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5. Usted mi esposo. Usted la madre de mi hija

¿A dónde puede ir a estas horas de la noche y en medio de la lluvia? 

Todavía hay más de un centenar de personas yéndose lejos de la turba que hace el sonido de los disparos y de la gente huyendo con pavor lejos de ese sonido.

En cambio Julieta parece acercarse mucho más porque los sonidos de los disparos la siguen por detrás y llanamente comprende la magnitud de aquel crujido inesperado de sus zapatos contra los charcos de lluvia. 

No tiene muchos lugares a dónde ir en la noche, con una tormenta que no deja alinear los pensamientos como se debe. Julieta sigue corriendo traspasando la gente y se detiene cuando ya no puede más, asustada y creyendo que una loca por creer que la estaban persiguiendo. 

¿Es real o ha sido su imaginación? 

Pero otros sonidos de disparos acallan sus ideas y vuelve a alarmarse cuando siente la presión grave en su pecho que calma de una vez con respiraciones profundas. 

¿¡Qué está pasando?!

No hay mucha gente en medio de la lluvia, sólo algunas que corren para no mojarse y mucho menos caer en algún charco, las luces de los carros atrapan las gotas de las lluvias y el frío que ya está sintiendo es peor de lo que cree. Sin embargo, Julieta mira hacia adelante y hacia atrás.

No debe estar loca, por supuesto que no lo está. 

Sigue sin parar conforme la lluvia hace de la suyas y le dificulta observar con claridad por donde se dirige.

Grita cuando otro disparo suena a su lado y una vez se detiene porque no sabe a dónde ir.

Y quitándose el cabello adherido a su pelo Julieta toma la ruta de la carretera y no espera a oír los otros disparos porque de una vez siente que ya no tiene salida por mucho que corra.

No le hace daño los disparos ni mucho menos la ventisca horrorosa que congela cada poro de su cuerpo, sino el carro que se detiene abruptamente para chocarla. 

Julieta cae al suelo en medio de la lluvia y casi aturdida pero agradece estar todavía consiente para poder levantarse. 

¡Debe huir! Un golpe de carro no debe afectarla.

Jadea entumecida por el dolor en la costilla cuando trastabilla al ponerse de pie.

Julieta no quiere prestar atención a todos los demás porque cuando gira el cuello, se percata que están señalandola los mismos encapuchados que han venido desde varias cuadras atrás apuntan nuevamente hacia su dirección.

En un intento por huir Julieta se resbala, pero continúa alzandose para aprovechar las pocas fuerzas que le quedan y desaparecer toda ésta penuria. 

Cuando cree que volverá a caer se prepara para el impacto y el bullicio atronador de los disparos volverán a atormentarla.

Pero su caída nunca llega y los disparos quedan en el olvido.

No se da cuenta que está siendo cargada directo hacia un coche hasta que la lluvia ya no nubla su visión.

Está demasiado petrificada como para decir algo ya que está sola sólo unos segundos. Y cuando la puerta del piloto se abre y la figura, ya completamente mojada por la lluvia aparece, Julieta no puede estar más que anonadada.

—¿Señor McGrey? —apenas puede murmurar. 

Se trata ni nada más ni nada menos que de Román McGrey. 

Pero él no responde, apenas la mira de reojo porque cuando los sonidos de los disparos atraviesan el cristal y Julieta se inclina con un grito para ocultarse, el carro acelera y poco a poco la tanda que la perseguía se desvanece conforme se alejan del lugar.

El frío de una vez emana debido al aire acondicionado y empapada por completo se siente casi como un cubo de hielo. 

El hombre silencioso a su lado no hace sino mantener la vista enfrente y cuando observa que Julieta titila en frío, apaga el aire acondicionado y con una sola mano empieza a quitarse la chaqueta de su traje. 

—Tomela —le dice a Julieta.

Ni siquiera lo piensa dos veces porque la agarra con timidez y se la coloca en los hombros. Incluso puede creer que los disparos tiene más credibilidad que estar en el mismo sitio que éste hombre: el hermano de Ryan. Y un antipático empresario que todo el día tiene un rostro de pocos amigos. 

—Señor.

—Déjeme estacionar el coche —interrumpe el antipático empresario. 

Julieta se calla de golpe.

Sus ojos pesan con cada parpadeo y todavía no se ha recuperado de la falta de aire de la millas que corrió en menos de treinta minutos. 

Todo pasa bastante rápido como para entenderlo pero el coche estaciona y Julieta vuelve abrir los ojos, pero ésta vez para sentir los brazos de Román McGrey sobre su cuerpo una vez más, sacandola del auto y llevandola sin inmutarse hacia dentro de un complejo que tampoco dará nombre.

Se siente incapaz de mencionar algo y se arropa más hacia la chaqueta que le han ofrecido. El frío comienza a tener el control pero no caerá en él tan fácilmente. 

—¡Señor McGrey! ¿Qué sucede? ¿Por qué…?

—Abre la puerta de mi apartamento —ordena Román de una vez interrumpiendo al guardia de seguridad que ha salido de su cabina.

—¡Claro señor! —balbucea el guardia antes de perseguirlo.

Los dientes de Julieta castañean con cada segundo que pasa, y sus labios comienza a palidecerse. Entre sus brazos Román puede sentir el temblor en todo el cuerpo de Julieta y apresura el paso.

—Señor, ¿Quiere algo más?

—Ya nada. Puedes retirarte —Román se adentra a una lujosa sala de estar comprendida por la vista de primera fila de la ciudad—, te avisaré cualquier cosa. Si alguien me busca no estoy disponible.

—Eh, sí, señor. Lo que ordene —el guardia parece esceptico pero está un poco preocupado por ver una mujer extraña en los brazos de su jefe. Cierra la puerta del apartamento.

De repente Julieta siente un tipo de calor que emana a su lado, y cuando abrie los ojos se encuentra cerca de la chimenea que acaba de ser encendida. Realiza, finalmente, que está en el mismo sitio que Román y no puede creerlo. 

Se quita la chaqueta de inmediato y se alza del sofá.

—¿Qué está haciendo?

—¿Por qué me trajo aquí? —habla Julieta rápidamente y cuando quiere dar un paso hacia él vuelve a trastabillar. El dolor en la costilla manda un fuerte relámpago por cada nervio de su sistema. 

Román vuelve a tomarla entre sus brazos colocando sus manos en su cintura, afianzando el agarre para no dejarla caer.

—Por eso —responde con seriedad.

Una vez más vuelve a colocarla en una de las sillas y aunque es alta, sigue siendo pequeña a comparación de Román.

—¿Qué fue lo qué pasó? ¿Por qué estaban persiguiéndola de esa manera? 

Julieta vuelve a sentir otra vez algo cálido sobre sus hombros y no se trata ya de la chaqueta sino de una manta. La toma entre sus manos y jadeando con dificultad engulle la saliva más pesada que jamás había tragado.

—No lo sé —tartamudea. Se debe a la presión del pecho—, no lo sé, yo sólo me dirigia a mi casa y de repente me perseguían...

Román parece bastante receloso con ésta respuesta pero viendo el estado de Julieta es casi imposible sacarle información. Lo sensato es que alguien venga a revisarla así que saca su teléfono.

—Vendrá un doctor —cuelga el teléfono para darse la vuelta—, espere aquí hasta que la revise. Y mañana mismo irá a la policía a denunciar. ¿Me entendió? Esto no es normal.

Julieta se limpia un poco sus mejillas mojadas debido a las gotas de su cabello. Se vuelve a poner de pie y Román baja los hombros.

—Quédese en dónde está.

—Agradezco su colaboración pero ¿Por qué me ayudó...? Yo pude- 

—Fue mi carro quién la atropelló, señorita —responde Román—, y es lo menos que puedo hacer porque acabo de ver cómo huía de una persecución. 

Julieta recuerda todo lo que pasó ese día, el encuentro con su tía también es mucho peor que ser perseguida para ser baleada de la nada. Y la cena será exactamente en una semana…¿Quienes eran esos hombres? Necesita buscar respuestas.

¿Desprotegida y ahora mentirosa? ¿Con qué cara aparecerá ahora delante de su tía y de todos los demás familiares que de seguro mandará a llamar?

—La ama de llaves olverá en unos minutos así que ella podrá atenderla y le dará una habitación. El día de mañana tendrá que declarar. Por los momentos yo me retiro porque es muy tarde y debo echarle un vistazo a mi hija. Descanse. 

Si no respingó antes por la sentencia de Rebecca, lo hace ahora. Y sus ojos vuelan con rapidez hacia el señor McGrey. 

Cuando da un paso hacia adelante estira la mano.

—Oiga —trata de detenerlo.

Por lo tanto Román se detiene para girarse y sus ojos ámbar que son características de la familia McGrey se vuelven uno con el color del fuego a su lado. Es inevitable que no se sienta algo intimidada por el hombre que por ojos tiene piedras. Un magnate como él divisa por el hombro porque no es la primera vez que lo ve, pero si es la primera y única vez que comparten más de tres palabras seguidas. 

Por supuesto que debe pensar bien las palabras que dirán en los pŕoximos segundos para no parecer una loca, pero es que ya no tiene salida. Al menos, una sóla frase en negativa la hará salir volando de ese edificio como si la persiguiera para morderla.

—¿Tiene una hija, no es así? —pregunta Julieta aún agarrandolo de la muñeca.

Román divisa primera su muñeca y luego sus ojos.

—La tengo.

—¿Está soltero? —Julieta baja la mirada hacia sus dedos. No hay anillo pero eso es prácticamente saber nada.

Por lo tanto recibe un arqueo de cejas por parte de Román.

—¿Disculpeme?

—Sólo dígame sí o no —Julieta pide, mirando el reloj encima de Román—, por favor, necesito saberlo. 

—¿Cuál es la razón para saber si tengo esposa? —la voz grave de Román dispara un centenar de escalofríos en el cuerpo de Julieta y ni siquiera sabe por qué.

—No le puedo decir eso antes si no lo sé.

—Tampoco le diré un asunto tan personal como ese: no la conozco.

—Yo tampoco lo conozco y me trajo aquí a su casa: así que estamos a mano.

—No puedo creer que compare su estado delicado con mi estado sentimental. ¿Cómo quiere que piense?

—¡Respondame!

—¿¡Para qué quiere saberlo?!

—¡Sea mi esposo!

Esperaba una reacción de sorpresa y que de una vez la tachara como loca, pero Román McGrey alza su rostro mientras la ve detenidamente y esto es mucho peor de lo que imaginó.

Julieta suelta su muñeca y retrocede mientras Román todavía tiene su expresión seria.

La observa de arriba hacia abajo.

—¿Su esposo, señorita?

—Sólo por unos meses. Le explicaré después y-

—Un esposo de mentira —Román se cruza de brazos.

Julieta observa los músculos adherirse a la tela y mientras traga saliva desvía la mirada.

—Señor, yo-

—Es lo que estoy buscando. Está bien.

Julieta se atraganta con su propia saliva cuando lo escucha y ésta vez es ella quien ha reaccionado con sorpresa.

—¿Cómo que soy lo que está buscando...?

—Con una condición aceptó que sea mi esposa —Román McGrey se acerca hacia Julieta y la atrapa, encerrandola en el rincón que finalmente los ha encarcelado en un mundo que cambiará sus vidas para siempre.

—¿Qué quiere? —responde Julieta mientras la falta de aire ya no es por el frío, sino por el aliento caliente cerca de sus labios. 

Román tiene que bajar la cabeza para poder encontrar ese verde peculiar en los ojos de Julieta que cree que ya ha visto y la cercanía que ambos están sosteniendo puede romperse con sólo un aleteo del viento.

¿Son capaces de romperlo?

Pero es la voz de Román lo que rompe todas sus esquemas.

—Sea la madre de mi hija durante seis meses. 

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