Kadisha despertó temprano, con la luz del amanecer filtrándose a través de las cortinas. Aunque había logrado conciliar el sueño después del encuentro con Murdock la noche anterior, su mente seguía atrapada en una maraña de pensamientos. El roce de su mano, la intensidad de su mirada, sus advertencias enigmáticas... Todo eso seguía flotando en su cabeza como una canción que no podía dejar de escuchar.
Se levantó y caminó descalza hacia la ventana, sintiendo el frío del suelo bajo sus pies. El bosque estaba quieto, en silencio, pero había algo en el aire que la ponía nerviosa. Esa sensación de que algo grande estaba por venir, algo que cambiaría todo. Sin decir una palabra, bajó a la cocina, donde Candise ya estaba preparando el desayuno. El olor del café llenaba la habitación, y el sonido de los huevos friéndose en la sartén le resultaba reconfortante, familiar. Pero esa sensación de inquietud, de incertidumbre, seguía persistiendo, como una sombra en el rincón de su mente. —Has tenido una noche agitada —comentó Candise, sin mirarla. Siempre tenía esa capacidad de saber lo que estaba pasando sin que Kadisha dijera una palabra. —¿Qué te hace pensar eso? —preguntó ella, tratando de sonar despreocupada. —Lo sé porque te conozco —respondió su abuela con una sonrisa suave, mientras colocaba los platos en la mesa—. Y porque los sueños son más ruidosos cuando hay algo que no entendemos del todo. Kadisha suspiró y se sentó frente a su abuela. Sabía que Candise podía percibir cosas que los demás no. No solo por su habilidad para comunicarse con el más allá, sino porque su intuición era aguda, casi sobrenatural. —He conocido a alguien... bueno, ya lo conocía, pero… es diferente —comenzó Kadisha, sin saber muy bien cómo expresar lo que sentía. Candise levantó la mirada, interesada. —¿Alguien que te inquieta o que te atrae? La pregunta era directa, como siempre. Kadisha se removió en su asiento, incómoda. No quería admitir lo que estaba sintiendo, ni siquiera para sí misma. Pero era inútil tratar de ocultarlo. —Ambas cosas —admitió al fin—. Es alguien nuevo en el pueblo. Murdock Renis. Candise dejó de revolver el café y la miró fijamente. Sus ojos se entrecerraron ligeramente, como si buscara algún significado más profundo en el nombre que acababa de escuchar. —¿Renis, dices? —murmuró. Kadisha asintió, preguntándose por qué su abuela reaccionaba de esa manera. —¿Lo conoces? —preguntó con curiosidad. Candise se levantó de la mesa y caminó hacia la ventana, quedándose allí un momento en silencio, observando el horizonte. Finalmente, habló. —He oído hablar de esa familia. Están aquí desde hace mucho tiempo, más de lo que cualquiera puede recordar. Son gente reservada, pero... poderosa. No son como los demás, Kadisha. El tono de su voz hizo que un escalofrío recorriera la espalda de Kadisha. —¿Qué quieres decir? —preguntó, aunque en el fondo ya sabía que la respuesta no sería sencilla. —Los Renis no son simples humanos. Se mueven en el borde de lo que somos capaces de entender. Hay historias sobre ellos, historias antiguas que mi madre solía contarme cuando era niña. Decían que estaban conectados con los lobos de una manera... especial. Algo más que simbólico. —Candise hizo una pausa, como si eligiera cuidadosamente sus palabras—. Algunos incluso creen que pueden transformarse en ellos. Kadisha rió nerviosamente. —Eso es imposible, abuela. Son solo leyendas, cuentos para asustar a los niños. Pero la mirada de Candise seguía seria, profunda. —No subestimes lo que no comprendes, Kadisha. Hay más en este mundo de lo que nuestros ojos pueden ver. Y si estás cruzando tu camino con un Renis, más vale que estés preparada. Kadisha sintió que la incomodidad crecía en su pecho. Las palabras de su abuela no eran fáciles de digerir. ¿Lobos? ¿Transformaciones? Todo eso sonaba demasiado fantástico, demasiado irreal. Y, sin embargo, había algo en Murdock que no encajaba en el molde de lo normal. Su presencia, su mirada, la forma en que había aparecido en su vida de manera tan repentina. —¿Qué debo hacer? —preguntó finalmente, en un susurro. Candise se giró hacia ella y se acercó, colocando una mano suave sobre la suya. —Escucha tus instintos, Kadisha. Siempre has sido más perceptiva de lo que crees. No ignores lo que tu corazón te dice, pero tampoco te ciegues ante el peligro. Algo grande se avecina, lo siento en el aire. Y tú, mi niña, estarás en el centro de todo. Las palabras de su abuela resonaron en su mente mucho después de que terminara el desayuno. Mientras se preparaba para salir al pueblo, no podía dejar de pensar en Murdock, en la extraña sensación de peligro que lo rodeaba. Sabía que tenía que mantenerse alejada, que lo más sensato sería evitarlo. Pero sus pies la llevaron de nuevo al bosque. Los árboles parecían susurrar secretos mientras caminaba entre ellos, el viento acariciando su piel con una suavidad casi sobrenatural. Kadisha no podía explicarlo, pero algo la atraía hacia ese lugar, como si los árboles mismos la estuvieran llamando. Y entonces, lo vio. Murdock estaba de pie junto a un gran roble, sus ojos azules brillando intensamente bajo la luz del sol que se filtraba entre las hojas. Parecía más salvaje, más primitivo en la luz del día, como si su verdadera naturaleza estuviera más cerca de la superficie. —Sabía que vendrías —dijo él, su voz profunda y resonante. Kadisha se detuvo a unos metros de él, su corazón latiendo con fuerza en su pecho. —No entiendo nada de esto, Murdock —dijo, sin molestarse en ocultar su confusión—. ¿Por qué me siento tan... atraída por ti? ¿Qué es lo que está pasando? Murdock dio un paso hacia ella, su mirada fija en la suya. —Porque no puedes resistirte a lo que eres, Kadisha. Ni a lo que soy yo. Estamos conectados de una manera que aún no comprendes, pero pronto lo harás. Ella dio un paso atrás, temerosa. —¿Qué eres? —preguntó, su voz temblando. Él se acercó aún más, hasta que su cuerpo estuvo a solo unos centímetros del de ella. Kadisha podía sentir el calor que emanaba de su piel, la intensidad de su presencia. La respuesta de Murdock fue apenas un susurro, pero resonó en su alma como un trueno. —Un lobo.Kadisha quedó paralizada en el lugar. Las palabras de Murdock resonaban en su mente, reverberando en cada rincón de su ser. -Un lobo-. La incredulidad luchaba contra la verdad que, de algún modo, siempre había sabido, pero nunca quiso aceptar.—¿Qué significa eso? —preguntó, su voz temblorosa pero decidida.Murdock no respondió de inmediato. En su mirada se mezclaban el deseo de protegerla y la inevitabilidad de la revelación. Dio un paso más hacia ella, reduciendo la distancia entre sus cuerpos hasta que Kadisha pudo sentir el calor que emanaba de él, una energía primitiva que parecía envolverse en su piel, aferrándose a su alma.—Significa que no soy lo que piensas —dijo finalmente, su voz baja, como si temiera que el bosque escuchara.El viento movía las hojas de los árboles, creando un murmullo constante que parecía responder a las palabras de Murdock. La mirada de Kadisha seguía clavada en él, buscando respuestas, buscando algo en su rostro que desmintiera lo que acababa de decir
Kadisha caminaba por las estrechas calles del pueblo, con el corazón todavía palpitando por el encuentro en el bosque. Cada paso que daba, el mundo parecía distorsionarse a su alrededor. Las casas, las tiendas, los rostros familiares de los vecinos... Todo lo que había sido su realidad hasta ese día ahora parecía lejano, ajeno.Las palabras de Murdock resonaban en su mente: "Están aquí por ti". Esa afirmación era lo que más la inquietaba. ¿Quiénes? ¿Por qué ella? Y, sobre todo, ¿qué era eso que, según él, despertaría pronto?El viento frío acarició su rostro, pero esta vez no fue reconfortante. Había una amenaza en el aire, un susurro siniestro que la hacía sentir vigilada, perseguida.Cuando llegó a la pequeña librería del pueblo, su refugio habitual, decidió entrar. Necesitaba escapar, aunque fuera por unos minutos, de la turbulencia que había envuelto su vida en los últimos días. Sabía que allí, entre los libros polvorientos y las historias antiguas, podría calmar su mente.El inte
La noche cayó con una rapidez inquietante, envolviendo al pueblo en un manto de oscuridad que se sentía más densa de lo habitual. Kadisha caminaba junto a Murdock, su mente todavía aturdida por todo lo que había aprendido en la librería. La realidad, tal como la conocía, se desmoronaba, pero en medio de ese caos, Murdock era su ancla. Cada paso que daba junto a él la hacía sentir más segura, aunque al mismo tiempo sentía una tensión creciente en el aire, como si algo oscuro los estuviera acechando desde las sombras.—¿Adónde vamos? —preguntó Kadisha, rompiendo el silencio que los envolvía.—A un lugar seguro —respondió Murdock sin girarse hacia ella—. Necesitamos tiempo para que comprendas lo que eres y lo que está por venir.Las palabras de Murdock eran siempre directas, cargadas de una gravedad que Kadisha empezaba a comprender. Había mucho en juego, y aunque no podía entender completamente lo que significaba ser "la Elegida" o por qué tenía un poder oculto, sentía que su vida estab
El amanecer llegó lentamente, bañando la cabaña en una luz dorada y suave, pero la atmósfera estaba cargada con una tensión que no se había disipado desde la noche anterior. Kadisha no había dormido mucho. Cada vez que cerraba los ojos, su mente la llevaba a lugares oscuros, llenos de sombras que la acechaban y susurros de advertencia que no podía comprender del todo. El peso del destino caía sobre sus hombros, una carga que apenas empezaba a descubrir.Murdock había salido temprano esa mañana, junto con Alanis, para asegurarse de que la zona estuviera despejada. Le había dicho que no se preocupara, pero era imposible seguir esa orden cuando su vida, su futuro, y todo lo que creía conocer, se desmoronaba a su alrededor.Sentada en la pequeña mesa de la cabaña, Kadisha intentaba concentrarse en los fragmentos de recuerdos de su infancia, buscando alguna pista que pudiera haber pasado por alto. Su abuela Candise siempre había sido misteriosa, hablando en metáforas y enseñándole cosas qu
La luna, aunque solo un cuarto visible en el cielo, parecía emitir una luz que bañaba el bosque en un resplandor misterioso. Kadisha, aún en su forma de loba, sentía una oleada de energía dentro de su cuerpo. Era una sensación embriagadora, el poder y la libertad que Kane le daba. Cada músculo se sentía fuerte, ágil, como si pudiera correr eternamente entre los árboles, sin sentir jamás cansancio.Klause, el imponente lobo negro, estaba a su lado, su presencia sólida y calmada. Había una comunicación silenciosa entre ambos, una que iba más allá de palabras o miradas. Era como si sus almas hubieran encontrado una forma de entrelazarse en este nuevo nivel, una conexión que Kadisha jamás había experimentado con ningún otro ser.Murdock siempre había sido un misterio para ella, una fuerza de la naturaleza que la atraía y la repelía al mismo tiempo. Pero ahora, esa distancia que los separaba comenzaba a desvanecerse. Sentía la energía de Klause conectada con Kane, como
El sol se alzaba lentamente sobre las copas de los árboles, bañando el bosque en una luz dorada, pero para Kadisha, el día no traía la calidez habitual. La presencia de Jayce seguía atormentándola, como una sombra que no podía apartar. Se había retirado, sí, pero el peligro no había desaparecido. Sabía que solo era cuestión de tiempo antes de que Julius y su manada oscura volvieran a atacar.Kadisha permanecía en silencio junto a Murdock, sus pensamientos vagando mientras el sonido de la naturaleza envolvía el ambiente. Aún podía sentir a Kane latiendo dentro de ella, una energía constante, como si su loba estuviera en alerta, lista para cualquier señal de peligro. Había algo en Jayce, algo más allá de la maldad obvia. Una conexión oscura con su pasado, uno que aún no entendía por completo.—Tenemos que hablar —dijo Murdock, rompiendo el silencio. Su voz, grave y profunda, siempre tenía un efecto calmante en ella, aunque en ese momento no podía sacudirse la sensaci
La noche había caído en el territorio de la manada, envolviendo el bosque en una oscuridad profunda. Las estrellas brillaban en el cielo despejado, pero Kadisha apenas se percataba de su belleza. Su mente estaba intranquila, y una sensación de inquietud creciente la había mantenido alerta durante horas.Murdock se había ido para hablar con su hermano Alanis, buscando respuestas, mientras Kadisha se encontraba sola en la casa que compartían. A pesar de su recién descubierta forma de loba y de la creciente cercanía con Murdock, la incertidumbre del futuro la carcomía.Se encontraba en la sala de estar, las luces tenues lanzaban sombras suaves en las paredes de piedra. Se abrazaba a sí misma, buscando consuelo, cuando algo cambió en el ambiente. El aire se volvió más pesado, denso, y un frío repentino le recorrió la espalda. Era una sensación familiar, algo que no había sentido desde la muerte de su abuela Candise.Kadisha se levantó de golpe, su corazón palp
Kadisha regresó al refugio con el corazón acelerado y las palabras de su abuela resonando en su mente. Las visiones la habían dejado agotada, pero lo que más la inquietaba era lo que significaban. Julius Black buscaba un poder antiguo, uno que, si caía en sus manos, no solo destruiría la paz entre las manadas, sino que podría acabar con todo.Entró en la casa, el eco de sus pasos resonando en el silencio. Las sombras de la noche parecían más largas, más profundas, como si el ambiente mismo estuviera cargado con la gravedad de lo que había descubierto. Kadisha se detuvo frente a la chimenea apagada, su reflejo en la ventana mostrándole una mujer que ya no era la misma. Su don, su conexión con el mundo espiritual, había comenzado a despertar, y eso la asustaba tanto como la emocionaba.—¿Qué hago ahora? —se preguntó en voz baja.Sabía que no podía enfrentar sola lo que se avecinaba. Murdock necesitaba saber lo que Julius planeaba, pero ¿cómo podría explicarl