Los eventos corporativos no eran lo mío, pero Laura insistió tanto en que asistiera que terminé cediendo. "Es una oportunidad para relajarte y conocer mejor al equipo," había dicho mientras me dejaba una invitación en la mesa. Claro, porque no hay nada más relajante que convivir con tus compañeros de trabajo mientras intentas no tropezar con los tacones.
El evento se llevaba a cabo en el salón principal de uno de los hoteles más lujosos de la ciudad, el tipo de lugar donde el suelo brilla tanto que parece un espejo y el champán fluye como agua. Llegué justo a las ocho, vestida con un vestido negro sencillo, de tirantes finos, que había comprado en un ataque de optimismo al pensar que algún día tendría una ocasión especial para usarlo. Al entrar al salón, me sentí como si hubiera cruzado a otro mundo. Las lámparas de cristal colgaban del techo, y las mesas estaban decoradas con arreglos florales que probablemente costaban más que mi alquiler mensual. Mi ansiedad aumentó al darme cuenta de que prácticamente no conocía a nadie, salvo a Laura y un par de compañeros. —¡Sofía! —Laura apareció de la nada, con un vestido rojo ajustado y una copa en la mano—. ¡Pensé que no vendrías! —Estuve a punto de no hacerlo —admití, mirando alrededor, tratando de no parecer tan fuera de lugar. Laura me tomó del brazo y me arrastró hacia un grupo de colegas que estaban riendo y conversando cerca de la barra. Me presentaron a varias personas, algunas de las cuales reconocía vagamente de la oficina. Todos parecían mucho más relajados aquí, lejos de la presión y las reuniones interminables. Después de una copa de vino y un par de bromas sobre los diseñadores que siempre entregan tarde sus proyectos, comencé a sentirme más cómoda. Sin embargo, mi tranquilidad se desmoronó cuando noté una figura familiar entrando al salón. Santiago Ferrer. Era imposible no notarlo. Vestía un traje negro impecable, con una corbata azul oscuro que combinaba con su mirada. La atmósfera del salón cambió sutilmente cuando Santiago entró. Era como si su sola presencia absorbiera la atención de todos los presentes. Caminaba con una seguridad que lo hacía destacar, saludando a algunos colegas con una leve inclinación de cabeza, pero sin detenerse demasiado. Laura, que seguía a mi lado, notó mi mirada fija y sonrió con malicia. —Ah, el gran jefe ha llegado. Siempre aparece tarde y se va temprano, pero esos quince minutos son suficientes para que todos recuerden quién manda. —¿Siempre causa este efecto? —pregunté, tratando de sonar casual mientras deslizaba la vista hacia otro lado. —¿Efecto? Sofía, es Santiago Ferrer. Si no lo miras, alguien más lo hará por ti. Rodé los ojos, aunque no podía negar que Laura tenía razón. Había algo en él que lo hacía innegablemente magnético, aunque también insoportablemente intimidante. Me giré hacia la barra para distraerme con otro sorbo de vino, decidida a no darle demasiada importancia a su presencia. Sin embargo, parecía que el destino tenía otros planes. Después de un rato de conversaciones superficiales y risas nerviosas, la música comenzó a llenar el salón. El DJ, que había estado tocando una lista de jazz de fondo, cambió repentinamente el ritmo a algo más animado. La pista de baile, hasta ese momento vacía, empezó a llenarse con empleados que finalmente se animaban a soltarse un poco. Laura, por supuesto, fue una de las primeras en arrastrarme hacia la pista. —¡Vamos, es solo una canción! —dijo, tirando de mi brazo con entusiasmo. —No soy buena bailando, de verdad. —No importa, nadie está mirando. Eso era una mentira. En un lugar como este, todo el mundo estaba mirando, pero aun así terminé cediendo. Laura me tomó de las manos y comenzó a moverse al ritmo de la música, riendo mientras intentaba que yo hiciera lo mismo. —Ves, no es tan difícil —dijo, girando sobre sí misma. Comencé a relajarme poco a poco, dejándome llevar por el ritmo. La música era pegajosa, y aunque nunca había sido una experta en bailar, el ambiente despreocupado me ayudaba a sentirme menos cohibida. Sin embargo, mi tranquilidad se evaporó cuando, al girar ligeramente, mi mirada se encontró con la de Santiago. Estaba al otro lado del salón, con una copa de whisky en la mano, observando la pista de baile con una expresión indescifrable. Su mirada parecía atraparme, como si el resto del salón hubiera desaparecido. Intenté ignorarlo y concentrarme en los movimientos torpes de Laura, pero era imposible. Sentía sus ojos sobre mí, como un peso tangible. Finalmente, cuando me atreví a mirar de nuevo, noté algo que me sorprendió: estaba caminando hacia mí. Mi corazón comenzó a latir con fuerza mientras lo veía atravesar la pista con paso firme. Cuando llegó frente a mí, se detuvo, dejando apenas unos centímetros de espacio entre nosotros. —Señorita Del Valle —dijo, con esa voz grave que siempre parecía tener un ligero toque de ironía—. ¿Puedo interrumpir? Laura, que no perdió la oportunidad de meterse en el momento, me lanzó una mirada significativa antes de retroceder con una sonrisa traviesa. —Es toda tuya, jefe. Intenté protestar, pero antes de que pudiera decir algo, Santiago extendió una mano hacia mí. —¿Bailamos? Había algo en su tono que hacía difícil saber si era una invitación o una orden. De cualquier manera, mi cuerpo actuó antes que mi cerebro, y acepté su mano. Su tacto era firme, pero sorprendentemente cálido. Me guió hacia el centro de la pista, donde el ritmo de la música cambiaba a algo más lento y melódico. La cercanía me puso más nerviosa de lo que quería admitir, pero él parecía completamente tranquilo, como si esto fuera lo más natural del mundo. —No esperaba verla aquí —dijo, rompiendo el silencio mientras movía suavemente los pies al ritmo de la música. —Laura me convenció. No suelo venir a este tipo de eventos. —¿Por qué no? —Porque... no sé, nunca me siento completamente cómoda. Siempre parece más un examen que una fiesta. Santiago levantó una ceja, como si mi respuesta le intrigara. —Entiendo. Aunque en lugares como este, siempre hay algo de observación. —Como ahora, supongo —respondí antes de poder detenerme. Un destello de algo parecido a diversión cruzó por sus ojos. —Exactamente. El silencio que siguió fue casi tan intenso como el contacto visual que mantenía conmigo. Estar tan cerca de él era abrumador, pero no de una manera desagradable. Su perfume —una mezcla de notas amaderadas y especiadas— era sutil, pero lo suficientemente cercano como para notarlo, y la forma en que sus manos me guiaban me hacía sentir segura, aunque completamente fuera de mi zona de confort. Cuando la música terminó, pensé que me soltaría y se marcharía, pero en lugar de eso, inclinó ligeramente la cabeza hacia mí. —Sabe bailar mejor de lo que pensaba. —¿Eso es un cumplido? —pregunté, tratando de ocultar mi nerviosismo con un poco de humor. —Tal vez. Sus ojos brillaron por un breve instante antes de que diera un paso atrás y se despidiera con un leve movimiento de cabeza. Me quedé allí, en medio de la pista, tratando de procesar lo que acababa de pasar. Regresé a la barra con Laura, quien me esperaba con una sonrisa de oreja a oreja. —¡Eso fue interesante! —No fue nada —dije, aunque no estaba segura de creerlo. —¿Nada? Sofía, él te sacó a bailar. Eso no pasa todos los días. No respondí. Había demasiadas preguntas rondando en mi mente, y ninguna de ellas tenía una respuesta clara. ¿Por qué Santiago había decidido bailar conmigo? ¿Era un gesto casual o algo más? Cuando finalmente salí del evento, sentí como si hubiera cruzado una línea invisible, aunque no estaba segura de qué significaba. Lo único que sabía era que algo había cambiado entre nosotros esa noche. Y ese "algo" me asustaba tanto como me intrigaba.El café estaba caliente en mis manos mientras repasaba mentalmente las tareas del día. Las luces fluorescentes de la oficina iluminaban cada rincón con una claridad casi quirúrgica, haciendo que el ambiente fuera tan frío como imponente. Era temprano, pero ya podía sentir cómo el día se avecinaba con un peso particular, como si el aire tuviera una densidad distinta. Algo estaba por suceder, lo sabía.Me senté en mi escritorio, dejando que los aromas del café recién preparado llenaran mis sentidos. Aún estaba organizando mis ideas cuando escuché el sonido inconfundible de los pasos de Santiago Ferrer acercándose. Siempre caminaba con una firmeza que hacía imposible ignorarlo, como si cada paso anunciara su presencia antes de que cruzara la puerta.Miré de reojo, intentando no parecer demasiado evidente, y ahí estaba él, impecable como siempre, con su traje gris oscuro perfectamente ajustado, sosteniendo una carpeta de cuero negro en una mano y un teléfono en la otra. Su expresión era s
—¿Estás bien, Sofía?La voz de Santiago me llega como un susurro lejano, pero a la vez demasiado clara, casi acusatoria. Mi respiración está acelerada, como si hubiera corrido una maratón, y no consigo calmarme. El aire en la oficina está denso, asfixiante, y no importa cuántas veces respire profundamente, no consigo obtener suficiente oxígeno. Mi vista se vuelve borrosa, los bordes de la pantalla de mi computadora se desdibujan, como si el mundo entero se estuviera alejando de mí.Mi mano tiembla sobre el teclado. Cada tecla que toco parece emitir un sonido sordo, lejano, mientras el caos se desborda dentro de mí. El cuerpo, ese traidor, ha comenzado a reaccionar como siempre lo hace cuando estoy al borde del colapso. El pulso late en mis sienes como un tambor furioso, y mis manos están frías, mojadas. Mi mente gira a una velocidad frenética, disparando imágenes, palabras, frases sin sentido. Los recuerdos vienen en oleadas: la prisión, la mirada fría de mi padre, el eco de su voz di
El ascensor emitió un pitido seco cuando alcanzó el piso veinte. Mi reflejo en las paredes metálicas me devolvió una mirada nerviosa. Ajusté por enésima vez mi blusa blanca, asegurándome de que cada botón estuviera en su lugar. “Tranquila, Sofía”, me dije en voz baja. El susurro apenas logró calmar el latido frenético de mi corazón.Era mi primer día en Ferrer & Asociados, una de las firmas más prestigiosas de diseño y marketing en la ciudad. Conseguir este trabajo no había sido sencillo. Cinco entrevistas, dos pruebas prácticas, y un agotador proceso de selección que, honestamente, me había dejado con la sensación de que nunca sería suficiente. Pero aquí estaba, con el contrato firmado y la oportunidad de demostrarme —y al mundo— que tenía lo que se necesitaba para destacar.El ascensor se detuvo con un suave tirón, y las puertas se abrieron hacia un vestíbulo impecable. Mármol blanco, líneas minimalistas, y una sensación de lujo moderno que me hizo sentir fuera de lugar. Respiré hon
Mi tercer día no fue más fácil. Había llegado temprano, con el café aún humeante en mis manos, intentando ordenar mis ideas sobre los ajustes que Santiago me pidió el día anterior. La presión de estar a la altura era tan intensa que apenas había dormido, pero, de alguna manera, el agotamiento no importaba. Esto era lo que quería: la oportunidad de demostrar que pertenecía a un lugar como Ferrer & Asociados.Sin embargo, esa mañana tenía un ingrediente adicional que me revolvía el estómago: mi primera junta con el equipo completo. Laura me había advertido: "Santiago no tolera la mediocridad, ni en las presentaciones, ni en las ideas. Ve preparada." No eran precisamente palabras reconfortantes.Cuando el reloj marcó las nueve en punto, entré a la sala de juntas con mi laptop bajo el brazo y el corazón palpitando con fuerza. El espacio era igual de intimidante que el resto de la oficina: una mesa de cristal impecable rodeada de sillas negras, enormes ventanales que dejaban entrar la luz