La decisión ya estaba tomada.
Desde el momento en que vi ese mensaje en mi teléfono, supe lo que tenía que hacer.
Si quería salvar a Santiago, tenía que alejarme de él.
Si quería asegurarme de que la mafia no lo tocara, tenía que ofrecer algo a cambio.
Algo que solo yo podía darles.
Algo que él nunca permitiría.
Por eso estaba aquí.
De pie en un almacén abandonado, esperando a un fantasma del pasado.
El aire olía a óxido y humedad, la luz tenue de una lámpara parpadeante proyectaba sombras alargadas en las paredes sucias.
Mis manos estaban frías, pero mi resolución era firme.
Había enviado un mensaje a la única persona que podía arreglar esto.
El único que tenía el poder de negociar en este mundo al que alguna vez había pertenecido.
Y
El auto rugía contra el asfalto, devorando la carretera con una urgencia que sentía arder en mi propia piel.El viento se filtraba por las ventanas entreabiertas, azotando mi cabello, mezclándose con la respiración acelerada que no podía controlar.Santiago conducía con el ceño fruncido, su mandíbula apretada, sus dedos firmes alrededor del volante como si estuviera sosteniendo algo más que un auto.Como si estuviera sosteniendo mi vida.Como si intentara controlar lo incontrolable.Porque sabíamos lo que significaba esto.Sabíamos que, sin importar cuánto corriéramos, la mafia nos encontraría.Sabíamos que no teníamos mucho tiempo.Una semana.Eso nos había dado Guillermo Beltrán.Pero no habíamos esperado a que el reloj se agotara.No éramos estúpidos.S
La sangre cubría sus manos.Se filtraba entre sus dedos, empapando su camisa, tiñéndolo todo de rojo.Santiago apenas podía respirar.El peso en su pecho era insoportable, como si un puño de hierro se aferrara a sus pulmones, impidiéndole inhalar.Pero no se detuvo.No podía detenerse.Condujo como un lunático, con el pie aplastando el acelerador, con las sirenas de la policía y las luces de la ciudad parpadeando a su alrededor.Pero nada importaba.Solo Sofía.Solo ella, con la cabeza apoyada en su pecho, su piel pálida, su respiración débil, su vida escapando entre sus manos.—Aguanta, Sofía —susurró, sin importarle que no pudiera escucharlo.Que tal vez…No.No iba a terminar así.No ahora.No cuando al fin la tenía.Las puertas del h
El mundo regresó lentamente.Primero fue la sensación de pesadez en los párpados, como si estuvieran hechos de plomo. Luego, el olor a desinfectante y la extraña frialdad de las sábanas contra mi piel.Había un pitido suave en el fondo, constante, acompasado.Mi pecho subía y bajaba con esfuerzo, como si cada respiración fuera una batalla.Y entonces, el dolor.Profundo.Ardiendo en mi costado como un hierro candente.Solté un gemido bajo, mi cuerpo protestando al menor movimiento.—Sofía…Mi corazón tambaleó en mi pecho.Con esfuerzo, giré un poco el rostro.Santiago estaba ahí.Dormido junto a mi cama, con la cabeza apoyada en su brazo, su mano aferrada a la mía como si fuera lo único que lo mantenía en este mundo.Mi respiración se entrecortó.
La tormenta no había pasado.Estábamos respirando en el ojo del huracán, atrapados en un instante de calma antes de que el mundo volviera a derrumbarse sobre nosotros.Santiago lo sabía.Yo lo sabía.Y aunque por un breve momento nos permitimos fingir que podíamos quedarnos así, aferrándonos el uno al otro como si eso fuera suficiente, la verdad era que aún estábamos en peligro.Y si no hacíamos algo, la próxima vez no saldríamos con vida.—No podemos seguir huyendo.Santiago caminaba por la habitación del hospital con pasos pesados, su mandíbula apretada, su mirada afilada, como un depredador acechando enjaulado.Yo aún estaba en la cama, demasiado débil para ponerme de pie sin tambalearme, pero mi mente estaba más despierta que nunca.—No podemos seguir huyendo —repetí—, pero tampoco podemos esperar a que ellos vengan por nosotros.Nuestros ojos se encontraron.Había algo en los suyos que nunca antes había visto.Determinación absoluta.—Entonces acabamos con esto —dijo con una firme
Cada paso que daba en aquella sala era una sentencia.Mi respiración era un eco controlado, mi pulso un tamborileo en mi pecho.No podía fallar.No podía mostrar debilidad.Los hombres que me rodeaban no eran el tipo de personas que te permitían un error.No cuando en sus ojos solo veían oportunidades.Oportunidades de poder.De control.De convertirte en su propiedad.Pero yo no era una maldita moneda de cambio.Y aunque mi postura era relajada, aunque mis labios sostenían una ligera sonrisa de aceptación, por dentro estaba afilando cada uno de mis instintos, preparándome para el momento en que todo se derrumbara.Porque lo haría.Sabía que tarde o temprano mi tapadera se desmoronaría.Y cuando eso pasara, tenía que estar lista.—Es bueno verte entrar en razón, Sofía.La voz de Guillermo Beltrán me recorrió la espalda como un escalofrío.Giré el rostro con la calma estudiada de alguien que estaba acostumbrado a lidiar con hombres como él.O al menos, así debía parecer.—Supongo que si
El aire en la habitación cambió.Lo sentí antes de verlo.Un ligero cambio en la tensión, un peso invisible que se filtró en el ambiente como un veneno sutil.Algo no estaba bien.Guillermo aún sonreía, satisfecho con mi supuesta rendición, pero sus ojos... sus ojos decían otra cosa.Desconfianza.Duda.Maldición.Mantuve mi postura relajada, pero cada fibra de mi cuerpo estaba alerta, preparada para correr, para pelear, para hacer lo que fuera necesario.Mi teléfono vibró nuevamente en mi b
El auto rugió contra la carretera, devorando kilómetros mientras el peligro se desvanecía en el espejo retrovisor.Pero no importaba cuánto corriéramos.No importaba qué tan lejos llegáramos.El peligro nos seguiría hasta que uno de los dos bandos desapareciera por completo.Santiago estaba recostado contra el asiento, con el rostro pálido, el ceño fruncido por el dolor.Su camisa estaba empapada de sangre en el costado, y aunque intentaba mantenerse firme, podía ver cómo su respiración era cada vez más pesada.Yo estaba herida, pero su dolor me dolía más.
El ascensor emitió un pitido seco cuando alcanzó el piso veinte. Mi reflejo en las paredes metálicas me devolvió una mirada nerviosa. Ajusté por enésima vez mi blusa blanca, asegurándome de que cada botón estuviera en su lugar. “Tranquila, Sofía”, me dije en voz baja. El susurro apenas logró calmar el latido frenético de mi corazón.Era mi primer día en Ferrer & Asociados, una de las firmas más prestigiosas de diseño y marketing en la ciudad. Conseguir este trabajo no había sido sencillo. Cinco entrevistas, dos pruebas prácticas, y un agotador proceso de selección que, honestamente, me había dejado con la sensación de que nunca sería suficiente. Pero aquí estaba, con el contrato firmado y la oportunidad de demostrarme —y al mundo— que tenía lo que se necesitaba para destacar.El ascensor se detuvo con un suave tirón, y las puertas se abrieron hacia un vestíbulo impecable. Mármol blanco, líneas minimalistas, y una sensación de lujo moderno que me hizo sentir fuera de lugar. Respiré hon