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El vacío se sentía peor que la rabia.

Peor que el miedo.

Peor que la traición.

Era una sensación que se extendía por mi piel, filtrándose en mis huesos, en mi respiración, en mis pensamientos. Un abismo silencioso que se abría entre Santiago y yo, convirtiéndolo en alguien ajeno.

Después de la verdad sobre su padre, me fui sin mirar atrás.

Pero el problema con el amor es que no desaparece solo porque lo decidas.

No se corta de raíz, no se apaga como una vela.

Santiago Ferrer aún vivía en mí.

En mis recuerdos.

En cada maldito latido de mi corazón.

Y eso hacía que estar lejos de él se sintiera como si me arrancaran la piel a tiras.

Pero no podía volver.

No después de saber lo que sabía.

No después de haber visto con mis propios ojos lo que su f

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