La noche había caído en el territorio de la manada, envolviendo el bosque en una oscuridad profunda. Las estrellas brillaban en el cielo despejado, pero Kadisha apenas se percataba de su belleza. Su mente estaba intranquila, y una sensación de inquietud creciente la había mantenido alerta durante horas.
Murdock se había ido para hablar con su hermano Alanis, buscando respuestas, mientras Kadisha se encontraba sola en la casa que compartían. A pesar de su recién descubierta forma de loba y de la creciente cercanía con Murdock, la incertidumbre del futuro la carcomía. Se encontraba en la sala de estar, las luces tenues lanzaban sombras suaves en las paredes de piedra. Se abrazaba a sí misma, buscando consuelo, cuando algo cambió en el ambiente. El aire se volvió más pesado, denso, y un frío repentino le recorrió la espalda. Era una sensación familiar, algo que no había sentido desde la muerte de su abuela Candise. Kadisha se levantó de golpe, su corazón palpitando con fuerza. Al principio pensó que se trataba de una de las tantas amenazas que los acechaban, pero este frío era diferente. No era el preludio de un peligro físico, sino algo más. Algo que provenía de lo profundo de su ser. Su abuela le había hablado del don que corría por su linaje, uno que permitía vislumbrar lo que otros no podían ver. Pero Kadisha había descartado esas historias como cuentos para asustar a los niños. Ahora, sin embargo, la realidad se desmoronaba a su alrededor. De repente, un dolor agudo le atravesó la cabeza. Se llevó las manos a las sienes, cerrando los ojos con fuerza mientras una imagen borrosa comenzaba a formarse en su mente. Era como si algo intentara abrirse paso desde su subconsciente, algo que llevaba mucho tiempo dormido. Cayó de rodillas al suelo, jadeando. La visión la golpeó de lleno. Una caverna oscura, sus paredes cubiertas de inscripciones antiguas. Kadisha podía escuchar el sonido del agua goteando en la distancia. Pero no estaba sola. En el centro de la caverna había una figura, una sombra oscura y alta que la observaba. Julius Black. Su rostro estaba cubierto por una sonrisa cruel, y a su lado, Jayce, su Beta, con los ojos resplandecientes de malicia. Kadisha intentó moverse en la visión, pero su cuerpo no respondía. Se sentía atrapada en ese lugar, observando impotente mientras Julius se acercaba a una piedra enorme en el centro de la caverna. Un extraño símbolo estaba grabado en su superficie, uno que brillaba con una luz oscura y aterradora. —El poder está cerca —dijo Julius, su voz resonando como un eco en la mente de Kadisha—. Pronto, todo caerá bajo mi control. De repente, la visión cambió. Ahora estaba en un bosque, pero no era el suyo. Las hojas de los árboles eran de un color extraño, entre púrpura y negro, y el aire estaba cargado de una energía que no podía identificar. En el centro del claro, Murdock yacía en el suelo, sangrando, su cuerpo inmóvil. Klause, su lobo, parecía estar luchando por sobrevivir, pero algo lo retenía. Kadisha intentó gritar, pero su voz no salía. Quería correr hacia él, salvarlo, pero algo invisible la detenía. Sentía el peso de una fuerza oscura envolviendo el lugar, como si todo estuviera bajo el control de una entidad mucho más poderosa que ella. Y entonces lo vio. Un par de ojos dorados brillaban en la distancia, observándola con una intensidad que la atravesó. La figura se movió hacia ella, pero antes de que pudiera discernir quién o qué era, la visión se desvaneció. Kadisha abrió los ojos de golpe, su respiración agitada y su cuerpo cubierto de sudor frío. Se encontraba de nuevo en la sala de estar, arrodillada en el suelo, con las manos aún temblorosas. El dolor en su cabeza había desaparecido, pero el impacto de la visión seguía latente en su mente. ¿Qué acababa de ver? ¿Por qué ahora? Sabía que su abuela había sido una vidente, pero nunca pensó que esa habilidad también se manifestaría en ella. El miedo se apoderó de Kadisha al pensar en la escena de Murdock herido. Las imágenes de Julius y Jayce eran claras: estaban planeando algo grande, algo que podría cambiar el curso de la guerra entre las manadas. Y en el centro de todo eso estaba ella, atrapada en un destino que no podía controlar. —Murdock… —susurró para sí misma. Se levantó con esfuerzo, todavía sintiendo el impacto de la visión en su cuerpo. No podía quedarse ahí, esperando a que las cosas sucedieran. Necesitaba respuestas, y la única persona que podía dárselas había desaparecido de su vida hacía tiempo. Candise. Aunque su abuela estaba muerta, Kadisha sabía que su espíritu no se había ido por completo. Candise siempre había sido una mujer de gran poder, una médium que podía cruzar las barreras entre los mundos. Si alguien podía ayudarla a entender lo que estaba ocurriendo, era ella. Sin dudarlo más, Kadisha salió de la casa y se dirigió al bosque. El lugar donde su abuela había practicado sus rituales estaba a solo unos minutos de distancia, un claro escondido entre los árboles, donde la energía del más allá siempre había sido más fuerte. Mientras avanzaba, su corazón latía con fuerza. No estaba segura de lo que encontraría, pero no podía ignorar más el don que había heredado. El viento soplaba entre las ramas, haciendo que las hojas susurraran a su paso. Kadisha caminaba con determinación, aunque una parte de ella temía lo que iba a hacer. Llegó al claro, y el lugar parecía aún más denso de lo que recordaba. Una niebla suave cubría el suelo, y el aire estaba cargado de una energía que hizo que los pelos de su nuca se erizaran. Se detuvo en el centro, respirando hondo. Kadisha cerró los ojos, dejando que el entorno la envolviera. Intentó recordar las palabras que su abuela siempre pronunciaba antes de invocar a los espíritus, esas frases que de niña le habían parecido incomprensibles, pero que ahora resonaban en su mente. —Espíritus del más allá —susurró Kadisha—, llamo a los que aún caminan entre los dos mundos. Candise, si puedes oírme… te necesito. El viento pareció detenerse por un momento, y el claro quedó en completo silencio. Kadisha contuvo la respiración, esperando alguna señal. Pero nada sucedió. Sintió una punzada de desesperación. ¿Y si no podía contactarla? ¿Y si la visión era solo el principio de algo que no podía controlar? Estaba a punto de darse por vencida cuando una brisa cálida la envolvió, diferente al aire frío de la noche. —Kadisha… —La voz de su abuela resonó en su mente, suave y familiar, como si siempre hubiera estado ahí. Kadisha abrió los ojos de golpe, y frente a ella, una figura tenue comenzaba a formarse en la niebla. Candise, con su cabello blanco suelto, vestida con la misma túnica que usaba para sus rituales, apareció lentamente, su presencia tan reconfortante como inquietante. —Has despertado, niña —dijo la figura con una sonrisa, aunque había un rastro de preocupación en sus ojos—. Y el destino ha comenzado a moverse. —Abuela… —Kadisha dio un paso hacia la figura, sus palabras llenas de necesidad—. No entiendo lo que está pasando. He visto cosas… cosas que no puedo explicar. Candise la observó con una mirada compasiva. —Las visiones siempre han sido parte de tu destino, Kadisha. Nuestro linaje tiene un don, uno que puede ser una bendición o una maldición, dependiendo de cómo lo uses. Julius también lo sabe, y por eso te teme. Kadisha sintió un escalofrío recorrer su columna. —¿Julius? ¿Qué está planeando? ¿Qué poder busca? —preguntó con urgencia. La figura de Candise parpadeó por un momento, como si la conexión entre los mundos se estuviera debilitando. —El poder que Julius busca no es de este mundo. Es antiguo, y si lo consigue, ninguna manada será capaz de detenerlo. Debes detenerlo antes de que sea demasiado tarde. Pero recuerda… el futuro no está escrito. Las visiones te guiarán, pero el destino aún puede ser cambiado. Antes de que Kadisha pudiera hacer más preguntas, la figura de su abuela comenzó a desvanecerse. —Confía en tu instinto, niña. Y no olvides quién eres. Kadisha extendió una mano, queriendo detenerla, pero Candise desapareció por completo, dejándola sola en el claro, con más preguntas que respuestas. Pero ahora sabía una cosa con certeza: el tiempo se estaba acabando, y ella era la clave para detener a Julius. Su destino, finalmente, había comenzado.Kadisha regresó al refugio con el corazón acelerado y las palabras de su abuela resonando en su mente. Las visiones la habían dejado agotada, pero lo que más la inquietaba era lo que significaban. Julius Black buscaba un poder antiguo, uno que, si caía en sus manos, no solo destruiría la paz entre las manadas, sino que podría acabar con todo.Entró en la casa, el eco de sus pasos resonando en el silencio. Las sombras de la noche parecían más largas, más profundas, como si el ambiente mismo estuviera cargado con la gravedad de lo que había descubierto. Kadisha se detuvo frente a la chimenea apagada, su reflejo en la ventana mostrándole una mujer que ya no era la misma. Su don, su conexión con el mundo espiritual, había comenzado a despertar, y eso la asustaba tanto como la emocionaba.—¿Qué hago ahora? —se preguntó en voz baja.Sabía que no podía enfrentar sola lo que se avecinaba. Murdock necesitaba saber lo que Julius planeaba, pero ¿cómo podría explicarl
Kadisha se despertó al día siguiente con la mente aún nublada por las revelaciones de la noche anterior. El peso de las visiones la seguía inquietando, pero la presencia de Murdock a su lado, durmiendo profundamente, le ofrecía un breve respiro. Observó su rostro sereno, una rareza en alguien como él, siempre en guardia, siempre al mando. Aunque el amanecer aún no rompía completamente el horizonte, Kadisha supo que no podría volver a dormir. Había mucho en juego y el tiempo jugaba en su contra.Se levantó con cuidado, tratando de no despertarlo. Se puso una bata ligera y salió al exterior, donde la brisa matutina le acarició el rostro. El aire fresco le aclaró un poco la mente, pero no lo suficiente como para calmar su corazón acelerado."Las visiones no son definitivas, pero pueden guiarte", recordó las palabras de su abuela Candise. Kadisha no sabía por dónde empezar, pero sí sabía que debía encontrar una manera de controlar ese poder. No podía quedarse esperando
El sol se alzaba lentamente sobre las colinas cuando Kadisha y Murdock regresaron a la cabaña. Había una nueva tensión en el aire, como si ambos estuvieran preparándose para algo que aún no podían ver del todo, pero que sabían que estaba ahí. Julius se estaba moviendo, y lo hacía rápido. Kadisha lo había visto, aunque aún no entendía por completo las implicaciones de esa visión.Al entrar en la cabaña, el ambiente cálido y familiar parecía un contraste demasiado fuerte con lo que ocurría fuera. El lugar que siempre había sido un refugio para Kadisha ahora sentía la amenaza que colgaba sobre ellos.Murdock cerró la puerta con un leve suspiro y se acercó a ella, su mano buscando la suya con una facilidad que ya se sentía natural. Su tacto era fuerte, protector, y Kadisha encontró consuelo en él, aunque solo fuera por un instante.—Tenemos que hablar con Alanis. —La voz de Murdock rompió el silencio, firme pero controlada.Kadisha asintió. Habían evi
El viento golpeaba con fuerza contra las ventanas de la mansión Renis. Afuera, las nubes oscuras comenzaban a amontonarse, presagiando una tormenta inminente. Kadisha observaba el cielo desde una de las enormes ventanas del salón principal, su mente aún procesando lo que Alanis les había revelado. Julius estaba jugando con fuerzas más allá de lo que cualquier hombre lobo podría controlar, y si no lo detenían, todo lo que conocían estaba en peligro.—El tiempo se está agotando, —murmuró Murdock, que estaba de pie junto a ella, observando el mismo horizonte oscuro.Kadisha asintió en silencio. Sabía que Murdock estaba pensando lo mismo que ella: tenían que moverse rápido. Las visiones no bastaban; necesitaban un plan concreto y debían prepararse para enfrentarse a Julius con todo lo que tenían.—¿Crees que Alanis podrá encontrar más sobre esa magia oscura? —preguntó ella, girándose para mirarlo.Murdock frunció el ceño, sus ojos azules fijos en algú
La mañana del viaje a la manada True Blood llegó más rápido de lo que Kadisha hubiera querido. El viento aún llevaba consigo la frescura de la noche cuando ella y Murdock montaron en el coche que los llevaría hacia el territorio de la poderosa manada. Los árboles centenarios del bosque les flanqueaban a cada lado, y el rugido del motor parecía romper el silencio natural que siempre acompañaba a los dominios de los lobos.Murdock conducía con una mano firme en el volante, su rostro reflejando una concentración que iba más allá de la carretera que tenían delante. Sus ojos azules, brillantes y letales, ocasionalmente se desviaban hacia Kadisha, y aunque no decía nada, ella podía sentir el vínculo que estaba creciendo entre ambos.—True Blood es una manada orgullosa, —comentó él finalmente, rompiendo el silencio tenso—. Debes tener cuidado con lo que dices frente a su alfa, Terryn. Si percibe alguna falta de respeto, podría ser el fin de cualquier oportunidad de alianz
La atmósfera dentro de la cabaña en los confines del territorio True Blood era densa y cargada de tensión. El crepitar del fuego en la chimenea llenaba el silencio, pero nada podía enmascarar la energía vibrante que se arremolinaba entre Kadisha y Murdock. Después del largo día en el que habían discutido con Terryn y tratado de convencerlo de unirse a su causa, ambos sentían el peso de las tensiones acumuladas. Pero más que la política o la inminente guerra, lo que más pesaba en el aire era la atracción imparable que los consumía desde el primer día.Kadisha se movía inquieta por la habitación, consciente del cuerpo de Murdock a unos pasos de distancia. Él estaba de pie junto a la ventana, mirando la oscuridad que se extendía fuera de la cabaña, pero sus pensamientos estaban lejos del paisaje. Lo sabía, porque ella sentía la misma necesidad palpitando bajo su piel, como si algo incontrolable quisiera liberarse.El calor del fuego se mezclaba con la energía que eman
Los cuerpos de Kadisha y Murdock yacían entrelazados sobre la cama, todavía envueltos en el calor del deseo satisfecho. La luz del fuego danzaba en las paredes de la cabaña, proyectando sombras que se movían en un vaivén hipnótico, al igual que sus respiraciones, que comenzaban a acompasarse tras la tormenta de pasión que los había consumido.Murdock, recostado sobre su costado, observaba a Kadisha con una intensidad que la hacía sentir desnuda en más de un sentido. Sus ojos azules, oscuros como el océano en una tormenta, recorrían su cuerpo con una devoción que iba más allá del simple deseo. Kadisha sentía su piel arder bajo esa mirada. A pesar de que ya había sentido su piel contra la de él, había algo en esos instantes posteriores que le parecía aún más íntimo, como si sus almas estuvieran tan entrelazadas como sus cuerpos lo habían estado.Murdock trazó con su mano el contorno del hombro de Kadisha, su toque era suave, pero cargado de una fuerza invisible. No p
Kadisha despertó con la luz del sol filtrándose a través de las ventanas de la cabaña. Se sentía renovada, como si la pasión de la noche anterior hubiera dejado en su cuerpo un rastro de energía vibrante. Sin embargo, a medida que sus pensamientos empezaron a aflorar, la realidad de su situación la golpeó como un frío viento invernal.Murdock aún dormía a su lado, su cuerpo musculoso y relajado, con el cabello rubio desparramado sobre la almohada. La imagen era tan perfecta que hizo que su corazón latiera más rápido, pero no podía evitar sentir una punzada de preocupación. La manada de Julius Black seguía representando una amenaza inminente, y aunque la noche anterior había sido mágica, no podían permitirse perder el enfoque.Kadisha se levantó con cuidado para no despertar a Murdock. Se movió hacia la ventana y observó el paisaje que se extendía ante ella: un bosque frondoso, bañado por la luz dorada del sol de la mañana. Sin embargo, las sombras del pasado y las