18

El reloj en la sala de juntas marcaba casi las once de la noche cuando la reunión finalmente terminó.

El aire estaba cargado de agotamiento y tensión, los últimos rastros de adrenalina de la auditoría interna aún flotaban en el ambiente. Algunos de mis compañeros recogían sus cosas con movimientos pesados, listos para largarse de allí lo antes posible.

Yo solo quería lo mismo. Salir. Respirar. Dejar atrás el día, la empresa, las miradas que todavía sentía sobre mí aunque ahora estuviera libre de sospechas.

Cuando me levanté de mi asiento y me dirigí a la puerta, Santiago me alcanzó con su paso firme e implacable.

—Te llevo a casa.

Me detuve en seco.

Lo miré, sin estar segura de haber escuchado bien.

Él no repitió la oferta.

Solo se quedó ahí, con su traje perfectamente ajustado, con esa expresión neutra que, después de todo este tiempo, sabía que escondía demasiado.

Una parte de mí quería negarse de inmediato. Después de todo, ya no éramos aliados ni enemigos. Solo éramos dos personas
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