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El silencio en el auto era ensordecedor.

Podía sentir su respiración pesada, su mirada ardiendo en el costado de mi rostro mientras intentaba procesar todo lo que acababa de pasar.

El rescate.

El miedo.

El ataque.

Mi apellido.

Mi maldita sangre.

No podía mirarlo.

No después de lo que había visto en sus ojos cuando irrumpió en ese almacén y me encontró esposada, golpeada, vulnerada de una forma que nunca antes había permitido.

Y lo peor de todo…

No podía ignorar lo que había visto en mí.

Porque, por primera vez, me había sentido protegida.

Por él.

Santiago golpeó el volante con la palma abierta, rompiendo el silencio con un gesto lleno de furia contenida.

—Esto no va a seguir pasando.

Su voz era baja.

Cargada de una determinación peligrosa.

Me obligué a girar lentamente hacia él, mi cuerpo aún demasiado tenso, mi respiración aún irregular.

—Santiago…

—No.

Su respuesta fue inmediata, tajante.

No había margen de discusión.

Se volvió hacia mí, con esa mirada oscura y feroz que parecía dev
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