El reloj marcaba las siete y cuarto cuando escuché la puerta cerrarse. Supe, incluso antes de girarme, que era Santiago. Su andar era inconfundible. Preciso. Seguro. Un eco grave en la madera del suelo que siempre me había resultado reconfortante. Hasta ahora.Mi respiración se volvió más superficial mientras dejaba a un lado mi taza de té —una bebida que llevaba horas ignorando mientras ensayaba mentalmente cada palabra, cada giro posible de la conversación que llevaba semanas posponiendo.Tenía que decirle.Tenía que hacerlo ahora, antes de que esta distancia entre nosotros se hiciera tan grande que ya no pudiera salvarse con un simple “lo siento”.
Los días sin Santiago fueron un castigo que ni siquiera supe que merecía.Al principio, fue el silencio. Ese silencio espeso, cruel, como un muro entre el mundo y yo. Luego vinieron las preguntas, las dudas, las voces en mi cabeza. Las noches sin dormir, con la almohada empapada de pensamientos que no quería tener. Y finalmente, el vacío. Un hueco en el pecho donde antes habitaba su risa, su calor, su presencia.No respondía mis mensajes.No llamó.No regresó.Solo el eco de sus pasos alejándose, repitiéndose cada noche como un latido ajeno.
Despertar a su lado después de haberlo sentido tan lejos era como volver a nacer. Su respiración tranquila rozaba mi cuello, y su brazo me envolvía con firmeza, como si temiera que al soltarme, todo lo que habíamos reconstruido en las últimas horas se desvaneciera de nuevo.La mañana nos encontró entre sábanas revueltas y palabras murmuradas entre besos lentos. No hablábamos de Londres, ni del proyecto, ni de lo que vendría. Solo estábamos ahí, presentes. Viviéndonos.Pero la realidad, como siempre, tenía la costumbre de tocar a la puerta sin pedir permiso.—Tenemos que decidir qué vamos a hacer —susurré contra su pecho, cuan
La maleta azul —la que tenía una rueda floja desde hacía años pero me negaba a cambiar— fue la última en cerrarse. El sonido del cierre corriendo por los bordes me dio una sensación extraña, como si con él también se cerrara un capítulo de mi vida.Me detuve en medio del departamento. Todo estaba en cajas. Las estanterías vacías. Las paredes desnudas. El aire olía distinto… como si ya no fuéramos parte de ese lugar, como si nuestros recuerdos se hubieran retirado discretamente, dejando solo el eco de lo que habíamos sido aquí.Santiago apareció en el umbral con una taza de café humeante entre las manos. Iba descalzo, en jeans y una camiseta blanca que se pega
El nuevo departamento tenía ese olor a limpio, a paredes recién pintadas y madera virgen que aún no había aprendido a resonar con nuestras pisadas. Cada rincón estaba ordenado, luminoso, minimalista… pero esperaba algo más. Algo de nosotros. Nuestra energía, nuestros silencios, nuestras carcajadas que aún no se habían posado sobre los muebles.Aún no era un hogar. Pero lo sería.Caminé descalza por el piso brillante del salón principal mientras Santiago desempacaba en la cocina, como si ya supiera dónde iba cada cosa. Su ritmo era metódico, eficiente, pero no apurado. Esta vez, no estábamos corriendo. Esta vez, no había amenazas, enemigos ocultos, pasados perseguiéndonos.<
El ascensor emitió un pitido seco cuando alcanzó el piso veinte. Mi reflejo en las paredes metálicas me devolvió una mirada nerviosa. Ajusté por enésima vez mi blusa blanca, asegurándome de que cada botón estuviera en su lugar. “Tranquila, Sofía”, me dije en voz baja. El susurro apenas logró calmar el latido frenético de mi corazón.Era mi primer día en Ferrer & Asociados, una de las firmas más prestigiosas de diseño y marketing en la ciudad. Conseguir este trabajo no había sido sencillo. Cinco entrevistas, dos pruebas prácticas, y un agotador proceso de selección que, honestamente, me había dejado con la sensación de que nunca sería suficiente. Pero aquí estaba, con el contrato firmado y la oportunidad de demostrarme —y al mundo— que tenía lo que se necesitaba para destacar.El ascensor se detuvo con un suave tirón, y las puertas se abrieron hacia un vestíbulo impecable. Mármol blanco, líneas minimalistas, y una sensación de lujo moderno que me hizo sentir fuera de lugar. Respiré hon
Mi tercer día no fue más fácil. Había llegado temprano, con el café aún humeante en mis manos, intentando ordenar mis ideas sobre los ajustes que Santiago me pidió el día anterior. La presión de estar a la altura era tan intensa que apenas había dormido, pero, de alguna manera, el agotamiento no importaba. Esto era lo que quería: la oportunidad de demostrar que pertenecía a un lugar como Ferrer & Asociados.Sin embargo, esa mañana tenía un ingrediente adicional que me revolvía el estómago: mi primera junta con el equipo completo. Laura me había advertido: "Santiago no tolera la mediocridad, ni en las presentaciones, ni en las ideas. Ve preparada." No eran precisamente palabras reconfortantes.Cuando el reloj marcó las nueve en punto, entré a la sala de juntas con mi laptop bajo el brazo y el corazón palpitando con fuerza. El espacio era igual de intimidante que el resto de la oficina: una mesa de cristal impecable rodeada de sillas negras, enormes ventanales que dejaban entrar la luz
Los eventos corporativos no eran lo mío, pero Laura insistió tanto en que asistiera que terminé cediendo. "Es una oportunidad para relajarte y conocer mejor al equipo," había dicho mientras me dejaba una invitación en la mesa. Claro, porque no hay nada más relajante que convivir con tus compañeros de trabajo mientras intentas no tropezar con los tacones.El evento se llevaba a cabo en el salón principal de uno de los hoteles más lujosos de la ciudad, el tipo de lugar donde el suelo brilla tanto que parece un espejo y el champán fluye como agua. Llegué justo a las ocho, vestida con un vestido negro sencillo, de tirantes finos, que había comprado en un ataque de optimismo al pensar que algún día tendría una ocasión especial para usarlo.Al entrar al salón, me sentí como si hubiera cruzado a otro mundo. Las lámparas de cristal colgaban del techo, y las mesas estaban decoradas con arreglos florales que probablemente costaban más que mi alquiler mensual. Mi ansiedad aumentó al darme cuenta