Los ojos de Nathan contemplaban las tupidas pestañas y la boca entreabierta de su primogénito durante el camino a casa.No podría existir algo más bello ni sentimientos más puros que los que le profesaba.Miró a su padre de soslayo, y una torrente de emociones lo hicieron arrepentirse de lo cruel que había sido al juzgarlo en el pasado.Ese hombre canoso, que conducía con extrema atención, lo perdió todo por sacarlo de la cárcel. Nathan era consciente que fue el causante principal de muchas de sus desgracias, y aun así, podía sentir que su padre le dedicaba la misma mirada amorosa que él le dirigia a Adriel.Era simplemente un amor inexplicable.—Señor Urriaga —lo llamó en voz baja.—¿Qué? —respondió su padre, concentrado en el semáforo.—Es el mejor papá del mundo. Gracias —su declaración sonó tímida, pero no por ello menos sincera.Urriaga tragó saliva y enseguida se aclaró la garganta.—Te amo, hijo —dijo finalmente, y después de eso, ninguno volvió a hablar durante el resto del ca
Una sensación de culpa lo llevó a apartar a Tania con más fuerza de la necesaria. Con prisa giró la llave en la cerradura. Ella se quedó pasmada.—Nos vemos luego —le dijo, se limpió la mancha de labial de los labios y entró al edificio a toda prisa. No se quedó a observar la expresión de la mujer. Era fácil suponer que esa acción la enfurecería.Dentro de su sala, en uno de los sillones, con platos desechables usados y restos de comida rápida en bolsas negras, Nathan esperó a que su corazón se calmara. Unas gotas de sudor le recorrían la frente, y sus manos temblaban ligeramente. Sus acciones traerían graves consecuencias. De seguro, Tania no le perdonaría semejante rechazo. Después de soltar un pesado suspiro, forzó su mente a no pensar más en ello. No porque creyera que las cosas saldrían bien, sino porque no quedaba más remedio que aguantar cuando Tania decidiera cobrarse la afrenta.Al día siguiente, Nathan continuó con su vida cotidiana. Atendió su negocio con la sensación const
Durante el proceso, mientras la enfermera limpiaba con cuidado las lesiones, el niño no pudo contener el llanto. Cada gemido y lágrima le desgarraban el corazón a su padre, quien observaba angustiado, con una sensación de impotencia por no poder aliviar el dolor de su hijo. Al terminar las curaciones, el pequeño solo quedó con algunas heridas leves, la mordida fue leve, el animal buscaba dar a entender que se alejara.Lo realmente complicado era el miedo del pequeño. Cada que escuchaba el más mínimo ruido, ya sea el sonido distante de un coche o el estridente sonido de una alarma, Adriel daba un brinco del susto, y se aferraba a su padre. Nathan sentía la desesperación de su hijo en cada temblor de su cuerpo, su propio corazón se encogía al no saber cómo calmar ese temor. Lo rodeaba con los brazos con fuerza, mientras el niño no paraba de llorar.Luego de regresar a su casa, en medio de un entorno conocido, Adriel logró encontrar tranquilidad.Su padre le dio de comer. Jugaron a los
Los días posteriores, de mañana a tarde, Nathan trabajaba incansablemente y trataba de contactar a personas del pasado que pudieran ayudarle. En las visitas con su hijo, parecía que esa barrera invisible que Ariadna había levantado se hubiera derrumbado. Ella le hablaba de una manera más amena. Incluso le contaba cosas de su día a día y también algunas otras personales. Nathan se enteró de cómo se dio el supuesto romance entre ella y Lucas. Los dos concluyeron que quizá, de manera inconsciente, ella lo aceptó por ser el proveedor que en ese momento necesitaba. También le dijo que nunca lo dejó compartir la misma habitación con su hijo. Después de esa declaración, sus mejillas se sonrojaron. La cercanía crecía semana tras semana. Luego de pedirle que fuera a comprar algunos alimentos para la semana al supermercado que quedaba a unas cuadras, Nathan terminó por tomarla de la mano en los pasillos de carnes frías. Ariadna fingió no darse cuenta y no le soltó la mano. Adriel, feliz de
Tres semanas después. Ya no podía soportar un día más de indiferencia. Ese fin de semana, Nathan, al dejar a su hijo en casa de su ex, aprovechó para pedirle unos minutos de conversación. —Tengo algunos pendientes —se excusó ella. —No creo que no puedan esperar cinco minutos —replicó él—. Es necesario que hablemos. Ariadna soltó un profundo suspiro. —¿Dime? —Le hizo una seña con el dedo, con la intención de que bajara la voz, pues Adriel jugaba en la sala. Nathan asintió. —Sé que piensas que me viste con alguien, y no es así —dijo, y tomó aire—. Bueno, sí, pero era Tania, la esposa del anciano Milán, y no es lo que parece. —Oh, así que la situación es peor de lo que imaginaba —dijo ella, con una mezcla de decepción y preocupación en sus ojos—. Nathan, amas los problemas. ¿No puedes estar tranquilo por un momento? —¿De qué hablas? —Él alzó una ceja, confundido. Ariadna le indicó que bajara el tono de su voz. —Esa mujer está casada. Nathan, si ese hombre descubre lo que haces…
La semana siguiente transcurrió. Nathan no se quitaba de la cabeza las palabras de su exesposa. Aunque una parte de él ya no quería ilusionarse con la idea de que volverían a estar juntos. Sin embargo, el recuerdo de sus manos entrelazadas no le permitía mantenerse al margen. Tal vez, todas esas ideas suyas le hacían daño. En el trabajo logró conseguir una manera de publicidad efectiva y no tan costosa. Los mismos clientes son los que recomiendan a sus conocidos y obtienen un descuento o productos por ello. Era viernes y los demás locatarios solían irse temprano. Él todavía no podía darse ese lujo, además de que ese día era cuando más clientes pasaban por su local. Cuando volvió la vista a su reloj de pared, se dio cuenta de que ya habían pasado de las ocho y media. Calculó el tiempo que le llevaría ir hasta la casa de su hijo y después a su departamento, y solo podría estar con él media hora. Así que prefirió ir mañana temprano. Le mandó un mensaje a Ariadna para avisarle y no ob
Al encontrarse, se besaron con ímpetu, como si el mañana no existiera. Entre jadeos y una lucha de lenguas y saliva, Nathan se dejó caer en el sofá.Ariadna se puso encima de él sin titubear. Él la sostuvo por las caderas, mientras sus labios continuaban con un beso desesperado.—No hagamos mucho ruido —susurró al separarse para recobrar el aliento.—¿Qué? —El entrecejo de Nathan se frunció un poco, ya que no entendió a lo que se refería.Ariadna desvió la mirada con las mejillas encendidas. ¿Acaso él no quería…?Exhaló y se quitó de encima, abochornada. Enseguida sintió los labios húmedos de su exesposo en su hombro desnudo, que avanzaban sin tregua a su cuello, su mejilla y de nuevo a su boca.Las grandes manos de Nathan acariciaban el cuerpo de Ariadna sin pudor. Había fantaseado con ese momento durante tanto tiempo.Casi de manera automática, se quitó la playera. Sus ojos, nublados por el deseo, vieron con claridad cuando ella sacó de la bolsa de su pijama un paquetito plateado.S
Cuando Ariadna abrió los ojos, la suave luz de la mañana se filtraba a través de las cortinas, iluminaba el rostro sonriente de su hijo, que la esperaba sentado en medio de la cama con una enorme sonrisa. Sus pequeños pies apenas tocaban las sábanas, y sus ojos reflejaban emoción. —¡Mira, mira! —exclamó, mientras agitaba las manos con entusiasmo y señalaba a su papá Ariadna fingió sorpresa y extendió los brazos para acogerlo. Esa mañana fue tranquila. Ambos compartían una ilusión, pero el temor de que las cosas saliesen mal era inevitable, sobre todo ahora que eran padres. No es lo mismo terminar una relación y no volver a ver a esa persona, que en su caso, tener que convivir por su hijo, incluso si todo terminaba mal. Sin embargo, a la hora del almuerzo, al mirarse a los ojos, todo temor se disipaba. Sus manos se encontraban cada que podían y sus corazones se aceleraban ante la idea de futuros días así. Ni siquiera en el pasado, cuando apenas eran unos recién casados, habían