El vacío se sentía peor que la rabia.
Peor que el miedo.
Peor que la traición.
Era una sensación que se extendía por mi piel, filtrándose en mis huesos, en mi respiración, en mis pensamientos. Un abismo silencioso que se abría entre Santiago y yo, convirtiéndolo en alguien ajeno.
Después de la verdad sobre su padre, me fui sin mirar atrás.
Pero el problema con el amor es que no desaparece solo porque lo decidas.
No se corta de raíz, no se apaga como una vela.
Santiago Ferrer aún vivía en mí.
En mis recuerdos.
En cada maldito latido de mi corazón.
Y eso hacía que estar lejos de él se sintiera como si me arrancaran la piel a tiras.
Pero no podía volver.
No después de saber lo que sabía.
No después de haber visto con mis propios ojos lo que su f
Su silencio fue peor que cualquier mentira.Permanecí de pie junto a la mesa, mi respiración acelerada, mi pulso desbocado, sintiendo la mirada penetrante de Santiago clavada en la mía. Martínez, con su sonrisa burlona y su actitud relajada, tomó su vaso de whisky y dio un sorbo, disfrutando el espectáculo.—Ferrer, tu chica parece molesta —comentó con diversión.Ignoré a Martínez.Santiago también.Su atención estaba completamente enfocada en mí, en el desafío en mis ojos, en la rabia contenida que hervía en mi pecho.Finalmente, habló.—Estoy tratando de protegerte.Mi mandíbula se tensó.—¿De qué? ¿De ti mismo?Su rostro permaneció inmutable, pero vi el destello de algo en sus ojos. Algo parecido a la culpa.Me incliné lig
El monitor cardíaco emitía un pitido constante y rítmico.Ese sonido se había vuelto el ancla de mi cordura en las últimas horas.Porque mientras siguiera escuchándolo, significaba que Santiago Ferrer seguía con vida.Mi mano aún descansaba sobre la suya, mis dedos aferrándose a él como si mi contacto pudiera mantenerlo aquí, conmigo.No sé cuántas horas habían pasado desde que llegué al hospital.Tal vez eran dos.Tal vez diez.Tal vez una eternidad.Pero no me moví.No me permití cerrar los ojos ni por un segundo.Porque después de todo lo que habíamos vivido, después de las mentiras, los secretos y las traiciones, la única verdad que realmente importaba era que no podía perderlo.No lo soportaría.No lo sobreviviría.El pitid
Las palabras en la pantalla parecían arder en mi piel."Si no lo dejas, él será el siguiente."No había remitente.No había explicación.Solo esa advertencia.Una promesa envuelta en amenaza.Sentí un escalofrío recorrerme la espalda mientras la realidad me golpeaba como un puño cerrado en el estómago.No se trataba de mí.Nunca se había tratado solo de mí.Era Santiago.Era su vida.Su seguridad.Su futuro.Si me quedaba a su lado, lo destruiría.Y no podía permitirlo.No después de todo lo que habíamos pasado.No después de haberlo encontrado solo para perderlo de la peor manera posible.***No dormí esa noche.Me quedé en la silla junto a su cama, observándolo en la penumbra del hospital, memoriz
La decisión ya estaba tomada.Desde el momento en que vi ese mensaje en mi teléfono, supe lo que tenía que hacer.Si quería salvar a Santiago, tenía que alejarme de él.Si quería asegurarme de que la mafia no lo tocara, tenía que ofrecer algo a cambio.Algo que solo yo podía darles.Algo que él nunca permitiría.Por eso estaba aquí.De pie en un almacén abandonado, esperando a un fantasma del pasado.El aire olía a óxido y humedad, la luz tenue de una lámpara parpadeante proyectaba sombras alargadas en las paredes sucias.Mis manos estaban frías, pero mi resolución era firme.Había enviado un mensaje a la única persona que podía arreglar esto.El único que tenía el poder de negociar en este mundo al que alguna vez había pertenecido.Y
El auto rugía contra el asfalto, devorando la carretera con una urgencia que sentía arder en mi propia piel.El viento se filtraba por las ventanas entreabiertas, azotando mi cabello, mezclándose con la respiración acelerada que no podía controlar.Santiago conducía con el ceño fruncido, su mandíbula apretada, sus dedos firmes alrededor del volante como si estuviera sosteniendo algo más que un auto.Como si estuviera sosteniendo mi vida.Como si intentara controlar lo incontrolable.Porque sabíamos lo que significaba esto.Sabíamos que, sin importar cuánto corriéramos, la mafia nos encontraría.Sabíamos que no teníamos mucho tiempo.Una semana.Eso nos había dado Guillermo Beltrán.Pero no habíamos esperado a que el reloj se agotara.No éramos estúpidos.S
La sangre cubría sus manos.Se filtraba entre sus dedos, empapando su camisa, tiñéndolo todo de rojo.Santiago apenas podía respirar.El peso en su pecho era insoportable, como si un puño de hierro se aferrara a sus pulmones, impidiéndole inhalar.Pero no se detuvo.No podía detenerse.Condujo como un lunático, con el pie aplastando el acelerador, con las sirenas de la policía y las luces de la ciudad parpadeando a su alrededor.Pero nada importaba.Solo Sofía.Solo ella, con la cabeza apoyada en su pecho, su piel pálida, su respiración débil, su vida escapando entre sus manos.—Aguanta, Sofía —susurró, sin importarle que no pudiera escucharlo.Que tal vez…No.No iba a terminar así.No ahora.No cuando al fin la tenía.Las puertas del h
El mundo regresó lentamente.Primero fue la sensación de pesadez en los párpados, como si estuvieran hechos de plomo. Luego, el olor a desinfectante y la extraña frialdad de las sábanas contra mi piel.Había un pitido suave en el fondo, constante, acompasado.Mi pecho subía y bajaba con esfuerzo, como si cada respiración fuera una batalla.Y entonces, el dolor.Profundo.Ardiendo en mi costado como un hierro candente.Solté un gemido bajo, mi cuerpo protestando al menor movimiento.—Sofía…Mi corazón tambaleó en mi pecho.Con esfuerzo, giré un poco el rostro.Santiago estaba ahí.Dormido junto a mi cama, con la cabeza apoyada en su brazo, su mano aferrada a la mía como si fuera lo único que lo mantenía en este mundo.Mi respiración se entrecortó.
La tormenta no había pasado.Estábamos respirando en el ojo del huracán, atrapados en un instante de calma antes de que el mundo volviera a derrumbarse sobre nosotros.Santiago lo sabía.Yo lo sabía.Y aunque por un breve momento nos permitimos fingir que podíamos quedarnos así, aferrándonos el uno al otro como si eso fuera suficiente, la verdad era que aún estábamos en peligro.Y si no hacíamos algo, la próxima vez no saldríamos con vida.—No podemos seguir huyendo.Santiago caminaba por la habitación del hospital con pasos pesados, su mandíbula apretada, su mirada afilada, como un depredador acechando enjaulado.Yo aún estaba en la cama, demasiado débil para ponerme de pie sin tambalearme, pero mi mente estaba más despierta que nunca.—No podemos seguir huyendo —repetí—, pero tampoco podemos esperar a que ellos vengan por nosotros.Nuestros ojos se encontraron.Había algo en los suyos que nunca antes había visto.Determinación absoluta.—Entonces acabamos con esto —dijo con una firme