Pasión desatada –Renis I (Murdock)-
Pasión desatada –Renis I (Murdock)-
Por: Ariadna Picó B.
Capítulo 1: "Sombras del pasado"

El viento de la tarde susurraba entre los árboles, como si quisiera traer de vuelta los ecos de tiempos pasados, de aquellos días donde todo parecía tener un sentido, un orden. Kadisha Krose caminaba por el sendero cubierto de hojas secas, sus largos rizos oscuros danzando al compás de la brisa otoñal. Sus ojos verdes, como esmeraldas profundas, parecían captar cada detalle del entorno, aunque su mente estaba en otro lugar, perdida en recuerdos que se negaban a desaparecer.

Habían pasado años desde que el accidente de avión arrebató a sus padres, y aunque su abuela Candise había hecho lo posible por llenar el vacío, la ausencia de ellos seguía pesando en su corazón. No recordaba con claridad las circunstancias del accidente, solo la fría llamada telefónica y la devastadora noticia que cambiaría su vida para siempre. Desde entonces, el mundo se volvió un lugar más oscuro, lleno de sombras que a veces parecían susurrarle al oído.

Kadisha no sabía qué había sido más difícil: perder a sus padres o vivir con la incertidumbre de qué habría sido su vida si ese fatídico viaje de negocios nunca hubiese ocurrido. Lo único que le quedaba era Candise, una mujer enigmática que hablaba de espíritus y energías invisibles, una mujer que siempre había sido su roca, su refugio.

Suspiró, intentando alejar esos pensamientos mientras se dirigía al mercado del pueblo. Había algo en el aire esa tarde, una sensación que no podía sacudirse, como si algo estuviera a punto de cambiar en su vida. Desde pequeña, Kadisha había aprendido a confiar en sus instintos, una habilidad que su abuela siempre decía que venía de las mujeres de su linaje. "Las Krose tienen una conexión especial con lo que no podemos ver", le decía Candise con esa sonrisa sabia y misteriosa. Kadisha siempre había pensado que eran habladurías de anciana, cuentos para asustar a los niños. Pero con el tiempo, comenzó a creer que tal vez había algo de verdad en ello.

El mercado estaba lleno de vida, como siempre lo estaba en las tardes de otoño. El bullicio de la gente, el sonido de las conversaciones entremezclándose con el crujido de las hojas bajo los pies, y el aroma a pan recién horneado y especias llenaban el aire. Kadisha se detuvo frente a uno de los puestos, examinando algunas hierbas frescas, cuando una voz profunda y autoritaria la sacó de su ensimismamiento.

—¿Todo bien por aquí?

Su corazón dio un vuelco. No reconocía la voz, pero la intensidad de su tono le hizo levantar la mirada de inmediato. Y ahí estaba él. Alto, imponente, con el cuerpo de un guerrero esculpido por el tiempo. Su piel, bronceada por el sol, brillaba bajo la luz de la tarde, y su cabello rubio, recogido en una coleta con una cinta de cuero, caía sobre sus anchos hombros. Pero lo que realmente la desarmó fueron sus ojos. Azules, helados, como el océano en una tormenta. La miraban con una mezcla de curiosidad y algo más... algo que no pudo identificar de inmediato.

—Ehm… sí, todo bien —respondió Kadisha, sintiendo cómo sus mejillas se sonrojaban ligeramente. Era raro que alguien le causara esa reacción, pero había algo en él que le aceleraba el pulso.

El hombre asintió sin quitarle los ojos de encima, como si estuviera analizándola, como si intentara descifrar algo en su interior. Kadisha apartó la vista, incómoda ante su escrutinio, y continuó revisando las hierbas, aunque su mente ya no estaba concentrada en lo que hacía.

—Eres nueva en el pueblo —dijo él de repente, rompiendo el silencio.

—No, en realidad he vivido aquí toda mi vida —respondió Kadisha, tratando de ocultar su nerviosismo.

—Curioso. Nunca te había visto antes —dijo él, con una sonrisa que no llegó a sus ojos. Había algo en esa sonrisa, algo que la inquietaba.

—Es un pueblo grande —respondió ella, intentando sonar despreocupada, aunque sentía la piel erizándose bajo su abrigo.

—Murdock Renis —se presentó, extendiendo su mano.

Kadisha vaciló por un segundo antes de tomarla. El contacto fue breve, pero lo suficientemente largo como para que una corriente de electricidad recorriera su brazo. Murdock la soltó con la misma rapidez con la que había iniciado el saludo, como si hubiera sentido lo mismo.

—Kadisha Krose —dijo ella, observando cómo una sombra de reconocimiento cruzaba los ojos de él, aunque no dijo nada más. Murdock la miró durante unos segundos más, como si estuviera midiendo cada palabra que decía antes de finalmente asentir levemente y girar sobre sus talones.

—Nos veremos pronto, Kadisha Krose —dijo sin volverse a mirarla, su voz resonando en el aire como una promesa.

Kadisha se quedó inmóvil, observando cómo él se alejaba entre la multitud, su figura alta y poderosa destacando entre el gentío. Algo en su interior le decía que ese encuentro no había sido casual. Había algo en Murdock Renis que no podía ignorar, algo que despertaba sus más profundos instintos.

Cuando por fin logró salir de su trance, volvió a concentrarse en sus compras. Sin embargo, su mente no podía dejar de girar en torno a ese hombre de ojos azules, a la sensación de peligro y atracción que había dejado en el aire. Esa tarde, mientras caminaba de regreso a casa, la brisa volvió a susurrar a su alrededor, pero esta vez, lo que traía consigo no eran sombras del pasado, sino el presagio de algo nuevo, algo que estaba por cambiar su vida para siempre.

Kadisha no lo sabía aún, pero ese encuentro había sido el inicio de una cadena de eventos que no solo sacudirían su mundo, sino el de muchos más. Y en el centro de todo, estaba Murdock Renis, el hombre que, sin saberlo, ya había comenzado a marcar su destino.

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