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El pasillo hacia la oficina de Santiago se sentía más largo de lo normal. Cada paso resonaba en el suelo de mármol con una pesadez insoportable, como si mi propio cuerpo supiera que no debía ir, que estaba cruzando una línea invisible de la que no habría retorno.

El correo aún ardía en mi bandeja de entrada, las palabras simples pero ineludibles.

"Necesitamos hablar."

Nada más. Ninguna pista de lo que me esperaba al cruzar esa puerta.

Había pasado la última hora tratando de descifrar su intención.

¿Me diría que olvidáramos lo del ascensor? ¿Que había sido un error? ¿Que no debía mencionarlo nunca más?

O peor aún, ¿me diría que eso no había significado nada?

Intenté convencerme de que eso era lo mejor, que si Santiago fingía que nada había pasado, entonces yo también podría hacerlo.

Pero entonces, ¿por qué mi corazón latía con tanta fuerza?

Respiré hondo y llamé a la puerta.

Un segundo después, su voz resonó desde el interior.

—Adelante.

Empujé la puerta y entré con la espalda recta, e
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