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Había algo diferente en Santiago.

No era un cambio drástico, no era algo que pudiera señalar con precisión, pero estaba ahí.

En la manera en que sus órdenes ya no eran tan cortantes, en cómo sus miradas, aunque aún intensas, parecían menos filosas. En cómo ya no había esa frialdad impenetrable entre nosotros, sino una especie de tregua silenciosa que ninguno de los dos se atrevía a nombrar.

La tensión no había desaparecido, claro. Seguía latente, vibrando bajo la superficie como un cable eléctrico expuesto. Pero había cambiado de forma, transformándose en algo más complejo, algo que no sabía si debía preocuparme o intrigarme.

Trabajar juntos en la investigación del espía dentro de la empresa no había sido fácil.

No porque Santiago no tomara en cuenta mis hallazgos, sino porque su confianza en mí seguía siendo limitada, precaria, sostenida por un hilo tan delgado que sentía que en cualquier momento podría romperse.

Pero eso no me detendría.

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