30

El aire aún olía a pólvora.

A peligro.

A muerte.

El caos en la empresa había sido contenido, pero las huellas del enfrentamiento seguían allí: el suelo cubierto de vidrios rotos, las marcas de bala en la pared, la sensación de que, en cualquier momento, alguien más podría aparecer y continuar lo que había quedado inconcluso.

Pero esta vez…

Esta vez no había más guerra.

Esta vez habíamos ganado.

Santiago estaba a mi lado, con la camisa manchada de sangre que no era suya, su respiración aún pesada, su mirada oscura mientras observaba cómo la policía se llevaba a los hombres que habían intentado matarnos.

A los traidores.

A la gente que había vendido información a mi familia.

El final llegó de golpe, como una ejecución rápida, como un castigo esperado.

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