3. Sin existir

Ahora en el presente, mientras se toma un café en una pequeña tienda, Julieta suelta un suspiro inmenso. 

Ha pasado ya nueve meses de todo lo ocurrido con Clara, Ryan y sus mellizos. Irá en cualquier momento junto a ellos para visitarlos.

Cuando no pasan nada en ese televisor, deja la propina y considera beber una cerveza y dejar a un lado el café, pero hoy tiene turno completo en la clínica y no puede hacerlo. Al menos no en la cantidad que quiere.

Y mientras camina por la calle, cierra los ojos.

Una vez más el recuerdo de su pasado viene a atormentarla. 

—Dos años antes—

Buscó. Buscó por todas partes para encontrar a Bianca y entregarle su dinero, pero nada había logrado. Absolutamente nada. Tenía setenta mil dólares en la cuenta y el alma partida. 

Lo único que había logrado hacer fue un pequeño funeral a Marianne y una misa en una de las pequeñas capillas de aquella ciudad.

Sentía que le deparaba sólo dolor porque su vida cambió drásticamente aquel día donde sus padres murieron y sus tres hermanos.

Habían ido a pasar las vacaciones en Ucrania cuando había cumplido 23 años.  

Todo fue repentinamente. No recuerda si su papá había bebido más de la cuenta, o si su mamá y él habían discutido peor había escuchado una frase que todavía no podía deducir.

“¡Descubrí sus planes y ahora quiere matarnos!” 

Y luego, nada. 

No se sigue viviendo cuando te despiertas en un lugar desconocido y no sabes dónde están tus padres y qué sucede a tu alrededor. 

—Todos fallecieron, señorita. Necesito que firme…

Le había dicho el policía de aquella ciudad en un inglés bastante marcado. Julieta todavía no sabe, en el presente, cómo fue que sobrevivió a esa noticia. 

Dos años vivió en Ucrania sin familia, sin comunicarse con la única familia en Estados Unidos, su tía, la hermana de su padre. 

Vivió en la calle durante un tiempo, por cinco meses, y luego encontró un refugio donde la acogieron ya que parecía mucho más joven que su edad y tampoco sabía el idioma. De alguna u otra manera debía ganar dinero porque nadie le daría comida y si sobrevivió en las calles durante esos meses fue porque buscaba en la basura y junto a unos niños robaban algunos que otros panes de los mercados, o incluso a los turistas.

Cuando podía comunicarse mejor en el idioma decidió trabajar de ciclista para los restaurantes y panaderías.

Estuvo de esa manera durante varios meses hasta que, al cumplir 25 años, una mujer de cuarenta años la mandó a llamar dentro de su coche. 

—¿Cómo te llamas? —preguntó. 

Julieta aguantó la respiración.

—Julieta, señora. 

Y la mujer sonrió.

—Julieta, tengo un trabajo para ti y te aseguro que tendrás la mejor paga de tu vida. Eso sí,debes ser discreta y antes tengo que hacerte unos exámenes para ver si eres lo suficientemente sana.

—¿Hacer qué, señora? ¿De qué habla?

La mujer sacó de su cartera una tarjeta y entre sus dos uñas largas se la entregó.

—Necesito un vientre en alquiler. ¿Has escuchado de la maternidad subrogada? Aquí en Ucrania es legal y si aceptas, te daremos parte de tu pagar ahora. Y si no, bueno, otra mujer lo hará. 

No sabía escuchado eso nunca. ¿Prestar su vientre y dar un hijo que no…sería suyo? 

Ni siquiera respondió. Cuando vio la cantidad que ofrecían. ¿¡Todo esto por eso?! 

—¿Y-y qué tengo qué hacer?

Otra sonrisa cruzó el rostro de la mujer. 

—Recibirás el esperma del padre por insimenacion artificial pero esto lo hablaremos una vez me confirmes. ¿Aceptas el trabajo? 

Sin saber lo que le depararía, Julieta asintió. 

—Lo haré. 

Esa mujer era Bianca. 

Y luego la llevó al centro médico maternal de la ciudad y le entregó el papel acordado dónde le explicaba mejor el asunto y las pautas que debían acordar para llevar a cabo el trabajo. 

—¿Has tenido hijos antes?

—No, señora. 

—Bueno, los exámenes han salido bien. Eres bastante sana, no tienes genes que puedan afectar al niño y eso es lo que piden los padres —Bianca le había dicho esto días después—, y como ya tenemos tus exámenes médicos, procederemos con la inseminación. 

Julieta se paralizó en su sitio.

—¿Puedo saber…quién es el padre? —se atrevió a preguntar con el corazón en la garganta.

Bianca sólo se echó a reír con suavidad.

—Te prometo que lo sabrás cuando des a luz al niño. No te preocupes, éste es mi trabajo y ese niño —señaló su vientre—, creeme, tendrá unos padres maravillosos. Y bastante ricos.

—¿Tienen mucho dinero? —Julieta parpadeó con asombro.

—Es lo único que se me permite decir: pero sí, es una pareja de multimillonarios. Lamentablemente la esposa no puede tener hijos y han decidido recurrir a esto. El padre prestará su esperma. Mira, aquí tengo una foto de la madre —y Bianca sacó su teléfono para enseñarle la imagen. 

Julieta observó una hermosa mujer de cabello negro que sonreía frente al mar.

—No puedo decir su nombre pero lo sabrás al finalizar los nueve meses. Te lo prometo —Bianca se guardó el teléfono—, quizás también vengan a conocer en persona al bebé.

Y Julieta confió en que así sería: por esa razón aceptó hacerlo. Todo indicaba que estaba cien por ciento segura de que conocería a los padres del bebé que ya crecía en su vientre. 

—No quiero dejar en manos extrañas a este niño y por eso quiero saber todo de los padres —Julieta vio salir a la doctora que se encargó de hacer el procedimiento del esperma un momento después—, por eso quiero conocerlos. 

—Lo conocerás, lo prometo —Bianca tomó su mano—, ¿Quieres ver otra foto de la mamá?

Julieta sonrió con timidez.

Y Bianca volvió a mostrarle una imagen de la misma mujer, pero ahora sentada en una banca mientras el sol del atardecer la hacía aún más bella. 

—Es una mujer grandiosa, sé que estará feliz de verte y de agradecerte por todo lo que has hecho. Ella y su esposo. 

—Estaré contenta de hacerlos felices. Sé que Dios me usa para que éste niño tenga a los mejores padres —y por un instante se sintió lo bastante feliz y calmada. 

No debía tener estrés, sólo paz. Y vivió su gestión de nueve meses en uno de los apartamentos más lujosos de la ciudad. Bianca le comentaba que el padre era un millonario pero seguía sin decirle el nombre ni el apellido. Seguía confiando en Bianca. 

También conoció a Marianne, su enfermera personal para el cuidado de su gestación y ser la primera persona en asistirla en caso de que rompiera fuente antes de tiempo. 

En todo ese tiempo Bianca no le dijo el sexo del bebé, y le decía que sería una sorpresa tanto para ella como para los padres. Lo que le mostraba era los exámenes del niño: era un bebé muy sano. 

Sin embargo, ocurrió lo inevitable. 

Jamás creyó que sería traicionada de esa manera porque Bianca le mintió.

Dió a luz en la clínica y sentía y sabía que ahora más que nunca necesitaría al menos que alguien le dijera que Bianca no había hecho eso. 

Sin aliento le había preguntado por fin quienes eran los padres y cuando vendrían. 

Bianca se quedó en silencio y ese cambio de trato con ella la dejo confundida. Y peor, cuando con el silencio también se llevó al bebé.

Bianca no había cumplido su promesa. 

En aquel entonces, Julieta salió de la misa de la capilla y pagó un cuarto de hotel con lo que tenía. 

Había pasado tres años fuera de su país natal. 

Mirándose en el espejo, con 26 años de edad, con los moretones del accidente y bolsas en los ojos más grande que sus propios ojos, rompió a llorar. 

Decidió que volvería al país una vez terminará la carrera de enfermería que tanto quiso ejercer. Un año después y con su maestría, todavía ahorrando el dinero que no tuvo más que otra que tomar para sobrevivir, donando cierta cantidad al refugio que la acogió cuando no tenía nada, volvió a su país. 

Y ni siquiera había puesto un pie en la capital de la ciudad cuando regresó a su hogar, la mansión de los Peterson en el suroeste y llamó a su tía. 

El mayordomo la miró de arriba hacia abajo y sólo dijo. 

—¿Quién es usted?

Julieta se dió cuenta que otra familia vivía allí.

Ni siquiera supo a dónde buscar, enloquecida por la confusión.

Los Peterson tenían su fortuna gracias a la franquicia de agentes inmobiliarios fundada por su bisabuelo. ¡Y ahora ni siquiera sabía dónde estaba su tía! 

Debía buscarla y comenzar una nueva vida pero si no sabía donde…

La sede principal de la franquicia estaba en el centro de la ciudad y casi nadie le creyó cuando decía que era la hija de Marcus Peterson, el propietario, porque Julieta Peterson había muerto junto a su familia y la única heredera era su tía. 

Rebecca Peterson.

Buscó asesoramiento legal para dar validación de que pertenecía a la familia Peterson pero el abogado solo le decía..

—¿Y en dónde están sus papeles, señorita? 

Tenia razón. Nada certificaba con exactitud que era hija de Marcus y Doris Peterson. Solo era su palabra contra la de su tía, que de hecho no había visto tampoco por mucho que la buscara y esperará ciento de horas una recepción para encontrarla. 

—Le recomiendo buscar sus papeles, su partida de nacimiento, todo lo relacionado con su apellido que indique su relación con la familia Oliver. 

—¡El hospital donde nací! Deben tener un registro de mi nacimiento. 15 de julio de 1998 —Julieta se levantó—, buscaremos ahora mismo mi partida de nacimiento y demostraré la verdad. 

Julieta estaba convencida de que tendría en sus manos la prueba del hospital donde nació. 

Se había equivocado. 

—No tenemos ningún registro de ese nacimiento aquí con ese nombre. No sé registró a ningún bebé con el nombre de Julieta Peterson—informó la recepcionista del hospital. 

El abogado soltó un suspiro.

Julieta simplemente había quedado sin habla.

—Señorita, es en vano. Usted no es Julieta Peterson porque esa joven murió en un accidente.

—Es mentira —y se giró hacia el abogado con lágrimas en los ojos—, yo soy Julieta Peterson, ¡Soy yo!

El abogado siguió sin creerle. Y lo único que le dijo fue:

“Le recomiendo parar con esto porque si las autoridades llegan a saber la buscarán y la tacharán de mentirosa porque sencillamente no tiene pruebas para demostrar su palabra. No siga insistiendo.”

Por mucho que trató de buscar a su tía, no lo consiguió. Le decían que era una mujer muy ocupada como para atender a cualquier persona. 

Los gastos aparecían en su vida y no le quedó más de otra que volver a vivir en la misma ciudad que había crecido. Fue ahí cuando comenzó a trabajar en la clínica, y fue cuando conoció a Ryan McGrey, el presidente del país, en una conferencia. Tanto Ryan y Julieta compartieron más conversaciones hasta llegar a ser muy buenos amigos. 

Y hasta el sol de hoy, en busca de por lo menos una tranquilidad que desde hace dos años no ve, Julieta no ha tenido ni un sólo día lleno de paz.

No obstante, se queda impresionada cuando alza la vista y se detiene de golpe. 

Frente a ella hay un restaurante lujoso, que ya conoce desde antes. Pero eso no le impresiona, sino quién sale de ahí..

—Rebecca—pronuncia Julieta ofuscada por la impresión.

Es ella. Es su tía. ¡Finalmente la ha encontrado y la tiene enfrente de sus narices!

Sale corriendo hacia ella porque no perderá la oportunidad de tener la vida que antes tenía. 

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