Capítulo 11

Correr, esconderme, tratar de no morir. El tiroteo llevaba un minuto que había empezado y ya había estado a punto de morir dos veces.

Tanto teatro que armó el ejército para que yo lo arruinara en los primeros cinco minutos, Román me odiaría para siempre.

Una semana después de haber firmado mi pacto con el diablo, sacaron a la luz “nuevas pistas” que culminaron en el arresto de un pobre drogadicto con problemas de ira al que acusaron de robo a mano armada y homicidio.

Por suerte para todos, los Meyer creyeron cuando se les dijo que Hermann me sacó del tiroteo y me dejó a mi suerte mientras escapaba a Etiale porque casualmente encontraron medio millón de pesos escondidos en una cabina en la frontera, justamente ese medio millón fue el mismo que los Meyer perdieron un día anterior.

Conclusión: Hermann quiso escapar con dinero de su familia, lo asaltaron y lo mataron. El drogadicto enfrentaría juicio hasta dentro de seis meses, por lo mientras estaría en una cárcel de máxima seguridad.

Y ahora estaba fingiendo que yo solo pasaba por la calle cuando la redada se llevó a cabo y quedé en medio del fuego cruzado. Debía encontrarme con Francisco Leal, el infiltrado de la FEM, pero entre tanto caos, apenas podía avanzar. Me arrastraba por el suelo con dificultad, mi objetivo era llegar al edificio rosa, pues desde ahí disparaban los de la organización.

Román me envió por un camino lateral, de forma que no me pusiera en bandeja de plata para las balas, pero algunas perdidas chocaban con la pared o autos y sentía que moriría. Si me ponía de pie llegaría más rápido, pero una de esas balas podría herirme… Otra vez.

No quería atravesar ese dolor de nuevo.

Logré llegar hasta un callejón, mi bolsa de mano era un estorbo más que una ayuda, pero podría golpear a alguien con ella sin me atacaban.

Hubo un momento en que el fuego se detuvo, aproveché para asomarme, pero lo único que vi fue la calle desierta. ¿Sería buen momento para correr y entrar al edificio? Apenas me puse en pie y avancé dos pasos, cuando algo salió volando por una ventana del edificio.

Una granada.

Estaba lejos, pero la explosión seguramente me afectaría, solté un grito y corrí de nuevo al callejón, pero esta explotó y mandó a volar, concreto, vidrio y más cosas. La fuerza de la explosión me empujó hacia el piso y rodé hasta terminar bajo un coche, sentí una punzada aguda en la pierna y otra en el brazo, seguramente fragmentos de vidrio enterrándose en mi piel.

¡Maldita sea! Fue pésima idea enviarme de infiltrada, ni siquiera podía llegar a un edificio. Román se pudriría en el infierno, ya fuera en esta vida u otra, pero debía pagar por esto.

Tosí varias veces, saqué el trozo de vidrio de mi brazo y entonces fui hacia mi pierna. La sangre escurría en un hilillo, no era grave, pero sí doloroso. Conté hasta tres y quité el vidrio. Grité de dolor y frustración, quería llorar, pero de nada me serviría.

Incluso medité el quedarme bajo el coche por siempre, pero Román fue claro: «Ve al edificio, Francisco no se arriesgará a salir».

Pero no lo iba a lograr.

«Tus padres y tu hermano no podrán saberlo, para ellos no serás la asesina, pero en lo que a ellos concierne, tú ya no quieres saber de ellos».

Román fue claro, la única forma de limpiar mi nombre era teniendo éxito, si no lo hacía o me rebelaba, la evidencia saldría a la luz y volvería a ser la asesina de Hermann. No lo iba a permitir, tenía que llegar de alguna forma.

De pronto, unos brazos me tomaron de los tobillos y me jalaron sacándome de mi escondite. Mi primer instinto fue gritar como desquiciada, pero una mano grande me tapó la boca.

—O eres muy pendeja o tuviste mala suerte.

El tipo en cuestión era robusto, con barba, ojos oscuros y se veía peligroso. Al ver mi expresión asustada, rio, divertido.

—Me mandaron por ti —me levantó sin gentileza—. Ahora mueve el culo antes de que nos cargue la chingada.

Corrimos al edificio, pero entramos por una puerta lateral, no por enfrente. Ya había dos personas esperando, ambos me lanzaron miradas inquisitivas.

Me sentía ridícula con mi vestido, saco y la bolsa, pero según Sabina se vería más real si aparentaba no tener idea de nada.

—¡Todo cargado!

Dos hombres pasaron corriendo a mi lado y por poco me tiran al piso. Una chica me miró de pies a cabeza burlonamente, soltó una risotada mientras guardaba un arma en el pantalón y corría.

El tiroteo comenzó de nuevo, una bala rompió una ventana y dieron la orden de retirada. El tipo que me sacó del coche me empujaba para ir más rápido, pero los tacones no ayudaban. Logramos llegar a la parte trasera y salimos por una abertura que había en la pared. Del otro lado había dos camionetas, una de las cuales arrancó y se alejó a máxima velocidad.

La chica que se burló de mi abrió la cajuela y me subieron a esta, apenas estaba procesando lo que ocurría cuando alguien puso una bolsa de tela sobre mi cabeza. Mi primer instinto fue removerme, pero una voz grave y autoritaria me detuvo.

—Haces drama y te vuelo la jeta —informó—. Llegaremos en treinta minutos, entonces nos explicarás qué carajo viniste a hacer acá.

No estaba segura, pero mi intuición me decía que el dueño de la voz era Francisco, así que me acomodé y recé para que, a partir de ahora, tuviera la fortaleza e inteligencia para no meter la pata.

No me quitaron la bolsa de la cabeza al llegar, me guiaban al caminar para no caer, pues no veía nada, dimos tantas vueltas y giros, que no habría forma de escapar en dado caso de que fuera necesario.

Los nervios me carcomían, sentía el estómago burbujear, los malos pensamientos cayeron en picada sobre mi mente, no estaba hecha para eso, mentir jamás se me dio bien, si daba un paso en falso…

—¿Quién carajo trajo a una puta?

Estaba tan asustada, que ni siquiera pude ofenderme.

—En realidad, es alguien importante —me descubrieron la cabeza y la luz me cegó—. La hija de un gobernador.

Lo primero que enfocaron mis ojos fue a un hombre musculoso frente a mí, usaba sombrero de charro y la pistola la tenía en el cinto. No se veía tan intimidante, parecía sacado de una película del oeste.

—¿Quién?

—Ignacio Conde.

El semblante del hombre se transformó de desagrado a triunfo, su sonrisa ladeada y ese brillo ávido en la mirada lo hicieron parecer un maníaco.

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