Marina apenas tuvo tiempo de gritar . Un fuerte brazo la atrapó por la cintura, cubriéndole la boca con una tela húmeda que la dejó sin aliento. Rápidamente comenzó a percibir un ardor extraño que la hizo toser. Los segundos pasaron con lentitud mientras su cuerpo intentaba reaccionar, pero la tela empapada en un líquido desconocido la despojó de fuerzas con rapidez.El mundo a su alrededor comenzó a girar, y en medio del pánico, vio a dos hombres acercándose, vestidos de oscuro, como sombras que surgían de entre la densa vegetación.Con cada paso que daban, Marina luchaba con todas sus fuerzas. Intentó zafarse, pateó, pero nada parecía tener efecto. Los hombres la arrastraban sin piedad, su agilidad y fuerza eran imbatibles. El brazo que la rodeaba la apretaba con tal fuerza que sentía como si sus costillas estuvieran a punto de ceder bajo la presión. La tela seguía sobre su rostro, cubriéndole la boca y la nariz, pero ahora también le nublaba la mente, invadiéndola de un aroma acre
Macario estaba sentado, su rostro surcado por arrugas profundas, y las manos, firmemente apoyadas sobre la mesa, entrelazadas como si fueran un nudo que no pudiera soltarse. Frente a él, Mauricio daba pequeños sorbos a su vaso, evitando la mirada del hombre que lo observaba fijamente, como si le estuviera pidiendo cuentas por algo. La habitación estaba en silencio, tan denso que hasta el aire parecía espeso.—Te vas a casar con Lupita, Mauricio —dijo Macario, sin rodeos, con una voz firme, que no dejaba lugar a dudas. Cada palabra salía de su boca con la precisión de un disparo.Mauricio levantó la mirada, sorprendido por la brusquedad de la afirmación. Pero Macario no le dio tiempo para contestar.—No me importa lo que hayas o no hayas hecho, —continuó Macario, apretando los dientes con rabia contenida— pero lo que no voy a permitir es que mi hija quede con el nombre embarrado.Sus ojos, como dos brasas encendidas, no dejaban de mirar a Mauricio. La furia estaba contenida en su voz,
El día había transcurrido lento, con la luz del sol desvaneciéndose poco a poco, mientras las sombras se alargaban en la hacienda. —¿Dónde está Marina? —se preguntó Antonia mientras preparaba la comida con un tono de quien no puede quitarse la sensación de que algo estaba fuera de lugar. No la había visto desde la mañana, y no podía evitar sentirse preocupada.Por un momento pensó que quizás se estaba haciendo ideas erróneas en su mente. Cuando los padres de Marina se sentaron en la mesa , preguntaron por ella. Tampoco la habían visto y se imaginaron que estaría de paseo o cabalgando y no se percataron de que ya era muy tarde.—Emiliano, ¿puedes llamarle a Marina? No me responde los mensajes, y ya estoy preocupada. Tal vez no ha escuchado el teléfono —exclamó doña Sofía.— Claro, ahora mismo lo hago. No te preocupes.— Gracias. Es raro que no conteste, normalmente está pendiente de su teléfono.— No contesta. Me manda directo al buzón.— ¿Al buzón? ¿Está apagado o algo así? Eso es e
Marina despertó lentamente, como si el tiempo se hubiera detenido a su alrededor. Un fuerte dolor de cabeza la inundaba, y sus sentidos parecían nublados, como si despertara de un largo y profundo sueño. Lo primero que notó fue la oscuridad total. ¿Dónde estaba? Se quedó quieta, tratando de entender, pero enseguida sintió una incomodidad extraña en su cuerpo. Intentó mover las manos, pero algo las mantenía rígidas, atadas a un respaldo frío y áspero.El sudor comenzó a recorrer su frente, y en cuanto intentó mover la cabeza, notó que algo la envolvía. Sus ojos estaban vendados con una tela ajustada con fuerza, impidiéndole ver nada más allá de la oscuridad absoluta. El aire estaba cargado de un olor denso y nauseabundo, un tufo a moho y suciedad que le dificultaba respirar con normalidad.Comenzó a agitarse, luchando por liberarse de las cuerdas que la mantenían sujeta a la silla. Tiró de sus muñecas con fuerza, pero era inútil. La angustia la empezó a ahogar, y sin poder controlar su
La cantina estaba llena de murmullos bajos y el sonido de los vasos chocando contra las mesas, pero cuando Don Emiliano cruzó la puerta, un aire de seriedad y autoridad se impuso de inmediato. Evelio lo seguía de cerca, con los ojos observando cada rincón mientras caminaban hacia la barra. Enseguida Macario le ofreció un café a don Emiliano, pero este no la aceptó. Macario al ver sus rostros angustiados les preguntó qué estaba sucediendo.—Estamos muy preocupados, Macario. No hemos visto a Marina, y nadie, al parecer, sabe de su paradero.Macario cambió su semblante inmediatamente y mandó a preguntar entre los asistentes si habían visto o hablado con la hija de don Emiliano. La respuesta, una vez más , había sido negativa.El padre de Marina no sabía dónde más acudir. De repente, un sonido metálico y cortante rompió la tensión. Un repique agudo de un teléfono móvil sonó en el aire, desentonando con la quietud del momento.Don Emiliano reaccionó de inmediato, sobresaltado, como si el
Marina llevaba horas sentada en la misma posición, y su cuerpo comenzaba a resentirse. Los músculos de su espalda y piernas palpitaban con un dolor creciente, mientras su cabeza latía como si tuviera un tambor dentro. Intentaba acomodarse un poco en la silla, pero los movimientos solo empeoraban las cosas, como si cada intento de aliviar el dolor fuera un recordatorio de la posición incómoda y la vulnerabilidad en la que se encontraba. Su estómago rugió, pero el miedo a lo desconocido ahogó cualquier sensación de hambre.Entonces, un sonido en el pasillo la hizo tensarse. Los pasos resonaron cerca, y antes de que pudiera reaccionar, la puerta se abrió con un chirrido. Una sombra se recortó en el umbral. La figura del hombre se acercó lentamente, como si disfrutara de la tortura psicológica de hacerla esperar. —¿Quieres comer? —preguntó con voz áspera, casi indiferente, como si no le importara lo más mínimo si ella aceptaba o no. El tono de su voz no ofrecía espacio para la esperanza,
Don Emiliano abrió lentamente los ojos, sintiendo una extraña pesadez en el pecho y una opaca confusión. Cuando se dio cuenta de que se encontraba en una cama de hospital, un leve estremecimiento recorrió su cuerpo. A pesar de la debilidad que aún sentía, su mente rápidamente se enfocó en lo sucedido. Recordó la angustiante noticia: el secuestro de Marina. Su corazón se había detenido momentáneamente, y la sorpresa y el miedo le habían causado un infarto.Se incorporó con dificultad, mirando a su alrededor, buscando respuestas en el blanco impersonal de las paredes del hospital. Respiró profundo, intentando calmar su mente, pero una preocupación lo envolvía.Un médico que había estado cerca, al ver su despertar, se acercó rápidamente para asegurarse de que estuviera consciente. Pero Don Emiliano, sin dejar de buscar entre las sombras de su mente, insistió.—¿Mauricio? Necesitamos a Mauricio ¡Búsquenlo! —ordenó, con la voz quebrada por la desesperación.Sabía que, aunque su cuerpo esta
Marina volvió en sí lentamente, el dolor de la cabeza y el cuerpo adormecido la hicieron tomar conciencia de su entorno poco a poco. Las horas de inconsciencia parecían haberse estirado infinitamente, pero la sensación de estar atada a la silla la trajo de vuelta a la cruel realidad. Su muñeca estaba entumecida por las cuerdas, y el frío en la habitación la envolvía como un manto invisible. Estaba sola, pero no completamente; podía oír voces.Al principio no entendió si aún soñaba o si su mente estaba jugando trucos con ella, pero a medida que las palabras comenzaron a hacerse más claras, la realidad de su situación se le fue imponiendo con fuerza.A lo lejos, dos hombres discutían en voz baja, como si intentaran no ser escuchados. Sus palabras flotaban en el aire, tensas, cargadas de algo que Marina no lograba identificar.—Déjame quedarme a vigilarla —dijo uno de los hombres, su tono insistente y algo despectivo.—No, ya te lo dije —respondió el otro, firme y tajante—. No confío en