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2. Entre la vida y la muerte: el caos y la desesperación

-----2 años después y en el presente----

—¿Señorita? ¿Señorita? ¿Me oye?

Tiene que parpadear para salir de la ensoñación y derrama el vaso de café en la bata blanca del doctor enfrente de ella.

—¡Julieta! ¡Es la segunda vez! ¡Estás completamente ida! —grita el doctor quitandose la bata debido al ardor.

—Lo lamento tanto —agarra un papel de la recepción y comienza a limpiar la camisa que ha manchado del doctor general de la clínica—. ¡No era mi intención…!

—Para, basta —el doctor le quita la manta y con ojos enervados la observa con cólera—, no sé que te pasa últimamente Julieta pero debes tener la mente aquí. Atiendes a personas y no puedes darte un viaje astral mientras trabajas. Ten los pies en la tierra.

—Tiene razón, la tiene. Disculpeme de nuevo—y agarra la carpeta mientras asiente una y otra vez—, le prometo que traeré los informes de la farmacia y se los daré.

—Ve y tómate un descanso de diez minutos, por favor —el doctor agarra su bata ya estropeada avistándola con decepción—, y todos tus problemas afuera de ésta clínica. A la próxima hablaré seriamente contigo.

Y el doctor se aleja, dejándola con la boca abierta, consciente que el rumbo que tomaron sus pensamientos volvieron hacer de la suya para interferir en su vida diaria.

Debe tomarse ese descanso y prácticamente sale hacia un pequeño cuarto donde ha dejado su ropa y la taza de café para despejar la mente.

No se sienta en la silla sino que su cuerpo cae al suelo mientras se lleva la mano a la frente y cierra los ojos. Sus codos reposan en su rodillas y aunque quisiera quedarse encerrada en ese pequeño cuarto de esa gigante clínica no podrá.

Los recuerdos hacen de los suyos porque hoy…vio…morir a un pequeño bebé y a una madre.

Y ese pequeño bebé le recordó a su hija…se interrumpe a sí misma, no es su hija, a esa niña que llevó por nueve meses y esa madre le recordó a Marianne.

Porque Marianne perdió la vida en aquel accidente de tránsito.

----Hace dos años----

Un insalvable dolor azotó cada músculo de su cuerpo, y no distinguía si la luz que estaba viendo se trataba de la muerte que había venido a buscarla o la que pertenecía a una ambulancia. No lo sabía y tampoco tenía tanta fuerza como para pensar en eso.

Oyó las voces aturdiendo, las sirenas que seguían una y otra en la calle donde había ocurrido el accidente y los vidrios que se incrustaban de las ventanas rotas y el parabrisas decidiendo parar en su cuerpo.

El carro había quedado boca abajo, y no podía moverse debido al cinturón.

Y maldición, no había sentido tanto dolor, ningún dolor se asemejaba con perder el control de los músculos o de cualquier movimiento que la mente necesitaba al menos para poder quitarse el cinturón. No podía.

El estruendo de los paramédicos tratando de sacarlas a ambas del caos, de la muerte innata a sus espaldas la mantenían todavía al lado de la vida, donde se vive, y por ende se había llevado la mano hacia su vientre. No había nada…en el mundo…que le dijera que sobreviviría, y si la muerte no se la había llevado antes, pues ahí estaba para cobrarselas.

—Lauren —de pronto oyó una voz a su lado, e incluso mover sólo los ojos trajo consigo un peso que era al menos de mil toneladas. Pero se giró a ver de quién se trataba: Marianne—, Lauren…

Sintió caer al suelo cuando el sonido de un filo de un cuchillo llegó a cortar el cinturón y gimiendo de dolor, se removió en los vidrios sintiendo el calor del carro, para tomar su mano.

—¡Marianne! —susurró ahogándose—. Marianne.

—¡Saquénlas antes de que el carro explote! ¡Apresúrense! —una voz retumbó entre sus pensamientos y cuando estuvo a punto de tomar la mano de Marianne la jalonearon hacia atrás—. ¡Apártense del carro! —volvió a hablar aquella voz.

—¡Marianne! —tal vez pensaba que era un grito pero estaba equivocada. Sólo era un jadeo ahogado que apenas se escuchó en los músculos rotos de su garganta. Y observaba la lejanía del carro con cada paso que daba la persona que la llevaba en sus brazos—. Marianne.

—¡Tomen a la otra mujer! —indicó lo que ya aparentaba ser un paramédico, y lo había ordenado a otros de sus compañeros.

Uno de los hombres se acercó también en la dirección de Marianne, y dando dos pasos más, el sonido aturdió a todos los presentes.

El carro explotó.

Y el parámedico que se había acercado se sacudió hacia atrás debido al inesperado impacto.

Julieta finalmente había visto el infierno con sus propios ojos y ni siquiera pudo oírse gritar ya que la subían a la ambulancia. Sus ojos sólo eran ventanas vacías, trastornadas y paralizadas.

Pasos más lejanos, un carro se detenía y miraba lo que ocurría con espanto. Era un hombre.

Se bajó del carro para avistar con mayor visión lo que acontecía y mientras un paramédico pasaba por su lado, lo detuvo.

—¿Qué ocurre aquí?

El paramédico se agarró su gorro con fuerza gracias al zarandeo del desconocido hombre y abrió los ojos.

—Un accidente de tránsito: me temo que una persona no pudo salvarse.

Su expresión indicaba sorpresa pero luego su rostro, tranquilo la mayoría de las veces, oyó los gritos desgarradores viniendo de atrás y tuvo que voltearse para buscar la causante de esos lamentos.

Vio a una mujer herida siendo llevada hacia la ambulancia y quizás recordaría toda su vida esos ojos. Unos ojos que estaban incluso más pérdidos que los suyos. Ventanas sin alma, y cualquiera podría notar que no estaba del todo sosegada.

No podía reconocerse por las heridas pero...mientras la siguió observando, en su mente se grabó por completo esos ojos, y esa voz lamentándose una y otra mientras pedía que la dejaran ir con su amiga.

Paralizado en su sitio, lo único que rompió el contacto con esa mujer fue el cierre de las puertas de la ambulancia donde la habían introducido.

—¡Disculpeme, señor! —y el paramédico corrió hacia la ambulancia y subió antes de que arrancara.

El lamento de esa mujer iba a ser algo que no lograría olvidar tan fácilmente.

En los minutos críticos donde la llevaban hacia el hospital más cercano, Julieta se perdía entre el dolor, los gritos, y las súplicas. Sólo la podía tranquilizar un sedante pero los paramédicos no podían interrumpir el tratamiento hasta que un médico la viera. Estaba demasiado débil.

—¡Una mujer herida! ¡Acaba de dar a luz y ha tenido un accidente automovilístico…!

Poco recuerda lo que sucedió después, o si lo que había vivido se trató de un sueño, todavía no lo distingue de todo en el presente, pero había quedado en silencio por varios días.

Julieta estaba lo bastante débil para decir algo más…o incluso moverse, ni siquiera pensar.

Sabía que algunas de las enfermeras murmuraban cosas como:

—Pobre, no sé que le ocurrió pero los datos dicen que dio a luz el mismo día que tuvo el accidente. ¿Será que perdió la memoria? Es posible, es un evento lo bastante trágico como para ser la misma.

—Lo más probable. Ella…no dice nada. No habla. Dios ha querido que viviera porque si fuera otra mujer, hace un rato no hubiese sobrevivido a nada de eso.

—¿Podrá seguir teniendo hijos? ¿Qué es lo que dicen?

Y oyó un suspiro.

—No…ya no puede…tener hijos…—respondió la otra enfermera

Y ahí terminó la conversación.

Dos días, o cuatro días…no lo recuerda tampoco.

Y si eran horas, para Julieta fue una eternidad. Las dos enfermeras encargadas de cuidarla apenas la miraban parpadear pero tuvieron que hacerla hablar luego de cinco días internada.

—¿Cuál es tu nombre, linda? —preguntó la doctora asignada en cuánto la dejaron a solas con Julieta—, estamos aquí para ayudarte, no te haremos daño.

No había pronunciado absolutamente nada…nada de lo que las enfermeras pudieran comprobar para validar la información que incluso la policía estaba buscando luego del accidente.

Tal vez su voz ya no recordaba como hablar y la doctora suspiró.

—Queremos saber el nombre…de la persona que estuvo contigo porque poco ADN se recogió para buscar quién es. Es una mujer, pero no tenemos sus huellas digitales.

Sus días y noches se trataban de lo ocurrido, de aquella batalla interna donde no existía escuchaba salvo el llanto de un bebé que ya no era suyo y un nombre que ni siquiera sabía si lo había imaginado. La primera lágrima cayó por su mejilla.

—Marianne.

Logró pronunciar y los ojos de la doctora se iluminaron una vez la escuchó. Sintiéndose demasiado ansiosa por escuchar por primera vez la voz de Julieta se acercó a apretarle la mano.

—Estás bien. Saliste de emergencias y te vas a recuperar. Dime tu nombre, corazón.

¿Tenía un nombre? Mirando un rincón vacío con lagunas nadando en la perdición, apenas movió la lengua y los labios.

—Julieta…—murmuró.

—Julieta —pronunció la doctora con alivio y una sonrisa—, ¿Tienes algún familiar? ¿A quién podamos llamar?

—No tengo a nadie —respondió Julieta con la cabeza inclinada hacia la almohada, sin mirar a la doctora—, ¿Cuándo podré salir?

La doctora, ciertamente impresionada, no supo si balbucear o parpadear con confusión pero continuó.

—Dentro de poco: porque tienes que recuperar fuerzas. Estás muy débil como para siquiera ponerte de pie y la policía necesita tu testimonio de lo que ocurrió…

Julieta siguió parpadeando con lentitud y ya no quiso responder más. Sólo quería saber cuándo podía salir, nada más.

Y aunque la doctora intentó sacarle más información, fue en vano. No logró nada en ese momento.

Y quizás estaba lo bastante sedada y en shock por lo vivido. Pero el llanto de aquella bebé aún la atormentaba.

Y desde ese momento comenzó la culpa.

No quería resignarse a saber que había dejado a la deriva a un ser indefenso, pero Marianne le dijo que la niña estaba bien, y debía confiar en ella. Pero no lograría confiar en algo donde involucrara a Bianca.

Y literalmente, no tenía a nadie.

¿Qué más había sucedido…? rememorizaba.

No pudo ver el cuerpo de Marianne y tampoco nadie había ido a preguntar por su hija, o hermana, o pareja: nadie.

Julieta no hablaba con nadie, y cuando llegó la hora de marcharse de la clínica, una de las enfermeras la detuvo.

—¿Por qué no te quedas aquí? Tenemos trabajo y…y…puedes tener una habitación —parecía bastante amable.

Julieta se la quedó viendo.

—Gracias —fue lo único que respondió.

Y se marchó del hospital dejando una nota a la doctora: le agradecía su apoyo.

No tenía dinero ni ropa, pero podía ver su número de cuenta para ver el monto en su cuenta de crédito. Todas sus tarjetas habían sido bloqueadas y no se sorprendía.

Sin embargo, la que había abierto con el primer pago del vientre en alquiler todavía estaba intacta, y pulsó su número de cuenta y su clave casi temblando.

“Setenta mil de dólares.”

Julieta dejó caer la cabeza al piso, llorando desconsoladamente.

La otra mitad del pago por ser madre subrogada.

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—¡Julieta! ¡Julieta! ¿¡Estás ahí?!

Salta en su sitio cuando la puerta del cuarto es azotada con fuerza, trayendola de nuevo al presente con un susto de por medio.

—¡Julieta! ¡Abre la m*****a puerta!

Se tambalea cuando se pone de pie dirigiéndose de una vez hacia la puerta.

—¿Qué pasa? —pregunta de una vez cuando observa a una de sus compañeras de trabajo—. Gabby, ¿Qué…?

—¡El presidente del país sufrió un atentado! —expresó de una vez Gaby—, y te buscan de inmediato. Vamos.

—¡Por Dios! —Julieta cierra de golpe y comienza a correr de una vez hacia las ambulancias y a los carros blindados—, ¡Llevenme ahora al congreso!

Y junto a Fabio, un chófer muy conocido, parten al congreso mientras lo demás se vuelve un caos.

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