4. El peligro asechando

—¡Rebecca! 

Sigue gritando Julieta para ser escuchada porque con cada paso no le funciona para estar lo bastante cerca de su tía. Y necesita por lo menos correr unos metros cuando escucha los truenos de una pronta lluvia. 

—¡Rebecca! —vuelve a gritar Julieta y casi su cuerpo se detiene en seco cuando de improviso un hombre del cuerpo de seguridad se atreve a obstaculizar su camino.

—No puede entrar aquí. ¿Qué cree que está haciendo? Devuélvase.

—No, no. Es que yo necesito hablar con la señora que usted ve allá —Julieta señala con su mano tras el mastodonte que se atrevió a detenerla—, tiene que dejarme pasar.

—¿Quién es usted? Sino tiene invitación no puedo dejarla pasar ni mucho menos dejar que se acerque a la señora Peterson, así que andando. La acompañaré hasta la puerta.

—¡No se atreva! ¡Permiso! ¡No me toque! Yo tengo que hablar con la señora Peterson le guste o no. ¡Con permiso! —y Julieta trata de traspasar el muro que el hombre ha creado pero es en vano. El guardia sostiene su muñeca—, ¡Suélteme! 

—Le dije de una buena vez que no pasará a este salón sino tiene invitación.

—¡No necesito invitación porque yo soy la sobrina de Rebecca Peterson! —expresa Julieta ya sin tapujos.

En un abrir y cerrar de ojos con claridad observa que su grito ha conmocionado no sólo al guardia sino a los invitados rodeando todo el salón, e incluso, a la señora pelirroja a unos metros lejos de ella, quien al oír, se ha volteado y ha mirado sobre su hombro.

Cuando conectan mirada, la mujer que la está contemplando como si hubiese visto el fin del mundo, abre los ojos.

—Tía —pronuncia Julieta zafándose del hombre.

—¿Julieta? —y pronuncia la señora mientras se acerca hacia la mujer joven que lucha una y otra vez para separarse del guardia, así que le hace una señal al hombre para que la suelte—. Por Dios.

Frente a frente luego de años creyendo que había quedado sola en la vida, observa a Rebecca Peterson a sólo metros de sus narices. Es la misma de siempre, atractiva, un poco más alta por los tacones y un moño a lo alto. Nació para pertenecer a esta estirpe elegante, de dinero y lleno de lujos porque eso siempre caracterizó a la hermana de su padre y la hija menor de sus abuelos paternos. 

—¿Cómo es posible…? —la voz de Rebecca es similar a la de un silbido—, Julieta, sobrina, ¡Estás viva!

Hace enfasis Rebecca en esas palabras que le crean cierto enigma y confusión que no logra expresar en sus facciones, también sorprendidas y jadeantes. Julieta necesita un incentivo para continuar porque había soñado con este momento por años, sabiendo ya lo que diría, pero se ha quedado sin habla, balbuceando. 

—¿¡Sobrina?! —y Rebecca la atrae hacia sus brazos para atraparla en un cálido gesto, volviendola a impresionar—. ¡Julieta! ¿¡En dónde has estado por todos estos años?! 

—Yo —balbucea Julieta sintiendo confusión por las palabras de Rebecca—, yo también he estado buscandote. No he venido aquí para saludarte…

Y Rebecca la suelta, aunque sonríe sus cejas se fruncen con confusión a la par que se todavía no repasa con exactitud las palabras de su sobrina.

—¿De qué estás hablando, Julieta? ¿Es la primera vez en años que nos vemos y esto es lo primero que me dices?

Julieta tiene que alejarse de Rebecca aunque sea para darse cuenta que la persona que está viendo no puede ser la misma mujer que consideraba una segunda madre. Tampoco puede reconocer que, si luego de tantos años, y como dice que la ha estado buscando, no aparente que así fuese. 

—¿Por qué…—comienza Julieta sin tapujos. Ya no puede permitir al tiempo desperdiciar años de desconsuelo y sacrificio para sobrevivir—, por qué nunca nos buscaste a mí o a mis padres? Han pasado cinco años desde la última vez que nos vimos y nadie…nadie dijo que fuiste a buscarnos...

Rebecca se queda un momento observandola de manera escéptica, mientras se lleva una mano al pecho y finalmente deja salir un jadeo desconsolador que aclara su innata preocupación y dolor por lo que ha dicho Julieta.

—Pero de qué hablas…—tartamudea Rebecca volviendola a tomar de los brazos—, no me estás diciendo esto en verdad, ¿Cierto? No puedes creer una cosa como esa. Hasta el sol de hoy había estado buscandolos, más a ti, porque me dijeron que Marcus y Doris habían fallecido y los niños pero que no habían conseguido tu cuerpo. Así que te busqué por todas partes-

—Rebecca, hemos estado viviendo en la misma ciudad por un año. Yo llegué aquí hace un tiempo, traté de contactarte y nadie me podía dar información sobre ti. Dije quién era, pero nadie me creyó porque…—Julieta mueve su cabeza en señal de negación—, porque todo lo que me hacía Julieta Peterson ya no existe. Porque estoy muerta y si hay un acta de defunción de mi muerte es porque tú la firmaste. Yo ahora no existo en este mundo.

—Tuve qué hacerlo porque estabas desaparecida y llegado un punto en concreto, ese tipo de cosas suceden —Rebecca aparenta preocupación por lo que dice—, sobrina-

—Quiero volver a tener mi apellido, mi nombre, mi vida. Quiero la herencia que me corresponde y quiero hacerme cargo de la compañía. Sabemos que puedes hacer eso posible, ¿No es así?

Rebecca inclina la cabeza, mirándola de arriba hacia abajo y algo en su expresión crea la alarma en Julieta.

—No es tan fácil —responde Rebecca—, no tienes nada que respalde que eres Julieta Peterson, y no tienes apellido.

—¿Cómo que no tengo apellido? ¡Soy una Peterson! ¡Soy tu sobrina! 

—No —Rebecca responde—, no lo eres. Para las autoridades y éste gobierno Julieta Peterson murió hace cinco años.

—No debes estar hablando en serio.

—Sí tienes un apellido es posible que podamos conversalo —Rebecca agarra la copa que el mesero ofrece—, no tienes esposos, ni hijos-

—¡Lo tengo! ¡Tengo un hijo!

Rebecca derrama la bebida hacia su pecho cuando la oye y no abre más los ojos abiertos porque no puede.

—¿Un hijo? —dice Rebecca con expresión, incrédula—. ¿¡Cómo que un hijo?!

—Si, y eh, yo —Julieta está diciendo lo primero que se le viene a la mente—, es un niña y yo, eh…¡También tengo un esposo!

—¿Esposo? ¿En serio? ¿Quién es tu esposo? ¿Dónde está?

—Eh, pues, mi esposo está —Julieta balbucea con un deje de escepticismo porque ni siquiera sabe lo que ha dicho y porqué carajos lo ha hecho. Mira hacia todas partes y cuando observa un hombre en traje sólo pronuncia—, está trabajando. Está trabajando como siempre. 

Rebecca, dubitativa por obvias razones no cree en las palabras de ésta mujer y aunque fuese cierto, tampoco es que estará contenta en facilitarles las cosas de ahora en adelante porque en realidad, las ha empeorado.

—¿Y te atreves aparecer aquí y ahora sin tu familia? —Rebecca alza una de sus cejas finas—, ¿Cómo puedo estar segura de que no me estás mintiendo?

—No tengo porqué hacerlo —debe mostrarse lo más convincente y confidente posible ya que no logrará salvarse de ésta si su tía ahora se entera que le está mintiendo frente a sus narices—, he venido a recuperar la herencia, Rebecca. ¿Qué es lo que tengo que hacer para no tomar asuntos legales contra ti?

—Soy muy paciente, Julieta. Y lo único que estás haciendo es que esa virtud se me agote ahora mismo —parece un reclamo pero el tono de Rebecca es lo más tranquilo posible. Una amenaza mucho peor—, quiero conocer a tu familia. De esa manera yo hablaré con mi abogado para darte la opción de testificar pero antes de eso, no te recomiendo decir nada a nadie porque será en vano y lo sabes. Por esa razón —Rebecca sonríe—, presentame a tu familia.

Julieta alza el mentón.

—Lo haré: con la condición de que recuperaré mi apellido —devuelve Julieta.

Rebecca alza ligeramente los hombros.

—Hay muchas cosas que van a ser bastante difíciles para ti y una de esas —Rebecca saluda con la mano para que le den un poco más de tiempo—, ¿Por qué tardaste tanto en aparecer? Una semana: cena a las 8:00. No tardes, querida. ¡Oh, sí ya voy! —Rebecca luego baja la mirada hacia Julieta—, más te vale que no me estés mintiendo.

—Más te vale que nada de lo que esté pensando sea cierto —Julieta ya no puede controlar la debida sospecha que le tiene a quien dice ser su tía—, porque si te atreviste a hacer algo contra nosotros y mi familia, lo sabré. Y no tienes la más mínima idea del porqué tardé tanto en regresar. No me buscaste, Rebecca. No lo hiciste y soy consciente de que, estando sola, aprovechas la fortuna que le pertenecía a mí padre y a mí —Julieta observa al guardia dando pasos hacia ella—, cena entonces a las 8. 

Y se da la vuelta antes de que el guardia pueda volver a tomarla del brazo. 

Mientras el cabello castaño de Julieta desaparece entre los comensales que llenan un poco más el salón, Rebecca está parpadeando con rabia, al borde del enojo, enrojeciendo de cólera.

El guardia a su lado la observa y Rebecca se da la vuelta. Antes de seguir, se gira y expresa:

—Mátala.

Y vuelve a caminar hacia el centro del lugar para sonreírle a los demás invitados. 

~~~~~~~~~~

Julieta observa que la lluvia en la capital ha llegado antes de lo que esperó, y no tiene sombrillas ni suéter para ocultarse de la lluvia, y con el frío casi es imposible pensar. 

Debe ir a su habitación y poner en fila sus pensamientos porque la mirada de Rebecca no es algo que está dispuesta a tolerar. Debe enfrentarse a todo lo que ha dicho.

Sale del lugar corriendo hacia el metro dos cuadras más adelante. 

No se detiene ni por un instante y sigue viendo el reloj dentro de la estación central. Mojada por la lluvia y el aire acondicionado del metro tal vez es la clave para morir de hipotermia y en este mismo instante. Se siente fatal, y tiembla cuando se agarra de la puerta para sostenerse. 

“¿Qué ha dicho?”

Casi suelta un gemido de pesar pero si hay algo que debe averiguar es la razón por la que inclusos sus huellas desaparecieron de todas partes quitando la opción de reclamar lo que le pertenece: su herencia. 

Julieta se pasa el cabello mojado hacia su hombro y por ende sus ojos ven el vagón que aunque está ligeramente lleno, es capaz de notar la mirada de un extraño hombre al final del segundo.

Deja de tocarse el cabello sin apartar la mirada. 

Una muy mala espina siente de esto y reúne el valor para tomar un suspiro y creer que sólo son los pensamientos gracias al encuentro inesperado con su tía. 

No obstante, cuando las puertas del metro se abren y está a punto de salir, por el rabillo observa al hombre acercarse hacia ella con paso acelerado.

Por un momento el alma de Julieta deja su cuerpo cuando el destello de un arma apuntandole esquiva todos los pensamientos que posee. 

El primer disparo desata el caos dentro del vagón. Los gritos no dejan de escucharse de una esquina a otra y Julieta pese a tropezarse sale lejos del vagón inclinada hacia adelante.

¿¡Aquel hombre estaba a punto de dispararle?! No puede estar loca y con el corazón en la boca sus sospechas han sido ciertas.

—¡Disparenle! 

Y el segundo disparo resuena en el metal a su lado que pertenece a las escaleras metálicas de la estación. 

Mirando sobre su hombro mientras no para de correr son dos hombres quienes la persiguen. 

La adrenalina corre.

Y ahora debe correr más y escapar de esa gente que sin duda alguna quieren su cabeza.

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