52. Encarcelada

Mientras su cuerpo se sumerge en el miedo que provoca estar en el territorio enemigo, Julieta recuerda estos pasillos y ésta casa vividamente. Cada paso que controla apenas se escucha, y no deja ni un momento los ojos de Rebecca, llevando a su hija entre sus brazos…

Dios.

Cómo quiere meterle un tiro en la cabeza aquí y ahora. ¿Cómo pueden ser tan cínica?

—Detente —Julieta escupe de una vez—, Para, ¡Detente!

Rebecca llega al salón, dejando a Lizzie en el suelo pero sin soltar su mano. La pequeña no aparta la mirada de Julieta y experimenta como el ardor de la rabia tapa su juicio, llevándola bastante lejos para que no piense con claridad.

—Quiero a mi hija —Julieta habla con severidad—, entregáme a la niña, por favor. La quiero conmigo. Rebecca.

—Sientate, Julieta. Necesitamos hablar —Rebecca empieza a servirse el vino, sin soltar la mano de Lizzie.

—Demonios —Julieta maldice entre dientes, desesperada por mirar a Lizzie tan cerca pero a la vez tan lejos. No puede arriesgarse en acer
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