CAPÍTULO 42.

Mauricio sabía que no podía perder tiempo. Las horas se les escapaban entre los dedos, y el precio que le habían impuesto a don Emiliano para garantizar la seguridad de Marina era exorbitante. No era solo una cuestión de dinero, sino de vidas en juego, de la vida de la mujer que él amaba más que a nada. El peso de esa responsabilidad lo oprimía, pero no tenía tiempo para detenerse a pensar en las consecuencias. Marina, su Marina, estaba en manos equivocadas, y cada minuto que pasaba sin una respuesta era un minuto más de sufrimiento para ella.

Macario, con su carácter decidido y su astucia, empezó a contactar con todos los conocidos que pudieran tener algún dato sobre el paradero de Marina. Cada llamada, cada mensaje, era como una esperanza de encontrar algo, pero todos respondían de la misma manera: no habían visto nada fuera de lo común. El silencio de los informantes sólo aumentaba la ansiedad de Mauricio, que no lograba encontrar un patrón ni una pista que los guiara hacia su amad
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