Mi tercer día no fue más fácil. Había llegado temprano, con el café aún humeante en mis manos, intentando ordenar mis ideas sobre los ajustes que Santiago me pidió el día anterior. La presión de estar a la altura era tan intensa que apenas había dormido, pero, de alguna manera, el agotamiento no importaba. Esto era lo que quería: la oportunidad de demostrar que pertenecía a un lugar como Ferrer & Asociados.
Sin embargo, esa mañana tenía un ingrediente adicional que me revolvía el estómago: mi primera junta con el equipo completo. Laura me había advertido: "Santiago no tolera la mediocridad, ni en las presentaciones, ni en las ideas. Ve preparada." No eran precisamente palabras reconfortantes. Cuando el reloj marcó las nueve en punto, entré a la sala de juntas con mi laptop bajo el brazo y el corazón palpitando con fuerza. El espacio era igual de intimidante que el resto de la oficina: una mesa de cristal impecable rodeada de sillas negras, enormes ventanales que dejaban entrar la luz de la mañana y una pantalla en la pared principal donde todos los ojos se centrarían en quien hablara. Mis compañeros ya estaban sentados, cada uno con su taza de café y sus laptops abiertas. Santiago llegó justo detrás de mí, su presencia llenando la habitación como un rayo. Vestía un traje azul marino perfectamente ajustado, con una camisa blanca que resaltaba aún más su piel ligeramente bronceada. Sin decir una palabra, se dirigió a la cabecera de la mesa y se sentó, dejando que el silencio hiciera su trabajo. —Buenos días —dijo finalmente, su voz cortando el aire con precisión quirúrgica—. Vamos a empezar. Quiero avances concretos, no excusas. Su mirada recorrió la mesa y se detuvo en mí por una fracción de segundo. Fue suficiente para que mis nervios se dispararan. Laura tomó la palabra primero, presentando un informe sobre los resultados de una campaña reciente. Después, uno de los diseñadores senior habló sobre las estrategias creativas para un nuevo cliente. Todo fluía con una sincronía casi coreografiada, hasta que llegó mi turno. Respiré hondo y me levanté, conectando mi laptop a la pantalla. Las diapositivas que había preparado aparecieron en el monitor, y sentí el peso de todas las miradas sobre mí. —Buenos días. Para el proyecto de la campaña de Armonía, he desarrollado estas primeras propuestas que buscan transmitir una imagen fresca y moderna, alineada con los valores de la marca... —comencé, esforzándome por mantener la voz firme. A medida que avanzaba en mi explicación, traté de mantenerme tranquila. Había trabajado hasta tarde afinando cada detalle, asegurándome de que todo encajara perfectamente. Sin embargo, cuando terminé, el silencio en la sala era casi ensordecedor. Santiago, que hasta ese momento había estado reclinado en su silla, se inclinó hacia adelante, entrelazando los dedos frente a él. —¿Eso es todo? —preguntó, su tono neutro, pero cargado de una tensión apenas contenida. Sentí un nudo formarse en mi estómago. —Es un primer acercamiento. Planeo desarrollar más las propuestas con base en los comentarios que reciba hoy —respondí, tratando de sonar profesional. Él asintió lentamente, pero no parecía convencido. —El diseño es visual, señorita Del Valle. Si tiene que explicar demasiado, es porque no está transmitiendo lo que debería. Esto... —hizo un gesto hacia la pantalla— no comunica. Mi rostro ardió. Sabía que no sería fácil, pero escuchar esas palabras frente a todo el equipo fue como un golpe directo al orgullo. —Con el debido respeto, señor Ferrer, creo que los conceptos iniciales cumplen con el objetivo de proyectar frescura. Si me permite desarrollarlos más, puedo ajustar los detalles para alinearlos completamente con la marca. Un murmullo casi imperceptible recorrió la mesa. Nadie interrumpía a Santiago. Nadie. Él levantó una ceja, claramente sorprendido por mi respuesta. —¿Cree que proyectar frescura es suficiente para una marca como Armonía? ¿Sabe cuánto invierten en sus campañas? ¿Cuánto arriesgan en cada lanzamiento? —Sus palabras cayeron como una avalancha—. Esto no es un ejercicio de clase, señorita Del Valle. Es una campaña de millones de dólares. Si no entiende eso, quizá no está lista para este nivel de responsabilidad. El golpe fue brutal, pero no iba a dejarme intimidar. Mi corazón latía como si fuera a salirse de mi pecho, pero me obligué a mantener la calma. —Lo entiendo, señor Ferrer. Y estoy dispuesta a hacer los ajustes necesarios para alcanzar el estándar que usted espera. Él me miró por un largo momento, sus ojos oscuros llenos de una mezcla de evaluación y algo más que no podía descifrar. —Espero que así sea —dijo finalmente, volviendo a reclinarse en su silla—. Tiene dos días para presentarme algo que realmente funcione. —Entendido —respondí, sintiendo cómo el peso de la tensión comenzaba a disiparse ligeramente. La junta continuó, pero apenas podía concentrarme. Mi mente estaba atrapada en esa confrontación, en cada palabra que había dicho, en cada mirada de Santiago. Había sido una batalla, y aunque no había salido completamente derrotada, tampoco podía decir que había ganado. Cuando finalmente terminó, recogí mis cosas rápidamente, queriendo escapar de la sala lo antes posible. Sin embargo, antes de que pudiera llegar a la puerta, una voz me detuvo. —Señorita Del Valle. Me giré, encontrándome de nuevo con Santiago. Todos los demás ya habían salido, dejándonos solos. —Sí, señor Ferrer. Él se levantó, acercándose lentamente. Su presencia era aún más intimidante de cerca. —Tiene potencial, pero potencial no es suficiente aquí. Quiero ver resultados, no promesas. Asentí, sin atreverme a romper el contacto visual. —No lo decepcionaré. Por un momento, su expresión cambió, casi como si dudara de lo que iba a decir a continuación. Pero en lugar de continuar, simplemente asintió y salió de la sala, dejándome allí, con el corazón latiendo frenéticamente y las emociones mezcladas. Sabía que trabajar con Santiago Ferrer sería un desafío, pero en ese momento entendí que iba a ser mucho más complicado de lo que jamás imaginé. Me quedé sola en la sala de juntas por unos minutos, intentando recuperar el aliento. La intensidad de Santiago Ferrer era como un huracán: no solo arrasaba con todo a su paso, sino que dejaba una tensión palpable en el aire, incluso cuando ya no estaba. Cerré los ojos un momento, intentando calmar mi mente. "No es personal", me repetí, aunque no estaba segura de creerlo del todo. Después de recoger mis cosas, volví a mi escritorio. Laura, que estaba sentada a dos escritorios de distancia, levantó la vista de su pantalla y me dedicó una pequeña sonrisa. —Sobreviviste. Eso es un logro en sí mismo. Dejé caer mis cosas sobre la mesa y suspiré. —¿Siempre es así? Laura se encogió de hombros. —Es su estilo. Santiago espera mucho de todos, especialmente de los nuevos. Pero, sinceramente, lo hiciste bien. No cualquiera se atreve a responderle. —No estaba intentando ser insolente —dije rápidamente, aunque su expresión me decía que ella sabía exactamente lo que había pasado. —No te preocupes. Lo noté. Y estoy segura de que él también lo hizo. De hecho, creo que le gustan las personas que no se dejan intimidar tan fácilmente... aunque no lo demuestre. Su comentario me dejó pensativa. Había algo en Santiago que no lograba descifrar. Por un lado, parecía implacable, casi inhumano en su perfección. Por otro, había ciertos matices en su mirada, en su manera de hablar, que me hacían preguntarme si esa fachada fría escondía algo más. Con un nuevo café en mano, me senté frente a mi computadora, lista para ajustar las propuestas. No podía permitirme cometer otro error, no después de la reunión. La presión era inmensa, pero también había una parte de mí que estaba decidida a probarle a Santiago —y a mí misma— que podía estar a la altura.Pasaron las horas sin que apenas me diera cuenta. La pila de tareas parecía interminable, y cada vez que creía haber terminado algo, encontraba un detalle más por pulir. No podía permitirme ni el más mínimo error, no después de la primera impresión que había dejado.
El reloj marcaba casi las siete de la noche cuando levanté la vista del monitor. Para mi sorpresa, la oficina estaba casi vacía, el murmullo habitual de teclados y conversaciones reemplazado por un silencio que me resultaba extraño pero reconfortante. El único sonido era el zumbido constante del aire acondicionado. Me obligué a terminar una última revisión antes de cerrar el día, ajustando los últimos detalles en mi presentación.
De repente, unos pasos firmes rompieron la calma. Me giré hacia el sonido, y allí estaba él: Santiago Ferrer. Su silueta elegante destacaba bajo la luz tenue de la oficina, y aunque su expresión era tan impasible como siempre, había algo en su presencia que llenaba el espacio.
—¿Todavía aquí? —preguntó, deteniéndose frente a mi escritorio.
—Quería asegurarme de que todo estuviera listo para los ajustes que me pidió —respondí, tratando de mantener la voz firme pese al nudo en mi estómago.
Él asintió ligeramente, su mirada evaluadora posándose en la pantalla de mi computadora.
—Muéstreme lo que tiene.
Tragué saliva y obedecí, presentándole las diapositivas. Mientras hablaba, sentía su mirada fija, analizando cada palabra y cada decisión que había tomado. Había algo desarmante en la forma en que observaba, como si pudiera ver más allá de lo evidente.
Por un momento, no dijo nada. Luego, asintió levemente.
—Es mejor. Aunque aún hay margen de mejora.
Ese pequeño reconocimiento, por mínimo que fuera, encendió algo dentro de mí. No era una felicitación, pero viniendo de él, sentía como si hubiera escalado una montaña.
—Gracias. Trabajaré en los ajustes restantes mañana por la mañana.
—Hágalo —respondió con frialdad, pero luego, inesperadamente, su tono cambió ligeramente—. ¿Por qué decidió trabajar aquí, señorita Del Valle?
La pregunta me tomó por sorpresa. Él no era alguien que pareciera interesado en conversaciones triviales.
—Porque esta es una de las firmas más prestigiosas en el sector. Quiero aprender y crecer profesionalmente, y sé que aquí puedo hacerlo.
Santiago me observó con detenimiento, su mirada perforándome como si buscara algo más allá de mis palabras. Finalmente, asintió.
—Espero que esté preparada para el nivel de exigencia. Aquí no hay espacio para dudas ni errores.
—Lo estoy, señor Ferrer —respondí, tratando de sonar tan segura como deseaba sentirme.
Durante un segundo más, sus ojos permanecieron en los míos, y aunque su rostro no mostró ninguna emoción evidente, sentí como si estuviera evaluando cada fibra de mi ser. Finalmente, asintió de nuevo, giró sobre sus talones y desapareció por el pasillo.
Cuando el eco de sus pasos se desvaneció, solté el aire que no me había dado cuenta de que estaba conteniendo. Recogí mis cosas y apagué mi computadora, aún con el peso de su mirada sobre mí. Mientras caminaba hacia la salida, no podía dejar de pensar en él. Había algo en Santiago Ferrer que iba más allá de su frialdad calculada. Algo que me atraía y me repelía al mismo tiempo.
Esa noche, mientras intentaba dormir, sus palabras seguían resonando en mi mente: "Aquí no hay espacio para dudas ni errores." Y aunque intenté no darle más vueltas, su presencia se había incrustado en mi pensamiento, como una sombra que se niega a desvanecerse.
Sabía que esos días no serían fáciles, pero también intuía que Santiago Ferrer iba a ser mucho más que un jefe exigente. Era solo el principio de algo que no podía prever, pero que, de alguna forma, ya había comenzado a cambiar mi vida.
Los eventos corporativos no eran lo mío, pero Laura insistió tanto en que asistiera que terminé cediendo. "Es una oportunidad para relajarte y conocer mejor al equipo," había dicho mientras me dejaba una invitación en la mesa. Claro, porque no hay nada más relajante que convivir con tus compañeros de trabajo mientras intentas no tropezar con los tacones.El evento se llevaba a cabo en el salón principal de uno de los hoteles más lujosos de la ciudad, el tipo de lugar donde el suelo brilla tanto que parece un espejo y el champán fluye como agua. Llegué justo a las ocho, vestida con un vestido negro sencillo, de tirantes finos, que había comprado en un ataque de optimismo al pensar que algún día tendría una ocasión especial para usarlo.Al entrar al salón, me sentí como si hubiera cruzado a otro mundo. Las lámparas de cristal colgaban del techo, y las mesas estaban decoradas con arreglos florales que probablemente costaban más que mi alquiler mensual. Mi ansiedad aumentó al darme cuenta
El café estaba caliente en mis manos mientras repasaba mentalmente las tareas del día. Las luces fluorescentes de la oficina iluminaban cada rincón con una claridad casi quirúrgica, haciendo que el ambiente fuera tan frío como imponente. Era temprano, pero ya podía sentir cómo el día se avecinaba con un peso particular, como si el aire tuviera una densidad distinta. Algo estaba por suceder, lo sabía.Me senté en mi escritorio, dejando que los aromas del café recién preparado llenaran mis sentidos. Aún estaba organizando mis ideas cuando escuché el sonido inconfundible de los pasos de Santiago Ferrer acercándose. Siempre caminaba con una firmeza que hacía imposible ignorarlo, como si cada paso anunciara su presencia antes de que cruzara la puerta.Miré de reojo, intentando no parecer demasiado evidente, y ahí estaba él, impecable como siempre, con su traje gris oscuro perfectamente ajustado, sosteniendo una carpeta de cuero negro en una mano y un teléfono en la otra. Su expresión era s
El cursor parpadeaba en la pantalla con un ritmo hipnótico, un recordatorio implacable de que debía seguir trabajando. Sin embargo, mis ojos no podían enfocarse en las líneas de texto que se desdibujaban frente a mí. Mi respiración estaba entrecortada, el aire se volvía denso y pesado en mis pulmones.El correo seguía abierto en la bandeja de entrada, su encabezado brillando como una advertencia:"Actualización sobre el caso de tu padre."Sentí un nudo en el estómago.No podía abrirlo. No ahora. No aquí.Cerré los ojos y traté de respirar hondo, pero mi pecho se contrajo como si alguien estuviera apretando una soga invisible alrededor de mis costillas. El zumbido de la oficina seguía a mi alrededor: las teclas resonaban, los teléfonos sonaban, las conversaciones flotaban en el aire como murmullos distantes.Pero dentro de mí, todo era caos.El ataque de pánico llegó sin previo aviso, arrastrándome como una ola oscura.No. No aquí.Mis manos temblaban al soltar el mouse. No podía permit
Las sombras se alargaban en la oficina cuando apagué la pantalla de mi computadora y me estiré en la silla. La jornada había sido interminable, con reuniones que se extendieron más de lo necesario y tareas que parecían multiplicarse en cuanto resolvía una.La mayoría de mis compañeros ya se habían ido, y la oficina de diseño estaba sumida en un silencio extraño, como si la energía que la habitaba durante el día se hubiera disipado con el último empleado que cerró la puerta.Pero no me sentía sola.Desde hacía días, una sensación incómoda me perseguía a todas partes. No podía explicarlo del todo, pero sentía ojos sobre mí. Pequeños detalles, como encontrar mi silla ligeramente movida en las mañanas o notar que mi teléfono vibraba con llamadas desconocidas que cesaban en cuanto
El cielo estaba cubierto por un manto de nubes grises cuando el auto se detuvo frente al hotel.Bajé con movimientos calculados, ajustando el abrigo sobre mis hombros mientras observaba el imponente edificio de cristal que reflejaba la ciudad. El aire tenía ese aroma particular de la lluvia próxima, una mezcla de humedad y electricidad suspendida en el ambiente.A mi lado, Santiago cerró la puerta del auto con calma.Podía sentir su presencia incluso sin mirarlo directamente. Era como un campo magnético invisible, una fuerza inevitable que vibraba en el aire cada vez que él estaba cerca.El viaje había sido silencioso.No porque no hubiera temas de qué hablar, sino porque había demasiadas cosas que ninguno de los dos estaba dispuesto a decir.El incidente con el archivo sobre mi pasado aún estaba fresco en mi memoria, como una herida que no terminaba de cerrarse. Desde entonces, cada conversación con Santiago había estado impregnada de una tensión invisible, un campo de batalla donde
El aire de la oficina se sentía diferente desde que regresamos del viaje. Como si algo hubiera cambiado en la atmósfera, algo imperceptible pero denso, vibrante, casi sofocante.No era solo mi imaginación.Lo veía en la forma en que Santiago me miraba cuando pensaba que yo no lo notaba. En la manera en que mis sentidos se alteraban cuando lo tenía cerca, como si mi cuerpo recordara cada momento en aquel hotel. Cada roce accidental. Cada palabra no dicha.No podía permitirme esto.Evadirlo era la única solución lógica. Mantenerme ocupada, enterrar lo que sentía bajo montañas de trabajo, ignorar cada pensamiento intrusivo que insistía en repetirme cómo habría terminado aquella noche si el teléfono no hubiera sonado.Pero ignorar a Santiago Ferrer era imposible.Él estaba en todas partes.En cada junta, en cada pasillo, en cada mirada que me atrapaba como un lazo invisible, tensándose poco a poco hasta que apenas podía respirar.Cada vez que lo veía, recordaba el momento en que la distan
El sonido de las teclas resonaba en la oficina, el murmullo habitual de llamadas telefónicas y conversaciones de fondo llenando el aire. Todo era exactamente igual que siempre. O al menos, para el resto del mundo lo era.Para mí, nada lo era.El ascensor.El beso.Las manos de Santiago sujetando mi cintura como si quisiera asegurarse de que no me apartara. La intensidad con la que me había mirado después, como si acabara de abrir una puerta que no estaba seguro de querer cruzar.El ascensor.El maldito ascensor.Me obligué a mantener la vista fija en la pantalla de mi computadora, fingiendo que mi cerebro no estaba regresando a ese momento una y otra vez. Me repetí que era una estupidez, que había sido solo un impulso, que nada significaba nada si yo decidía que así fuera.Y, sin embargo, mi cuerpo recordaba.Recordaba el calor de sus labios, la presión de sus dedos en mi piel, el modo en que el mundo se había reducido a ese instante, a ese espacio cerrado donde solo existíamos él y y
El pasillo hacia la oficina de Santiago se sentía más largo de lo normal. Cada paso resonaba en el suelo de mármol con una pesadez insoportable, como si mi propio cuerpo supiera que no debía ir, que estaba cruzando una línea invisible de la que no habría retorno.El correo aún ardía en mi bandeja de entrada, las palabras simples pero ineludibles."Necesitamos hablar."Nada más. Ninguna pista de lo que me esperaba al cruzar esa puerta.Había pasado la última hora tratando de descifrar su intención.¿Me diría que olvidáramos lo del ascensor? ¿Que había sido un error? ¿Que no debía mencionarlo nunca más?O peor aún, ¿me diría que eso no había significado nada?Intenté convencerme de que eso era lo mejor, que si Santiago fingía que nada había pasado, entonces yo también podría hacerlo.Pero entonces, ¿por qué mi corazón latía con tanta fuerza?Respiré hondo y llamé a la puerta.Un segundo después, su voz resonó desde el interior.—Adelante.Empujé la puerta y entré con la espalda recta, e