—Ah, la que mató al hijo de los riquillos esos.
—Ya tienen al responsable —aporté en tono firme.
—Lo atrapó la FEM, pero ellos pusieron tu foto en los medios —la chica apareció en mi campo de visión y se posicionó tras el hombre—. ¿Por qué pensarían que tú lo mataste?
Esa era una pregunta que Román juró que me iban a hacer, desde el momento en que me preparó en cuestión de interrogatorio, me obligó a aprender la respuesta al derecho y al revés.
—Mi papá mandó a un tipo por mí, quería que me entregara —expliqué destilando ácido—. Dijo que tenían una fotografía de Hermann conmigo, el pobre iluso le robó a sus padres y me pidió ayuda, pero yo estaba enojada porque mi marido hijo de puta me puso el cuerno —sonreí excesivamente—. Lo último que supe fue que lo mataron y a mí me habían acusado.
—¿Crees que nací ayer?
—Es la verdad.
El tipo hizo una señal y entre dos hombres me agarraron, me removí, pero eran fuertes. La chica, pasó su lengua por su labio superior y se acercó amenazadoramente, su mirada burlona me provocó un escalofrío.
—Eres una puta de la policía —escupió—. Sabemos que estás casada con “El Cazador”.
—Me puso el cuerno, por mí que se muera.
Soltó una carcajada y entonces me golpeó el estómago con el puño. El aire escapó de mis pulmones y el dolor se esparció por mi abdomen. Me doblé sobre mí tratando de amortiguarlo, pero solo logré que doliera más. Un segundo golpe llegó a mi muslo y me hizo caer.
Tosí varias veces, mis pulmones exigiendo la entrada de aire, vi manchas negras, mientras me retorcía en el piso.
—Ahora me vas a decir quién te mandó y por qué mataste al Meyer.
—No lo maté —insistí con voz ahogada—. Nadie me mandó, vine por mi propia cuenta.
Apenas me estaba reponiendo, cuando entre dos personas me despojaron de mi ropa, traté de evitarlo, pero me tenían inmovilizada, escuché cómo rasgaban mi vestido y el frío me pegó de lleno. En menos de veinte segundos estaba completamente desnuda, me abracé a mi misma cubriendo mis pechos, todos me veían y se reían. La chica hizo una mueca, pero no evitó mi humillación.
—Está limpia —dijo hacia el hombre—. Cero micrófonos.
Nunca me había sentido tan humillada, tan maltratada, ni siquiera con la infidelidad de Román. Alguien me aventó el saco y me cubrí casi inmediatamente, pero me habían visto. Las lágrimas se arremolinaron en mis ojos, pero no debía llorar, pues si lo hacía, me quebraría y mi vulnerabilidad echaría el plan por la borda.
—Ya —el hombre se puso en pie y se acercó a mí—. Dices que estás aquí a voluntad, ¿qué es lo que quieres?
Tenía un nudo en la garganta, el calor inundaba mi rostro y temblaba como si estuviera sufriendo un ataque, pero me obligué a hablar.
—Venganza —recité como si fuera una plegaria—. Mi padre quiso que me entregara, aunque le dije que era inocente, en represalia, publicó mi foto y la noticia —el odio en mi voz sonaba bastante real—. Ambos hombres me traicionaron, papá ni siquiera me pidió una disculpa cuando supo que era inocente —solté una carcajada amarga—. No me importa lo que cueste, quiero que caigan en desgracia.
Incluso para ser mentira, mi voz fue firme, tanto, que pude creérmelo. Quería que Román sufriera, quería que le doliera. No así mi padre, aunque ciertamente, estaba enfadada porque no vio por mí, le encargó a Román que lo solucionara. Y su solución fue mandarme aquí.
—¿Por qué nunca te arrestaron?
—Mi padre mandó a uno de los suyos por mí, pero lo mandé a la m****a —con trabajos me puse de pie—. Estuve escondida todo este tiempo, fue hasta que vi arrestaron al verdadero asesino que pude salir —expliqué pausadamente—. Román me buscó, incluso estuvimos en casa, pero ese hijo de puta se puede joder. Pero sirvió para escuchar una llamada, hablaban de esta redada, así que vine para implorar —recalqué la palabra—, su ayuda.
Durante los interrogatorios fingidos, jamás pude decir el discurso completo, siempre me trababa o cambiaba algún dato, tenía que esperar un poco para recordar los datos, así que me sorprendí al hablar fluidamente, sin un atisbo de duda.
—Nos serviría más de espía de aquel lado —aportó la chica.
—Vieron que estaba acá, que no la trajimos.
Reconocí esa voz, pertenecía a la persona que me habló en la camioneta. Debía ser Francisco. El hombre en cuestión era alto, moreno, ojos miel y cabello rebelde, era imponente, mucho más que el que parecía vaquero, su mirada era una daga.
—No —el vaquero chasqueó los labios—. Es de familia importante, nos servirá como rehén.
—No les darán un peso por mí.
—Lo dudo.
—Prefiero morir antes que regresar con esa gente.
El ambiente se tensó aún más, como si la mención de la palabra detonara el caos. El vaquero desenvainó el arma en un segundo y me apuntó directo a la frente, el frío metal tocando mi piel. Definitivamente ya era intimidante.
—Con gusto puedo hacerte el favor, Odele Conde.
Escuchar mi nombre fue un balde de agua fría, de alguna manera me hizo sentir mucho más vulnerable.
—Al menos planten mi cadáver en casa de mi marido —eso no estaba en el guion, pero no supe qué más decir—. Que lo acusen de homicidio y lo cargue la chingada.
Me estaba muriendo de miedo, todo en mí quería gritar, llorar, suplicar por mi vida o correr en un vano intento de escapar, pero me mantuve firme en mi lugar.
—¿Qué estás dispuesta a hacer para cobrar tu venganza?
Esa era la pregunta decisiva, mi respuesta sería la que me daría un día más de vida o un pase directo a la tumba. Tragué saliva, pero no demoré en contestar.
—Lo que sea.
El silencio fue sepulcral, ni siquiera me atreví a respirar, cada músculo en mi cuerpo se sentía tan tenso, mi corazón estaba a punto de salir desbocado de mi pecho. Y entonces sentí el arma alejarse de mi cabeza, el vaquero dio dos pasos hacia atrás. Lentamente, alcé la mirada, debía verme convencida.
—La venganza demanda sangre y la sangre exige un pago —murmuró el vaquero, el hombre que pensaba que era Francisco se removió, incómodo—. Clava tu mano.
—¿Qué?
—Toma el cuchillo y atraviesa tu mano —me extendió una daga deslumbrante y filosa—. ¿Estás dispuesta a hacer lo que sea? Bien, esta es una probada de lo que vendrá.
Nadie habló de esto, no estaba en el contrato, Román no mencionó que podrían exigir que me lastimara a mi misma.
Tomé el cuchillo, lentamente, mi mano temblaba. No podría hacerlo, no lo lograría, si no lo hacía, ¿me matarían?
—¿Qué tanto vale tu venganza? —chilló la chica—. Convéncenos.
Mi agarre en el mango apretó, por la fuerza, mis nudillos se pusieron blancos, solo tenía que empuñarla y clavar con todas mis fuerzas, pero no podía, por más que me gritaba que no perdiera más tiempo, mi cerebro no respondía.
Era ahora o nunca. Imaginé el rostro de mi hermano, su sonrisa dulce, su mirada ilusionada cuando me veía llegar. Él fue el único que trató de evitar mi matrimonio, el único que intentó no entregarme al diablo. José no merecía que su vida se fuera al traste cuando la evidencia saliera a la luz y todos pensaran que la asesina era yo. Una guerra entre Conde y Meyer terminaría con mi familia muerta, mi hermano merecía más que eso.
Con un grito de guerra, alcé el cuchillo y asesté el golpe. Sentí el metal atravesar carne, músculo y hueso.
El alarido que solté no le hizo justicia al dolor que me carcomió por dentro.
Caminaba hacia camerinos con el corazón desbordando felicidad, pues mi debut en la prestigiosa Compañía de Danza Aérea de Meza fue un éxito.Desde niña tuve el sueño de ser la mejor bailarina de danza aérea del país, hoy apenas tuve un solo de tres minutos, pero en algún momento sería protagonista. Además, me emocionaba saber que mi marido pudo verme en acción, cada movimiento se lo dediqué y esperaba que estuviera tan orgulloso de mí, como yo de él.Román Arreola era uno de los generales más respetados del ejército de Meza, un hombre atractivo, imponente, frío y seductor. Su mirada ámbar podía ser despiadada con sus enemigos, pero dulce con la gente que quería. Su mera presencia cautivaba a cualquiera.Era la fantasía de cualquier mujer, el terror de los criminales, la justicia de los inocentes. Se rumoreaba incluso que, entre las mafias, lo apodaban “El Cazador”.Y lo amaba, pensaba que él también me amaba, pero no siempre fue así.Nuestro matrimonio fue fruto de un arreglo al que m
El olor fétido pegó de lleno en mis fosas nasales, se mezcló con un aroma metálico que podría haberme hecho vomitar de no ser porque en ese momento no tenía fuerzas para hacerlo.Abrir los párpados fue un martirio, pues ante cualquier esfuerzo mi cabeza punzaba duramente, rebotaban de un lado a otro en mi cráneo.Me sentía exhausta, incluso respirar se me dificultaba, pero conforme más era consciente del aire entrando y saliendo de mis pulmones, más recuperaba fuerzas, el latido de mi corazón bombeaba sangre a cada parte de mi ser, escuchaba el eco de los pálpitos. ¡Sangre!Sentir mi pulso me hizo ver que estaba… Viva.Respiraba, me movía, veía, sentía. Eso fue lo peor, porque, así como me hacía consciente de la parte física, también lo hacía de mis pensamientos, mis recuerdos. La realidad de la traición y la humillación.Moví un pie, luego el otro y poco a poco, mis muñecas despertaron. Ponerme de pie fue difícil, tuve que agarrarme de la pared más cercana y poner todo mi esfuerzo en
Si se trataba de un proxeneta, era su día de suerte, me puse en bandeja de plata.— Qui es vous? —su tono era ronco y grave, no había duda de que era un hombre—. Ils ont prévenu que vous as tué quelqu'un.Algo que siempre detesté de mis años de formación, fue que mis padres solo me obligaron a aprender un idioma: Inglés. No era experta, pues dejé de practicarlo con los años, pero tenía nociones que me permitirían comunicarme en nuestro país vecino del norte: Walshe.Pudiendo aprender francés, italiano o alemán, me quedé estancada en el inglés.Para el día de hoy teníamos conexiones mucho más importantes con Gremia, Schweinzig y Etiale. Meza, mi país, era el más poderoso.Eso era, debía estar en Etiale, el país vecino del sur de Meza. Y el tipo ese debía estar hablando francés.—Sorry, I don`t speak… Your fucking language.—Who are you? What are you doing here?Ay, no sé ni por qué le hablé en inglés, después de todo, tampoco es como que hubiese poca gente que supiera español. Solo que
Sentía el estómago arder por la ira, aunque también podía deberse a que estaba famélica, no había pasado ni una hora desde que desperté, pero sentía un agujero, podría comerme una vaca. El tipo ese estacionó frente a la estación junto a las patrullas, abrió la puerta y salió exponiendo toda su anatomía. Madre santa, hombres así deberían estar prohibidos, hacen que una se desconcentre, que tenga pensamientos que solo deberían aparecer en situaciones específicas… No cuando estaba arrestada y temía por mi vida.—Tengo derechos —espeté mientras me llevaba al interior de la estación—. Quiero saber de qué se me acusa.De pronto, mis piernas flaquearon y mi cabeza dio vueltas, ya no pude mantenerme en pie.—Ya no puedo —jadeé, incluso hablar requería de mucho esfuerzo—. Me siento mal.El tipo titubeó un antes de bufar y apretar los labios, me tomó entre sus poderosos y cálidos brazos para levantarme con tanta facilidad como si fuera un peluche.Me llevó hasta una especie de recepción en l
Lo último que recordaba era a Román yéndose junto con Sabina mientras mi sangre se esparcía por el suelo y luego nada, todo era un vacío negro.La noticia me dejó tan impactada, que no pude hablar, me dejé arrastrar hasta el interior de un cuarto detrás de la recepción. Fue hasta que se cerró la puerta que pude reaccionar.—No conozco a ningún Hermann, ¿no escuchaste? —mi voz sonó más chillona de lo que planeé—. ¡Alguien me mató! ¡Me dispararon! Mi esposo me abandonó para irse con su amante. ¡Me dejó morir!El tipo apretaba con fuerza mi brazo, me estaba haciendo daño, no podía creer que, aún después de soportar el dolor de la bala atravesando mi cuerpo, pudiera verme afectada por sus dedos enterrándose en mi piel. Escocía, como si estuviera al rojo vivo y mi sangre se volviera de fuego.Una vez que me soltó, vi que estábamos en una especie de oficina, la luz de la lámpara en el escritorio era muy bajita, como si el foco estuviera librando su última batalla antes de fundirse. El tipo
Mi mirada se encontró con la azul gélida de Yoav, fue suficiente para congelarme. Pude notar un ligero cambio en él, casi como si verme le diera lástima. Entonces se dio cuenta de que estaba excesivamente cerca del escritorio y su semblante cambió radicalmente.—Deja eso —ordenó en un susurro que pareció más un gruñido—. No seas entrometida.Me aparté lo más que pude esperando que se tragara el cuento de que apenas iba a revisar y en realidad no vi nada. Percibí un retazo de culpa apareciendo en mi interior, pero lo deseché al instante, tenía todo el derecho de buscar respuestas.—Me dejaste encerrada —repuse mordaz—. No iba a quedarme sentada esperando a que vinieras por mí.—¿Cómo prendiste la luz? —cuestionó.—Magia.Me miró, incrédulo, como si no esperara esa respuesta.—Vámonos¿A dónde?Me pareció increíble que hablara español e inglés fluido. No quería menospreciar a los policías, pero la mayoría de los que conocía, solo hablaban el idioma del lugar en el que vivían. Así que e
La mayor parte del interrogatorio fueron gritos y ofensas.Sabina desde el principio fue a la pregunta: «¿Por qué mataste a Hermann?» Ni siquiera preguntó si era culpable o no. Ella ya había decidido que yo era la asesina.—Escúchame bien, perra asesina —Sabina golpeó la mesa que nos separaba y el sonido retumbó en la habitación—. Sabemos que fuiste tú, mientras más rápido cooperes, menor será el castigo. Yoav no hacía más que recargarse en la pared y observar detenidamente. Su ecuanimidad era admirable, sabía que, teniendo un testigo, más adelante podría demandar el pésimo trato al que estaba siendo sometida.Ella quería respuestas, yo también. No entendía por qué estaba viva, cómo llegué a Etiale y por qué tenía esa ropa. Y más que nada, ¿por qué me acusaban de matar a Hermann?Espontáneamente mi mano tocó la piel en dónde debería estar la bala, o al menos el agujero de bala. Lisa y sin imperfecciones.Sabina seguía gritando y diciendo cosas, lo sabía porque veía su boca moverse y
—Dijiste que no conoces a Hermann Meyer.—Y no lo hago.—Pero conoces a los Meyer.—Sé que existen.—Ya —Yoav me miró, desconfiado—. ¿No son algo así como los contrincantes de tus padres?—Ambos compitieron por la candidatura y eso ya tiene año y medio —respondí quedamente—. Yo nunca conocí a los Meyer, escapé de casa a los dieciocho y solo regresé para…Yoav me miró con la ceja arqueada.—Casarme.Revisó una carpeta con documentos que no había visto. ¿Documentos míos? ¿Qué tanto podrían averiguar de mí? Yo no ocultaba nada, era la niña buena que parecía buena y lo era.—El cuerpo de Hermann fue hallado en la frontera con Etiale —Yoav hablaba con tal calma, que me iba a hacer perder la paciencia—. Y tú eres la única sospechosa.—Hermann pudo hacerse enemigos durante su campaña —expliqué, estresada—. ¿Por qué no buscan…?—Hermann es el hijo, no el padre.¿Qué? Oh, por dios, ni siquiera sabía que tenía hijo. —Mira, no es invento mío que morí —dije, suplicante—. No estaba en condicione