El peligro no había desaparecido. Solo había cambiado de forma.
Después de la nota en mi departamento, después del escalofrío que recorrió mi espalda al darme cuenta de que alguien había estado en mi espacio, en mi vida, sin que yo lo supiera, Santiago y yo supimos que la tregua había sido una ilusión.
No habíamos ganado.
Solo nos habían dado un respiro.
Y ahora, la cacería había comenzado de nuevo.
Pasamos la noche en su departamento.
No discutimos la decisión.
Santiago simplemente tomó mis llaves, metió mi maleta en su auto y me llevó con él sin decir una sola palabra.
Su protección no era negociable.
Lo supe en el momento en que cerró la puerta con seguro, en la forma en que inspeccionó cada ventana antes de dejarme sola en su habitación mientras él se quedaba en el sofá, con su pistola cargada sobre la mesa de centro y su mandíbula tensa.
No dormimos.
Él porque estaba en alerta.
Yo porque no podí
La llamada llegó a media tarde.El nombre no apareció en la pantalla, solo un número desconocido. Pero supe quién era antes de siquiera contestar.El pasado siempre encuentra la forma de alcanzarte.Lo supe cuando llevé el teléfono al oído y escuché la voz grave y pausada al otro lado de la línea.—Sofía.El aire en la oficina se volvió más denso.Mi estómago se contrajo.Había muchas cosas que esperaba después de todo lo que había pasado.Pero esto…Esto no estaba en la lista.—¿Cómo conseguiste este número? —mi voz salió más fuerte de lo que esperaba.Mi padre rió bajo.—Aún tengo amigos, princesa.Odié la forma en la que esa palabra hizo que mi piel se erizara.Porque ese "princesa" no er
El silencio se había convertido en nuestro idioma.Desde que dejamos la prisión, desde que la verdad sobre su familia quedó suspendida entre nosotros como un cuchillo a punto de caer, Santiago y yo no habíamos hablado más de lo necesario.Pero eso no significaba que lo habíamos ignorado.Sabíamos que la verdad estaba ahí, esperando, latiendo bajo la superficie como una herida que se niega a cerrar.Y cuando la realidad finalmente nos golpeó, lo hizo con más fuerza de la que esperaba.Santiago desapareció por dos días.No respondió mis llamadas.No contestó mis mensajes.No apareció en la oficina.Y cuando finalmente lo hizo, su expresión lo dijo todo.Estaba más serio que nunca, su mirada oscura, su postura rígida, como si cada fibra de su cuerpo estuviera conteniéndose.No hablamos ahí.Nos dirigimos directamente a su departamento.Sabíamos que lo que estaba por decir no podía ser escuchado p
El vacío se sentía peor que la rabia.Peor que el miedo.Peor que la traición.Era una sensación que se extendía por mi piel, filtrándose en mis huesos, en mi respiración, en mis pensamientos. Un abismo silencioso que se abría entre Santiago y yo, convirtiéndolo en alguien ajeno.Después de la verdad sobre su padre, me fui sin mirar atrás.Pero el problema con el amor es que no desaparece solo porque lo decidas.No se corta de raíz, no se apaga como una vela.Santiago Ferrer aún vivía en mí.En mis recuerdos.En cada maldito latido de mi corazón.Y eso hacía que estar lejos de él se sintiera como si me arrancaran la piel a tiras.Pero no podía volver.No después de saber lo que sabía.No después de haber visto con mis propios ojos lo que su f
Su silencio fue peor que cualquier mentira.Permanecí de pie junto a la mesa, mi respiración acelerada, mi pulso desbocado, sintiendo la mirada penetrante de Santiago clavada en la mía. Martínez, con su sonrisa burlona y su actitud relajada, tomó su vaso de whisky y dio un sorbo, disfrutando el espectáculo.—Ferrer, tu chica parece molesta —comentó con diversión.Ignoré a Martínez.Santiago también.Su atención estaba completamente enfocada en mí, en el desafío en mis ojos, en la rabia contenida que hervía en mi pecho.Finalmente, habló.—Estoy tratando de protegerte.Mi mandíbula se tensó.—¿De qué? ¿De ti mismo?Su rostro permaneció inmutable, pero vi el destello de algo en sus ojos. Algo parecido a la culpa.Me incliné lig
El monitor cardíaco emitía un pitido constante y rítmico.Ese sonido se había vuelto el ancla de mi cordura en las últimas horas.Porque mientras siguiera escuchándolo, significaba que Santiago Ferrer seguía con vida.Mi mano aún descansaba sobre la suya, mis dedos aferrándose a él como si mi contacto pudiera mantenerlo aquí, conmigo.No sé cuántas horas habían pasado desde que llegué al hospital.Tal vez eran dos.Tal vez diez.Tal vez una eternidad.Pero no me moví.No me permití cerrar los ojos ni por un segundo.Porque después de todo lo que habíamos vivido, después de las mentiras, los secretos y las traiciones, la única verdad que realmente importaba era que no podía perderlo.No lo soportaría.No lo sobreviviría.El pitid
Las palabras en la pantalla parecían arder en mi piel."Si no lo dejas, él será el siguiente."No había remitente.No había explicación.Solo esa advertencia.Una promesa envuelta en amenaza.Sentí un escalofrío recorrerme la espalda mientras la realidad me golpeaba como un puño cerrado en el estómago.No se trataba de mí.Nunca se había tratado solo de mí.Era Santiago.Era su vida.Su seguridad.Su futuro.Si me quedaba a su lado, lo destruiría.Y no podía permitirlo.No después de todo lo que habíamos pasado.No después de haberlo encontrado solo para perderlo de la peor manera posible.***No dormí esa noche.Me quedé en la silla junto a su cama, observándolo en la penumbra del hospital, memoriz
La decisión ya estaba tomada.Desde el momento en que vi ese mensaje en mi teléfono, supe lo que tenía que hacer.Si quería salvar a Santiago, tenía que alejarme de él.Si quería asegurarme de que la mafia no lo tocara, tenía que ofrecer algo a cambio.Algo que solo yo podía darles.Algo que él nunca permitiría.Por eso estaba aquí.De pie en un almacén abandonado, esperando a un fantasma del pasado.El aire olía a óxido y humedad, la luz tenue de una lámpara parpadeante proyectaba sombras alargadas en las paredes sucias.Mis manos estaban frías, pero mi resolución era firme.Había enviado un mensaje a la única persona que podía arreglar esto.El único que tenía el poder de negociar en este mundo al que alguna vez había pertenecido.Y
El auto rugía contra el asfalto, devorando la carretera con una urgencia que sentía arder en mi propia piel.El viento se filtraba por las ventanas entreabiertas, azotando mi cabello, mezclándose con la respiración acelerada que no podía controlar.Santiago conducía con el ceño fruncido, su mandíbula apretada, sus dedos firmes alrededor del volante como si estuviera sosteniendo algo más que un auto.Como si estuviera sosteniendo mi vida.Como si intentara controlar lo incontrolable.Porque sabíamos lo que significaba esto.Sabíamos que, sin importar cuánto corriéramos, la mafia nos encontraría.Sabíamos que no teníamos mucho tiempo.Una semana.Eso nos había dado Guillermo Beltrán.Pero no habíamos esperado a que el reloj se agotara.No éramos estúpidos.S