Capítulo 7: "El Murmullo del Destino"

El amanecer llegó lentamente, bañando la cabaña en una luz dorada y suave, pero la atmósfera estaba cargada con una tensión que no se había disipado desde la noche anterior. Kadisha no había dormido mucho. Cada vez que cerraba los ojos, su mente la llevaba a lugares oscuros, llenos de sombras que la acechaban y susurros de advertencia que no podía comprender del todo. El peso del destino caía sobre sus hombros, una carga que apenas empezaba a descubrir.

Murdock había salido temprano esa mañana, junto con Alanis, para asegurarse de que la zona estuviera despejada. Le había dicho que no se preocupara, pero era imposible seguir esa orden cuando su vida, su futuro, y todo lo que creía conocer, se desmoronaba a su alrededor.

Sentada en la pequeña mesa de la cabaña, Kadisha intentaba concentrarse en los fragmentos de recuerdos de su infancia, buscando alguna pista que pudiera haber pasado por alto. Su abuela Candise siempre había sido misteriosa, hablando en metáforas y enseñándole cosas que entonces parecían simples supersticiones. Pero ahora, cada palabra, cada enseñanza, cobraba un nuevo significado.

—“El destino siempre está escrito en las estrellas, querida. Solo tienes que aprender a leerlas” —le había dicho Candise una vez, mientras juntas miraban el cielo nocturno.

Kadisha se preguntaba si todo esto había estado destinado desde el principio. El accidente de avión que mató a sus padres, su crianza por su abuela, el encuentro fortuito con Murdock... Nada parecía casual. Y aunque ahora sabía que la muerte de sus padres no fue un accidente, sino parte de un plan mayor urdido por Julius, la realidad de esa verdad aún no se había asentado completamente.

Se levantó y caminó hacia la ventana, observando el bosque que rodeaba la cabaña. Los árboles, altos y majestuosos, parecían vigilarla, como si el bosque mismo estuviera al tanto de su destino. Sentía una conexión extraña con la naturaleza últimamente, algo que nunca antes había experimentado. Era como si el viento llevara consigo mensajes que solo ella podía percibir, pero que aún no sabía descifrar.

De repente, escuchó un crujido suave detrás de ella. Se giró rápidamente, esperando ver a Murdock o a Alanis, pero la cabaña seguía vacía. Sin embargo, el aire se sentía diferente, cargado de una energía que la hizo estremecerse.

—¿Quién está ahí? —preguntó Kadisha, su voz temblando ligeramente.

No hubo respuesta, pero una sensación profunda la invadió, una sensación que reconoció de inmediato. No estaba sola. Algo, o alguien, la estaba observando.

El calor empezó a extenderse por su cuerpo, comenzando en su pecho y bajando hasta sus extremidades. Era una sensación familiar, pero extraña al mismo tiempo, como si algo dentro de ella estuviera despertando, algo que había permanecido dormido durante mucho tiempo.

Sin darse cuenta, su respiración se aceleró, y su corazón empezó a latir con fuerza. Su visión se nubló ligeramente, y por un momento, todo a su alrededor pareció ralentizarse. Sentía cómo su cuerpo respondía a una llamada interna, una llamada que no comprendía del todo.

Kadisha cayó de rodillas, con las manos apretando el suelo de madera de la cabaña. Los latidos de su corazón resonaban en sus oídos como tambores, y un dolor sordo comenzó a extenderse por su espalda. Jadeó, intentando mantenerse en pie, pero sus piernas temblaban.

—No... no... —murmuró, intentando luchar contra la sensación.

Pero era inútil. El despertar había comenzado.

Sus manos se aferraron a los bordes de la mesa, y cuando miró hacia abajo, vio sus dedos alargándose ligeramente, las uñas tomando una forma más afilada, más animal. Gritó, pero el sonido salió ahogado, como si alguien le hubiera robado el aliento.

De repente, una figura entró corriendo por la puerta. Murdock.

—¡Kadisha! —gritó, arrodillándose junto a ella en un instante—. ¡Tienes que respirar! ¡No te resistas!

Su voz era firme, pero cargada de preocupación. Kadisha intentó hablar, pero el dolor era abrumador. Sus huesos parecían estar cambiando, retorciéndose bajo su piel. Pero a pesar del terror que sentía, algo en la voz de Murdock la tranquilizó.

—No... no puedo... —jadeó, mientras lágrimas de dolor corrían por su rostro.

Murdock la sostuvo, su cuerpo inmenso y poderoso, envolviéndola en un abrazo protector.

—Lo sé —susurró él, acariciando su cabello con una ternura que contrastaba con su apariencia feroz—. Pero esto es lo que eres. Lo que siempre has sido. Déjalo salir, Kadisha. Déjalo salir.

Las palabras de Murdock se hundieron profundamente en ella, y poco a poco, Kadisha dejó de resistirse. Cerró los ojos, entregándose a la sensación, a ese poder desconocido que brotaba desde lo más profundo de su ser. El dolor no desapareció, pero se transformó en algo más, algo primal, algo salvaje.

Y entonces, todo se detuvo.

Kadisha abrió los ojos, respirando con dificultad. El aire a su alrededor estaba cargado de energía, y su cuerpo... su cuerpo se sentía diferente. Ya no estaba en el suelo, sino sobre cuatro patas. Miró hacia abajo, y vio unas garras afiladas donde antes estaban sus manos. Su piel había sido reemplazada por un pelaje oscuro y espeso.

—Kane —susurró Murdock, sus ojos llenos de admiración y asombro—. Finalmente has despertado.

Kadisha, ahora en su forma de loba, observó a Murdock con una mezcla de confusión y asombro. La transformación había sido dolorosa, pero en ese momento, se sentía más viva que nunca. Cada sentido estaba agudizado, cada sonido, cada olor, cada movimiento en el aire a su alrededor.

Murdock se apartó ligeramente, y Kadisha lo vio transformarse frente a ella. En cuestión de segundos, el hombre musculoso y rubio desapareció, reemplazado por un enorme lobo negro, con ojos rojos como la sangre.

Klause.

La loba dentro de Kadisha, Kane, reconoció al instante al lobo que tenía frente a ella. Un lazo profundo se formó entre ellos, más allá de las palabras, más allá de lo humano.

Klause dio un paso hacia ella, y Kane lo imitó. El aire estaba lleno de una tensión eléctrica, pero no era miedo lo que sentía, sino una conexión más allá de lo físico, una fusión de almas que no necesitaba explicación.

Durante unos segundos eternos, se observaron. Kane podía sentir el poder que emanaba de Klause, pero también la ternura que siempre había estado presente en Murdock. La loba y el lobo se acercaron lentamente, sus hocicos tocándose suavemente.

En ese momento, Kadisha comprendió algo importante. No estaba sola en este viaje. Murdock, Klause, siempre estarían a su lado, guiándola, protegiéndola, y, lo más importante, aceptándola por lo que era.

El despertar no era el fin. Era solo el comienzo.

El viento sopló suavemente, y Kane levantó la cabeza hacia el cielo, donde la luna, aunque no llena, parecía brillar con una intensidad especial. El destino de Kadisha estaba entrelazado con el de la luna, con el de los lobos, y con el de Murdock.

Y esa noche, bajo el cielo estrellado, el murmullo del destino comenzó a hacerse más claro.

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