El aire de la oficina se sentía diferente desde que regresamos del viaje. Como si algo hubiera cambiado en la atmósfera, algo imperceptible pero denso, vibrante, casi sofocante.No era solo mi imaginación.Lo veía en la forma en que Santiago me miraba cuando pensaba que yo no lo notaba. En la manera en que mis sentidos se alteraban cuando lo tenía cerca, como si mi cuerpo recordara cada momento en aquel hotel. Cada roce accidental. Cada palabra no dicha.No podía permitirme esto.Evadirlo era la única solución lógica. Mantenerme ocupada, enterrar lo que sentía bajo montañas de trabajo, ignorar cada pensamiento intrusivo que insistía en repetirme cómo habría terminado aquella noche si el teléfono no hubiera sonado.Pero ignorar a Santiago Ferrer era imposible.Él estaba en todas partes.En cada junta, en cada pasillo, en cada mirada que me atrapaba como un lazo invisible, tensándose poco a poco hasta que apenas podía respirar.Cada vez que lo veía, recordaba el momento en que la distan
El sonido de las teclas resonaba en la oficina, el murmullo habitual de llamadas telefónicas y conversaciones de fondo llenando el aire. Todo era exactamente igual que siempre. O al menos, para el resto del mundo lo era.Para mí, nada lo era.El ascensor.El beso.Las manos de Santiago sujetando mi cintura como si quisiera asegurarse de que no me apartara. La intensidad con la que me había mirado después, como si acabara de abrir una puerta que no estaba seguro de querer cruzar.El ascensor.El maldito ascensor.Me obligué a mantener la vista fija en la pantalla de mi computadora, fingiendo que mi cerebro no estaba regresando a ese momento una y otra vez. Me repetí que era una estupidez, que había sido solo un impulso, que nada significaba nada si yo decidía que así fuera.Y, sin embargo, mi cuerpo recordaba.Recordaba el calor de sus labios, la presión de sus dedos en mi piel, el modo en que el mundo se había reducido a ese instante, a ese espacio cerrado donde solo existíamos él y y
El pasillo hacia la oficina de Santiago se sentía más largo de lo normal. Cada paso resonaba en el suelo de mármol con una pesadez insoportable, como si mi propio cuerpo supiera que no debía ir, que estaba cruzando una línea invisible de la que no habría retorno.El correo aún ardía en mi bandeja de entrada, las palabras simples pero ineludibles."Necesitamos hablar."Nada más. Ninguna pista de lo que me esperaba al cruzar esa puerta.Había pasado la última hora tratando de descifrar su intención.¿Me diría que olvidáramos lo del ascensor? ¿Que había sido un error? ¿Que no debía mencionarlo nunca más?O peor aún, ¿me diría que eso no había significado nada?Intenté convencerme de que eso era lo mejor, que si Santiago fingía que nada había pasado, entonces yo también podría hacerlo.Pero entonces, ¿por qué mi corazón latía con tanta fuerza?Respiré hondo y llamé a la puerta.Un segundo después, su voz resonó desde el interior.—Adelante.Empujé la puerta y entré con la espalda recta, e
El aire en la oficina se había vuelto más denso. No había forma de describirlo con precisión, pero lo sentía en la energía del lugar, en las miradas más cautelosas entre los empleados, en los susurros que se apagaban cuando alguien nuevo entraba a la sala. Y lo sentía, sobre todo, en Santiago.Desde la mañana, algo en él había cambiado. No era su habitual frialdad calculada ni su actitud reservada. No. Era otra cosa. Un control aún más rígido, una tensión latente en su cuerpo que solo los que lo conocíamos lo suficiente podíamos notar.Santiago Ferrer siempre había sido un hombre metódico, calculador, impenetrable. Pero hoy, la línea de su mandíbula estaba más rígida de lo normal, sus órdenes eran más cortantes, sus ojos parecían escanear a cada persona con una atención minuciosa. Y lo peor era que no decía nada.No explicaba por qué la atmósfera se sentía así, no daba indicios de lo que lo tenía en este estado.Solo observaba.Yo intenté ignorarlo al principio, concentrarme en mi tra
El folder seguía ahí, como una sentencia de muerte esperando ser ejecutada.Mi nombre brillaba en la portada con una crudeza absurda, como si estuviera impreso con tinta indeleble, imposible de borrar.Santiago no me quitaba la vista de encima.No con la intensidad de otros momentos, no con esa mirada cargada de una tensión peligrosa como cuando estábamos demasiado cerca.Esta vez era diferente.Esta vez, me observaba con el análisis meticuloso de un hombre que está buscando grietas en la fachada de alguien.Como si esperara que me delatara con un gesto, con un parpadeo de más, con la vacilación en mi voz.Respiré hondo, tratando de mantener la compostura, pero el aire se sentía espeso en mi garganta.—No sé qué esperas que te explique —dije finalmente, con la voz lo más firme que pude.Santiago no reaccionó de inmediato.Solo deslizó el folder hacia mí con dos dedos, su movimiento medido y calculado.—Ábrelo.Me quedé inmóvil.—Santiago…—Ábrelo.El tono de su voz no cambió, pero la
El aire en la oficina se había vuelto denso, cargado de tensión y desconfianza.Nadie hablaba más de lo necesario, las conversaciones se reducían a murmullos y los correos electrónicos eran revisados dos y tres veces antes de ser enviados, como si cada palabra pudiera incriminarnos.La auditoría interna había comenzado.Santiago lo había dejado claro en la última reunión. No confiaba en nadie. No le importaban las relaciones laborales, las amistades o los años de servicio. Hasta que encontrara al culpable, todos éramos sospechosos.Y yo era la principal.Desde el momento en que el archivo desapareció de mi bandeja de entrada, había sentido cómo la mirada de algunos compañeros cambiaba. Cómo el rumor de que "Sofía Del Valle tenía un pasado problemático" se filtraba en los pasillos, en las salas de reuniones, en los grupos de chat.Sabía que Santiago no había dicho nada directamente, pero tampoco había hecho nada para detener la sospecha sobre mí.Él quería respuestas.Y si no las tenía
Había algo diferente en Santiago.No era un cambio drástico, no era algo que pudiera señalar con precisión, pero estaba ahí.En la manera en que sus órdenes ya no eran tan cortantes, en cómo sus miradas, aunque aún intensas, parecían menos filosas. En cómo ya no había esa frialdad impenetrable entre nosotros, sino una especie de tregua silenciosa que ninguno de los dos se atrevía a nombrar.La tensión no había desaparecido, claro. Seguía latente, vibrando bajo la superficie como un cable eléctrico expuesto. Pero había cambiado de forma, transformándose en algo más complejo, algo que no sabía si debía preocuparme o intrigarme.Trabajar juntos en la investigación del espía dentro de la empresa no había sido fácil.No porque Santiago no tomara en cuenta mis hallazgos, sino porque su confianza en mí seguía siendo limitada, precaria, sostenida por un hilo tan delgado que sentía que en cualquier momento podría romperse.Pero eso no me detendría.
La paciencia no era una de mis virtudes, y Santiago Ferrer estaba llevándome al límite.Desde la mañana, había mantenido esa frialdad impenetrable conmigo, esa distancia medida que dejaba claro que ahora volvía a verme como una amenaza. No importaba que apenas un día antes hubiéramos hecho una tregua incómoda, ni que él mismo hubiera aceptado que trabajáramos juntos para encontrar al verdadero culpable.No.Algo había cambiado.Y yo sabía exactamente qué era.Me vio.Me vio entrar en ese café, me vio con él.Y aunque Santiago no me lo había dicho directamente, no necesitaba hacerlo. Su actitud, su manera de ignorarme de forma tan deliberada, su expresión tensa y cerrada cada vez que nuestros caminos se cruzaban en la oficina, todo era una maldita confirmación de que en su cabeza ya había sacado sus propi