29

El aire estaba cargado de electricidad, denso, impregnado con esa tensión insoportable que precede a una tormenta.

La diferencia era que esta tormenta no traía lluvia.

Traía muerte.

Traía sangre.

Y esta vez, no había escapatoria.

Lo supe en el instante en que recibí la llamada de Laura a primera hora de la mañana.

—Algo anda mal —susurró al otro lado de la línea—. Hay movimiento en la empresa, gente entrando y saliendo, pero no son empleados.

Me levanté de golpe, ignorando el mareo que se apoderó de mí al instante.

—¿Quiénes son?

—No lo sé —su voz tembló—. Pero esto no es normal.

El miedo me recorrió la espalda con dedos helados.

La mafia se estaba moviendo.

Estaban listos para atacar.

Colgué sin despedirme y me giré de i

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