-----2 años después y en el presente----
—¿Señorita? ¿Señorita? ¿Me oye?Tiene que parpadear para salir de la ensoñación y derrama el vaso de café en la bata blanca del doctor enfrente de ella.—¡Julieta! ¡Es la segunda vez! ¡Estás completamente ida! —grita el doctor quitandose la bata debido al ardor.—Lo lamento tanto —agarra un papel de la recepción y comienza a limpiar la camisa que ha manchado del doctor general de la clínica—. ¡No era mi intención…!—Para, basta —el doctor le quita la manta y con ojos enervados la observa con cólera—, no sé que te pasa últimamente Julieta pero debes tener la mente aquí. Atiendes a personas y no puedes darte un viaje astral mientras trabajas. Ten los pies en la tierra.—Tiene razón, la tiene. Disculpeme de nuevo—y agarra la carpeta mientras asiente una y otra vez—, le prometo que traeré los informes de la farmacia y se los daré.—Ve y tómate un descanso de diez minutos, por favor —el doctor agarra su bata ya estropeada avistándola con decepción—, y todos tus problemas afuera de ésta clínica. A la próxima hablaré seriamente contigo.Y el doctor se aleja, dejándola con la boca abierta, consciente que el rumbo que tomaron sus pensamientos volvieron hacer de la suya para interferir en su vida diaria.Debe tomarse ese descanso y prácticamente sale hacia un pequeño cuarto donde ha dejado su ropa y la taza de café para despejar la mente.No se sienta en la silla sino que su cuerpo cae al suelo mientras se lleva la mano a la frente y cierra los ojos. Sus codos reposan en su rodillas y aunque quisiera quedarse encerrada en ese pequeño cuarto de esa gigante clínica no podrá.Los recuerdos hacen de los suyos porque hoy…vio…morir a un pequeño bebé y a una madre.Y ese pequeño bebé le recordó a su hija…se interrumpe a sí misma, no es su hija, a esa niña que llevó por nueve meses y esa madre le recordó a Marianne.Porque Marianne perdió la vida en aquel accidente de tránsito.----Hace dos años----Un insalvable dolor azotó cada músculo de su cuerpo, y no distinguía si la luz que estaba viendo se trataba de la muerte que había venido a buscarla o la que pertenecía a una ambulancia. No lo sabía y tampoco tenía tanta fuerza como para pensar en eso.Oyó las voces aturdiendo, las sirenas que seguían una y otra en la calle donde había ocurrido el accidente y los vidrios que se incrustaban de las ventanas rotas y el parabrisas decidiendo parar en su cuerpo.El carro había quedado boca abajo, y no podía moverse debido al cinturón.Y maldición, no había sentido tanto dolor, ningún dolor se asemejaba con perder el control de los músculos o de cualquier movimiento que la mente necesitaba al menos para poder quitarse el cinturón. No podía.El estruendo de los paramédicos tratando de sacarlas a ambas del caos, de la muerte innata a sus espaldas la mantenían todavía al lado de la vida, donde se vive, y por ende se había llevado la mano hacia su vientre. No había nada…en el mundo…que le dijera que sobreviviría, y si la muerte no se la había llevado antes, pues ahí estaba para cobrarselas.—Lauren —de pronto oyó una voz a su lado, e incluso mover sólo los ojos trajo consigo un peso que era al menos de mil toneladas. Pero se giró a ver de quién se trataba: Marianne—, Lauren…Sintió caer al suelo cuando el sonido de un filo de un cuchillo llegó a cortar el cinturón y gimiendo de dolor, se removió en los vidrios sintiendo el calor del carro, para tomar su mano.—¡Marianne! —susurró ahogándose—. Marianne.—¡Saquénlas antes de que el carro explote! ¡Apresúrense! —una voz retumbó entre sus pensamientos y cuando estuvo a punto de tomar la mano de Marianne la jalonearon hacia atrás—. ¡Apártense del carro! —volvió a hablar aquella voz.—¡Marianne! —tal vez pensaba que era un grito pero estaba equivocada. Sólo era un jadeo ahogado que apenas se escuchó en los músculos rotos de su garganta. Y observaba la lejanía del carro con cada paso que daba la persona que la llevaba en sus brazos—. Marianne.—¡Tomen a la otra mujer! —indicó lo que ya aparentaba ser un paramédico, y lo había ordenado a otros de sus compañeros.Uno de los hombres se acercó también en la dirección de Marianne, y dando dos pasos más, el sonido aturdió a todos los presentes.El carro explotó.Y el parámedico que se había acercado se sacudió hacia atrás debido al inesperado impacto.Julieta finalmente había visto el infierno con sus propios ojos y ni siquiera pudo oírse gritar ya que la subían a la ambulancia. Sus ojos sólo eran ventanas vacías, trastornadas y paralizadas.Pasos más lejanos, un carro se detenía y miraba lo que ocurría con espanto. Era un hombre.Se bajó del carro para avistar con mayor visión lo que acontecía y mientras un paramédico pasaba por su lado, lo detuvo.—¿Qué ocurre aquí?El paramédico se agarró su gorro con fuerza gracias al zarandeo del desconocido hombre y abrió los ojos.—Un accidente de tránsito: me temo que una persona no pudo salvarse.Su expresión indicaba sorpresa pero luego su rostro, tranquilo la mayoría de las veces, oyó los gritos desgarradores viniendo de atrás y tuvo que voltearse para buscar la causante de esos lamentos.Vio a una mujer herida siendo llevada hacia la ambulancia y quizás recordaría toda su vida esos ojos. Unos ojos que estaban incluso más pérdidos que los suyos. Ventanas sin alma, y cualquiera podría notar que no estaba del todo sosegada.No podía reconocerse por las heridas pero...mientras la siguió observando, en su mente se grabó por completo esos ojos, y esa voz lamentándose una y otra mientras pedía que la dejaran ir con su amiga.Paralizado en su sitio, lo único que rompió el contacto con esa mujer fue el cierre de las puertas de la ambulancia donde la habían introducido.—¡Disculpeme, señor! —y el paramédico corrió hacia la ambulancia y subió antes de que arrancara.El lamento de esa mujer iba a ser algo que no lograría olvidar tan fácilmente.En los minutos críticos donde la llevaban hacia el hospital más cercano, Julieta se perdía entre el dolor, los gritos, y las súplicas. Sólo la podía tranquilizar un sedante pero los paramédicos no podían interrumpir el tratamiento hasta que un médico la viera. Estaba demasiado débil.—¡Una mujer herida! ¡Acaba de dar a luz y ha tenido un accidente automovilístico…!Poco recuerda lo que sucedió después, o si lo que había vivido se trató de un sueño, todavía no lo distingue de todo en el presente, pero había quedado en silencio por varios días.Julieta estaba lo bastante débil para decir algo más…o incluso moverse, ni siquiera pensar.Sabía que algunas de las enfermeras murmuraban cosas como:—Pobre, no sé que le ocurrió pero los datos dicen que dio a luz el mismo día que tuvo el accidente. ¿Será que perdió la memoria? Es posible, es un evento lo bastante trágico como para ser la misma.—Lo más probable. Ella…no dice nada. No habla. Dios ha querido que viviera porque si fuera otra mujer, hace un rato no hubiese sobrevivido a nada de eso.—¿Podrá seguir teniendo hijos? ¿Qué es lo que dicen?Y oyó un suspiro.—No…ya no puede…tener hijos…—respondió la otra enfermeraY ahí terminó la conversación.Dos días, o cuatro días…no lo recuerda tampoco.Y si eran horas, para Julieta fue una eternidad. Las dos enfermeras encargadas de cuidarla apenas la miraban parpadear pero tuvieron que hacerla hablar luego de cinco días internada.—¿Cuál es tu nombre, linda? —preguntó la doctora asignada en cuánto la dejaron a solas con Julieta—, estamos aquí para ayudarte, no te haremos daño.No había pronunciado absolutamente nada…nada de lo que las enfermeras pudieran comprobar para validar la información que incluso la policía estaba buscando luego del accidente.Tal vez su voz ya no recordaba como hablar y la doctora suspiró.—Queremos saber el nombre…de la persona que estuvo contigo porque poco ADN se recogió para buscar quién es. Es una mujer, pero no tenemos sus huellas digitales.Sus días y noches se trataban de lo ocurrido, de aquella batalla interna donde no existía escuchaba salvo el llanto de un bebé que ya no era suyo y un nombre que ni siquiera sabía si lo había imaginado. La primera lágrima cayó por su mejilla.—Marianne.Logró pronunciar y los ojos de la doctora se iluminaron una vez la escuchó. Sintiéndose demasiado ansiosa por escuchar por primera vez la voz de Julieta se acercó a apretarle la mano.—Estás bien. Saliste de emergencias y te vas a recuperar. Dime tu nombre, corazón.¿Tenía un nombre? Mirando un rincón vacío con lagunas nadando en la perdición, apenas movió la lengua y los labios.—Julieta…—murmuró.—Julieta —pronunció la doctora con alivio y una sonrisa—, ¿Tienes algún familiar? ¿A quién podamos llamar?—No tengo a nadie —respondió Julieta con la cabeza inclinada hacia la almohada, sin mirar a la doctora—, ¿Cuándo podré salir?La doctora, ciertamente impresionada, no supo si balbucear o parpadear con confusión pero continuó.—Dentro de poco: porque tienes que recuperar fuerzas. Estás muy débil como para siquiera ponerte de pie y la policía necesita tu testimonio de lo que ocurrió…Julieta siguió parpadeando con lentitud y ya no quiso responder más. Sólo quería saber cuándo podía salir, nada más.Y aunque la doctora intentó sacarle más información, fue en vano. No logró nada en ese momento.Y quizás estaba lo bastante sedada y en shock por lo vivido. Pero el llanto de aquella bebé aún la atormentaba.Y desde ese momento comenzó la culpa.No quería resignarse a saber que había dejado a la deriva a un ser indefenso, pero Marianne le dijo que la niña estaba bien, y debía confiar en ella. Pero no lograría confiar en algo donde involucrara a Bianca.Y literalmente, no tenía a nadie.¿Qué más había sucedido…? rememorizaba.No pudo ver el cuerpo de Marianne y tampoco nadie había ido a preguntar por su hija, o hermana, o pareja: nadie.Julieta no hablaba con nadie, y cuando llegó la hora de marcharse de la clínica, una de las enfermeras la detuvo.—¿Por qué no te quedas aquí? Tenemos trabajo y…y…puedes tener una habitación —parecía bastante amable.Julieta se la quedó viendo.—Gracias —fue lo único que respondió.Y se marchó del hospital dejando una nota a la doctora: le agradecía su apoyo.No tenía dinero ni ropa, pero podía ver su número de cuenta para ver el monto en su cuenta de crédito. Todas sus tarjetas habían sido bloqueadas y no se sorprendía.Sin embargo, la que había abierto con el primer pago del vientre en alquiler todavía estaba intacta, y pulsó su número de cuenta y su clave casi temblando.“Setenta mil de dólares.”Julieta dejó caer la cabeza al piso, llorando desconsoladamente.La otra mitad del pago por ser madre subrogada.~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~—¡Julieta! ¡Julieta! ¿¡Estás ahí?!Salta en su sitio cuando la puerta del cuarto es azotada con fuerza, trayendola de nuevo al presente con un susto de por medio.—¡Julieta! ¡Abre la m*****a puerta!Se tambalea cuando se pone de pie dirigiéndose de una vez hacia la puerta.—¿Qué pasa? —pregunta de una vez cuando observa a una de sus compañeras de trabajo—. Gabby, ¿Qué…?—¡El presidente del país sufrió un atentado! —expresó de una vez Gaby—, y te buscan de inmediato. Vamos.—¡Por Dios! —Julieta cierra de golpe y comienza a correr de una vez hacia las ambulancias y a los carros blindados—, ¡Llevenme ahora al congreso!Y junto a Fabio, un chófer muy conocido, parten al congreso mientras lo demás se vuelve un caos.Ahora en el presente, mientras se toma un café en una pequeña tienda, Julieta suelta un suspiro inmenso. Ha pasado ya nueve meses de todo lo ocurrido con Clara, Ryan y sus mellizos. Irá en cualquier momento junto a ellos para visitarlos.Cuando no pasan nada en ese televisor, deja la propina y considera beber una cerveza y dejar a un lado el café, pero hoy tiene turno completo en la clínica y no puede hacerlo. Al menos no en la cantidad que quiere.Y mientras camina por la calle, cierra los ojos.Una vez más el recuerdo de su pasado viene a atormentarla. —Dos años antes—Buscó. Buscó por todas partes para encontrar a Bianca y entregarle su dinero, pero nada había logrado. Absolutamente nada. Tenía setenta mil dólares en la cuenta y el alma partida. Lo único que había logrado hacer fue un pequeño funeral a Marianne y una misa en una de las pequeñas capillas de aquella ciudad.Sentía que le deparaba sólo dolor porque su vida cambió drásticamente aquel día donde sus padres murieron y s
—¡Rebecca! Sigue gritando Julieta para ser escuchada porque con cada paso no le funciona para estar lo bastante cerca de su tía. Y necesita por lo menos correr unos metros cuando escucha los truenos de una pronta lluvia. —¡Rebecca! —vuelve a gritar Julieta y casi su cuerpo se detiene en seco cuando de improviso un hombre del cuerpo de seguridad se atreve a obstaculizar su camino.—No puede entrar aquí. ¿Qué cree que está haciendo? Devuélvase.—No, no. Es que yo necesito hablar con la señora que usted ve allá —Julieta señala con su mano tras el mastodonte que se atrevió a detenerla—, tiene que dejarme pasar.—¿Quién es usted? Sino tiene invitación no puedo dejarla pasar ni mucho menos dejar que se acerque a la señora Peterson, así que andando. La acompañaré hasta la puerta.—¡No se atreva! ¡Permiso! ¡No me toque! Yo tengo que hablar con la señora Peterson le guste o no. ¡Con permiso! —y Julieta trata de traspasar el muro que el hombre ha creado pero es en vano. El guardia sostiene su
¿A dónde puede ir a estas horas de la noche y en medio de la lluvia? Todavía hay más de un centenar de personas yéndose lejos de la turba que hace el sonido de los disparos y de la gente huyendo con pavor lejos de ese sonido.En cambio Julieta parece acercarse mucho más porque los sonidos de los disparos la siguen por detrás y llanamente comprende la magnitud de aquel crujido inesperado de sus zapatos contra los charcos de lluvia. No tiene muchos lugares a dónde ir en la noche, con una tormenta que no deja alinear los pensamientos como se debe. Julieta sigue corriendo traspasando la gente y se detiene cuando ya no puede más, asustada y creyendo que una loca por creer que la estaban persiguiendo. ¿Es real o ha sido su imaginación? Pero otros sonidos de disparos acallan sus ideas y vuelve a alarmarse cuando siente la presión grave en su pecho que calma de una vez con respiraciones profundas. ¿¡Qué está pasando?!No hay mucha gente en medio de la lluvia, sólo algunas que corren para
¿Lo que había dicho lo consideraba la peor locura del universo? Eso creía. Hasta que repentinamente de los labios de éste hombre escucha la cosa más insólita del universo entero. Julieta necesita por lo menos estar tres segundos con los ojos abiertos fijos en Román para tratar de no echarse a correr lejos de éste hombre. Sin embargo, lo mismo debe estar pensando también él porque acaba de proponerle matrimonio de una manera bastante peculiar. ¿Habían decidido ser la locura del otro? —¿La madre de su hija? La madre de su hija —Julieta aprieta la manta en sus hombros con fuerza. No hay otro gesto que pueda hacer ahora. Román no desvía la mirada y es poco probable que lo haga por mucho que el momento lo amerite. —Su esposo me pareció escuchar —suena como si contraatacara o si le estuviese recordando que ella había empezado esto. —Bueno, eh —Julieta no puede quedarse otro segundo más allí así que rodea el cuerpo de Román buscando una salida para su asfixia y no lo consigue puesto
—Pero si acaba de dudar de mí, ¿¡Cómo quiere que me case con usted?! Julieta es llevada por anchos y largos pasillos hacia un lugar desconocido para ella, y el temor de ver a una pequeña niña por allí es algo que no puede evitar. —Yo no he dicho que no me casaré con usted —Román deja su muñeca justo cuando están delante de una puerta. No obstante, no toca la puerta sino que se gira hacia Julieta—, pero tengo que saber con quién me estoy casando.—¿Y por qué su curiosidad ahora? —Julieta se cruza de brazos y el diamante en el anillo de su dedo reluce al igual que la luna detrás de ambos. Cuando se da cuenta, se descruza de brazos y disimula.Hay muchos factores para que Román le diga la verdad pero no lo hará, al menos no ahora. —Su tía Rebecca es mi socia. La expresión de Julieta cambia. Ahora está seria y sin ganas de continuar la conversación porque el nombre de Rebecca es lo último que quiere pronunciar en estos momentos. Ni siquiera sabía que podía causarle tanta disconformida
En un abrir y cerrar de ojos, todo queda absolutamente en silencio. Nada se mueve. Y mientras sus lágrimas todavía se deslizan por sus mejillas, le cuesta decir algo ya que ha quedado petrificada en su sitio. Y por esa razón da un paso hacia atrás, completamente anonadada, ya sin saber qué decir. Julieta sale de su ensoñación parpadeando y tomando una bocanada de aire, realmente horrorizada por lo que acaba de decirle a ésta niña. —¿Señorita? Julieta recapacita en su sitio conforme toma una bocanada de aire. —Buenos días, señor McGrey. Eh, Por Dios, lo lamento tanto, yo —trata de buscar una salida ante éste vergonzoso escenario y se da la media vuelta—, lo lamento tanto, no fue mi intención. Yo quería avisar que tengo que irme porque tengo que trabajar así que buenos días, señor McGrey. Antes de dar un paso fuera del lugar la llegada de Román sosteniendo todavía a su hija en sus brazos sella el paso fuera de la cocina. Y Julieta puede ver con mayor claridad a la bella niña que
Suena lo bastante raro decirlo a altas voces pero a éstas alturas las consecuencias son estas: aparentar un matrimonio que apenas llega a conocidos. Julieta se muestra lo más amable posible y como no quiere alargar ésta incómoda charla estira su mano hacia la señora. —Es un placer —saluda estrechando la mano. —¿Esposa? Esposa —la nueva mujer presente los mira a ambos con una obvia confusión. Es una mujer bien vestida, ya mayor y con un peinado elegante sobre su cabello gris. Como sigue sosteniendo la mano de Julieta muestra una sonrisa—, mi nombre es Lauren, soy la suegra de Román y la abuela de la pequeña —y rompe el contacto de las manos para alejarse lo más que puede junto a la niña, a quien carga en sus brazos—, pero vaya, esto me toma por sorpresa. Román. —Sí, no pudimos contenernos —responde Román con total normalidad—, teníamos una relación desde hace un par de meses. —¿Peterson? Ese apellido me suena, como si ya lo hubiera escuchado antes —Lauren entrecierra los ojos com
El silencio dentro del coche es incómodo y para nada conveniente. Julieta no ha dejado de ver afuera de la ventana mientras el coche se desliza por las calles atestadas de personas. Es realmente raro ahora saber que comparte algo demasiado importante como lo es un matrimonio con alguien que no conoce para nada, pero si sigue de pie de ahora en adelante es sólo para encontrar la verdad detrás de su desaparición, y recuperar todos los años pérdidos. El hombre a su lado ha tomado distancia, al igual que ella, observando su teléfono y luego con expresión seria el camino que ya ha tomado para la clínica. De vez en cuando sus ojos ven por el retrovisor.—Lo que sucedió ayer debes reportarlos a las autoridades. Es la primera vez que deja de mirar la ventana desde que se alejaron de la casa. —Lo sé —Julieta responde acomodándose en el asiento—, lo haré. Me tomaré el tiempo antes de entrar a trabajar, todavía es temprano. Román dobla el volante.—Te llevaré ahora mismo.Julieta vuelve a m