27

El mensaje llegó de madrugada.

Vibraciones cortas, insistentes, arrancándome del sueño con la misma precisión que un cuchillo deslizándose por mi piel.

Por un segundo, me aferré a la sensación de las sábanas contra mi cuerpo, al leve resplandor de la ciudad filtrándose por mi ventana, a la falsa paz que me ofrecían esos breves instantes en los que todavía no estaba despierta del todo.

Pero la realidad me encontró de golpe.

Cuando tomé el teléfono de la mesita de noche y vi el mensaje encriptado en mi pantalla, supe que el sueño había terminado.

"El tiempo se acaba. O vuelves a casa, o te conviertes en un problema. Decide, Sofía."

Mi cuerpo entero se tensó.

Mi padre nunca usaba su propio número. Nunca enviaba mensajes directos. Siempre encontraba una forma más sutil de hacerse notar, de recordarme que, a pesar de la distancia, a pesar de las rejas, seguía estando presente.

Pero esta vez…

Esta vez no había sido sutil.

No había sido una advertencia disfrazada de preocupación.

Era una ord
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