Capítulo 8: "El Secreto en la Oscuridad"

La luna, aunque solo un cuarto visible en el cielo, parecía emitir una luz que bañaba el bosque en un resplandor misterioso. Kadisha, aún en su forma de loba, sentía una oleada de energía dentro de su cuerpo. Era una sensación embriagadora, el poder y la libertad que Kane le daba. Cada músculo se sentía fuerte, ágil, como si pudiera correr eternamente entre los árboles, sin sentir jamás cansancio.

Klause, el imponente lobo negro, estaba a su lado, su presencia sólida y calmada. Había una comunicación silenciosa entre ambos, una que iba más allá de palabras o miradas. Era como si sus almas hubieran encontrado una forma de entrelazarse en este nuevo nivel, una conexión que Kadisha jamás había experimentado con ningún otro ser.

Murdock siempre había sido un misterio para ella, una fuerza de la naturaleza que la atraía y la repelía al mismo tiempo. Pero ahora, esa distancia que los separaba comenzaba a desvanecerse. Sentía la energía de Klause conectada con Kane, como si fueran parte de algo más grande, algo ancestral y profundo.

De repente, un ruido entre los árboles rompió la calma de la noche. Kane levantó la cabeza, sus orejas atentas, y Klause se tensó a su lado, listo para cualquier amenaza. El bosque, que había sido un refugio silencioso, ahora parecía ocultar secretos en sus sombras.

—Alguien nos está observando —pensó Kadisha, sin palabras, solo una certeza en su mente.

Klause se adelantó un paso, su hocico olfateando el aire. Un gruñido bajo resonó desde su garganta, como si estuviera advirtiendo a quienquiera que acechara en las sombras que no se acercara más. Pero el intruso no parecía intimidado. Kadisha pudo sentirlo. Algo, o alguien, los estaba observando, y no era una simple criatura del bosque.

Justo cuando estaba a punto de avanzar, el aire a su alrededor cambió de nuevo. La energía que antes era vibrante y llena de vida ahora se sentía pesada, cargada de una oscuridad que la hizo estremecerse. No era un miedo normal. Era algo más profundo, algo que su instinto le decía que no debía ignorar.

De repente, de entre los árboles surgió una figura. Era un hombre, o al menos parecía humano a simple vista. Su cabello oscuro caía en mechones desordenados sobre su frente, y sus ojos, de un gris acerado, brillaban bajo la luz de la luna como dos faros en la oscuridad. Vestía una chaqueta de cuero que parecía haber visto mejores días, y su expresión era tan neutral que resultaba inquietante.

—Jayce —susurró la voz de Murdock en la mente de Kadisha, tan clara como si él mismo hubiera hablado en voz alta.

Kane se tensó al instante, reconociendo el nombre que resonaba en su mente. Jayce, el Beta de Julius Black. El hombre responsable de tantas muertes, de tanto dolor, y el mismo que había asesinado a su abuela, Candise. El odio burbujeó en su interior, tan fuerte y feroz como la nueva energía de loba que corría por sus venas.

El Beta dio un paso hacia ellos, su mirada fija en Kane. No parecía intimidado por los dos lobos que tenía delante, a pesar de la evidente amenaza que representaban.

—Así que es cierto —dijo Jayce con una voz suave, casi seductora—. La pequeña humana finalmente ha despertado.

Su tono no contenía miedo, sino una especie de curiosidad retorcida. Como si estuviera disfrutando del espectáculo que tenía delante. Kadisha se estremeció por dentro, pero no dejó que su miedo la dominara. Sabía que era mucho más poderosa ahora, y que Kane no permitiría que nadie la lastimara.

—¿Qué haces aquí, Jayce? —La voz de Murdock resonó en la mente de ambos lobos.

Jayce sonrió, pero no fue una sonrisa amable. Era fría, carente de cualquier rastro de humanidad.

—Vine a ver por mí mismo lo que Julius ya sospechaba —respondió, su mirada pasando de Klause a Kane—. La nueva loba. ¿O debería decir, la última esperanza de los Renis?

El odio que Kadisha sentía por ese hombre crecía con cada palabra que pronunciaba. Sabía que había llegado el momento de enfrentarse a él, pero la furia de Kane luchaba por salir. Sin embargo, no podía permitirse perder el control. Murdock la había entrenado en el control, y ahora, ese conocimiento sería su mejor arma.

—No tienes nada que hacer aquí —gruñó Murdock, tomando el control de Klause. Su voz, aunque mental, resonaba con la amenaza de un líder alfa.

Jayce levantó las manos en un gesto burlón de rendición.

—Tranquilo, Renis. No he venido a pelear. Aún no —dijo con una sonrisa torcida—. Solo quería ver si la pequeña humana estaba lista para el juego que se avecina. Julius tiene planes, y ambos lo sabemos. Pero no será hoy cuando nos enfrentemos. Solo asegúrate de estar preparados cuando llegue el momento. Porque cuando lo haga… no habrá piedad. Ni para ti, ni para ella.

Kane rugió en su interior, queriendo lanzarse contra Jayce y acabar con él de una vez por todas. Pero sabía que no era el momento. El Beta estaba jugando, provocándolos para que hicieran el primer movimiento, para que cayeran en su trampa.

Con una última sonrisa burlona, Jayce dio media vuelta y desapareció entre las sombras del bosque, dejándolos con una amenaza silenciosa y el sabor amargo de la incertidumbre.

Kadisha, aún en su forma de loba, sentía la furia burbujeando en su interior. Había visto al asesino de su abuela y no había podido hacer nada. Su cuerpo temblaba de rabia contenida, pero Klause, siempre más controlado, se acercó a ella, frotando su hocico contra el de Kane.

—No es el momento —pensó Murdock—. Pero su momento llegará, y entonces, Jayce pagará por todo.

Kane gruñó, aceptando las palabras de Murdock, aunque con dificultad. Sabía que la venganza no podía apresurarse, y que había mucho en juego. Jayce no había venido solo para provocarlos; estaba midiendo sus fuerzas, asegurándose de que Julius tuviera toda la información que necesitaba antes de atacar.

Mientras las primeras luces del amanecer comenzaban a asomarse en el horizonte, Kadisha, transformada de vuelta a su forma humana, se quedó de pie junto a Murdock en su forma de hombre, ambos observando las sombras del bosque.

El futuro seguía siendo incierto, y las amenazas no dejaban de crecer. Pero una cosa era segura: su despertar había atraído a los enemigos más poderosos. Y ahora, más que nunca, necesitaba aprender a controlar no solo a Kane, sino también su propio destino.

Porque en la oscuridad, los secretos estaban comenzando a revelarse.

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