Capítulo 10: "Visiones Inesperadas"

La noche había caído en el territorio de la manada, envolviendo el bosque en una oscuridad profunda. Las estrellas brillaban en el cielo despejado, pero Kadisha apenas se percataba de su belleza. Su mente estaba intranquila, y una sensación de inquietud creciente la había mantenido alerta durante horas.

Murdock se había ido para hablar con su hermano Alanis, buscando respuestas, mientras Kadisha se encontraba sola en la casa que compartían. A pesar de su recién descubierta forma de loba y de la creciente cercanía con Murdock, la incertidumbre del futuro la carcomía.

Se encontraba en la sala de estar, las luces tenues lanzaban sombras suaves en las paredes de piedra. Se abrazaba a sí misma, buscando consuelo, cuando algo cambió en el ambiente. El aire se volvió más pesado, denso, y un frío repentino le recorrió la espalda. Era una sensación familiar, algo que no había sentido desde la muerte de su abuela Candise.

Kadisha se levantó de golpe, su corazón palpitando con fuerza. Al principio pensó que se trataba de una de las tantas amenazas que los acechaban, pero este frío era diferente. No era el preludio de un peligro físico, sino algo más. Algo que provenía de lo profundo de su ser.

Su abuela le había hablado del don que corría por su linaje, uno que permitía vislumbrar lo que otros no podían ver. Pero Kadisha había descartado esas historias como cuentos para asustar a los niños. Ahora, sin embargo, la realidad se desmoronaba a su alrededor.

De repente, un dolor agudo le atravesó la cabeza. Se llevó las manos a las sienes, cerrando los ojos con fuerza mientras una imagen borrosa comenzaba a formarse en su mente. Era como si algo intentara abrirse paso desde su subconsciente, algo que llevaba mucho tiempo dormido.

Cayó de rodillas al suelo, jadeando. La visión la golpeó de lleno.

Una caverna oscura, sus paredes cubiertas de inscripciones antiguas. Kadisha podía escuchar el sonido del agua goteando en la distancia. Pero no estaba sola. En el centro de la caverna había una figura, una sombra oscura y alta que la observaba. Julius Black. Su rostro estaba cubierto por una sonrisa cruel, y a su lado, Jayce, su Beta, con los ojos resplandecientes de malicia.

Kadisha intentó moverse en la visión, pero su cuerpo no respondía. Se sentía atrapada en ese lugar, observando impotente mientras Julius se acercaba a una piedra enorme en el centro de la caverna. Un extraño símbolo estaba grabado en su superficie, uno que brillaba con una luz oscura y aterradora.

—El poder está cerca —dijo Julius, su voz resonando como un eco en la mente de Kadisha—. Pronto, todo caerá bajo mi control.

De repente, la visión cambió. Ahora estaba en un bosque, pero no era el suyo. Las hojas de los árboles eran de un color extraño, entre púrpura y negro, y el aire estaba cargado de una energía que no podía identificar. En el centro del claro, Murdock yacía en el suelo, sangrando, su cuerpo inmóvil. Klause, su lobo, parecía estar luchando por sobrevivir, pero algo lo retenía.

Kadisha intentó gritar, pero su voz no salía. Quería correr hacia él, salvarlo, pero algo invisible la detenía. Sentía el peso de una fuerza oscura envolviendo el lugar, como si todo estuviera bajo el control de una entidad mucho más poderosa que ella.

Y entonces lo vio. Un par de ojos dorados brillaban en la distancia, observándola con una intensidad que la atravesó. La figura se movió hacia ella, pero antes de que pudiera discernir quién o qué era, la visión se desvaneció.

Kadisha abrió los ojos de golpe, su respiración agitada y su cuerpo cubierto de sudor frío. Se encontraba de nuevo en la sala de estar, arrodillada en el suelo, con las manos aún temblorosas. El dolor en su cabeza había desaparecido, pero el impacto de la visión seguía latente en su mente.

¿Qué acababa de ver? ¿Por qué ahora? Sabía que su abuela había sido una vidente, pero nunca pensó que esa habilidad también se manifestaría en ella.

El miedo se apoderó de Kadisha al pensar en la escena de Murdock herido. Las imágenes de Julius y Jayce eran claras: estaban planeando algo grande, algo que podría cambiar el curso de la guerra entre las manadas. Y en el centro de todo eso estaba ella, atrapada en un destino que no podía controlar.

—Murdock… —susurró para sí misma.

Se levantó con esfuerzo, todavía sintiendo el impacto de la visión en su cuerpo. No podía quedarse ahí, esperando a que las cosas sucedieran. Necesitaba respuestas, y la única persona que podía dárselas había desaparecido de su vida hacía tiempo.

Candise.

Aunque su abuela estaba muerta, Kadisha sabía que su espíritu no se había ido por completo. Candise siempre había sido una mujer de gran poder, una médium que podía cruzar las barreras entre los mundos. Si alguien podía ayudarla a entender lo que estaba ocurriendo, era ella.

Sin dudarlo más, Kadisha salió de la casa y se dirigió al bosque. El lugar donde su abuela había practicado sus rituales estaba a solo unos minutos de distancia, un claro escondido entre los árboles, donde la energía del más allá siempre había sido más fuerte. Mientras avanzaba, su corazón latía con fuerza. No estaba segura de lo que encontraría, pero no podía ignorar más el don que había heredado.

El viento soplaba entre las ramas, haciendo que las hojas susurraran a su paso. Kadisha caminaba con determinación, aunque una parte de ella temía lo que iba a hacer. Llegó al claro, y el lugar parecía aún más denso de lo que recordaba. Una niebla suave cubría el suelo, y el aire estaba cargado de una energía que hizo que los pelos de su nuca se erizaran.

Se detuvo en el centro, respirando hondo. Kadisha cerró los ojos, dejando que el entorno la envolviera. Intentó recordar las palabras que su abuela siempre pronunciaba antes de invocar a los espíritus, esas frases que de niña le habían parecido incomprensibles, pero que ahora resonaban en su mente.

—Espíritus del más allá —susurró Kadisha—, llamo a los que aún caminan entre los dos mundos. Candise, si puedes oírme… te necesito.

El viento pareció detenerse por un momento, y el claro quedó en completo silencio. Kadisha contuvo la respiración, esperando alguna señal. Pero nada sucedió.

Sintió una punzada de desesperación. ¿Y si no podía contactarla? ¿Y si la visión era solo el principio de algo que no podía controlar? Estaba a punto de darse por vencida cuando una brisa cálida la envolvió, diferente al aire frío de la noche.

—Kadisha… —La voz de su abuela resonó en su mente, suave y familiar, como si siempre hubiera estado ahí.

Kadisha abrió los ojos de golpe, y frente a ella, una figura tenue comenzaba a formarse en la niebla. Candise, con su cabello blanco suelto, vestida con la misma túnica que usaba para sus rituales, apareció lentamente, su presencia tan reconfortante como inquietante.

—Has despertado, niña —dijo la figura con una sonrisa, aunque había un rastro de preocupación en sus ojos—. Y el destino ha comenzado a moverse.

—Abuela… —Kadisha dio un paso hacia la figura, sus palabras llenas de necesidad—. No entiendo lo que está pasando. He visto cosas… cosas que no puedo explicar.

Candise la observó con una mirada compasiva.

—Las visiones siempre han sido parte de tu destino, Kadisha. Nuestro linaje tiene un don, uno que puede ser una bendición o una maldición, dependiendo de cómo lo uses. Julius también lo sabe, y por eso te teme.

Kadisha sintió un escalofrío recorrer su columna.

—¿Julius? ¿Qué está planeando? ¿Qué poder busca? —preguntó con urgencia.

La figura de Candise parpadeó por un momento, como si la conexión entre los mundos se estuviera debilitando.

—El poder que Julius busca no es de este mundo. Es antiguo, y si lo consigue, ninguna manada será capaz de detenerlo. Debes detenerlo antes de que sea demasiado tarde. Pero recuerda… el futuro no está escrito. Las visiones te guiarán, pero el destino aún puede ser cambiado.

Antes de que Kadisha pudiera hacer más preguntas, la figura de su abuela comenzó a desvanecerse.

—Confía en tu instinto, niña. Y no olvides quién eres.

Kadisha extendió una mano, queriendo detenerla, pero Candise desapareció por completo, dejándola sola en el claro, con más preguntas que respuestas.

Pero ahora sabía una cosa con certeza: el tiempo se estaba acabando, y ella era la clave para detener a Julius.

Su destino, finalmente, había comenzado.

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