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Los días sin Santiago fueron un castigo que ni siquiera supe que merecía.

Al principio, fue el silencio. Ese silencio espeso, cruel, como un muro entre el mundo y yo. Luego vinieron las preguntas, las dudas, las voces en mi cabeza. Las noches sin dormir, con la almohada empapada de pensamientos que no quería tener. Y finalmente, el vacío. Un hueco en el pecho donde antes habitaba su risa, su calor, su presencia.

No respondía mis mensajes.

No llamó.

No regresó.

Solo el eco de sus pasos alejándose, repitiéndose cada noche como un latido ajeno.

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