El olor fétido pegó de lleno en mis fosas nasales, se mezcló con un aroma metálico que podría haberme hecho vomitar de no ser porque en ese momento no tenía fuerzas para hacerlo.
Abrir los párpados fue un martirio, pues ante cualquier esfuerzo mi cabeza punzaba duramente, rebotaban de un lado a otro en mi cráneo.
Me sentía exhausta, incluso respirar se me dificultaba, pero conforme más era consciente del aire entrando y saliendo de mis pulmones, más recuperaba fuerzas, el latido de mi corazón bombeaba sangre a cada parte de mi ser, escuchaba el eco de los pálpitos. ¡Sangre!
Sentir mi pulso me hizo ver que estaba… Viva.
Respiraba, me movía, veía, sentía. Eso fue lo peor, porque, así como me hacía consciente de la parte física, también lo hacía de mis pensamientos, mis recuerdos. La realidad de la traición y la humillación.
Moví un pie, luego el otro y poco a poco, mis muñecas despertaron. Ponerme de pie fue difícil, tuve que agarrarme de la pared más cercana y poner todo mi esfuerzo en esa única acción.
Mientras recuperaba la respiración, observé el lugar: Sucio, dos edificios de alzaban a los lados, había contenedores; era un basurero. Miré hacia el cielo, el lienzo oscureciéndose más con cada segundo.
Me embargó la pregunta del millón: ¿Qué hacía ahí?
O mejor aún, ¿Por qué estaba viva?
Tragué saliva, tenía la boca tan seca que fue difícil y doloroso, mi garganta parecía estar al rojo vivo y de no ser porque habría dolido más, habría soltado un quejido.
Apenas me atreví a dar un paso, una punzada dolorosa me atravesó el abdomen, sentí que moriría… Otra vez.
El dolor fue tan efímero como lacerante, me armé de valor para echar un vistazo a mi abdomen y jadeé en sorpresa y terror cuando vi la mancha enorme de sangre que tenía en la playera maltratada y sucia.
Estuve a punto de dejarme llevar por el pánico, pero me di cuenta de que no tenía sentido. Si tuviera una herida mortal, no habría podido ponerme en pie.
Además, la playera no era mía. Debía ser mi sangre, eso seguro, pero el pants y la remera… ¿Dónde estaba mi leotardo y la gabardina?
Con la curiosidad carcomiéndome, miré la herida… Excepto que no había una. La piel estaba lisa, ni siquiera una cicatriz.
Como si la bala jamás me hubiese tocado.
¿Cómo era eso posible? Una bala me atravesó, hirió piel, músculo, órganos… Drenó la sangre de mi cuerpo.
Un latigazo de dolor atravesó mi cabeza, me la sostuve con ambas manos en un intento por mitigar el dolor. La imagen rápida de Román apareció en mi mente: Alto, de piel bronceada, cabello oscuro y ojos color ámbar tan profundos que te harían pensar que sabe todos y cada uno de tus secretos. Admiré su cuerpo escultural capaz de cautivar a cualquiera, sus movimientos tan elegantes y coordinados que hacían a más de una suspirar.
Hijo de perra, los traidores no deberían ser tan atractivos, deberían ser horribles, feos, deberían poder ser odiados fácilmente.
Lo peor de todo era que, el engañó dolió, pero dolía más, ver a ambos y darme cuenta de que se veían bien juntos. Parecían esas personas que todos veían y pensaban que harían bonita pareja.
Estaba mejor con ella que conmigo.
Me tragué mis lágrimas, lo importante era que estaba viva, tenía una oportunidad de empezar de nuevo.
Salí de la pocilga y caminé sin rumbo fijo, no reconocía ese lugar, era extraño, ajeno. Escuché a alguien hablar por teléfono, pero no entendí lo que dijo.
De pronto, me asaltó una realidad que por poco me deja congelada: Tal vez estaba en otro país. Pero no, no pude viajar estando muerta.
Efectivamente, no era mi país. Los letreros estaban en otro idioma. Recorrí las calles hasta que llegué a las afueras de una panadería, el dueño, al verme, me atacó con una escoba mientras me gritaba en una lengua inentendible.
Me alejé a paso rápido, al dar la vuelta en la esquina, se me dobló el tobillo y el dolor subió por mi pierna hasta llegar al muslo. Caí de lado y me raspé el brazo con la dura acera.
—¡Su puta madre!
Ya ni siquiera intenté levantarme, me abracé a mis rodillas protegiéndome del frío.
Me debatía entre llorar y no hacerlo. Creía que mi situación lo ameritaba, pero también sabía que no ayudaría en nada. Debía encontrar un teléfono público, podía recorrer las calles de la ciudad en busca de alguna moneda que alguien hubiese tirado y con eso hacer una llamada.
¿Cómo llegué ahí? ¿En dónde estaba?
Apenas me estaba preparando para buscar soluciones, cuando una luz cegadora y blanca de automóvil me pegó de lleno en el rostro. Me cubrí con una mano mientras entrecerraba los ojos en un fallido intento por distinguir algo. La puerta se abrió y alguien se bajó del automóvil.
Si se trataba de un proxeneta, era su día de suerte, me puse en bandeja de plata.— Qui es vous? —su tono era ronco y grave, no había duda de que era un hombre—. Ils ont prévenu que vous as tué quelqu'un.Algo que siempre detesté de mis años de formación, fue que mis padres solo me obligaron a aprender un idioma: Inglés. No era experta, pues dejé de practicarlo con los años, pero tenía nociones que me permitirían comunicarme en nuestro país vecino del norte: Walshe.Pudiendo aprender francés, italiano o alemán, me quedé estancada en el inglés.Para el día de hoy teníamos conexiones mucho más importantes con Gremia, Schweinzig y Etiale. Meza, mi país, era el más poderoso.Eso era, debía estar en Etiale, el país vecino del sur de Meza. Y el tipo ese debía estar hablando francés.—Sorry, I don`t speak… Your fucking language.—Who are you? What are you doing here?Ay, no sé ni por qué le hablé en inglés, después de todo, tampoco es como que hubiese poca gente que supiera español. Solo que
Sentía el estómago arder por la ira, aunque también podía deberse a que estaba famélica, no había pasado ni una hora desde que desperté, pero sentía un agujero, podría comerme una vaca. El tipo ese estacionó frente a la estación junto a las patrullas, abrió la puerta y salió exponiendo toda su anatomía. Madre santa, hombres así deberían estar prohibidos, hacen que una se desconcentre, que tenga pensamientos que solo deberían aparecer en situaciones específicas… No cuando estaba arrestada y temía por mi vida.—Tengo derechos —espeté mientras me llevaba al interior de la estación—. Quiero saber de qué se me acusa.De pronto, mis piernas flaquearon y mi cabeza dio vueltas, ya no pude mantenerme en pie.—Ya no puedo —jadeé, incluso hablar requería de mucho esfuerzo—. Me siento mal.El tipo titubeó un antes de bufar y apretar los labios, me tomó entre sus poderosos y cálidos brazos para levantarme con tanta facilidad como si fuera un peluche.Me llevó hasta una especie de recepción en l
Lo último que recordaba era a Román yéndose junto con Sabina mientras mi sangre se esparcía por el suelo y luego nada, todo era un vacío negro.La noticia me dejó tan impactada, que no pude hablar, me dejé arrastrar hasta el interior de un cuarto detrás de la recepción. Fue hasta que se cerró la puerta que pude reaccionar.—No conozco a ningún Hermann, ¿no escuchaste? —mi voz sonó más chillona de lo que planeé—. ¡Alguien me mató! ¡Me dispararon! Mi esposo me abandonó para irse con su amante. ¡Me dejó morir!El tipo apretaba con fuerza mi brazo, me estaba haciendo daño, no podía creer que, aún después de soportar el dolor de la bala atravesando mi cuerpo, pudiera verme afectada por sus dedos enterrándose en mi piel. Escocía, como si estuviera al rojo vivo y mi sangre se volviera de fuego.Una vez que me soltó, vi que estábamos en una especie de oficina, la luz de la lámpara en el escritorio era muy bajita, como si el foco estuviera librando su última batalla antes de fundirse. El tipo
Mi mirada se encontró con la azul gélida de Yoav, fue suficiente para congelarme. Pude notar un ligero cambio en él, casi como si verme le diera lástima. Entonces se dio cuenta de que estaba excesivamente cerca del escritorio y su semblante cambió radicalmente.—Deja eso —ordenó en un susurro que pareció más un gruñido—. No seas entrometida.Me aparté lo más que pude esperando que se tragara el cuento de que apenas iba a revisar y en realidad no vi nada. Percibí un retazo de culpa apareciendo en mi interior, pero lo deseché al instante, tenía todo el derecho de buscar respuestas.—Me dejaste encerrada —repuse mordaz—. No iba a quedarme sentada esperando a que vinieras por mí.—¿Cómo prendiste la luz? —cuestionó.—Magia.Me miró, incrédulo, como si no esperara esa respuesta.—Vámonos¿A dónde?Me pareció increíble que hablara español e inglés fluido. No quería menospreciar a los policías, pero la mayoría de los que conocía, solo hablaban el idioma del lugar en el que vivían. Así que e
La mayor parte del interrogatorio fueron gritos y ofensas.Sabina desde el principio fue a la pregunta: «¿Por qué mataste a Hermann?» Ni siquiera preguntó si era culpable o no. Ella ya había decidido que yo era la asesina.—Escúchame bien, perra asesina —Sabina golpeó la mesa que nos separaba y el sonido retumbó en la habitación—. Sabemos que fuiste tú, mientras más rápido cooperes, menor será el castigo. Yoav no hacía más que recargarse en la pared y observar detenidamente. Su ecuanimidad era admirable, sabía que, teniendo un testigo, más adelante podría demandar el pésimo trato al que estaba siendo sometida.Ella quería respuestas, yo también. No entendía por qué estaba viva, cómo llegué a Etiale y por qué tenía esa ropa. Y más que nada, ¿por qué me acusaban de matar a Hermann?Espontáneamente mi mano tocó la piel en dónde debería estar la bala, o al menos el agujero de bala. Lisa y sin imperfecciones.Sabina seguía gritando y diciendo cosas, lo sabía porque veía su boca moverse y
—Dijiste que no conoces a Hermann Meyer.—Y no lo hago.—Pero conoces a los Meyer.—Sé que existen.—Ya —Yoav me miró, desconfiado—. ¿No son algo así como los contrincantes de tus padres?—Ambos compitieron por la candidatura y eso ya tiene año y medio —respondí quedamente—. Yo nunca conocí a los Meyer, escapé de casa a los dieciocho y solo regresé para…Yoav me miró con la ceja arqueada.—Casarme.Revisó una carpeta con documentos que no había visto. ¿Documentos míos? ¿Qué tanto podrían averiguar de mí? Yo no ocultaba nada, era la niña buena que parecía buena y lo era.—El cuerpo de Hermann fue hallado en la frontera con Etiale —Yoav hablaba con tal calma, que me iba a hacer perder la paciencia—. Y tú eres la única sospechosa.—Hermann pudo hacerse enemigos durante su campaña —expliqué, estresada—. ¿Por qué no buscan…?—Hermann es el hijo, no el padre.¿Qué? Oh, por dios, ni siquiera sabía que tenía hijo. —Mira, no es invento mío que morí —dije, suplicante—. No estaba en condicione
Era el malo, el traidor. El hijo de puta más grande que había conocido.Tan alto e imponente, cualquier rastro de palabras murió en mis labios al verlo.Cerró la puerta, caminó hacia la mesa y tomó asiento.Mi corazón dio un vuelco en mi pecho, tan atractivo, con su porte imponente, su cuerpo moldeado a la perfección. Era un maldito, jamás podría perdonarlo, así que cuando sonrío intentando ser amigable, lejos de sentirme tranquila, quise matarlo.—Odele, mi amor —el tono en su voz me provocó un cosquilleo que hice desaparecer—. Siéntate.—Vete a la mierda.Me regaló una mueca desaprobatoria. Él nunca quiso que yo fuera como la gente que frecuentaba: Mal hablada, sin educación, sarcástica, burlona. Y yo como una idiota era la esposa ejemplar abnegada a su esposo. Pero ya no más.Lo que más odiaba de Román era que no había forma alguna de decirle que no, siempre lograba lo que se proponía.Ahora, me miraba enojado, sus ojos ámbar reprochando que estaba actuando como una niña malcriada,
Al ver el semblante serio de Román supe que no era una broma. Mis risas murieron y me sentí desfallecer.Se quedó en silencio un rato, entonces sacó de su bolsillo una carta. Sin decir palabra, la puso frente a mí.Era hermosa, los dibujos estaban perfectamente delineados, estaba impecable, esmaltada. Tenía que ser nueva. Me sentí tentada a tocarla, sin embargo, mantuve mis manos apartadas, algo me dijo que no era buena idea.La reina de corazones tenía un porte magnífico, su vestido tenía adornos tan meticulosos, que parecían hechos a mano.—Hermann tenía esto cuando lo encontramos. Una pequeña sonrisa apareció en mi rostro, por un momento sintiéndome salvada.—Fue La Baraja —señalé la carta—. Esa es la prueba.—¿Perteneces a La Baraja, Odele? —su tono fue ruin, cruel—. Nadie sabe de esto Odele, tomé la carta y la escondí. Fuiste la última que estuvo con Hermann dime ahora si perteneces a la organización.—¡No!Entonces lo entendía, de cualquier forma estaba jodida, Román podía aca