Capítulo 3: "Instintos ocultos"

Kadisha despertó temprano, con la luz del amanecer filtrándose a través de las cortinas. Aunque había logrado conciliar el sueño después del encuentro con Murdock la noche anterior, su mente seguía atrapada en una maraña de pensamientos. El roce de su mano, la intensidad de su mirada, sus advertencias enigmáticas... Todo eso seguía flotando en su cabeza como una canción que no podía dejar de escuchar.

Se levantó y caminó descalza hacia la ventana, sintiendo el frío del suelo bajo sus pies. El bosque estaba quieto, en silencio, pero había algo en el aire que la ponía nerviosa. Esa sensación de que algo grande estaba por venir, algo que cambiaría todo.

Sin decir una palabra, bajó a la cocina, donde Candise ya estaba preparando el desayuno. El olor del café llenaba la habitación, y el sonido de los huevos friéndose en la sartén le resultaba reconfortante, familiar. Pero esa sensación de inquietud, de incertidumbre, seguía persistiendo, como una sombra en el rincón de su mente.

—Has tenido una noche agitada —comentó Candise, sin mirarla. Siempre tenía esa capacidad de saber lo que estaba pasando sin que Kadisha dijera una palabra.

—¿Qué te hace pensar eso? —preguntó ella, tratando de sonar despreocupada.

—Lo sé porque te conozco —respondió su abuela con una sonrisa suave, mientras colocaba los platos en la mesa—. Y porque los sueños son más ruidosos cuando hay algo que no entendemos del todo.

Kadisha suspiró y se sentó frente a su abuela. Sabía que Candise podía percibir cosas que los demás no. No solo por su habilidad para comunicarse con el más allá, sino porque su intuición era aguda, casi sobrenatural.

—He conocido a alguien... bueno, ya lo conocía, pero… es diferente —comenzó Kadisha, sin saber muy bien cómo expresar lo que sentía.

Candise levantó la mirada, interesada.

—¿Alguien que te inquieta o que te atrae?

La pregunta era directa, como siempre. Kadisha se removió en su asiento, incómoda. No quería admitir lo que estaba sintiendo, ni siquiera para sí misma. Pero era inútil tratar de ocultarlo.

—Ambas cosas —admitió al fin—. Es alguien nuevo en el pueblo. Murdock Renis.

Candise dejó de revolver el café y la miró fijamente. Sus ojos se entrecerraron ligeramente, como si buscara algún significado más profundo en el nombre que acababa de escuchar.

—¿Renis, dices? —murmuró.

Kadisha asintió, preguntándose por qué su abuela reaccionaba de esa manera.

—¿Lo conoces? —preguntó con curiosidad.

Candise se levantó de la mesa y caminó hacia la ventana, quedándose allí un momento en silencio, observando el horizonte. Finalmente, habló.

—He oído hablar de esa familia. Están aquí desde hace mucho tiempo, más de lo que cualquiera puede recordar. Son gente reservada, pero... poderosa. No son como los demás, Kadisha.

El tono de su voz hizo que un escalofrío recorriera la espalda de Kadisha.

—¿Qué quieres decir? —preguntó, aunque en el fondo ya sabía que la respuesta no sería sencilla.

—Los Renis no son simples humanos. Se mueven en el borde de lo que somos capaces de entender. Hay historias sobre ellos, historias antiguas que mi madre solía contarme cuando era niña. Decían que estaban conectados con los lobos de una manera... especial. Algo más que simbólico. —Candise hizo una pausa, como si eligiera cuidadosamente sus palabras—. Algunos incluso creen que pueden transformarse en ellos.

Kadisha rió nerviosamente.

—Eso es imposible, abuela. Son solo leyendas, cuentos para asustar a los niños.

Pero la mirada de Candise seguía seria, profunda.

—No subestimes lo que no comprendes, Kadisha. Hay más en este mundo de lo que nuestros ojos pueden ver. Y si estás cruzando tu camino con un Renis, más vale que estés preparada.

Kadisha sintió que la incomodidad crecía en su pecho. Las palabras de su abuela no eran fáciles de digerir. ¿Lobos? ¿Transformaciones? Todo eso sonaba demasiado fantástico, demasiado irreal. Y, sin embargo, había algo en Murdock que no encajaba en el molde de lo normal. Su presencia, su mirada, la forma en que había aparecido en su vida de manera tan repentina.

—¿Qué debo hacer? —preguntó finalmente, en un susurro.

Candise se giró hacia ella y se acercó, colocando una mano suave sobre la suya.

—Escucha tus instintos, Kadisha. Siempre has sido más perceptiva de lo que crees. No ignores lo que tu corazón te dice, pero tampoco te ciegues ante el peligro. Algo grande se avecina, lo siento en el aire. Y tú, mi niña, estarás en el centro de todo.

Las palabras de su abuela resonaron en su mente mucho después de que terminara el desayuno. Mientras se preparaba para salir al pueblo, no podía dejar de pensar en Murdock, en la extraña sensación de peligro que lo rodeaba. Sabía que tenía que mantenerse alejada, que lo más sensato sería evitarlo.

Pero sus pies la llevaron de nuevo al bosque.

Los árboles parecían susurrar secretos mientras caminaba entre ellos, el viento acariciando su piel con una suavidad casi sobrenatural. Kadisha no podía explicarlo, pero algo la atraía hacia ese lugar, como si los árboles mismos la estuvieran llamando.

Y entonces, lo vio.

Murdock estaba de pie junto a un gran roble, sus ojos azules brillando intensamente bajo la luz del sol que se filtraba entre las hojas. Parecía más salvaje, más primitivo en la luz del día, como si su verdadera naturaleza estuviera más cerca de la superficie.

—Sabía que vendrías —dijo él, su voz profunda y resonante.

Kadisha se detuvo a unos metros de él, su corazón latiendo con fuerza en su pecho.

—No entiendo nada de esto, Murdock —dijo, sin molestarse en ocultar su confusión—. ¿Por qué me siento tan... atraída por ti? ¿Qué es lo que está pasando?

Murdock dio un paso hacia ella, su mirada fija en la suya.

—Porque no puedes resistirte a lo que eres, Kadisha. Ni a lo que soy yo. Estamos conectados de una manera que aún no comprendes, pero pronto lo harás.

Ella dio un paso atrás, temerosa.

—¿Qué eres? —preguntó, su voz temblando.

Él se acercó aún más, hasta que su cuerpo estuvo a solo unos centímetros del de ella. Kadisha podía sentir el calor que emanaba de su piel, la intensidad de su presencia. La respuesta de Murdock fue apenas un susurro, pero resonó en su alma como un trueno.

—Un lobo.

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