El sonido del teléfono cortó el silencio en la sala del hospital. Mauricio miró el número desconocido en la pantalla con desconfianza. Su pulso se aceleró al instante. Con el corazón en la garganta, lo levantó y contestó.—¿Hola? —dijo, tratando de mantener la calma, aunque su voz mostraba una leve tensión.Del otro lado de la línea, una voz grave y distorsionada se escuchó, casi como un susurro que parecía provenir de algún lugar lejano, frío.—Quiero hablar con Emiliano —dijo el secuestrador, con firmeza.Mauricio se tensó al instante. Sabía que este momento llegaría, pero nunca imaginó que sería tan pronto. Un nudo en su estómago se apretó al pensar en lo que la voz del otro lado implicaba. A pesar de la angustia, intentó mantener el control de la situación.—Emiliano no puede hablar contigo ahora —respondió, con calma, aunque su mente estaba en caos—. Está en el hospital. Tuvo un infarto.Hubo una pausa del otro lado de la línea. Un suspiro lejano y después, la voz volvió, ahora m
Mauricio sabía que no podía perder tiempo. Las horas se les escapaban entre los dedos, y el precio que le habían impuesto a don Emiliano para garantizar la seguridad de Marina era exorbitante. No era solo una cuestión de dinero, sino de vidas en juego, de la vida de la mujer que él amaba más que a nada. El peso de esa responsabilidad lo oprimía, pero no tenía tiempo para detenerse a pensar en las consecuencias. Marina, su Marina, estaba en manos equivocadas, y cada minuto que pasaba sin una respuesta era un minuto más de sufrimiento para ella.Macario, con su carácter decidido y su astucia, empezó a contactar con todos los conocidos que pudieran tener algún dato sobre el paradero de Marina. Cada llamada, cada mensaje, era como una esperanza de encontrar algo, pero todos respondían de la misma manera: no habían visto nada fuera de lo común. El silencio de los informantes sólo aumentaba la ansiedad de Mauricio, que no lograba encontrar un patrón ni una pista que los guiara hacia su amad
Sebastián observó a Marina con creciente preocupación. Había notado los signos de deshidratación en su rostro: la palidez, el sudor frío en su frente. A pesar de lo que había hecho, de la horrible acción en la que se había involucrado, no podía evitar sentir una punzada de culpa al verla en ese estado. La fragilidad de Marina le hacía recordar que, aunque él hubiera sido quien había causado el daño, había algo mucho más grande en juego. El secuestro de Marina había sido la condición impuesta por Salvatore para salvar su vida. Sebastián debía hacer que todo marchara bien para obtener el dinero y así salvar su vida y la de ella. Había cruzado una línea de la que no podía retroceder, pero la imagen de la mujer que tenía frente a él, tan quebrada, lo trastornaba.Sebastián miró sus manos temblorosas, la adrenalina aún corriendo por su cuerpo, y, al igual que un eco, la pregunta comenzó a retumbar en su mente: ¿Qué he hecho? Había cruzado una línea, una que jamás había imaginado siquiera a
Lupita estaba sentada en la sala, las manos apretadas sobre sus rodillas, con la mandíbula tensa. Cuando Mauricio entró, la vio, y el ambiente se volvió inmediatamente pesado. No podía soportar que él estuviera totalmente inmerso en salvar a Marina que no percibía más nada a su alrededor. Se moría de los celos.—No entiendo por qué sigues tan pendiente de Marina, Mauricio. ¿No te das cuenta de lo que está pasando? Deberías estar aquí, con nosotros, con tu hijo. Tú y yo tenemos una vida por delante, y mientras tanto, tú te ocupas de ella —exclamó con tono cortante, sin levantar la vista.—Lupita, sabes que estoy aquí para ti, para el bebé. Pero no puedo dejar que Marina esté sola, ella está en peligro.—¡No lo entiendo! ¿No hay nadie más que salve a Marina? —se levantó de golpe, claramente enojada, su voz se volvió más aguda—. ¿Por qué estás tan preocupado por ella? ¡Ella no es tu familia! Yo te estoy dando lo más importante, estamos esperando un hijo, ¡nuestro hijo! Y tú... tú sigues
La noche era espesa como si el cielo hubiese decidido ocultar cada estrella. Mauricio ajustó la capucha de su abrigo mientras miraba a los hombres que lo acompañaban. No eran más que cinco, pero en sus rostros se veía la determinación de quien sabe que no tiene margen para fallar.El lugar convenido estaba a varios kilómetros lejos de la población. Una fábrica abandonada que hacía años había sido devorada por la maleza y el olvido. Las paredes de ladrillo desgastado se alzaban como gigantes muros, y el chirrido de una vieja veleta resonaba con el viento, añadiendo un toque siniestro al ambiente.Mauricio llevaba el maletín con el dinero. Sus dedos apretaban el asa con fuerza, no por temor sino por rabia. Cada paso que daba hacia la fábrica lo acercaba más al lugar donde Marina estaba retenida. Había acordado traer el dinero y cumplir con las exigencias del secuestrador, pero sabía que un simple intercambio no era una opción.—¿Trajiste lo que te pedí? —La voz del secuestrador, que pa
Mauricio pidió que le entregaran a Marina. Ella, débil y casi sin fuerzas, logró reconocer la voz de él, un susurro apenas audible que atravesó la niebla de su mente turbada. Con un esfuerzo extremo, sus labios apenas se movieron y, con una voz casi inexistente, susurró su nombre: "Mauricio".El hombre que la sostenía la soltó bruscamente, y la empujó con desdén hacia adelante. Marina, tambaleante, apenas pudo mantenerse en pie, pero aún así, logró avanzar unos pasos.Mauricio, al verla tan frágil, se acercó rápidamente. En un solo movimiento, la rodeó con sus brazos, abrazándola con fuerza para evitar que cayera. Ella se apoyó en él, incapaz de sostenerse por sí misma, y sintió un pequeño alivio al estar en sus brazos, aunque el agotamiento la vencía poco a poco.Marina apenas pudo articular las palabras. Con un hilo de voz, preguntó:—¿Eres tú, Mauricio?Él la sostuvo con más firmeza, su rostro suavizándose al escucharla.—Sí, soy yo —respondió con calma—. No temas, Marina. Todo va
El sol ya se había escondido mucho tiempo atrás, y la noche se había adueñado del cielo, sumiendo la hacienda en un profundo silencio. Solo la luz pálida de las estrellas y la tenue iluminación de las lámparas de la entrada daban forma a la escena. La oscuridad envolvía todo, excepto el pequeño espacio donde, entre sombras, la gran puerta de la hacienda se abrió lentamente. Un crujido apenas perceptible rompió el silencio, anunciando la llegada.Marina reflejaba un cansancio profundo, tanto físico como emocional. Estaba rodeada por los hombres de Mauricio, pero a pesar de la seguridad que la rodeaba, algo en su postura mostraba que la verdadera protección aún la necesitaba ella misma, dentro de su alma. El tiempo, de alguna manera, parecía haberse ralentizado, como si la noche misma se detuviera para observar el regreso de Marina.Desde el umbral de la puerta principal, sus padres la vieron llegar. El corazón de la madre dio un vuelco al verla, y sin pensarlo, corrió hacia ella, sus p
Salvatore Rizzo se recostó en su silla con una sonrisa cínica, su mirada fija en Sebastián, quien estaba de pie frente a él. La conversación fluía de forma fría, calculada, pero Salvatore no podía ocultar la satisfacción que sentía al ver cómo todo había salido según lo planeado.—Has hecho un buen trabajo, Sebastián —dijo Salvatore, su voz grave resonaba en la estancia silenciosa. Estaba más que complacido con el resultado. Había logrado lo que quería: El secuestro había sido un éxito rotundo. Tenía en su poder una considerable suma de dinero.Sebastián, sin mostrar ninguna emoción, asintió lentamente. Sabía que había cumplido, pero también estaba consciente de que esa satisfacción era solo momentánea. No podía confiar del todo en ese hombre.—Ya he cumplido con el trato —respondió Sebastián con voz firme, pero sus ojos reflejaban algo más, algo que lo preocupaba. ¿Qué pasaría ahora? ¿Qué más quería Salvatore?Salvatore lo miró fijamente, leyendo sus pensamientos. Con una sonrisa ape