CAPÍTULO 46.

Mauricio pidió que le entregaran a Marina. Ella, débil y casi sin fuerzas, logró reconocer la voz de él, un susurro apenas audible que atravesó la niebla de su mente turbada. Con un esfuerzo extremo, sus labios apenas se movieron y, con una voz casi inexistente, susurró su nombre: "Mauricio".

El hombre que la sostenía la soltó bruscamente, y la empujó con desdén hacia adelante. Marina, tambaleante, apenas pudo mantenerse en pie, pero aún así, logró avanzar unos pasos.

Mauricio, al verla tan frágil, se acercó rápidamente. En un solo movimiento, la rodeó con sus brazos, abrazándola con fuerza para evitar que cayera. Ella se apoyó en él, incapaz de sostenerse por sí misma, y sintió un pequeño alivio al estar en sus brazos, aunque el agotamiento la vencía poco a poco.

Marina apenas pudo articular las palabras. Con un hilo de voz, preguntó:

—¿Eres tú, Mauricio?

Él la sostuvo con más firmeza, su rostro suavizándose al escucharla.

—Sí, soy yo —respondió con calma—. No temas, Marina. Todo va
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