El café estaba caliente en mis manos mientras repasaba mentalmente las tareas del día. Las luces fluorescentes de la oficina iluminaban cada rincón con una claridad casi quirúrgica, haciendo que el ambiente fuera tan frío como imponente. Era temprano, pero ya podía sentir cómo el día se avecinaba con un peso particular, como si el aire tuviera una densidad distinta. Algo estaba por suceder, lo sabía.
Me senté en mi escritorio, dejando que los aromas del café recién preparado llenaran mis sentidos. Aún estaba organizando mis ideas cuando escuché el sonido inconfundible de los pasos de Santiago Ferrer acercándose. Siempre caminaba con una firmeza que hacía imposible ignorarlo, como si cada paso anunciara su presencia antes de que cruzara la puerta.
Miré de reojo, intentando no parecer demasiado evidente, y ahí estaba él, impecable como siempre, con su traje gris oscuro perfectamente ajustado, sosteniendo una carpeta de cuero negro en una mano y un teléfono en la otra. Su expresión era severa, como si ya estuviera insatisfecho con algo que nadie más había notado.
—Señorita Del Valle —dijo con un tono cortante mientras se detenía frente a mi escritorio.
Levanté la vista rápidamente, intentando parecer compuesta a pesar de la súbita presión que su sola presencia ejercía sobre mí.
—Sí, señor Ferrer.
Colocó la carpeta sobre mi escritorio con un movimiento controlado. Era un gesto simple, pero la forma en que lo hizo tenía un peso que me dejó casi sin aliento.
—Esto es para usted. —Su tono era tan neutral como siempre, pero sus ojos me estudiaban con una intensidad que me hacía sentir como si estuviera bajo un microscopio—. Es un proyecto clave para un cliente importante. Quiero que lo lidere.
Sentí cómo mi corazón daba un salto. ¿Un proyecto clave? ¿Yo? Apenas llevaba unas semanas en la empresa, y aunque sabía que estaba trabajando duro, no podía evitar preguntarme si esto era una oportunidad genuina o una forma de probarme, de empujarme al límite.
—Entendido. ¿Cuáles son los detalles?
—Todo lo necesario está en la carpeta. El cliente espera resultados rápidos, pero no se equivoque: no aceptaré nada menos que la perfección. —Su mirada era fría, pero había algo en ella, una chispa de desafío, como si estuviera esperando a ver si yo sería capaz de manejarlo—. Revíselo y tenga un plan preliminar listo para la reunión de mañana a las diez.
—Lo tendré, señor Ferrer —respondí, intentando sonar más segura de lo que me sentía.
Él asintió, pero no se movió de inmediato. Durante un instante, su mirada se suavizó, apenas perceptiblemente, y luego volvió a endurecerse.
—No me decepcione, señorita Del Valle.
Y con eso, se giró y se alejó, dejándome con una carpeta llena de expectativas y una montaña de presión que no sabía si estaba lista para soportar.
Abrí la carpeta con cuidado, casi como si estuviera manejando un artefacto peligroso. Dentro, había hojas llenas de información: gráficos, estadísticas, correos electrónicos impresos y un resumen de las expectativas del cliente. Mi mente empezó a trabajar de inmediato, analizando cada detalle y tratando de organizarlo en algo coherente.
Las horas pasaron en un parpadeo. Me sumergí por completo en el proyecto, olvidando incluso comer. Cada vez que encontraba una solución o hacía un avance, un pequeño destello de orgullo me recorría, pero también estaba la constante presión de saber que esto no era suficiente. Nada lo sería hasta que Santiago diera su aprobación.
El sonido de una silla arrastrándose me sacó de mis pensamientos. Laura, mi colega, se acercó con una sonrisa cansada.
—¿Todo bien? —preguntó mientras miraba la carpeta abierta sobre mi escritorio.
—Sí, solo... tratando de descifrar todo esto.
Laura inclinó la cabeza para leer un poco y dejó escapar un silbido.
—¿Un proyecto de ese nivel? ¿Para ti? Santiago no suele confiar en nadie tan rápido.
—No creo que sea confianza. Creo que es una prueba.
—Bueno, entonces más vale que lo impresionemos.
“Impresionemos”. Esa palabra resonó en mi cabeza incluso después de que Laura regresara a su escritorio. No era solo mi reputación la que estaba en juego. El proyecto también reflejaría el trabajo de mi equipo, y eso añadía un peso extra que me mantenía alerta.
Cuando el reloj marcó las ocho de la noche, la oficina estaba casi vacía de nuevo. Me estiré en mi silla, sintiendo cómo mis músculos protestaban por estar tanto tiempo en la misma posición. Necesitaba un respiro, aunque fuera solo un momento para despejar la mente.
Me levanté y caminé hacia la pequeña cocina de la oficina, esperando encontrar un poco de café para mantenerme despierta. Pero, para mi sorpresa, no estaba sola. Santiago estaba allí, apoyado contra el mostrador con una taza en la mano.
—Trabajando hasta tarde, señorita Del Valle —comentó, sin apartar la mirada de su café.
—Quiero asegurarme de que el proyecto esté a la altura de sus expectativas, señor Ferrer.
Él me miró entonces, y por un momento, vi algo en sus ojos que no había visto antes. Algo que parecía humano, vulnerable incluso, pero desapareció tan rápido como había aparecido.
—Eso espero. —Su voz era baja, pero cargada de significado—. Este cliente es crucial para nosotros. No hay espacio para errores.
—Lo sé. Estoy trabajando en ello.
Él asintió y tomó un sorbo de su café. La tensión en el aire era palpable, como si ambos estuviéramos conscientes de que había más en juego que solo el proyecto. Pero ninguno de los dos estaba dispuesto a decirlo.
Finalmente, él rompió el silencio.
—Buena suerte, Sofía.
Mi nombre en sus labios me tomó por sorpresa. Era la primera vez que no me llamaba "señorita Del Valle", y el sonido de mi nombre pronunciado por él envió un escalofrío por mi espalda.
—Gracias, señor Ferrer.
Y con eso, se giró y salió de la cocina, dejándome sola con mis pensamientos y una taza de café que de repente sabía demasiado amarga.
Esa noche, mientras revisaba el proyecto una vez más antes de irme, no podía sacarme de la cabeza la forma en que me había mirado. Había algo en él que no podía descifrar, algo que me intrigaba y me asustaba al mismo tiempo.
Sabía que el trabajo en Ferrer y Asociados sería un desafío, pero no esperaba que el mayor desafío de todos fuera él.
De vuelta en mi escritorio, con el café ya frío junto a mí, el peso del proyecto seguía siendo opresivo. Cada detalle en la carpeta parecía gritar exigencias: "sé perfecta", "no falles", "impresiona a Santiago Ferrer". Había leído y releído las especificaciones tantas veces que las palabras se desdibujaban en mi mente, pero algo en mi interior no me dejaba detenerme.
Encendí una playlist de música instrumental, con la esperanza de que me ayudara a concentrarme. El suave sonido del piano llenó el espacio mientras mis dedos se movían rápidamente por el teclado. Cada clic del ratón y cada línea que ajustaba me acercaban a una presentación que, aunque provisional, sentía que podría cumplir con las expectativas... o al menos acercarse.
No pude evitar recordar el breve intercambio en la cocina. Su "buena suerte, Sofía" había resonado en mi mente durante horas. Santiago Ferrer no parecía ser el tipo de persona que ofreciera suerte a nadie. ¿Por qué a mí? ¿Era su forma de motivarme? ¿O estaba probando hasta dónde llegaría con algo tan simple como un gesto aparentemente amable?
Sacudí la cabeza y me obligué a concentrarme. Esto no era sobre él. Era sobre demostrar mi valía, sobre mostrar que podía manejar cualquier reto que me lanzaran.
Cuando terminé el borrador preliminar, me estiré en mi silla, sintiendo cómo cada músculo protestaba por el esfuerzo del día. El reloj marcaba las once de la noche, y la oficina estaba completamente vacía. Un silencio inquietante llenaba el espacio, roto solo por el débil zumbido de los fluorescentes. Apagué mi computadora y guardé todo en mi bolso, sintiéndome agotada pero satisfecha por el progreso.
Al salir del edificio, el aire fresco de la noche me golpeó, despejando un poco mi mente. Caminé hacia mi auto, sintiendo cómo el cansancio comenzaba a asentarse en mis huesos. La ciudad estaba tranquila a esas horas, con solo unas pocas luces parpadeando en las ventanas de los edificios cercanos.
Sin embargo, mientras conducía de regreso a casa, no podía sacarme de la cabeza la sensación de que este proyecto no era solo una prueba profesional. Había algo más, algo en la forma en que Santiago me miraba, en la manera en que escogía sus palabras. ¿Estaba midiendo mis capacidades o buscando algo más?
Cuando llegué a mi apartamento, dejé caer mi bolso en el sofá y me quité los tacones con un suspiro de alivio. La soledad del espacio, normalmente reconfortante, se sentía hoy como un recordatorio de lo mucho que dependía de este trabajo. Fui directamente a la cocina, buscando algo rápido para cenar antes de desplomarme en la cama.
Mientras comía un simple sándwich, mi teléfono vibró en la mesa. Miré la pantalla, y mi corazón dio un vuelco al ver un mensaje del correo corporativo. Era de Santiago.
"Señorita Del Valle, espero que el proyecto esté avanzando. Recuerde que mañana a las diez revisaremos su propuesta. No baje la guardia."
La formalidad de sus palabras era típica de él, pero no podía evitar sentir que había una advertencia velada en ese "no baje la guardia". Cerré el mensaje y dejé el teléfono a un lado, sintiendo cómo el peso de la responsabilidad volvía a instalarse en mis hombros.
Dormí poco esa noche, despertándome varias veces con ideas y ajustes que debía incluir. Finalmente, decidí levantarme temprano y llegar antes que nadie para pulir los últimos detalles.
Cuando llegué a la oficina, el lugar estaba vacío, salvo por la recepcionista que apenas levantó la mirada de su computadora para saludarme. Me dirigí a mi escritorio y abrí mi computadora, volviendo a sumergirme en el proyecto. Cada gráfico, cada estadística, cada punto debía ser impecable.
A medida que se acercaba la hora de la reunión, sentí cómo mi ansiedad crecía. Los minutos parecían avanzar demasiado rápido, y no podía evitar revisar mi trabajo una y otra vez. Finalmente, el reloj marcó las diez.
Tomé mis cosas y caminé hacia la sala de reuniones con un nudo en el estómago. Santiago ya estaba allí, sentado al final de la mesa, con su habitual porte frío y calculador. Me recibió con un leve asentimiento, pero no dijo nada mientras me sentaba frente a él.
—Señorita Del Valle, estoy ansioso por ver lo que ha preparado.
Su tono era neutral, pero había algo en su mirada que parecía un desafío directo. Respiré hondo y comencé mi presentación, explicando cada detalle con la mayor claridad posible.
A medida que avanzaba, podía sentir su mirada fija en mí, evaluándome no solo por mi trabajo, sino también por mi manera de presentarlo. Cada pregunta que hacía parecía diseñada para ponerme a prueba, para empujarme un poco más allá de mis límites.
Cuando terminé, el silencio en la sala era casi insoportable. Santiago se reclinó en su silla, mirando las diapositivas en la pantalla antes de finalmente hablar.
—Es un buen comienzo —dijo, sus palabras cuidadosamente medidas—. Hay ajustes que deben hacerse, pero veo potencial en su propuesta.
No podía evitar sentir una mezcla de alivio y decepción. Había trabajado tan duro, y aunque sus palabras eran positivas, no podía evitar desear una aprobación más directa.
—Trabajaré en los ajustes inmediatamente —respondí, tratando de mantener un tono profesional.
Él asintió, pero no se levantó de inmediato. En cambio, se inclinó hacia adelante, apoyando los codos en la mesa mientras me miraba fijamente.
—¿Por qué aceptó este proyecto, señorita Del Valle?
La pregunta me tomó por sorpresa.
—Porque creo que es una oportunidad para demostrar lo que puedo hacer, señor Ferrer.
—¿Y cree que está a la altura?
Sus palabras eran como una daga, directas y afiladas. Pero esta vez, no me dejé intimidar.
—Lo estaré —respondí con firmeza, sosteniendo su mirada.
Por un momento, el silencio llenó la sala. Luego, una leve sonrisa apareció en sus labios, tan fugaz que casi pensé haberla imaginado.
—Eso espero.
Se levantó de su asiento y recogió sus cosas, dejándome sola en la sala de reuniones. Sentí cómo mis manos temblaban ligeramente, pero al mismo tiempo, una chispa de determinación crecía dentro de mí.
Este proyecto no solo era una prueba profesional; era una batalla personal. Y estaba decidida a ganar.
—¿Estás bien, Sofía?La voz de Santiago me llega como un susurro lejano, pero a la vez demasiado clara, casi acusatoria. Mi respiración está acelerada, como si hubiera corrido una maratón, y no consigo calmarme. El aire en la oficina está denso, asfixiante, y no importa cuántas veces respire profundamente, no consigo obtener suficiente oxígeno. Mi vista se vuelve borrosa, los bordes de la pantalla de mi computadora se desdibujan, como si el mundo entero se estuviera alejando de mí.Mi mano tiembla sobre el teclado. Cada tecla que toco parece emitir un sonido sordo, lejano, mientras el caos se desborda dentro de mí. El cuerpo, ese traidor, ha comenzado a reaccionar como siempre lo hace cuando estoy al borde del colapso. El pulso late en mis sienes como un tambor furioso, y mis manos están frías, mojadas. Mi mente gira a una velocidad frenética, disparando imágenes, palabras, frases sin sentido. Los recuerdos vienen en oleadas: la prisión, la mirada fría de mi padre, el eco de su voz di
El ascensor emitió un pitido seco cuando alcanzó el piso veinte. Mi reflejo en las paredes metálicas me devolvió una mirada nerviosa. Ajusté por enésima vez mi blusa blanca, asegurándome de que cada botón estuviera en su lugar. “Tranquila, Sofía”, me dije en voz baja. El susurro apenas logró calmar el latido frenético de mi corazón.Era mi primer día en Ferrer & Asociados, una de las firmas más prestigiosas de diseño y marketing en la ciudad. Conseguir este trabajo no había sido sencillo. Cinco entrevistas, dos pruebas prácticas, y un agotador proceso de selección que, honestamente, me había dejado con la sensación de que nunca sería suficiente. Pero aquí estaba, con el contrato firmado y la oportunidad de demostrarme —y al mundo— que tenía lo que se necesitaba para destacar.El ascensor se detuvo con un suave tirón, y las puertas se abrieron hacia un vestíbulo impecable. Mármol blanco, líneas minimalistas, y una sensación de lujo moderno que me hizo sentir fuera de lugar. Respiré hon
Mi tercer día no fue más fácil. Había llegado temprano, con el café aún humeante en mis manos, intentando ordenar mis ideas sobre los ajustes que Santiago me pidió el día anterior. La presión de estar a la altura era tan intensa que apenas había dormido, pero, de alguna manera, el agotamiento no importaba. Esto era lo que quería: la oportunidad de demostrar que pertenecía a un lugar como Ferrer & Asociados.Sin embargo, esa mañana tenía un ingrediente adicional que me revolvía el estómago: mi primera junta con el equipo completo. Laura me había advertido: "Santiago no tolera la mediocridad, ni en las presentaciones, ni en las ideas. Ve preparada." No eran precisamente palabras reconfortantes.Cuando el reloj marcó las nueve en punto, entré a la sala de juntas con mi laptop bajo el brazo y el corazón palpitando con fuerza. El espacio era igual de intimidante que el resto de la oficina: una mesa de cristal impecable rodeada de sillas negras, enormes ventanales que dejaban entrar la luz
Los eventos corporativos no eran lo mío, pero Laura insistió tanto en que asistiera que terminé cediendo. "Es una oportunidad para relajarte y conocer mejor al equipo," había dicho mientras me dejaba una invitación en la mesa. Claro, porque no hay nada más relajante que convivir con tus compañeros de trabajo mientras intentas no tropezar con los tacones.El evento se llevaba a cabo en el salón principal de uno de los hoteles más lujosos de la ciudad, el tipo de lugar donde el suelo brilla tanto que parece un espejo y el champán fluye como agua. Llegué justo a las ocho, vestida con un vestido negro sencillo, de tirantes finos, que había comprado en un ataque de optimismo al pensar que algún día tendría una ocasión especial para usarlo.Al entrar al salón, me sentí como si hubiera cruzado a otro mundo. Las lámparas de cristal colgaban del techo, y las mesas estaban decoradas con arreglos florales que probablemente costaban más que mi alquiler mensual. Mi ansiedad aumentó al darme cuenta