31. Miedo y confusión

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Estando sola en su casa Julieta se sintió ahogada, abrió las cortinas y las ventanas, y aun así se sentía atrapada.

—Me siento sin aire —se comentó así misma ahogada.

Se dio un baño rápido, ya que no recuerda haberlo hecho en casa de Maximiliano y se puso ropa cómoda para bajar las escaleras. Eran casi las ocho de la noche, pero ella necesitaba aire fresco… al menos lo más fresco que se pueda en la ciudad.

—¿Qué haces aquí sola? —pregunta una voz masculina, que ella reconocía muy bien.

Llevaba al menos dos horas sentada viendo a la nada cuando sintió su presencia, lo que le recuerda los dos ramos de flores que recibió poco después de que él se fuera. Él se sienta a su lado y ella se queda viendo al frente sin querer verlo.

Maximiliano había dejado dos hombres de seguridad cerca de ella, sabía cada paso que daba, pero no le diría eso.

—Me gusta estar sola —miente Julieta, no queriendo admitir que estaba aterrada de estar sola— me gustaría que siguiera así, señor Maximiliano.
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