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La guerra había comenzado.

Lo supe en el momento en que Santiago apareció en mi departamento con la camisa manchada de sangre seca y la mandíbula apretada, su mirada ardiendo con una furia contenida que nunca antes había visto en él.

—¿Qué pasó? —pregunté, mi voz apenas un susurro.

Cerró la puerta detrás de él con un golpe seco y se pasó una mano por el cabello, exhalando con fuerza.

—Ahora vienen por mí también.

Mi estómago se contrajo.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque intentaron matarme.

El aire me abandonó los pulmones.

Mi corazón se desbocó.

Dio un paso hacia mí, sus ojos oscuros clavados en los míos.

—Esto ya no se trata solo de ti, Sofía.

Sus palabras fueron un golpe.

Porque sabía que ten

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