CAPÍTULO 43.

Sebastián observó a Marina con creciente preocupación. Había notado los signos de deshidratación en su rostro: la palidez, el sudor frío en su frente. A pesar de lo que había hecho, de la horrible acción en la que se había involucrado, no podía evitar sentir una punzada de culpa al verla en ese estado. La fragilidad de Marina le hacía recordar que, aunque él hubiera sido quien había causado el daño, había algo mucho más grande en juego. El secuestro de Marina había sido la condición impuesta por Salvatore para salvar su vida. Sebastián debía hacer que todo marchara bien para obtener el dinero y así salvar su vida y la de ella. Había cruzado una línea de la que no podía retroceder, pero la imagen de la mujer que tenía frente a él, tan quebrada, lo trastornaba.

Sebastián miró sus manos temblorosas, la adrenalina aún corriendo por su cuerpo, y, al igual que un eco, la pregunta comenzó a retumbar en su mente: ¿Qué he hecho? Había cruzado una línea, una que jamás había imaginado siquiera a
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