Capítulo 2: "Miradas que queman"

La noche había caído sobre el pequeño pueblo, cubriéndolo con un manto de estrellas titilantes y el suave murmullo de la brisa nocturna. Kadisha estaba en su habitación, observando el reflejo de la luna en la ventana. Aún podía sentir la energía del encuentro con Murdock Renis recorriéndole la piel, como un recuerdo latente que se negaba a desaparecer.

¿Qué había sido eso? Se preguntaba mientras jugaba con uno de sus rizos entre los dedos. Algo en él la había desestabilizado. No solo su imponente presencia física, sino la intensidad con la que la había mirado. Como si la conociera de antes, como si pudiera leer sus pensamientos más íntimos. Y, sin embargo, nunca lo había visto antes en el pueblo.

Sacudió la cabeza, tratando de alejar aquellos pensamientos. "No puedo dejar que me afecte", se dijo a sí misma, pero la verdad era que sentía una atracción que no había experimentado nunca. No solo era físico; era algo más profundo, como si estuviera escrita en su destino, aunque no comprendiera por qué.

Se levantó de la cama y se puso su abrigo. No podía dormir, y sabía que un paseo por las afueras del pueblo, bajo el cielo despejado, siempre lograba calmar su mente. El viento frío de la noche le acarició el rostro en cuanto cruzó el umbral de su casa, y durante un instante, sintió que esa brisa llevaba consigo una promesa: algo en su vida estaba a punto de cambiar.

El bosque estaba iluminado por la luz de la luna llena, proyectando sombras largas y distorsionadas sobre el suelo. Cada crujido bajo sus pies la hacía sentir más conectada a la naturaleza, como si las raíces de los árboles la llamaran. A lo lejos, el ulular de un búho rompió el silencio.

Entonces, escuchó pasos. Unos pasos fuertes, decididos. Y lo supo al instante.

—¿Otra vez tú? —murmuró para sí misma.

Giró lentamente, su corazón acelerándose. Allí, entre las sombras de los árboles, estaba él. Murdock Renis. No sabía por qué, pero no le sorprendía verlo. Algo en su interior le decía que él aparecería en su vida una y otra vez, como un imán invisible que los mantenía conectados.

—Vaya, parece que este pueblo no es tan grande después de todo —dijo Kadisha, intentando sonar casual, aunque la proximidad de él la hacía sentir todo menos tranquila.

Murdock no sonrió. En su lugar, sus ojos la recorrieron lentamente, como si evaluara cada centímetro de ella, como si quisiera grabar su imagen en su mente. Esa mirada quemaba, un fuego silencioso que se extendía bajo su piel.

—No esperaba verte aquí —dijo finalmente, su voz baja y ronca, como el eco de una tormenta lejana.

—Es un pueblo libre —respondió ella con un encogimiento de hombros, aunque sentía la mirada de él perforándola.

Murdock avanzó un paso hacia ella, reduciendo la distancia que los separaba. Kadisha retrocedió instintivamente, aunque no porque tuviera miedo. Era otra cosa lo que la hacía moverse; la intensidad de su presencia la abrumaba, como si el aire entre ellos se volviera más denso, más difícil de respirar.

—¿Por qué estás aquí? —preguntó él, ignorando su comentario anterior.

Kadisha levantó una ceja, desconcertada por la franqueza de la pregunta.

—Es un pueblo tranquilo —respondió, mirando al bosque que los rodeaba—. Me gusta caminar por las noches. Me ayuda a pensar.

Murdock la observaba en silencio, sus ojos fríos como el acero, pero había algo más detrás de esa fachada. Algo que Kadisha no lograba descifrar. Esa noche, bajo la luz de la luna, él parecía aún más misterioso, más distante, como si cargara un secreto que no podía compartir.

—¿Pensar en qué? —preguntó él de repente, acercándose un paso más. Ahora la distancia entre ellos era mínima, y Kadisha podía sentir el calor que emanaba de su cuerpo, a pesar del frío de la noche.

Ella tragó saliva. ¿Qué clase de pregunta era esa? ¿Por qué se sentía como si sus palabras tuvieran un doble significado, como si estuviera tratando de descubrir algo más profundo en ella?

—No lo sé… en mi vida, supongo. En las cosas que han pasado —dijo ella, tratando de sonar casual, aunque la intensidad de su mirada la tenía atrapada.

Murdock la miraba como si pudiera ver más allá de lo que decía. Como si supiera que había algo más bajo la superficie. Algo que ni siquiera Kadisha comprendía del todo.

—No deberías andar sola por aquí —dijo él después de una pausa, cambiando de tema bruscamente—. No es tan seguro como parece.

Kadisha frunció el ceño, sorprendida por su comentario.

—¿Seguro? Este es el lugar más seguro que conozco. He caminado por aquí toda mi vida.

Murdock la miró con una expresión que mezclaba seriedad y algo parecido a la preocupación, aunque era difícil de interpretar en su rostro de facciones duras.

—Las cosas están cambiando, Kadisha. Y no siempre lo que conoces es lo que parece —dijo, sus palabras cargadas de un significado que ella no podía comprender.

La advertencia en su tono la hizo sentir un escalofrío recorriéndole la columna. ¿A qué se refería? ¿Qué sabía él que ella no?

—¿De qué estás hablando? —preguntó, pero Murdock no respondió de inmediato. En lugar de eso, su mirada se suavizó apenas un instante, como si debatiera si decirle más.

Pero entonces, algo en el aire cambió. Murdock giró la cabeza rápidamente, sus ojos se agudizaron, y su cuerpo entero se tensó como el de un depredador a punto de atacar. Kadisha no entendía qué pasaba, pero antes de que pudiera preguntar, él ya había comenzado a moverse.

—Debo irme —dijo con una voz apremiante.

—¿Qué...? —empezó a decir Kadisha, pero Murdock ya estaba alejándose, sus pasos rápidos y decididos, desapareciendo entre las sombras del bosque.

Ella lo observó irse, su corazón aún martilleando en su pecho, y se quedó allí, sola bajo la luna, preguntándose qué demonios acababa de ocurrir. ¿Por qué la advertía? ¿De qué cosas estaba hablando?

Y, lo más importante, ¿por qué sentía que su vida, hasta entonces tranquila y solitaria, acababa de cambiar de manera irrevocable?

Mientras la brisa nocturna acariciaba su rostro, Kadisha no podía dejar de pensar en esos ojos azules, en esa intensidad que parecía traspasar cualquier barrera que intentara poner. Murdock Renis era más que un hombre extraño en el pueblo. Era una fuerza que estaba entrando en su vida, y aunque no sabía cómo, estaba segura de que él traía consigo una tormenta que aún no podía prever.

Giró sobre sus talones y regresó a casa, pero la sensación de ser observada no la abandonó. Cada sombra, cada susurro del viento parecía contener la presencia de Murdock, y Kadisha supo, en lo más profundo de su ser, que esa no sería la última vez que se encontrarían. De alguna manera, su destino ya estaba entrelazado con el de él. Solo que aún no lo comprendía del todo.

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