Mis manos temblaban.No debía hacerlo. No debía sentirme así. No debía dejar que Santiago Ferrer tuviera este efecto en mí. Pero aquí estaba, sentada en una mesa discreta en la parte más apartada de un restaurante poco concurrido, con las uñas clavadas en las palmas y el estómago hecho un nudo.Lo había citado aquí porque no podía hacerlo en la oficina. No podía hablar de esto en un lugar donde cualquier persona pudiera escucharme. No podía correr el riesgo.Porque lo que estaba a punto de decirle a Santiago lo cambiaría todo.El sonido de la puerta abriéndose me hizo levantar la cabeza. Y ahí estaba él.Santiago Ferrer.Perfectamente compuesto. Alto, con su traje impecable, con esa mirada indescifrable que nunca delataba nada, que lo volvía tan inaccesible, tan imposible de leer.Mis pulmones olvidaron cómo funcionar cuando sus ojos se posaron en los míos.Sin saludar, sin una palabra innecesaria, caminó directamente hacia mí,
La confesión seguía flotando en el aire entre nosotros, tan densa que apenas podía respirar.Santiago Ferrer no era un hombre fácil de leer. Siempre tenía el control absoluto de su expresión, de su tono, de cada palabra que pronunciaba. Pero esta vez, no estaba segura de qué pasaba por su mente.¿Me delataría? ¿Se alejaría? ¿Me despediría de inmediato y me sacaría de su vida como si nunca hubiera existido?Cada segundo que pasaba en silencio, con su mirada fija en la mía, sentía cómo el pánico se enroscaba en mi pecho, apretándome con fuerza.No debía haberle dicho nada. No debía haberle dado esta información. Me había arriesgado demasiado, y ahora no podía hacer otra cosa más que esperar su veredicto. Pero entonces, después de lo que pareció una eternidad, Santiago exhaló lentamente.No de rabia. No de sorpresa. Era algo más. Algo más peligroso.—No confío en ti —dijo, con su voz baja y afilada como una hoja de navaja—. Pero tampoco dejaré que te hundan.Mis ojos se abrieron ligerame
El aire en la oficina había cambiado. No sabía exactamente cómo describirlo, pero podía sentirlo. Era diferente.Era Santiago.Desde mi confesión, él no me trataba igual. Ya no estaba la sospecha latente en sus ojos ni la hostilidad en su voz. Pero tampoco la frialdad con la que solía manejarlo todo.Ahora, había algo más. Algo más peligroso.Era como si, al contarle la verdad, hubiera cruzado un umbral invisible, uno del que no podía volver atrás.Santiago me observaba más.No de la forma en que lo hacía antes, con esa mirada de desafío, como si estuviera esperando que cometiera un error.Ahora, su mirada era más analítica, más calculadora. Y lo peor de todo…Más protectora.Pero no lo mencionaba.No hablaba de nuestra conversación en el restaurante.No hablaba de lo que ahora sabía.Solo lo dejaba ahí, flotando entre nosotros como una amenaza silenciosa.Intenté convencerme de que todo podía seguir igual. Que nada había cambiado. Que podía mantenerlo al margen de mi vida. Pero estab
El eco de sus palabras todavía me perseguía."Ya no puedes manejar esto sola, Sofía. Ahora estoy involucrado."Cada vez que cerraba los ojos, escuchaba su voz, sentía la firmeza en su tono, la determinación en su mirada. Santiago Ferrer no era un hombre que hablara en vano. No hacía promesas vacías. No decía cosas que no pensara cumplir.Y eso me aterraba más de lo que estaba dispuesta a admitir.Porque si Santiago estaba decidido a involucrarse, significaba que no se detendría hasta descubrir la verdad.Toda la verdad.Y yo no podía permitir eso.No podía dejar que él escarbara más profundo.Porque si lo hacía…Si lo hacía, iba a encontrar a Víctor Del Valle.Mi padre.El hombre cuya sombra seguía persiguiéndome, sin importar cuánto corriera.El hombre que, a pesar de estar encerrado tras las rejas, aún tenía poder.Poder suficiente para que alguien intentara atacarme en un estacionamiento.Poder suficiente para que, después de todo este tiempo, todavía lo temieran.Necesitaba respue
El cambio fue sutil.No hubo declaraciones, ni acuerdos explícitos, ni siquiera una conversación que pusiera todo en perspectiva. Pero después de esa noche en la prisión, después de que Santiago me siguió y me miró con esa expresión indescifrable, algo entre nosotros se fracturó y se volvió otra cosa.Él ya no me veía como antes.Y yo tampoco lo veía igual.No podía ignorarlo.No podía seguir pretendiendo que no existía esta tensión, esta energía que parecía envolverse alrededor de nosotros cada vez que estábamos en la misma habitación.Después del ataque en el estacionamiento, Santiago se convirtió en una sombra constante en mi vida.No importaba cuánto intentara seguir con mi rutina, cuánto intentara fingir que nada había cambiado, él siempre estaba ahí.Caminando junto a mí en los pasillos de la oficina.Apareciendo de la nada en los momentos en los que menos lo esperaba.Mencionando cosas que no debería saber sobre mis horarios, sobre mis movimientos.Era inquietante.Pero lo peor
No había paz en mi cabeza.Desde el momento en que aquel hombre me atacó en el estacionamiento, todo se había convertido en una maraña de sospechas, dudas y preguntas sin respuestas.Quién era.Quién lo había enviado.Qué querían realmente de mí.Las palabras de mi padre en la prisión resonaban en mi mente como una advertencia escrita en fuego: “No importa cuántas veces huyas, seguirán buscándote”.No quería creerlo.No quería aceptar que, por más que intentara construir una vida diferente, las sombras de mi apellido seguirían persiguiéndome.Pero la verdad estaba ahí, clara y brutal.Mi mundo nunca había sido realmente mío.Siempre había sido un reflejo de lo que mi familia representaba.Y ahora, alguien estaba tratando de usarme para llegar a ellos.No iba a permitirlo.Mi investigación no fue fácil.El hombre que me atacó en el estacionamiento era un fantasma.Sin huellas, sin registros recientes, como si solo existiera en los rincones más oscuros de la ciudad.Pero la mafia no ope
El sabor del miedo es metálico.Áspero.Invasivo.Se filtra por tu lengua, se instala en tu garganta y se enreda en tu respiración hasta que cada bocanada de aire se siente como una lucha.Eso fue lo primero que entendí cuando desperté.El frío del suelo de concreto se filtraba a través de mi piel, helándome hasta los huesos. Había algo seco en mis labios, un rastro de sangre que apenas podía distinguir en la penumbra de la habitación.Mis muñecas ardían.Intenté moverlas, pero el sonido de metal contra metal me confirmó lo que temía.Esposas.Jadeé, mi pecho subiendo y bajando con rapidez, intentando entender dónde estaba.El lugar olía a humedad y óxido.No era una bodega.No era un sótano.Era algo peor.Era un sitio sin nombre, un rincón olvidado donde las personas desaparecían sin dejar rastro.Mi estómago se contrajo cuando la realidad me golpeó de lleno.Me habían secuestrado.Mis pensamientos regresaron con violencia.El recuerdo de salir de la oficina, de caminar hasta mi aut
El silencio en el auto era ensordecedor.Podía sentir su respiración pesada, su mirada ardiendo en el costado de mi rostro mientras intentaba procesar todo lo que acababa de pasar.El rescate.El miedo.El ataque.Mi apellido.Mi maldita sangre.No podía mirarlo.No después de lo que había visto en sus ojos cuando irrumpió en ese almacén y me encontró esposada, golpeada, vulnerada de una forma que nunca antes había permitido.Y lo peor de todo…No podía ignorar lo que había visto en mí.Porque, por primera vez, me había sentido protegida.Por él.Santiago golpeó el volante con la palma abierta, rompiendo el silencio con un gesto lleno de furia contenida.—Esto no va a seguir pasando.Su voz era baja.Cargada de una determinación peligrosa.Me obligué a girar lentamente hacia él, mi cuerpo aún demasiado tenso, mi respiración aún irregular.—Santiago…—No.Su respuesta fue inmediata, tajante.No había margen de discusión.Se volvió hacia mí, con esa mirada oscura y feroz que parecía dev