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Su silencio fue peor que cualquier mentira.

Permanecí de pie junto a la mesa, mi respiración acelerada, mi pulso desbocado, sintiendo la mirada penetrante de Santiago clavada en la mía. Martínez, con su sonrisa burlona y su actitud relajada, tomó su vaso de whisky y dio un sorbo, disfrutando el espectáculo.

—Ferrer, tu chica parece molesta —comentó con diversión.

Ignoré a Martínez.

Santiago también.

Su atención estaba completamente enfocada en mí, en el desafío en mis ojos, en la rabia contenida que hervía en mi pecho.

Finalmente, habló.

—Estoy tratando de protegerte.

Mi mandíbula se tensó.

—¿De qué? ¿De ti mismo?

Su rostro permaneció inmutable, pero vi el destello de algo en sus ojos. Algo parecido a la culpa.

Me incliné lig

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