueba.—¿Perteneces a La Baraja, Odele? —su tono fue ruin, cruel—. Nadie sabe de esto Odele, tomé la carta y la escondí. Fuiste la última que estuvo con Hermann dime ahora si perteneces a la organización.—¡No!Entonces lo entendía, de cualquier forma estaba jodida, Román podía aca
Caminaba hacia camerinos con el corazón desbordando felicidad, pues mi debut en la prestigiosa Compañía de Danza Aérea de Meza fue un éxito.Desde niña tuve el sueño de ser la mejor bailarina de danza aérea del país, hoy apenas tuve un solo de tres minutos, pero en algún momento sería protagonista. Además, me emocionaba saber que mi marido pudo verme en acción, cada movimiento se lo dediqué y esperaba que estuviera tan orgulloso de mí, como yo de él.Román Arreola era uno de los generales más respetados del ejército de Meza, un hombre atractivo, imponente, frío y seductor. Su mirada ámbar podía ser despiadada con sus enemigos, pero dulce con la gente que quería. Su mera presencia cautivaba a cualquiera.Era la fantasía de cualquier mujer, el terror de los criminales, la justicia de los inocentes. Se rumoreaba incluso que, entre las mafias, lo apodaban “El Cazador”.Y lo amaba, pensaba que él también me amaba, pero no siempre fue así.Nuestro matrimonio fue fruto de un arreglo al que m
El olor fétido pegó de lleno en mis fosas nasales, se mezcló con un aroma metálico que podría haberme hecho vomitar de no ser porque en ese momento no tenía fuerzas para hacerlo.Abrir los párpados fue un martirio, pues ante cualquier esfuerzo mi cabeza punzaba duramente, rebotaban de un lado a otro en mi cráneo.Me sentía exhausta, incluso respirar se me dificultaba, pero conforme más era consciente del aire entrando y saliendo de mis pulmones, más recuperaba fuerzas, el latido de mi corazón bombeaba sangre a cada parte de mi ser, escuchaba el eco de los pálpitos. ¡Sangre!Sentir mi pulso me hizo ver que estaba… Viva.Respiraba, me movía, veía, sentía. Eso fue lo peor, porque, así como me hacía consciente de la parte física, también lo hacía de mis pensamientos, mis recuerdos. La realidad de la traición y la humillación.Moví un pie, luego el otro y poco a poco, mis muñecas despertaron. Ponerme de pie fue difícil, tuve que agarrarme de la pared más cercana y poner todo mi esfuerzo en
Si se trataba de un proxeneta, era su día de suerte, me puse en bandeja de plata.— Qui es vous? —su tono era ronco y grave, no había duda de que era un hombre—. Ils ont prévenu que vous as tué quelqu'un.Algo que siempre detesté de mis años de formación, fue que mis padres solo me obligaron a aprender un idioma: Inglés. No era experta, pues dejé de practicarlo con los años, pero tenía nociones que me permitirían comunicarme en nuestro país vecino del norte: Walshe.Pudiendo aprender francés, italiano o alemán, me quedé estancada en el inglés.Para el día de hoy teníamos conexiones mucho más importantes con Gremia, Schweinzig y Etiale. Meza, mi país, era el más poderoso.Eso era, debía estar en Etiale, el país vecino del sur de Meza. Y el tipo ese debía estar hablando francés.—Sorry, I don`t speak… Your fucking language.—Who are you? What are you doing here?Ay, no sé ni por qué le hablé en inglés, después de todo, tampoco es como que hubiese poca gente que supiera español. Solo que
Sentía el estómago arder por la ira, aunque también podía deberse a que estaba famélica, no había pasado ni una hora desde que desperté, pero sentía un agujero, podría comerme una vaca. El tipo ese estacionó frente a la estación junto a las patrullas, abrió la puerta y salió exponiendo toda su anatomía. Madre santa, hombres así deberían estar prohibidos, hacen que una se desconcentre, que tenga pensamientos que solo deberían aparecer en situaciones específicas… No cuando estaba arrestada y temía por mi vida.—Tengo derechos —espeté mientras me llevaba al interior de la estación—. Quiero saber de qué se me acusa.De pronto, mis piernas flaquearon y mi cabeza dio vueltas, ya no pude mantenerme en pie.—Ya no puedo —jadeé, incluso hablar requería de mucho esfuerzo—. Me siento mal.El tipo titubeó un antes de bufar y apretar los labios, me tomó entre sus poderosos y cálidos brazos para levantarme con tanta facilidad como si fuera un peluche.Me llevó hasta una especie de recepción en l