Lupita estaba sentada en la sala, las manos apretadas sobre sus rodillas, con la mandíbula tensa. Cuando Mauricio entró, la vio, y el ambiente se volvió inmediatamente pesado. No podía soportar que él estuviera totalmente inmerso en salvar a Marina que no percibía más nada a su alrededor. Se moría de los celos.—No entiendo por qué sigues tan pendiente de Marina, Mauricio. ¿No te das cuenta de lo que está pasando? Deberías estar aquí, con nosotros, con tu hijo. Tú y yo tenemos una vida por delante, y mientras tanto, tú te ocupas de ella —exclamó con tono cortante, sin levantar la vista.—Lupita, sabes que estoy aquí para ti, para el bebé. Pero no puedo dejar que Marina esté sola, ella está en peligro.—¡No lo entiendo! ¿No hay nadie más que salve a Marina? —se levantó de golpe, claramente enojada, su voz se volvió más aguda—. ¿Por qué estás tan preocupado por ella? ¡Ella no es tu familia! Yo te estoy dando lo más importante, estamos esperando un hijo, ¡nuestro hijo! Y tú... tú sigues
La noche era espesa como si el cielo hubiese decidido ocultar cada estrella. Mauricio ajustó la capucha de su abrigo mientras miraba a los hombres que lo acompañaban. No eran más que cinco, pero en sus rostros se veía la determinación de quien sabe que no tiene margen para fallar.El lugar convenido estaba a varios kilómetros lejos de la población. Una fábrica abandonada que hacía años había sido devorada por la maleza y el olvido. Las paredes de ladrillo desgastado se alzaban como gigantes muros, y el chirrido de una vieja veleta resonaba con el viento, añadiendo un toque siniestro al ambiente.Mauricio llevaba el maletín con el dinero. Sus dedos apretaban el asa con fuerza, no por temor sino por rabia. Cada paso que daba hacia la fábrica lo acercaba más al lugar donde Marina estaba retenida. Había acordado traer el dinero y cumplir con las exigencias del secuestrador, pero sabía que un simple intercambio no era una opción.—¿Trajiste lo que te pedí? —La voz del secuestrador, que pa
Mauricio pidió que le entregaran a Marina. Ella, débil y casi sin fuerzas, logró reconocer la voz de él, un susurro apenas audible que atravesó la niebla de su mente turbada. Con un esfuerzo extremo, sus labios apenas se movieron y, con una voz casi inexistente, susurró su nombre: "Mauricio".El hombre que la sostenía la soltó bruscamente, y la empujó con desdén hacia adelante. Marina, tambaleante, apenas pudo mantenerse en pie, pero aún así, logró avanzar unos pasos.Mauricio, al verla tan frágil, se acercó rápidamente. En un solo movimiento, la rodeó con sus brazos, abrazándola con fuerza para evitar que cayera. Ella se apoyó en él, incapaz de sostenerse por sí misma, y sintió un pequeño alivio al estar en sus brazos, aunque el agotamiento la vencía poco a poco.Marina apenas pudo articular las palabras. Con un hilo de voz, preguntó:—¿Eres tú, Mauricio?Él la sostuvo con más firmeza, su rostro suavizándose al escucharla.—Sí, soy yo —respondió con calma—. No temas, Marina. Todo va
El sol ya se había escondido mucho tiempo atrás, y la noche se había adueñado del cielo, sumiendo la hacienda en un profundo silencio. Solo la luz pálida de las estrellas y la tenue iluminación de las lámparas de la entrada daban forma a la escena. La oscuridad envolvía todo, excepto el pequeño espacio donde, entre sombras, la gran puerta de la hacienda se abrió lentamente. Un crujido apenas perceptible rompió el silencio, anunciando la llegada.Marina reflejaba un cansancio profundo, tanto físico como emocional. Estaba rodeada por los hombres de Mauricio, pero a pesar de la seguridad que la rodeaba, algo en su postura mostraba que la verdadera protección aún la necesitaba ella misma, dentro de su alma. El tiempo, de alguna manera, parecía haberse ralentizado, como si la noche misma se detuviera para observar el regreso de Marina.Desde el umbral de la puerta principal, sus padres la vieron llegar. El corazón de la madre dio un vuelco al verla, y sin pensarlo, corrió hacia ella, sus p
Salvatore Rizzo se recostó en su silla con una sonrisa cínica, su mirada fija en Sebastián, quien estaba de pie frente a él. La conversación fluía de forma fría, calculada, pero Salvatore no podía ocultar la satisfacción que sentía al ver cómo todo había salido según lo planeado.—Has hecho un buen trabajo, Sebastián —dijo Salvatore, su voz grave resonaba en la estancia silenciosa. Estaba más que complacido con el resultado. Había logrado lo que quería: El secuestro había sido un éxito rotundo. Tenía en su poder una considerable suma de dinero.Sebastián, sin mostrar ninguna emoción, asintió lentamente. Sabía que había cumplido, pero también estaba consciente de que esa satisfacción era solo momentánea. No podía confiar del todo en ese hombre.—Ya he cumplido con el trato —respondió Sebastián con voz firme, pero sus ojos reflejaban algo más, algo que lo preocupaba. ¿Qué pasaría ahora? ¿Qué más quería Salvatore?Salvatore lo miró fijamente, leyendo sus pensamientos. Con una sonrisa ape
Después de unos pocos días de descanso y de recuperar fuerzas, Marina finalmente se sintió lo suficientemente fuerte como para tomar una decisión. A pesar de la confusión y la gratitud que aún llenaban su mente, sabía que tenía que verlo. Mauricio había sido su salvador, el hombre que la había sacado de aquel infierno, y debía darle las gracias en persona.Con el corazón agitado, Marina se alistó en silencio. No quería depender más de la protección de los demás; sentía que debía ir sola, aunque le temblara el pulso al pensar en enfrentarse a él nuevamente. Pero algo en su interior la empujaba a ir, a agradecerle por el sacrificio, por la valentía que él había mostrado en un momento tan crucial.Al llegar a la casa de Mauricio, su ansiedad creció. Se acercó con cautela, mirando las imponentes puertas de hierro forjado, y se detuvo justo en frente, dándole tiempo a su mente de calmarse antes de tocar el timbre. Al hacerlo, su corazón comenzó a latir más rápido, pero ella se mantuvo firm
Mientras Marina miraba a Lupita y observaba su embarazo, un pensamiento fugaz cruzó por su mente, interrumpiendo la calma momentánea. Fue como un susurro, algo que había estado enterrado en su subconsciente desde aquel horrible momento, pero que ahora resurgía con una claridad que no podía ignorar.Marina parpadeó, sus pensamientos viajaron a la pesadilla que había vivido durante su secuestro. Recordó la oscuridad que la rodeaba, el miedo que la paralizaba, y las voces de aquellos hombres, gruesas y amenazantes. Había algo en una de ellas, algo que no lograba descifrar, pero que la había perturbado desde el primer instante. Aunque se encontraba aterrada y desorientada, en medio de aquel caos, una leve sensación se había instalado en su pecho: esa voz… la de uno de los secuestradores, le resultaba extrañamente familiar. En ese momento, pensó que quizás solo había sido el producto de su debilidad, su mente confundida por el pánico y el agotamiento. Pero ahora, con el tiempo y la calma
—¡Lo han encontrado! —El rumor corría por toda la población. —¿Está vivo? —preguntó el oficial que recibió el cuerpo de Sebastián. —Sí, pero está en muy mal estado. No creo que pueda sobrevivir. —Hay que llevarlo inmediatamente al hospital.Tras varios días de búsqueda fallida, la noticia llegó inesperada y cruda. Unos agricultores en plena faena encontraron lo que parecía un cuerpo. Era Sebastián, su piel estaba pálida, su ropa desgarrada y empapada de sangre seca. Al principio, los hombres retrocedieron, convencidos de que estaba muerto. Sin embargo, uno de ellos, más audaz y compasivo, se agachó y apoyó su mano temblorosa sobre el cuello del hombre caído. Entonces lo sintió: un débil pulso, apenas perceptible, pero suficiente para darse cuenta de que aún estaba con vida. —¡Está vivo! —gritó con una mezcla de incredulidad y alarma. Lo colocaron cuidadosamente en una carreta improvisada que usaban para transportar materiales. Con gran esfuerzo, lo llevaron al pueblo. Mauricio