Lo último que recordaba era a Román yéndose junto con Sabina mientras mi sangre se esparcía por el suelo y luego nada, todo era un vacío negro.
La noticia me dejó tan impactada, que no pude hablar, me dejé arrastrar hasta el interior de un cuarto detrás de la recepción. Fue hasta que se cerró la puerta que pude reaccionar.
—No conozco a ningún Hermann, ¿no escuchaste? —mi voz sonó más chillona de lo que planeé—. ¡Alguien me mató! ¡Me dispararon! Mi esposo me abandonó para irse con su amante. ¡Me dejó morir!
El tipo apretaba con fuerza mi brazo, me estaba haciendo daño, no podía creer que, aún después de soportar el dolor de la bala atravesando mi cuerpo, pudiera verme afectada por sus dedos enterrándose en mi piel. Escocía, como si estuviera al rojo vivo y mi sangre se volviera de fuego.
Una vez que me soltó, vi que estábamos en una especie de oficina, la luz de la lámpara en el escritorio era muy bajita, como si el foco estuviera librando su última batalla antes de fundirse. El tipo accionó el interruptor de pared, pero no funcionó. Soltó una maldición en francés y salió de ahí cerrando con seguro desde afuera.
La lámpara parpadeó tres veces antes de rendirse dejándome sumida en una profunda oscuridad.
De nada sirvieron mis gritos, ofensas y súplicas, en las que invertí demasiadas fuerzas, para que me sacaran, pues a pesar de que amenacé con traer a mi poderoso y reconocido marido quien sería capaz de patearle el culo a todos esos idiotas, nadie vino por mí.
Una vez que tenía la garganta al rojo vivo y me quedé sin palabras, me recargué en la pared más cercana para dejarme caer. Las palabras “homicidio” y “criminal” rondaban por mi mente.
Conocía de nombre a la familia Meyer, unos alemanes adinerados que al migrar invirtieron en la industria farmacéutica. Tenían laboratorios y otros negocios. Él y mi padre hicieron campaña para convertirse en gobernadores, pero mi padre fue quien ganó la gubernatura al final, desde ese entonces (hace año y medio), existía una rivalidad entre ambas familias.
Pero yo jamás los había visto, no sabía si tenían hijos, hermanos, sobrinos, para mí eran ajenos. Tal vez Román lo tuviera como enemigo, pues muchos querían matarlo, pero si eso era verdad, yo jamás me enteré.
Lo más irónico era que, morí por la persona que amaba, pero ahora me acusaban de asesinato.
Al poco rato mis ojos ya se habían acostumbrado a la oscuridad y podía ver algunas siluetas, sin embargo, no distinguía bien la forma, maldito cuarto totalmente cerrado y sin una sola ventana para que entrara, aunque fuera la luz de la luna. Seguí la pared con mis manos hasta que hallé el interruptor.
Lo accioné y no funcionó, enfadada, lo prendí y apagué varias veces para desahogar la frustración y entonces se hizo la luz. Tuve que cerrar los ojos para evitar quedarme ciega.
Se trataba de un despacho desarreglado con documentos desorganizados y esparcidos por todas partes. Había gabardinas y sudaderas colgando de un perchero viejo, además de una pila de libros mal acomodados sobre el gran escritorio.
Para el desastre que había, no olía mal, pues el bote de basura estaba vacío y no había rastros de empaques de comida.
Me llamó la atención una caja arrumbada en un rincón, era lisa y gris, parecía de cartón. Me acerqué y vi en el interior muchos diplomas, reconocimientos, algunas medallas e incluso insignias.
Los documentos estaban en francés, no entendía, pero me centré en un papel que tenía pinta de ser un citatorio, tenía una fotografía en blanco y negro del maldito que me arrestó, abajo tenía un nombre: Yoav Lablé. Como punto para él, su retrato no le hacía justicia. Y no es que se viera mal, pero en persona era… Perfecto.
El librero tenía tomos sobre leyes, tácticas militares, medicina; el tipo sería interesante de conocer si no fuera detestable, suponiendo, claro, que este fuera su despacho u oficina. Intenté abrir algunos cajones, pero todos tenían seguro. Al final di con una pequeña caja metálica escondida bajo el escritorio.
Esperaba encontrar un anillo de matrimonio, tal vez alguna moneda de gran valor, incluso algún cuchillo fino. Definitivamente no una fotografía.
El niño de ojos azules sonreía alegremente, alzaba una mano por encima de su cabeza como si estuviera saludando. Se hallaba sentado sobre el pasto y un pato de juguete yacía a su lado. Se veía tan tranquilo y la imagen fue tan común, que por un momento olvidé que estaba metida en un aprieto de los grandes.
La parte trasera estaba en blanco, no había nombres ni fechas. Al mirar de nuevo al niño, me di cuenta del parecido increíble con Yoav. Mientras más lo miraba, más veía semejanzas, ¿podría ser su hijo?
El sonido de una llave en la cerradura me sacó del ensueño para apenas darme tiempo de guardar la fotografía y poner todo en orden. No me acusarían también de ser fisgona.
Mi mirada se encontró con la azul gélida de Yoav, fue suficiente para congelarme. Pude notar un ligero cambio en él, casi como si verme le diera lástima. Entonces se dio cuenta de que estaba excesivamente cerca del escritorio y su semblante cambió radicalmente.—Deja eso —ordenó en un susurro que pareció más un gruñido—. No seas entrometida.Me aparté lo más que pude esperando que se tragara el cuento de que apenas iba a revisar y en realidad no vi nada. Percibí un retazo de culpa apareciendo en mi interior, pero lo deseché al instante, tenía todo el derecho de buscar respuestas.—Me dejaste encerrada —repuse mordaz—. No iba a quedarme sentada esperando a que vinieras por mí.—¿Cómo prendiste la luz? —cuestionó.—Magia.Me miró, incrédulo, como si no esperara esa respuesta.—Vámonos¿A dónde?Me pareció increíble que hablara español e inglés fluido. No quería menospreciar a los policías, pero la mayoría de los que conocía, solo hablaban el idioma del lugar en el que vivían. Así que e
La mayor parte del interrogatorio fueron gritos y ofensas.Sabina desde el principio fue a la pregunta: «¿Por qué mataste a Hermann?» Ni siquiera preguntó si era culpable o no. Ella ya había decidido que yo era la asesina.—Escúchame bien, perra asesina —Sabina golpeó la mesa que nos separaba y el sonido retumbó en la habitación—. Sabemos que fuiste tú, mientras más rápido cooperes, menor será el castigo. Yoav no hacía más que recargarse en la pared y observar detenidamente. Su ecuanimidad era admirable, sabía que, teniendo un testigo, más adelante podría demandar el pésimo trato al que estaba siendo sometida.Ella quería respuestas, yo también. No entendía por qué estaba viva, cómo llegué a Etiale y por qué tenía esa ropa. Y más que nada, ¿por qué me acusaban de matar a Hermann?Espontáneamente mi mano tocó la piel en dónde debería estar la bala, o al menos el agujero de bala. Lisa y sin imperfecciones.Sabina seguía gritando y diciendo cosas, lo sabía porque veía su boca moverse y
—Dijiste que no conoces a Hermann Meyer.—Y no lo hago.—Pero conoces a los Meyer.—Sé que existen.—Ya —Yoav me miró, desconfiado—. ¿No son algo así como los contrincantes de tus padres?—Ambos compitieron por la candidatura y eso ya tiene año y medio —respondí quedamente—. Yo nunca conocí a los Meyer, escapé de casa a los dieciocho y solo regresé para…Yoav me miró con la ceja arqueada.—Casarme.Revisó una carpeta con documentos que no había visto. ¿Documentos míos? ¿Qué tanto podrían averiguar de mí? Yo no ocultaba nada, era la niña buena que parecía buena y lo era.—El cuerpo de Hermann fue hallado en la frontera con Etiale —Yoav hablaba con tal calma, que me iba a hacer perder la paciencia—. Y tú eres la única sospechosa.—Hermann pudo hacerse enemigos durante su campaña —expliqué, estresada—. ¿Por qué no buscan…?—Hermann es el hijo, no el padre.¿Qué? Oh, por dios, ni siquiera sabía que tenía hijo. —Mira, no es invento mío que morí —dije, suplicante—. No estaba en condicione
Era el malo, el traidor. El hijo de puta más grande que había conocido.Tan alto e imponente, cualquier rastro de palabras murió en mis labios al verlo.Cerró la puerta, caminó hacia la mesa y tomó asiento.Mi corazón dio un vuelco en mi pecho, tan atractivo, con su porte imponente, su cuerpo moldeado a la perfección. Era un maldito, jamás podría perdonarlo, así que cuando sonrío intentando ser amigable, lejos de sentirme tranquila, quise matarlo.—Odele, mi amor —el tono en su voz me provocó un cosquilleo que hice desaparecer—. Siéntate.—Vete a la mierda.Me regaló una mueca desaprobatoria. Él nunca quiso que yo fuera como la gente que frecuentaba: Mal hablada, sin educación, sarcástica, burlona. Y yo como una idiota era la esposa ejemplar abnegada a su esposo. Pero ya no más.Lo que más odiaba de Román era que no había forma alguna de decirle que no, siempre lograba lo que se proponía.Ahora, me miraba enojado, sus ojos ámbar reprochando que estaba actuando como una niña malcriada,
Al ver el semblante serio de Román supe que no era una broma. Mis risas murieron y me sentí desfallecer.Se quedó en silencio un rato, entonces sacó de su bolsillo una carta. Sin decir palabra, la puso frente a mí.Era hermosa, los dibujos estaban perfectamente delineados, estaba impecable, esmaltada. Tenía que ser nueva. Me sentí tentada a tocarla, sin embargo, mantuve mis manos apartadas, algo me dijo que no era buena idea.La reina de corazones tenía un porte magnífico, su vestido tenía adornos tan meticulosos, que parecían hechos a mano.—Hermann tenía esto cuando lo encontramos. Una pequeña sonrisa apareció en mi rostro, por un momento sintiéndome salvada.—Fue La Baraja —señalé la carta—. Esa es la prueba.—¿Perteneces a La Baraja, Odele? —su tono fue ruin, cruel—. Nadie sabe de esto Odele, tomé la carta y la escondí. Fuiste la última que estuvo con Hermann dime ahora si perteneces a la organización.—¡No!Entonces lo entendía, de cualquier forma estaba jodida, Román podía acab
Yoav se puso de pie inmediatamente, dio dos pasos hacia nosotros, mirándome, después se detuvo y solo tomó una silla, tocándola distraídamente. Sabina se quedó sentada y me miró con expresión de total aburrimiento, después dirigió su mirada hacia Román y vi el esbozo de una pequeña, casi minúscula sonrisa. Jalea hirviendo ardió en mi interior.Cuando Román se acercó a Sabina, vi sus intenciones de lanzársele encima, no tanto como para tener relaciones ahí mismo, pero sí para darme otra puñalada en el estómago. Centré mi atención en la mesa mientras recitaba una letra de canción para niños de forma que su interacción no fuera más que un suceso lejano que podría disfrazar como una pesadilla.Ahora que los tenía de frente, me preguntaba cómo habría sido su relación. Amantes, ¿pero de qué tipo? ¿Se habrían querido? ¿Era algo únicamente físico? Lo primero que llegué a pensar cuando descubrí la infidelidad fue que ambos estaban hechos el uno para el otro. Mientras que la tonta e ingenua bai
Correr, esconderme, tratar de no morir. El tiroteo llevaba un minuto que había empezado y ya había estado a punto de morir dos veces.Tanto teatro que armó el ejército para que yo lo arruinara en los primeros cinco minutos, Román me odiaría para siempre.Una semana después de haber firmado mi pacto con el diablo, sacaron a la luz “nuevas pistas” que culminaron en el arresto de un pobre drogadicto con problemas de ira al que acusaron de robo a mano armada y homicidio.Por suerte para todos, los Meyer creyeron cuando se les dijo que Hermann me sacó del tiroteo y me dejó a mi suerte mientras escapaba a Etiale porque casualmente encontraron medio millón de pesos escondidos en una cabina en la frontera, justamente ese medio millón fue el mismo que los Meyer perdieron un día anterior.Conclusión: Hermann quiso escapar con dinero de su familia, lo asaltaron y lo mataron. El drogadicto enfrentaría juicio hasta dentro de seis meses, por lo mientras estaría en una cárcel de máxima seguridad.Y
—Ah, la que mató al hijo de los riquillos esos.—Ya tienen al responsable —aporté en tono firme.—Lo atrapó la FEM, pero ellos pusieron tu foto en los medios —la chica apareció en mi campo de visión y se posicionó tras el hombre—. ¿Por qué pensarían que tú lo mataste?Esa era una pregunta que Román juró que me iban a hacer, desde el momento en que me preparó en cuestión de interrogatorio, me obligó a aprender la respuesta al derecho y al revés.—Mi papá mandó a un tipo por mí, quería que me entregara —expliqué destilando ácido—. Dijo que tenían una fotografía de Hermann conmigo, el pobre iluso le robó a sus padres y me pidió ayuda, pero yo estaba enojada porque mi marido hijo de puta me puso el cuerno —sonreí excesivamente—. Lo último que supe fue que lo mataron y a mí me habían acusado.—¿Crees que nací ayer?—Es la verdad.El tipo hizo una señal y entre dos hombres me agarraron, me removí, pero eran fuertes. La chica, pasó su lengua por su labio superior y se acercó amenazadoramente