CAPÍTULO 45.

La noche era espesa como si el cielo hubiese decidido ocultar cada estrella. Mauricio ajustó la capucha de su abrigo mientras miraba a los hombres que lo acompañaban. No eran más que cinco, pero en sus rostros se veía la determinación de quien sabe que no tiene margen para fallar.

El lugar convenido estaba a varios kilómetros lejos de la población. Una fábrica abandonada que hacía años había sido devorada por la maleza y el olvido. Las paredes de ladrillo desgastado se alzaban como gigantes muros, y el chirrido de una vieja veleta resonaba con el viento, añadiendo un toque siniestro al ambiente.

Mauricio llevaba el maletín con el dinero. Sus dedos apretaban el asa con fuerza, no por temor sino por rabia. Cada paso que daba hacia la fábrica lo acercaba más al lugar donde Marina estaba retenida. Había acordado traer el dinero y cumplir con las exigencias del secuestrador, pero sabía que un simple intercambio no era una opción.

—¿Trajiste lo que te pedí? —La voz del secuestrador, que pa
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