—¡Es una niña! ¡Y ya deja de preguntar! Firmaste un contrato donde decidiste prestar tu vientre para que otra familia tuviera un hijo y lo que estás haciendo va en contra de lo que se acordó. ¡Y por lo tanto irás presa por eso!
No puede permitirse decir otra cosa porque se ha quedado sin palabras. Y aunque sabe que pronto se la llevarán, y nunca más la volverá a ver, siente algo en su pecho que no puede explicar. Pero mientras la mujer se va alejando con el bebé en los brazos la persigue tomándose el vientre con dolor.Apenas minutos atrás ha dado a luz y sus piernas no han sido limpiadas y va dejando un chorro de sangre por el pasillo mientras no deja de perseguir a la mujer.—¡Me mintieron! —jadea ya sin aliento. Caminar es como si lo hiciera entre vidrios, incapaz de seguir pero conforme el llanto de esa pequeña bebé se oye por todo el pasillo continúa—, ¡Me prometieron que me dirían quienes serían los padres una vez la diera a luz! ¡Y ahora no sé a quién se la llevarán!—¿No te quedó suficiente con lo que te hemos dicho? —y la mujer se detuvo frente a ella para mirarla con represión—, lo único que tienes que saber es que los padres de ésta niña son multimillonarios y no es tu deber saber quienes son. Ya cumpliste tu trabajo, toma la otra mitad de tu dinero y vete.Se queda paralizada mientras con sus manos tocan su vientre adolorido. Y descalza siente ya las gotas de sangre y de fluidos que caen al suelo.Se desmayará en cualquier momento pero no puede permitirse que le sigan mintiendo.—¿¡Cómo sé que lo que dice no es mentira?! ¡¿Cómo sé si mi hija…?!—¡No es tu hija! —reclama la mujer sin dejarla continuar—. No es tu hija, que se te meta eso a la cabeza. ¡Si sigues insistiendo te mandaré a la cárcel por infringir las normas del contrato! ¿Entendiste bien? Marianne, llevatela lejos de aquí.—¡Dígame la verdad! ¡Dígame quiénes son los padres de la niña! —le pide otra vez mientras se zafa del agarre de la nueva enfermera para no detenerse—. ¡Si no me dice yo misma iré a denunciarlos por extorsión!—¿Cómo te atreves a amenazarme? —la mujer la observa con ojos hirviendo de ira—. Si dices otra palabra te saco de aquí de inmediato. Solamente nueve meses estarías aquí y ya que diste a luz, los padres de ésta niña no necesitan tu servicio. ¿Lo entiendes? Ahora largo y continúa con tu vida. Somos una empresa seria y legal y el hombre, el padre de ésta niña, pidió que no se dijera su nombre. Ni el de él ni el de su esposa-—No, no. ¡Me mentiste! ¡Nunca me dijiste eso! —sus labios están pálidos, la presión de su corazón está corriendo a mil por hora sintiendo cómo poco a poco se desvanece—, ¡Prometiste que me dirías sus nombres cuando la diera a luz!—Firmaste los papeles. Eso es todo, y ésta conversación se acabó. Marianne, guardias, lleven lejos a ésta mujer y que nunca más vuelva por aquí —se dirige la mujer hacia los guardias, luego baja la mirada para verla—, te estoy dando la oportunidad de seguir con tu vida porque todo lo que estás diciendo es prueba contundente para mandarte a la cárcel. Que te quede claro: ésta niña no es tu hija. Es hija de un matrimonio millonario que pidió un vientre en alquiler en anonimato para cuidar su imagen, y ya está, es todo lo que te diré —con una mano sostiene a la bebé que no ha parado de llorar y con su otra mano la apunta, con esa uña larga y roja, amenazante—, el contrato ya expiró. Así que largo, Julieta. Vete.Cae de rodillas mientras la enfermera nombrada Marianne grita de sobresalto porque sabe que ésta mujer salió de la habitación, sin fuerzas, sin esperar a ser sedada y descansar justo detrás de la directora de la clínica, y ahora su colapso es inevitable.—¡Eres una mentirosa, Bianca! —y Julieta grita en llanto—. Eso no fue lo que acordamos, ¡Me engañaste! Lo único que pedía era saber los nombres de quienes serían los padres de esa niña y juraste que me lo dirías cuando diera a luz. ¡Marianne es testigo de eso! ¡Y ahora te llevas a la niña sin decirme a quién se la entregarás! ¡¿Pretendes que te deje ir sin saber con quién irá esa bebé?!—Sigo órdenes-—¿Órdenes de quién?Bianca se queda un momento en silencio pero vuelve a observarla con el mismo resentimiento que antes.—El contrato finalizó —vuelve a irrumpir con voz severa—, ¡Largo!Julieta, anonadada, sintiéndose culpable y asustada, se da cuenta que todo lo que Bianca le había dicho era mentira. ¡Y si había aceptado el contrato fue precisamente por saber quiénes serían los padres de la niña! Bianca le oculta algo. El cambio repentino para no decirle la verdad de seguro se debe a algo.—Julieta, es hora de irnos-—¡Bianca no te lleves a la niña sin que antes sepa quien es el padre! ¡Dime al menos quién es el padre! —Marienne trata de alzar a Julieta del suelo a duras penas porque Julieta se remueve con vigor, sollozando y llorando hacia la mujer que ya se da la vuelta—. Me engañaste, Bianca. ¡Confíe en ti!Y ya no hay nada que pueda hacer porque dos hombres fornidos toman el puesto de Marienne para alejarla de Bianca. Pero Julieta no se detiene. Pese al dolor de haber salido apenas de un parto, sigue gritando.—¡¿Por qué me mentiste?! ¡¿Por qué lo hiciste?! —el torrente de lágrimas sale ya de los ojos de Julieta enloquecidamente en el dolor—. ¡Bianca! ¡Me dijiste mentiras!—¡Julieta cálmate! —expresa Marianne.—¡Llevénsela! —exclama Bianca dandole a la recién nacida bebé a otra enfermera—, y asegúrense de que no vuelva jamás por aquí.La sensación de ser partida en dos se acumula en su vientre, en las piernas que parece sentir que se las arrancan sin piedad y en la debilidad infernal más dolorosa que ha sentido jamás. Lucha entre mantenerse fuerte y alejarse de los guardias para ir detrás de Bianca, en vano.—¡Bianca! ¡Dime los nombres! ¡Dime los nombres…! ¡Dime el nombre del padre!El grito desgarrador que sale de sus cuerdas vocales llama la atención de las demás personas en la clínica y Marianne debe detener esto.Finalmente Julieta se encuentra con lo peor.Bianca se ha marchado. El miedo la ahoca, la corta en dos como un hacha directo a su vientre,—No —murmuró horrorizada—. ¡No! ¡Bianca, la niña! Marianne, se lleva…¡Se lleva a la niña! ¡La n-niña!—¡Julieta tienes que calmarte! —Marianne logra perseguirla cuando los guardias la dejan fuera de la clínica—. ¡Súbete a mi carro! Nos vamos de aquí, no vas a estar más aquí.Marianne comienza a conducir el auto por las calles de la ciudad, apretando el volante y sintiendose incapaz de mantener sin temblar.—No lo entiendes, Bianca me engañó. ¿¡A dónde se llevan a la niña?!—¡Julieta! —grita Marianne mientras toma el rostro de Julieta echa un completo desastre—, te estás desangrando y si no te atiendo será peor para ti. ¡Acabas de dar a luz y casi mueres!—¡No me importa! ¡Quiero saber quiénes son los padres!—¡No puedes saberlo! —Marianne le vuelve a gritar, y Julieta abre los ojos en par en par cuando la oye, jadeando por el dolor, por el cansancio. Una tanda de tormento arrasa todo su pensamiento—, No puedes saberlo.—¿Por qué…? —Julieta se balancea entre el pensamiento de estar aquí o estar cerca de la muerte—, ¿Por qué no puedo saber? ¿Qué es lo que sabes?Marianne niega con la cabeza.—Nos dijeron que no te dijeramos nada. ¡Nada! El padre, el hombre que puso su esperma, ese hombre dijo que no quería que te dijeramos nada.—¿Quién es ese hombre? —la rabia incrementa con cada palabra que Marianne deja salir.—No lo sé. No sé quién es tampoco, sólo recibíamos órdenes de una mujer…—¿¡Cuál mujer?! —Julieta grita desesperada.—Lauren —balbucea Marianne, y sabe muy bien que ahora su vida está peligro porque le advirtieron que por nada del mundo debía mencionar ese nombre—, sólo ese nombre: sólo Lauren.Julieta nunca ha oído ese nombre antes. ¿Qué tiene que ver con la pequeña que acaba de dar a luz? ¿De quién se trata? ¿Qué es lo que sucede y por qué su vida ha dado un giro inesperado en tan sólo unos minutos?—¿Qué…?Y la voz de Julieta queda en el olvido.Marianne ha pegado un grito se sobresalto cuando un camión vino desde la izquierda de Julieta y ha hecho, inesperadamente, lo inevitable.El carro donde venían quedó destrozado por completo. La oscuridad sumergió.~~~~~~~~~~~~~—¿Qué fue lo que hiciste? —la voz de la señora retumba en la oficina color rojo que tiene vista a la capital de país—. ¿Qué fue lo que hiciste? ¿¡La dejaste ir así sin más?!Y a la persona que reclama es la misma mujer que ha dejado la clínica y ha volado ocho horas hacia la capital del país con una bebé entre sus brazos para hacer la entrega.—Sospechó de todo porque yo le había dicho que le diría el nombre de quienes serían los padres de la niña —se mantiene recta y firme aunque trata de no balbucear—. estoy segura de que no hablará, ni dirá nada.—Necesito ver su cuerpo o saber exactamente que está en otro país y no buscará a la niña. Mi hija está lo bastante contenta de convertirse en mamá, y también su esposo. Lo que ha pasado quedará en el olvido y más te vale —la apunta con el abanico—, que esa mujer no vuelve a aparecer más nunca. Esa niña —luego observa a la bebé—, es mi nieta y ahora…una McGrey. Más te vale, Bianca. Más te vale…—Se lo prometo, señora. Le juro que-—¡No me jures nada! Si yo vuelvo a ver a Julieta Peterson en ésta ciudad yo misma la materé con mis propias manos porque debió haber muerto con sus padres. ¡Y ahora resulta que es la madre de ésta niña! Más te vale que no vuelva aparecer nunca en la vida —y la señora, de cincuenta años de edad, se levanta de su silla—, ahora es momento de presentar a la bebé y darle la noticia a mi hija y a mi nuero.Bianca traga saliva cuando ve a la señora encaminarse a la niña. Irradia elegancia, y finura. Es demasiado rica como para comprar una ciudad pequeña. Y sostiene a la niña que sigue llorando, pero le sonríe.—Ahora sí mi hija tendrá el apellido McGrey y se hará rica…ahora sí nuestras fortunas crecerán y pese a estar enferma, nuestro apellido será aún más rico —y ve a la niña con una sonrisa.Lauren Campbell observa a Bianca con una sombría sonrisa. Bianca traga saliva de golpe.—Y Román McGrey le dará toda su fortuna a ésta pequeña y nunca se enterará de la verdad. Él tampoco sabe quién es la madre en alquiler y espero que así sea. Nunca se enterará de la verdad, de que ésta niña es nieta de Marcus Peterson, el hombre que más odia en todo el mundo. A Julieta Peterson hay que borrarla de la faz de la tierra, y jamás volverá aparecer en esta vida.Bianca asiente.—Como ordene, señora…-----2 años después y en el presente----—¿Señorita? ¿Señorita? ¿Me oye? Tiene que parpadear para salir de la ensoñación y derrama el vaso de café en la bata blanca del doctor enfrente de ella.—¡Julieta! ¡Es la segunda vez! ¡Estás completamente ida! —grita el doctor quitandose la bata debido al ardor.—Lo lamento tanto —agarra un papel de la recepción y comienza a limpiar la camisa que ha manchado del doctor general de la clínica—. ¡No era mi intención…!—Para, basta —el doctor le quita la manta y con ojos enervados la observa con cólera—, no sé que te pasa últimamente Julieta pero debes tener la mente aquí. Atiendes a personas y no puedes darte un viaje astral mientras trabajas. Ten los pies en la tierra.—Tiene razón, la tiene. Disculpeme de nuevo—y agarra la carpeta mientras asiente una y otra vez—, le prometo que traeré los informes de la farmacia y se los daré.—Ve y tómate un descanso de diez minutos, por favor —el doctor agarra su bata ya estropeada avistándola con decepción—
Ahora en el presente, mientras se toma un café en una pequeña tienda, Julieta suelta un suspiro inmenso. Ha pasado ya nueve meses de todo lo ocurrido con Clara, Ryan y sus mellizos. Irá en cualquier momento junto a ellos para visitarlos.Cuando no pasan nada en ese televisor, deja la propina y considera beber una cerveza y dejar a un lado el café, pero hoy tiene turno completo en la clínica y no puede hacerlo. Al menos no en la cantidad que quiere.Y mientras camina por la calle, cierra los ojos.Una vez más el recuerdo de su pasado viene a atormentarla. —Dos años antes—Buscó. Buscó por todas partes para encontrar a Bianca y entregarle su dinero, pero nada había logrado. Absolutamente nada. Tenía setenta mil dólares en la cuenta y el alma partida. Lo único que había logrado hacer fue un pequeño funeral a Marianne y una misa en una de las pequeñas capillas de aquella ciudad.Sentía que le deparaba sólo dolor porque su vida cambió drásticamente aquel día donde sus padres murieron y s
—¡Rebecca! Sigue gritando Julieta para ser escuchada porque con cada paso no le funciona para estar lo bastante cerca de su tía. Y necesita por lo menos correr unos metros cuando escucha los truenos de una pronta lluvia. —¡Rebecca! —vuelve a gritar Julieta y casi su cuerpo se detiene en seco cuando de improviso un hombre del cuerpo de seguridad se atreve a obstaculizar su camino.—No puede entrar aquí. ¿Qué cree que está haciendo? Devuélvase.—No, no. Es que yo necesito hablar con la señora que usted ve allá —Julieta señala con su mano tras el mastodonte que se atrevió a detenerla—, tiene que dejarme pasar.—¿Quién es usted? Sino tiene invitación no puedo dejarla pasar ni mucho menos dejar que se acerque a la señora Peterson, así que andando. La acompañaré hasta la puerta.—¡No se atreva! ¡Permiso! ¡No me toque! Yo tengo que hablar con la señora Peterson le guste o no. ¡Con permiso! —y Julieta trata de traspasar el muro que el hombre ha creado pero es en vano. El guardia sostiene su
¿A dónde puede ir a estas horas de la noche y en medio de la lluvia? Todavía hay más de un centenar de personas yéndose lejos de la turba que hace el sonido de los disparos y de la gente huyendo con pavor lejos de ese sonido.En cambio Julieta parece acercarse mucho más porque los sonidos de los disparos la siguen por detrás y llanamente comprende la magnitud de aquel crujido inesperado de sus zapatos contra los charcos de lluvia. No tiene muchos lugares a dónde ir en la noche, con una tormenta que no deja alinear los pensamientos como se debe. Julieta sigue corriendo traspasando la gente y se detiene cuando ya no puede más, asustada y creyendo que una loca por creer que la estaban persiguiendo. ¿Es real o ha sido su imaginación? Pero otros sonidos de disparos acallan sus ideas y vuelve a alarmarse cuando siente la presión grave en su pecho que calma de una vez con respiraciones profundas. ¿¡Qué está pasando?!No hay mucha gente en medio de la lluvia, sólo algunas que corren para
¿Lo que había dicho lo consideraba la peor locura del universo? Eso creía. Hasta que repentinamente de los labios de éste hombre escucha la cosa más insólita del universo entero. Julieta necesita por lo menos estar tres segundos con los ojos abiertos fijos en Román para tratar de no echarse a correr lejos de éste hombre. Sin embargo, lo mismo debe estar pensando también él porque acaba de proponerle matrimonio de una manera bastante peculiar. ¿Habían decidido ser la locura del otro? —¿La madre de su hija? La madre de su hija —Julieta aprieta la manta en sus hombros con fuerza. No hay otro gesto que pueda hacer ahora. Román no desvía la mirada y es poco probable que lo haga por mucho que el momento lo amerite. —Su esposo me pareció escuchar —suena como si contraatacara o si le estuviese recordando que ella había empezado esto. —Bueno, eh —Julieta no puede quedarse otro segundo más allí así que rodea el cuerpo de Román buscando una salida para su asfixia y no lo consigue puesto
—Pero si acaba de dudar de mí, ¿¡Cómo quiere que me case con usted?! Julieta es llevada por anchos y largos pasillos hacia un lugar desconocido para ella, y el temor de ver a una pequeña niña por allí es algo que no puede evitar. —Yo no he dicho que no me casaré con usted —Román deja su muñeca justo cuando están delante de una puerta. No obstante, no toca la puerta sino que se gira hacia Julieta—, pero tengo que saber con quién me estoy casando.—¿Y por qué su curiosidad ahora? —Julieta se cruza de brazos y el diamante en el anillo de su dedo reluce al igual que la luna detrás de ambos. Cuando se da cuenta, se descruza de brazos y disimula.Hay muchos factores para que Román le diga la verdad pero no lo hará, al menos no ahora. —Su tía Rebecca es mi socia. La expresión de Julieta cambia. Ahora está seria y sin ganas de continuar la conversación porque el nombre de Rebecca es lo último que quiere pronunciar en estos momentos. Ni siquiera sabía que podía causarle tanta disconformida
En un abrir y cerrar de ojos, todo queda absolutamente en silencio. Nada se mueve. Y mientras sus lágrimas todavía se deslizan por sus mejillas, le cuesta decir algo ya que ha quedado petrificada en su sitio. Y por esa razón da un paso hacia atrás, completamente anonadada, ya sin saber qué decir. Julieta sale de su ensoñación parpadeando y tomando una bocanada de aire, realmente horrorizada por lo que acaba de decirle a ésta niña. —¿Señorita? Julieta recapacita en su sitio conforme toma una bocanada de aire. —Buenos días, señor McGrey. Eh, Por Dios, lo lamento tanto, yo —trata de buscar una salida ante éste vergonzoso escenario y se da la media vuelta—, lo lamento tanto, no fue mi intención. Yo quería avisar que tengo que irme porque tengo que trabajar así que buenos días, señor McGrey. Antes de dar un paso fuera del lugar la llegada de Román sosteniendo todavía a su hija en sus brazos sella el paso fuera de la cocina. Y Julieta puede ver con mayor claridad a la bella niña que
Suena lo bastante raro decirlo a altas voces pero a éstas alturas las consecuencias son estas: aparentar un matrimonio que apenas llega a conocidos. Julieta se muestra lo más amable posible y como no quiere alargar ésta incómoda charla estira su mano hacia la señora. —Es un placer —saluda estrechando la mano. —¿Esposa? Esposa —la nueva mujer presente los mira a ambos con una obvia confusión. Es una mujer bien vestida, ya mayor y con un peinado elegante sobre su cabello gris. Como sigue sosteniendo la mano de Julieta muestra una sonrisa—, mi nombre es Lauren, soy la suegra de Román y la abuela de la pequeña —y rompe el contacto de las manos para alejarse lo más que puede junto a la niña, a quien carga en sus brazos—, pero vaya, esto me toma por sorpresa. Román. —Sí, no pudimos contenernos —responde Román con total normalidad—, teníamos una relación desde hace un par de meses. —¿Peterson? Ese apellido me suena, como si ya lo hubiera escuchado antes —Lauren entrecierra los ojos com