Después de unos pocos días de descanso y de recuperar fuerzas, Marina finalmente se sintió lo suficientemente fuerte como para tomar una decisión. A pesar de la confusión y la gratitud que aún llenaban su mente, sabía que tenía que verlo. Mauricio había sido su salvador, el hombre que la había sacado de aquel infierno, y debía darle las gracias en persona.Con el corazón agitado, Marina se alistó en silencio. No quería depender más de la protección de los demás; sentía que debía ir sola, aunque le temblara el pulso al pensar en enfrentarse a él nuevamente. Pero algo en su interior la empujaba a ir, a agradecerle por el sacrificio, por la valentía que él había mostrado en un momento tan crucial.Al llegar a la casa de Mauricio, su ansiedad creció. Se acercó con cautela, mirando las imponentes puertas de hierro forjado, y se detuvo justo en frente, dándole tiempo a su mente de calmarse antes de tocar el timbre. Al hacerlo, su corazón comenzó a latir más rápido, pero ella se mantuvo firm
Mientras Marina miraba a Lupita y observaba su embarazo, un pensamiento fugaz cruzó por su mente, interrumpiendo la calma momentánea. Fue como un susurro, algo que había estado enterrado en su subconsciente desde aquel horrible momento, pero que ahora resurgía con una claridad que no podía ignorar.Marina parpadeó, sus pensamientos viajaron a la pesadilla que había vivido durante su secuestro. Recordó la oscuridad que la rodeaba, el miedo que la paralizaba, y las voces de aquellos hombres, gruesas y amenazantes. Había algo en una de ellas, algo que no lograba descifrar, pero que la había perturbado desde el primer instante. Aunque se encontraba aterrada y desorientada, en medio de aquel caos, una leve sensación se había instalado en su pecho: esa voz… la de uno de los secuestradores, le resultaba extrañamente familiar. En ese momento, pensó que quizás solo había sido el producto de su debilidad, su mente confundida por el pánico y el agotamiento. Pero ahora, con el tiempo y la calma
—¡Lo han encontrado! —El rumor corría por toda la población. —¿Está vivo? —preguntó el oficial que recibió el cuerpo de Sebastián. —Sí, pero está en muy mal estado. No creo que pueda sobrevivir. —Hay que llevarlo inmediatamente al hospital.Tras varios días de búsqueda fallida, la noticia llegó inesperada y cruda. Unos agricultores en plena faena encontraron lo que parecía un cuerpo. Era Sebastián, su piel estaba pálida, su ropa desgarrada y empapada de sangre seca. Al principio, los hombres retrocedieron, convencidos de que estaba muerto. Sin embargo, uno de ellos, más audaz y compasivo, se agachó y apoyó su mano temblorosa sobre el cuello del hombre caído. Entonces lo sintió: un débil pulso, apenas perceptible, pero suficiente para darse cuenta de que aún estaba con vida. —¡Está vivo! —gritó con una mezcla de incredulidad y alarma. Lo colocaron cuidadosamente en una carreta improvisada que usaban para transportar materiales. Con gran esfuerzo, lo llevaron al pueblo. Mauricio
Lupita caminaba por los pasillos del hospital con paso firme, aunque su corazón latía acelerado. Nadie sabía que ella había venido, ni siquiera Mauricio.Se detuvo frente a la habitación de Sebastián, mirando a través del cristal de la puerta, como si buscara la fuerza para entrar. Había estado esperando este momento durante varios días, pero ahora que estaba aquí, algo en su interior temblaba. Se armó de valor y, con una mano temblorosa, empujó la puerta con suavidad.Dentro, Sebastián yacía inmóvil, conectado a varios aparatos que marcaban su respiración lenta. Lupita se acercó a la cama, su mirada fija en su rostro. Nadie más en el hospital sabía de su visita, ni siquiera los médicos. Estaba completamente sola con él. Sintió pena por el estado de Sebastian, se mantuvo a su lado en silencio mirando las heridas y cicatrices de su rostro.—Pobre Sebastián —exclamó en voz baja mientras estrechaba su mano inmóvil con mucho cuidado. La necesidad de hablar pesaba en su pecho, como si alg
La enfermera continuó con la rutina habitual: revisó los monitores, ajustó algunos cables y se aseguró de que todo estuviera en orden. Era una mañana tranquila, como tantas otras, pero algo no era como siempre. Mientras se inclinaba hacia la cama para ajustar un sensor en el brazo de Sebastián, un leve movimiento llamó su atención. Era casi imperceptible, pero lo vio. Un dedo de Sebastián se movió, casi imperceptible, pero real. Al principio, pensó que podría haber sido un simple reflejo del cuerpo, una reacción involuntaria. Sin embargo, la duda se disipó rápidamente cuando notó algo más: los párpados de Sebastián se movían lentamente, como si estuviera intentando abrir los ojos.La enfermera se quedó inmóvil por un momento, incapaz de creer lo que estaba viendo. No podía ser. Sebastián llevaba días en coma, sin mostrar signos de reacción alguna. El monitor indicaba lo mismo: actividad cerebral mínima. Pero ahora, frente a ella, algo estaba cambiando.El corazón de la enfermera dio u
El ambiente en la habitación era tenso y cargado de emoción cuando el oficial de policía llegó al hospital. Apenas había entrado por la puerta, su mirada se dirigió rápidamente hacia el médico que estaba revisando a Sebastián.—Buenos días, doctor. Ya me he enterado de que el paciente despertó del coma.Vengo a hacer algunas averiguaciones sobre el incidente. Necesito hablar con él, —dijo el oficial, mostrando su placa y su actitud profesional.El médico lo miró por un momento, su rostro serio. —Entiendo, oficial, pero le sugiero que espere un poco. Sebastián acaba de despertar del coma, y aún está muy vulnerable, física y emocionalmente hablando. Necesitamos asegurarnos de que esté preparado para hablar antes de cualquier cosa.El oficial,con el semblante implacable, frunció el ceño, pero asintió.—¿Cuánto tiempo más necesitará?—Al menos 48 horas. Quiero que esté estable, y que su mente esté lista para procesar lo que ha sucedido. Por su bienestar, le pido que espere, por favor.El
Había transcurrido ya bastante tiempo desde que Sebastián despertó del coma. Su recuperación había sido sorprendentemente rápida, para sorpresa de todos los médicos. A pesar de que aún tenía días difíciles por delante, con sesiones de rehabilitación y un largo camino de recuperación física, su cuerpo parecía haber ganado la batalla más grande. Las cicatrices y los restos del trauma seguían presentes, pero su vitalidad había regresado. El hospital, con sus pasillos fríos y luces brillantes, ya no era su hogar. Después de varios días en cuidados intensivos, lo habían trasladado a "La Escondida", donde podría continuar con su recuperación en un ambiente más tranquilo y controlado, lejos del bullicio de las enfermeras y los monitores. Allí podría sanar, no solo su cuerpo, sino también su mente.Sin embargo, aunque su cuerpo estaba mejorando, algo seguía faltando. Las averiguaciones policiales no avanzaban. Los detectives seguían buscando respuestas sobre lo ocurrido la noche del accidente
El silencio en la habitación de Sebastián era pesado, casi palpable. Pero hoy, algo en su rostro decía que no podía esperar más. Sentado en la cama, con las manos entrelazadas y la mirada perdida en el vacío, Sebastián sintió que el peso de la culpa lo aplastaba más que nunca. Había pasado mucho tiempo desde aquel fatídico secuestro, pero las cicatrices, aunque invisibles, seguían marcando su alma.Marina entró en la habitación para despedirse de él. Pero al ver su expresión seria y el brillo en sus ojos, supo que algo había cambiado. —Marina… —su voz sonó baja, pero cargada de dolor. Ella se detuvo en la puerta, sorprendida por la seriedad de su tono.—¿Qué pasa, Sebastián? —preguntó, acercándose lentamente.Él tomó aire, como si las palabras le costaran salir, como si llevaran años atrapadas en su garganta. Finalmente, miró hacia sus manos, sin atreverse a mirarla a los ojos. "—Tengo algo que decirte. Algo que no he podido… no he podido decirte antes.Marina frunció el ceño, preoc