—¡Rebecca!
Sigue gritando Julieta para ser escuchada porque con cada paso no le funciona para estar lo bastante cerca de su tía. Y necesita por lo menos correr unos metros cuando escucha los truenos de una pronta lluvia.
—¡Rebecca! —vuelve a gritar Julieta y casi su cuerpo se detiene en seco cuando de improviso un hombre del cuerpo de seguridad se atreve a obstaculizar su camino.
—No puede entrar aquí. ¿Qué cree que está haciendo? Devuélvase.
—No, no. Es que yo necesito hablar con la señora que usted ve allá —Julieta señala con su mano tras el mastodonte que se atrevió a detenerla—, tiene que dejarme pasar.
—¿Quién es usted? Sino tiene invitación no puedo dejarla pasar ni mucho menos dejar que se acerque a la señora Peterson, así que andando. La acompañaré hasta la puerta.
—¡No se atreva! ¡Permiso! ¡No me toque! Yo tengo que hablar con la señora Peterson le guste o no. ¡Con permiso! —y Julieta trata de traspasar el muro que el hombre ha creado pero es en vano. El guardia sostiene su muñeca—, ¡Suélteme!
—Le dije de una buena vez que no pasará a este salón sino tiene invitación.
—¡No necesito invitación porque yo soy la sobrina de Rebecca Peterson! —expresa Julieta ya sin tapujos.
En un abrir y cerrar de ojos con claridad observa que su grito ha conmocionado no sólo al guardia sino a los invitados rodeando todo el salón, e incluso, a la señora pelirroja a unos metros lejos de ella, quien al oír, se ha volteado y ha mirado sobre su hombro.
Cuando conectan mirada, la mujer que la está contemplando como si hubiese visto el fin del mundo, abre los ojos.
—Tía —pronuncia Julieta zafándose del hombre.
—¿Julieta? —y pronuncia la señora mientras se acerca hacia la mujer joven que lucha una y otra vez para separarse del guardia, así que le hace una señal al hombre para que la suelte—. Por Dios.
Frente a frente luego de años creyendo que había quedado sola en la vida, observa a Rebecca Peterson a sólo metros de sus narices. Es la misma de siempre, atractiva, un poco más alta por los tacones y un moño a lo alto. Nació para pertenecer a esta estirpe elegante, de dinero y lleno de lujos porque eso siempre caracterizó a la hermana de su padre y la hija menor de sus abuelos paternos.
—¿Cómo es posible…? —la voz de Rebecca es similar a la de un silbido—, Julieta, sobrina, ¡Estás viva!
Hace enfasis Rebecca en esas palabras que le crean cierto enigma y confusión que no logra expresar en sus facciones, también sorprendidas y jadeantes. Julieta necesita un incentivo para continuar porque había soñado con este momento por años, sabiendo ya lo que diría, pero se ha quedado sin habla, balbuceando.
—¿¡Sobrina?! —y Rebecca la atrae hacia sus brazos para atraparla en un cálido gesto, volviendola a impresionar—. ¡Julieta! ¿¡En dónde has estado por todos estos años?!
—Yo —balbucea Julieta sintiendo confusión por las palabras de Rebecca—, yo también he estado buscandote. No he venido aquí para saludarte…
Y Rebecca la suelta, aunque sonríe sus cejas se fruncen con confusión a la par que se todavía no repasa con exactitud las palabras de su sobrina.
—¿De qué estás hablando, Julieta? ¿Es la primera vez en años que nos vemos y esto es lo primero que me dices?
Julieta tiene que alejarse de Rebecca aunque sea para darse cuenta que la persona que está viendo no puede ser la misma mujer que consideraba una segunda madre. Tampoco puede reconocer que, si luego de tantos años, y como dice que la ha estado buscando, no aparente que así fuese.
—¿Por qué…—comienza Julieta sin tapujos. Ya no puede permitir al tiempo desperdiciar años de desconsuelo y sacrificio para sobrevivir—, por qué nunca nos buscaste a mí o a mis padres? Han pasado cinco años desde la última vez que nos vimos y nadie…nadie dijo que fuiste a buscarnos...
Rebecca se queda un momento observandola de manera escéptica, mientras se lleva una mano al pecho y finalmente deja salir un jadeo desconsolador que aclara su innata preocupación y dolor por lo que ha dicho Julieta.
—Pero de qué hablas…—tartamudea Rebecca volviendola a tomar de los brazos—, no me estás diciendo esto en verdad, ¿Cierto? No puedes creer una cosa como esa. Hasta el sol de hoy había estado buscandolos, más a ti, porque me dijeron que Marcus y Doris habían fallecido y los niños pero que no habían conseguido tu cuerpo. Así que te busqué por todas partes-
—Rebecca, hemos estado viviendo en la misma ciudad por un año. Yo llegué aquí hace un tiempo, traté de contactarte y nadie me podía dar información sobre ti. Dije quién era, pero nadie me creyó porque…—Julieta mueve su cabeza en señal de negación—, porque todo lo que me hacía Julieta Peterson ya no existe. Porque estoy muerta y si hay un acta de defunción de mi muerte es porque tú la firmaste. Yo ahora no existo en este mundo.
—Tuve qué hacerlo porque estabas desaparecida y llegado un punto en concreto, ese tipo de cosas suceden —Rebecca aparenta preocupación por lo que dice—, sobrina-
—Quiero volver a tener mi apellido, mi nombre, mi vida. Quiero la herencia que me corresponde y quiero hacerme cargo de la compañía. Sabemos que puedes hacer eso posible, ¿No es así?
Rebecca inclina la cabeza, mirándola de arriba hacia abajo y algo en su expresión crea la alarma en Julieta.
—No es tan fácil —responde Rebecca—, no tienes nada que respalde que eres Julieta Peterson, y no tienes apellido.
—¿Cómo que no tengo apellido? ¡Soy una Peterson! ¡Soy tu sobrina!
—No —Rebecca responde—, no lo eres. Para las autoridades y éste gobierno Julieta Peterson murió hace cinco años.
—No debes estar hablando en serio.
—Sí tienes un apellido es posible que podamos conversalo —Rebecca agarra la copa que el mesero ofrece—, no tienes esposos, ni hijos-
—¡Lo tengo! ¡Tengo un hijo!
Rebecca derrama la bebida hacia su pecho cuando la oye y no abre más los ojos abiertos porque no puede.
—¿Un hijo? —dice Rebecca con expresión, incrédula—. ¿¡Cómo que un hijo?!
—Si, y eh, yo —Julieta está diciendo lo primero que se le viene a la mente—, es un niña y yo, eh…¡También tengo un esposo!
—¿Esposo? ¿En serio? ¿Quién es tu esposo? ¿Dónde está?
—Eh, pues, mi esposo está —Julieta balbucea con un deje de escepticismo porque ni siquiera sabe lo que ha dicho y porqué carajos lo ha hecho. Mira hacia todas partes y cuando observa un hombre en traje sólo pronuncia—, está trabajando. Está trabajando como siempre.
Rebecca, dubitativa por obvias razones no cree en las palabras de ésta mujer y aunque fuese cierto, tampoco es que estará contenta en facilitarles las cosas de ahora en adelante porque en realidad, las ha empeorado.
—¿Y te atreves aparecer aquí y ahora sin tu familia? —Rebecca alza una de sus cejas finas—, ¿Cómo puedo estar segura de que no me estás mintiendo?
—No tengo porqué hacerlo —debe mostrarse lo más convincente y confidente posible ya que no logrará salvarse de ésta si su tía ahora se entera que le está mintiendo frente a sus narices—, he venido a recuperar la herencia, Rebecca. ¿Qué es lo que tengo que hacer para no tomar asuntos legales contra ti?
—Soy muy paciente, Julieta. Y lo único que estás haciendo es que esa virtud se me agote ahora mismo —parece un reclamo pero el tono de Rebecca es lo más tranquilo posible. Una amenaza mucho peor—, quiero conocer a tu familia. De esa manera yo hablaré con mi abogado para darte la opción de testificar pero antes de eso, no te recomiendo decir nada a nadie porque será en vano y lo sabes. Por esa razón —Rebecca sonríe—, presentame a tu familia.
Julieta alza el mentón.
—Lo haré: con la condición de que recuperaré mi apellido —devuelve Julieta.
Rebecca alza ligeramente los hombros.
—Hay muchas cosas que van a ser bastante difíciles para ti y una de esas —Rebecca saluda con la mano para que le den un poco más de tiempo—, ¿Por qué tardaste tanto en aparecer? Una semana: cena a las 8:00. No tardes, querida. ¡Oh, sí ya voy! —Rebecca luego baja la mirada hacia Julieta—, más te vale que no me estés mintiendo.
—Más te vale que nada de lo que esté pensando sea cierto —Julieta ya no puede controlar la debida sospecha que le tiene a quien dice ser su tía—, porque si te atreviste a hacer algo contra nosotros y mi familia, lo sabré. Y no tienes la más mínima idea del porqué tardé tanto en regresar. No me buscaste, Rebecca. No lo hiciste y soy consciente de que, estando sola, aprovechas la fortuna que le pertenecía a mí padre y a mí —Julieta observa al guardia dando pasos hacia ella—, cena entonces a las 8.
Y se da la vuelta antes de que el guardia pueda volver a tomarla del brazo.
Mientras el cabello castaño de Julieta desaparece entre los comensales que llenan un poco más el salón, Rebecca está parpadeando con rabia, al borde del enojo, enrojeciendo de cólera.
El guardia a su lado la observa y Rebecca se da la vuelta. Antes de seguir, se gira y expresa:
—Mátala.
Y vuelve a caminar hacia el centro del lugar para sonreírle a los demás invitados.
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Julieta observa que la lluvia en la capital ha llegado antes de lo que esperó, y no tiene sombrillas ni suéter para ocultarse de la lluvia, y con el frío casi es imposible pensar.
Debe ir a su habitación y poner en fila sus pensamientos porque la mirada de Rebecca no es algo que está dispuesta a tolerar. Debe enfrentarse a todo lo que ha dicho.
Sale del lugar corriendo hacia el metro dos cuadras más adelante.
No se detiene ni por un instante y sigue viendo el reloj dentro de la estación central. Mojada por la lluvia y el aire acondicionado del metro tal vez es la clave para morir de hipotermia y en este mismo instante. Se siente fatal, y tiembla cuando se agarra de la puerta para sostenerse.
“¿Qué ha dicho?”
Casi suelta un gemido de pesar pero si hay algo que debe averiguar es la razón por la que inclusos sus huellas desaparecieron de todas partes quitando la opción de reclamar lo que le pertenece: su herencia.
Julieta se pasa el cabello mojado hacia su hombro y por ende sus ojos ven el vagón que aunque está ligeramente lleno, es capaz de notar la mirada de un extraño hombre al final del segundo.
Deja de tocarse el cabello sin apartar la mirada.
Una muy mala espina siente de esto y reúne el valor para tomar un suspiro y creer que sólo son los pensamientos gracias al encuentro inesperado con su tía.
No obstante, cuando las puertas del metro se abren y está a punto de salir, por el rabillo observa al hombre acercarse hacia ella con paso acelerado.
Por un momento el alma de Julieta deja su cuerpo cuando el destello de un arma apuntandole esquiva todos los pensamientos que posee.
El primer disparo desata el caos dentro del vagón. Los gritos no dejan de escucharse de una esquina a otra y Julieta pese a tropezarse sale lejos del vagón inclinada hacia adelante.
¿¡Aquel hombre estaba a punto de dispararle?! No puede estar loca y con el corazón en la boca sus sospechas han sido ciertas.
—¡Disparenle!
Y el segundo disparo resuena en el metal a su lado que pertenece a las escaleras metálicas de la estación.
Mirando sobre su hombro mientras no para de correr son dos hombres quienes la persiguen.
La adrenalina corre.
Y ahora debe correr más y escapar de esa gente que sin duda alguna quieren su cabeza.
¿A dónde puede ir a estas horas de la noche y en medio de la lluvia? Todavía hay más de un centenar de personas yéndose lejos de la turba que hace el sonido de los disparos y de la gente huyendo con pavor lejos de ese sonido.En cambio Julieta parece acercarse mucho más porque los sonidos de los disparos la siguen por detrás y llanamente comprende la magnitud de aquel crujido inesperado de sus zapatos contra los charcos de lluvia. No tiene muchos lugares a dónde ir en la noche, con una tormenta que no deja alinear los pensamientos como se debe. Julieta sigue corriendo traspasando la gente y se detiene cuando ya no puede más, asustada y creyendo que una loca por creer que la estaban persiguiendo. ¿Es real o ha sido su imaginación? Pero otros sonidos de disparos acallan sus ideas y vuelve a alarmarse cuando siente la presión grave en su pecho que calma de una vez con respiraciones profundas. ¿¡Qué está pasando?!No hay mucha gente en medio de la lluvia, sólo algunas que corren para
¿Lo que había dicho lo consideraba la peor locura del universo? Eso creía. Hasta que repentinamente de los labios de éste hombre escucha la cosa más insólita del universo entero. Julieta necesita por lo menos estar tres segundos con los ojos abiertos fijos en Román para tratar de no echarse a correr lejos de éste hombre. Sin embargo, lo mismo debe estar pensando también él porque acaba de proponerle matrimonio de una manera bastante peculiar. ¿Habían decidido ser la locura del otro? —¿La madre de su hija? La madre de su hija —Julieta aprieta la manta en sus hombros con fuerza. No hay otro gesto que pueda hacer ahora. Román no desvía la mirada y es poco probable que lo haga por mucho que el momento lo amerite. —Su esposo me pareció escuchar —suena como si contraatacara o si le estuviese recordando que ella había empezado esto. —Bueno, eh —Julieta no puede quedarse otro segundo más allí así que rodea el cuerpo de Román buscando una salida para su asfixia y no lo consigue puesto
—Pero si acaba de dudar de mí, ¿¡Cómo quiere que me case con usted?! Julieta es llevada por anchos y largos pasillos hacia un lugar desconocido para ella, y el temor de ver a una pequeña niña por allí es algo que no puede evitar. —Yo no he dicho que no me casaré con usted —Román deja su muñeca justo cuando están delante de una puerta. No obstante, no toca la puerta sino que se gira hacia Julieta—, pero tengo que saber con quién me estoy casando.—¿Y por qué su curiosidad ahora? —Julieta se cruza de brazos y el diamante en el anillo de su dedo reluce al igual que la luna detrás de ambos. Cuando se da cuenta, se descruza de brazos y disimula.Hay muchos factores para que Román le diga la verdad pero no lo hará, al menos no ahora. —Su tía Rebecca es mi socia. La expresión de Julieta cambia. Ahora está seria y sin ganas de continuar la conversación porque el nombre de Rebecca es lo último que quiere pronunciar en estos momentos. Ni siquiera sabía que podía causarle tanta disconformida
En un abrir y cerrar de ojos, todo queda absolutamente en silencio. Nada se mueve. Y mientras sus lágrimas todavía se deslizan por sus mejillas, le cuesta decir algo ya que ha quedado petrificada en su sitio. Y por esa razón da un paso hacia atrás, completamente anonadada, ya sin saber qué decir. Julieta sale de su ensoñación parpadeando y tomando una bocanada de aire, realmente horrorizada por lo que acaba de decirle a ésta niña. —¿Señorita? Julieta recapacita en su sitio conforme toma una bocanada de aire. —Buenos días, señor McGrey. Eh, Por Dios, lo lamento tanto, yo —trata de buscar una salida ante éste vergonzoso escenario y se da la media vuelta—, lo lamento tanto, no fue mi intención. Yo quería avisar que tengo que irme porque tengo que trabajar así que buenos días, señor McGrey. Antes de dar un paso fuera del lugar la llegada de Román sosteniendo todavía a su hija en sus brazos sella el paso fuera de la cocina. Y Julieta puede ver con mayor claridad a la bella niña que
Suena lo bastante raro decirlo a altas voces pero a éstas alturas las consecuencias son estas: aparentar un matrimonio que apenas llega a conocidos. Julieta se muestra lo más amable posible y como no quiere alargar ésta incómoda charla estira su mano hacia la señora. —Es un placer —saluda estrechando la mano. —¿Esposa? Esposa —la nueva mujer presente los mira a ambos con una obvia confusión. Es una mujer bien vestida, ya mayor y con un peinado elegante sobre su cabello gris. Como sigue sosteniendo la mano de Julieta muestra una sonrisa—, mi nombre es Lauren, soy la suegra de Román y la abuela de la pequeña —y rompe el contacto de las manos para alejarse lo más que puede junto a la niña, a quien carga en sus brazos—, pero vaya, esto me toma por sorpresa. Román. —Sí, no pudimos contenernos —responde Román con total normalidad—, teníamos una relación desde hace un par de meses. —¿Peterson? Ese apellido me suena, como si ya lo hubiera escuchado antes —Lauren entrecierra los ojos com
El silencio dentro del coche es incómodo y para nada conveniente. Julieta no ha dejado de ver afuera de la ventana mientras el coche se desliza por las calles atestadas de personas. Es realmente raro ahora saber que comparte algo demasiado importante como lo es un matrimonio con alguien que no conoce para nada, pero si sigue de pie de ahora en adelante es sólo para encontrar la verdad detrás de su desaparición, y recuperar todos los años pérdidos. El hombre a su lado ha tomado distancia, al igual que ella, observando su teléfono y luego con expresión seria el camino que ya ha tomado para la clínica. De vez en cuando sus ojos ven por el retrovisor.—Lo que sucedió ayer debes reportarlos a las autoridades. Es la primera vez que deja de mirar la ventana desde que se alejaron de la casa. —Lo sé —Julieta responde acomodándose en el asiento—, lo haré. Me tomaré el tiempo antes de entrar a trabajar, todavía es temprano. Román dobla el volante.—Te llevaré ahora mismo.Julieta vuelve a m
—¿¡Por qué dices que alguien trata de matarnos?! Su respiración es atolondrada y se entrecorta. Ya no tiene tiempo para pensar porque ni siquiera tiene tiempo para procesar todo lo que ocurre a su alrededor. Tampoco ayuda los alaridos de las personas y el movimiento desesperado por huir de la escena donde cualquiera puede resultar herido. Ahora con la desventaja de huir en el coche, Julieta es jaloneada lejos del lugar entre las calles donde acumulan sólo la desesperación que rompe absolutamente todo el frasco de la tranquilidad. ¿Qué está ocurriendo? ¿Otra vez está huyendo de su vida…? —¡Román! —Julieta lo llama conforme se alejan del lugar y por el hombro advierte del coche que han dejado atrás y también la estación de policías—, nos alejamos de los policías. ¡Román! Su voz ensombrece y se inclina hacia adelante cuando el mismo coche en donde habían llegado explota haciendo de esta huida algo que no parece ni siquiera real. La explosión abarca casi toda la calle pero están lo su
Cada segundo se vuelve una pesadilla interminable, donde una batalla de adrenalina se dispara por completo en cada poro de su cuerpo y no la deja pensar con claridad, al menos no como Julieta prefiere, porque si su corazón sigue latiendo con fuerza se sentirá fatigada y será mucho peor. Aunque no sabe si es peor sostener un arma en la mano por primera vez. Todavía no hay razón para perder la cordura ya que no puede ser la única desesperada dentro del auto. Ya no hay calma que pueda ver en las facciones limpias de Román. Sus nudillos están rojos con cada fuerte apretón del volante, observando detenidamente por el retrovisor como un perro a punto de atacar pero todo en silencio. —¿Quién es…? ¿A quién le pedirás ayuda? —Julieta pregunta siendo su turno de ver por el espejo retrovisor. Entre tantos autos todavía no se da cuenta de cuál es el que los sentencia a la muerte. —Lo de ayer no fue normal. Lo de hoy ya es un atentado contra tu vida —Román gira el volante para traspasar