21

El aire en la oficina había cambiado. No sabía exactamente cómo describirlo, pero podía sentirlo. Era diferente.

Era Santiago.

Desde mi confesión, él no me trataba igual. Ya no estaba la sospecha latente en sus ojos ni la hostilidad en su voz. Pero tampoco la frialdad con la que solía manejarlo todo.

Ahora, había algo más. Algo más peligroso.

Era como si, al contarle la verdad, hubiera cruzado un umbral invisible, uno del que no podía volver atrás.

Santiago me observaba más.

No de la forma en que lo hacía antes, con esa mirada de desafío, como si estuviera esperando que cometiera un error.

Ahora, su mirada era más analítica, más calculadora. Y lo peor de todo…

Más protectora.

Pero no lo mencionaba.

No hablaba de nuestra conversación en el restaurante.

No hablaba de lo que ahora sabía.

Solo lo dejaba ahí, flotando entre nosotros como una amenaza silenciosa.

Intenté convencerme de que todo podía seguir igual. Que nada había cambiado. Que podía mantenerlo al margen de mi vida. Pero estab
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